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Authors: Fabio Fusaro & Bobby Ventura

Tags: #Autoayuda

La mujer de tus sueños

BOOK: La mujer de tus sueños
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No podés dejar de pensar en ella. Pocas veces te sentiste de esa manera con una mujer. Soñás despierto con esa noche de película, en la que le declarás tu amor. En esos sueños, sos un ganador total; pero la realidad vuelve a despertarte y cada momento que pasa, la vez más lejos, más difícil. El temor al rechazo te paraliza. Sentís que no podés cometer errores. Estás más preocupado en no restar puntos que en sumarlos, y eso no te acerca a tu objetivo. ¿Darte por vencido antes de empezar? Solución para cobardes. ¿Ir de frente sin vueltas? Solución para muy valientes. Para bien o para mal, no estás en ninguno de esos dos grupos. Este libro fue escrito para personas como vos. Y aunque no lo creas, como la gran mayoría. Nos ha llevado muchos años analizar los resultados de nuestras propias experiencias y las de muchas otras personas, para poder así sacar conclusiones válidas y transformarlas en valiosísimos datos sobre las mujeres, en técnicas de seducción tan sencillas como efectivas, en material de aprendizaje. Pero lo logramos. Y realmente funciona. Ahora, está en tus manos.

Fabio Fusaro - Bobby Ventura

La mujer de tus sueños

Instrucciones para enamorarla

ePUB v1.0

Gonzakpo
22.09.12

Título original:
La mujer de tus sueños. Instrucciones para enamorarla.

Fabio Fusaro - Bobby Ventura, 2002.

Editor original: Gonzakpo (v1.0)

ePub base v2.0

¿Quiénes somos?

Los autores de este libro, sin duda deben ser unos ganadores totales. Tipos que la tienen clarísima y que fueron por la vida ganando minas a rolete por todas partes.

Las pelotas.

Esa es la clase de hombre que no necesita este libro y que aunque te parezca mentira, tampoco podría escribirlo.

Nosotros somos tipos como vos. Tipos que en muchas oportunidades ganaron, pero en otras se cagaron en las patas ante la mujer de sus sueños.

Tipos que algunas veces no se animaron y vieron como otro, en sus narices y sin hacer demasiados méritos, les soplaba la dama.

Tipos que teniendo a la mina evidentemente entregada, arrugaron emitiendo una frase tipo: «¿Viste que Boca compró un delantero japonés?»

¿Qué nos diferencia, entonces, del resto?

Que fuimos más allá. Que analizamos los resultados de nuestras propias experiencias y las de otras personas, sacando conclusiones válidas.

Que no nos resignamos a asumir que para levantarnos a esa mujer que nos provocaba taquicardia teníamos que ser Brad Pitt o Rockefeller (o una mezcla de ambos) y nos preocupamos en transformar cada vivencia propia y ajena, positiva o negativa, en material de aprendizaje.

Y lo que fuimos aprendiendo, lo fuimos poniendo en práctica.

Y realmente funciona.

Existen otros libros que te enseñan a levantar mujeres.

Los hay mejores y peores. Pero lo que esos libros te enseñan es a levantar minas por doquier. En la facultad, el laburo, la parada del bondi, el supermercado, el sanatorio, la tintorería, el gimnasio, el tren, la discoteca, el restaurante, la iglesia, etc.

Esos libros te instruyen para atacar a la flaca, la gorda, la rubia, la morocha, la pelirroja, la linda, la fea, la seis puntos, la vecina, la madre de tu amigo, la amiga de tu vieja.

Lo que te enseñan es a dejar el temor de lado y flirtear con cuanta mujer se te cruce.

Siguiendo esas instrucciones, vas a encararte doscientas mujeres por semana, de las cuales no te van a dar vuelta la cara cincuenta, te van a dar bola realmente quince, vas a llegar a salir con cinco, vas a besar a dos y te vas a llevar a la cama a una.

A fin de mes, luego de haber salido con veinte minas, haber besado a ocho y haber tenido sexo con cuatro, vas a sentir que sos un verdadero «tigre». Claro que cada vez que te terminaste de cojer a cada una de esas mujeres, deseaste que se transformaran en una grande de muzzarella.

¿Por qué? Porque realmente no te gustaban.

Y lo que esos libros suelen no tener en cuenta, es que más de seiscientos rechazos por mes, no hay autoestima que los resista.

El libro que tenés en tus manos no apunta a enseñarte a ser una máquina de encarar mujeres y llevarte a la cama a cuanto ser sin pene camine sobre la tierra. Lo que queremos es ayudarte a que tengas éxito con esa mujer que realmente te importa. Esa que cuando la conocés, te impacta y no podés dejar de mirarla. Esa a la que tal vez antes de leer este libro, ni siquiera te hubieras atrevido a sonreírle.

O a esa otra que abrazás y besás en tu imaginación cada noche antes de quedarte dormido y al otro día sólo la mirás de lejos.

El día D

—Vas a ir a un colegio nuevo —me dijo mi mamá cuando yo tenía once años de edad.

Al mes siguiente nos mudaríamos del departamento de tres ambientes del barrio de Villa del Parque a una casa en Flores.

Hasta ese momento, yo había concurrido al «Santa Rita», un colegio de curas sólo para varones.

Y estaba bien que fuera solo para varones. Por qué andar mezclando, si puede haber colegios para varones por un lado y colegios para mujeres por otro, pensaba en aquel momento.

El cambio fue radical. No sólo pasé del pantalón de franela, camisa celeste, corbata azul y saco gris, a un simple guardapolvo, sino que además, la escuela 22 «Provincia del Chaco» era mixta.

—¿Mujeres en mi misma escuela? —pensé— Mmmmm… qué raro.

Comencé sexto grado en el nuevo colegio con bastante tranquilidad a pesar del cambio. Nunca había tenido problemas con el estudio. Hasta podría decir que el día más esperado era aquel en el que me entregaban el boletín de calificaciones. Ese día mi mamá se ponía muy contenta y esperábamos ansiosos la llegada de mi padre para que también él se alegrara con mis notas. En esta nueva etapa escolar, no había motivo para que esto cambiara. Yo era un buen alumno y lo sabía. También era una persona bastante sociable, por lo que no tuve problemas en relacionarme desde el primer día con los varones de mi grado.

El segundo día de clase, ya pasada la expectativa del primer día, mientras formaba fila en el patio para entrar a clases, presté atención a la fila de al lado. Era la de séptimo grado. Nada menos que los más grandes del colegio. Los que estaban a un paso de la escuela secundaria. Los miré con cierto respeto, como si existiera un abismo entre las edades de ellos y la mía.

El séptimo grado estaba formado por tres varones y como veinte mujeres.

Mi mirada se detuvo en el final de esa fila. Una chica alta, de cabello castaño claro, ojos verdes y una carita preciosa, que luego supe que se llamaba Karina, me distrajo la atención. La de al lado también era hermosa: igualmente alta, pero morocha y de ojos negros.

Me sentí raro. Eran las primeras veces en mi vida que compartía tanto tiempo y un espacio en común con esos seres tan distintos llamados «mujeres».

Las dos chicas de séptimo grado, como era lógico, estaban totalmente en otra. Para mí, esas no eran nenas. Eran mujeres que estaban a punto de terminar la escuela y al lado de ellas me sentía más insignificante que un mosquito.

Con disimulo, las observé caminar hasta su aula sin que, obviamente, se percataran de mi existencia.

Ese episodio se repitió durante tres días.

Al otro lunes, mientras formábamos la fila, dirigí nuevamente mi mirada hacia la rubiecita de ojos claros y me pegué uno de los primeros grandes sustos de mi vida: me estaba mirando. Desvié inmediatamente mi vista hacia el frente y me quedé inmóvil durante unos segundos. Luego, lentamente comencé a torcer el cuello como para comprobar si lo que había visto era verdad.

Y sí… Era verdad. La rubiecita seguía mirándome, a la vez que comentaba algo con la morocha, que más tarde me enteré que se llamaba Roxana, y que también me estaba observando, mientras sonreía tímidamente.

Sin entender el motivo de esas sonrisas y miradas, volví la vista al frente y así me quedé hasta que cada grado se fue hacia su aula.

Al sentarme en mi banco, una terrible duda me asaltó: ¿Por qué se estarían burlando de mí? ¿Estaría despeinado? ¿Sería simplemente por ser nuevo?

Luego del primer recreo, la gorda Fernández, compañera de mi grado y con la cual yo tenía menos onda que una regla, se me acerca y con cara de culo, pero como disfrutando del chisme, me dice: «Karina y Roxana de séptimo grado gustan de vos».

¡Zas!, se mamó la gorda, fue lo primero que pensé.

—¿Qué decís, nena? —le dije como molesto por la pavada que acababa de escuchar.

—Sí nene, ¿Sos sordo? Recién en el recreo me vinieron a preguntar cómo te llamabas y me dijeron que sos muy lindo.

Evidentemente la gorda me estaba jodiendo, porque desde el primer momento nos caímos antipáticos mutuamente. La gorda era demasiado traga y chupamedias y yo para ella no era más que el varón nuevo.

—¿Por qué no dejás de hablar pavadas? —le dije molesto por lo que me pareció una broma de pésimo gusto.

—¡Qué ordinario! —me respondió al tiempo que me daba vuelta la cara y se retiraba hacia su banco.

En el recreo siguiente, mientras estaba agachado jugando a las figuritas, sentí que alguien me arrancaba un pelo.

Al darme vuelta, sólo vi un tumulto de chicos y no reconocí al agresor. Al rato, esto sucedió nuevamente y alcancé a descubrir a un alumno de séptimo grado que salía corriendo. ¿Había sido él?

Al recreo siguiente, volvió a suceder lo mismo, pero tampoco pude descubrir con exactitud si en verdad este chico era el que me daba los tironcitos en el pelo, porque siempre me agarraba desprevenido y se escapaba velozmente.

Al otro día, lo veo en el patio hablando con Karina y Roxana, las diosas de séptimo. Me acerco sigilosamente y escucho que Karina le dice: —Dale Román, traeme más pelitos…

Entonces, se dan vuelta y me descubren parado detrás de ellos. Román se escapó, Roxana comenzó a reírse nerviosamente y Karina se quedó mirándome tapándose la boca.

Me quedé duro sin saber que decir. En ese momento, como a los boxeadores, a los tres nos salvó el timbre.

Una vez de regreso en el aula, sentado en mi banco, tenía una extraña mezcla de sentimientos. Por un lado me sentía un winner total por saber que era cierto nomás que las dos chicas más lindas del colegio estaban muertas conmigo; pero por otro lado, había quedado sin poder reaccionar ante tal situación, sintiendo una combinación de vergüenza y miedo.

Ese fue el comienzo. A partir de ese momento, nada volvió a ser igual. Mejor que no les cuente lo que fueron mis boletines de allí en más. Las figuritas, la tele, la pelota, pasaron a ocupar un segundo lugar, para dejar el primero a las chicas. Esos seres extraños que me atraían como nada, pero que en aquella primera experiencia me habían dejado paralizado y sin reacción.

Había mucho por aprender.

El miedo

¡Qué lindo que es en las películas!

En ellas, cuando un hombre y una mujer se gustan, se acercan simultáneamente, se miran a los ojos y se besan con pasión.

Casi no es necesario hablar. Es como que se leen las mentes y nada les impide dar rienda suelta a sus sentimientos. Además, tienen la suerte de que en el momento del beso comienza a sonar una hermosa música.

Por lo general, en la escena siguiente están en bolas en la cama. Todo es perfecto.

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