La muerte del rey Arturo (10 page)

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Authors: Anónimo

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BOOK: La muerte del rey Arturo
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67.
Cuando Galván se separó de ellos, cabalgó hasta llegar a Camaloc; al llegar, subió al palacio y dijo al rey: «Señor, sabed que —en verdad— mi señor Lanzarote está enfermo, pues no ha acudido a esta asamblea. No hay nada que no quiera saber con tantas ganas como la realidad de su situación, para enterarme si está herido o si ha faltado por cualquier otra enfermedad. —Ciertamente, responde el rey, si está enfermo, lo siento porque no ha venido, pues con su ausencia y con la de aquellos que son deudos suyos, me ha quitado mucho más de lo que nadie podría valorar.» Tales palabras dice el rey Arturo de Lanzarote y del linaje del rey Van, permaneciendo allí con gran compañía de caballeros. Al tercer día después de la asamblea, sucedió que Mador de la Puerta llegó a la corte: no hubo nadie tan atrevido que osara decirle las nuevas de su hermano, pues sabían que era caballero de gran corazón y estaban seguros de que, tan pronto como supiera la* verdad, si podía, no dejaría de vengarse por nada del mundo. Por la mañana, fue a la iglesia mayor de Camaloc y cuando vio la tumba recién puesta, pensó que era de uno de los compañeros de la Mesa Redonda; va hacia aquella parte para saber de quién es y cuando vio las letras que decían
AQUÍ YACE GAERÍN DE CARAEU, HERMANO DE MADOR DE LA PUERTA, A QUIEN LA REINA HIZO MORIR ENVENENADO
, entonces hubierais visto a un hombre lleno de asombro y espanto, pues no podía creer aún que aquello fuera cierto; mira detrás de sí y ve a un caballero de Escocia que era compañero de la Mesa Redonda y lo conjura por la fe que le debe para que le diga la verdad de lo que le va a preguntar: «Mador, contesta el caballero, bien sé lo que me queréis preguntar; deseáis que os diga si es cierto que la reina ha matado a vuestro hermano. Sabed que es así, tal como lo atestigua la lápida. —Verdaderamente, dice Mador, es esto una gran desgracia, pues mi hermano era muy noble y yo lo amaba tanto en el corazón como un hermano debe amar a otro, de manera que buscaré la venganza tanto como pueda.» Mador hizo un gran duelo por su hermano y permaneció allí hasta que se cantó la misa mayor. Cuando supo que el rey estaba sentado para comer, se alejó llorando de la tumba de su hermano; fue a la sala, habló tan alto que todos le pueden oír y comienza así su razonamiento: «Rey Arturo, si tú eres tan justo como debe ser un rey, mantenme por derecho en tu corte, de forma que si nadie sabe de qué acusarme, haré según tu gusto; pero si yo sé de qué acusar a cualquiera, se me hará justicia, tal como decida la corte.» El rey responde que eso no lo puede prohibir, que diga lo que desea y él hará lo que pueda. «Señor, contesta Mador, quince años he sido caballero vuestro y he obtenido tierras de vos. Os devuelvo ahora vuestros honores y tierras, pues no me agrada tener poderes de vos a partir de ahora.» Entonces avanza y renuncia a todos los dominios que tenía del rey. Tras hacer esto, dice: «Señor, ahora os requiero como a rey, para que hagáis justicia con la reina, porque ha matado a mi hermano; si ella pretende negarlo u ocultarlo diciendo que no ha hecho ni traición ni deslealtad, estoy dispuesto a probarlo contra el mejor caballero que se me quiera oponer.» Después de estas palabras, se eleva una gran preocupación en la corte y la mayor parte de ellos se dice: «Ahora está la reina en mala situación, pues no encontrará quien esté dispuesto a luchar por ella contra Mador», porque están seguros todos de que ha matado al caballero, por lo que es acusada. El rey, que está muy afligido por esta acusación, pero que no puede negar la justicia y el derecho al caballero, decide comunicarlo abiertamente a la reina y así ordena que acuda a su presencia, para responder de las acusaciones del caballero. Viene muy doliente y muy entristecida, pues sabe que no encontrará ningún caballero dispuesto a entrar por ella en el campo, porque todos están convencidos de haber sido ella quien ha matado al noble. Ya habían levantado los manteles, y había en la sala gran afluencia de caballeros y de nobles valerosos; la reina entró cabizbaja y parecía estar muy afligida. A su lado estaban mi señor Galván y Gariete, el más apreciado por sus hechos de armas entre los del linaje del rey Arturo, si exceptuamos a mi señor Galván; cuando aquélla estuvo ante el rey, éste le dijo: «Señora, este caballero os acusa por la muerte de su hermano y asegura que lo habéis matado a traición.» Ella levanta la cabeza y pregunta: «¿Dónde está el caballero?» Mador avanza y dice: «Heme aquí. —¿Cómo?, pregunta la reina, ¿decís que yo he matado a traición a vuestro hermano? —Afirmo, responde el caballero, que vos lo hicisteis morir deslealmente y a traición y que si aquí dentro hay un caballero tan atrevido que quiera entrar por vos en el campo contra mí, estoy dispuesto a darle muerte o a dejarlo vencido esta noche o mañana, el día que fijen en la corte.»

68.
Cuando la reina ve que el caballero se presenta con tanto atrevimiento, dispuesto a probar la traición contra el mejor caballero de allí, comienza a mirar a su alrededor para saber si alguien querrá defenderla de esta acusación, pero al ver que ninguno de aquellos se mueve, antes bien, bajan los ojos y escuchan, se asombra tanto y se considera tan perdida que no sabe qué será de ella ni qué puede decir o hacer; sin embargo, en medio de aquella angustia y de aquel gran miedo que tiene, responde diciendo: «Señor, os ruego que me hagáis justicia, según decida vuestra corte. —Señora, contesta el rey, mi corte considera que si vos aceptáis los hechos de los que se os acusa, debéis daros por muerta, pero no os podemos prohibir que dispongáis de cuarenta días para aconsejaros en esto y para saber si dentro de este término se puede hallar algún noble dispuesto a entrar en combate por vos y a defenderos de las acusaciones que se os imputan. —Señor, dice la reina, ¿podría encontrar en vos algún otro consejo? —Señora, contesta el rey, de ninguna forma, pues no cometería injusticia ni por vos, ni por ningún otro. —Señor, responde ella, acepto el plazo de cuarenta días; dentro de este término, si Dios quiere, encontraré algún caballero, dispuesto a combatir por mí; si en el día cuadragésimo no lo he hallado, haced conmigo lo que queráis:» El rey fija el plazo y cuando Mador ve la situación, le dice al rey: «Señor, ¿concedéis a la reina un plazo tan largo? —Sí, responde el rey, ciertamente, sabedlo. —Entonces me iré y el día establecido estaré de vuelta, si Dios defiende mi cuerpo de muerte y de prisión. —Os aseguro, dice el rey, que si entonces no estáis dispuesto para lo que habéis pedido, no volveréis a ser escuchado.» Responde que estará, si la muerte no se lo impide, «pues contra esto no me podrá retener la prisión».

69.
Entonces se marcha de la corte Mador y se va haciendo tan gran duelo por su hermano, que nadie que lo viera dejaría de admirarlo. La reina se quedó doliente y desesperada, pues sabe que no encontrará ningún caballero que quiera entrar en combate por ella, a no ser alguno del linaje del rey Van, pues éstos, sin dudar, no le habrían fallado, si hubieran estado allí. Pero ella misma los ha alejado y los ha apartado completamente, de forma que bien se puede tener ahora por afrentada. Se arrepiente de tal manera que no hay nada en el mundo que gustosamente no hiciera por ellos —si no fuera en detrimento o deshonra—, para que ellos estuvieran allí, como estaban hace no mucho tiempo.

70.
El día siguiente de esta apelación sucedió que alrededor de mediodía llegó al pie de la Torre de Camaloc una barca cubierta de riquísimas sedas. El rey había comido con toda su gran compañía de caballeros y estaba junto a las ventanas de la sala, mirando río abajo, pensativo y preocupado por la reina, pues sabía de sobra que no la socorrería ninguno de aquellos caballeros, porque todos habían visto perfectamente cómo le había dado al noble el fruto que le causó la muerte; y ya que lo sabían bien, no habría allí ninguno que osara lanzarse a una aventura de tal clase. Mientras el rey estaba pensando en esto, vio llegar la barca que era tan hermosa y rica; se la mostró a mi señor Galván y le dijo: «Buen sobrino, mirad la más hermosa navecilla que jamás vi. Vayamos a ver qué hay dentro. —Vayamos, responde mi señor Galván.» Entonces descienden del salón y, una vez abajo, contemplan la barca, aparejada con tal elegancia que todos se admiraron. «Por mi fe, exclama mi señor Galván, si esta navecilla es tan bella por dentro como por fuera, será maravilloso; hace poco que dije que las aventuras vuelven a empezar. —Otro tanto quería decir yo, responde el rey.» La embarcación estaba cubierta por todas partes; mi señor Galván levanta un trozo de la tela y le dice al rey: «Señor, entremos; así veremos lo que hay.» El rey salta dentro y le sigue mi señor Galván. Al meterse, encontraron en medio de la nave una cama hermosísima, con las cosas más ricas que puede tener una cama hermosa; en esta cama había una doncella recién muerta que fue muy bella, a juzgar por el semblante que mantenía aún. Entonces le dijo mi señor Galván al rey: «¡Ay!, señor, ¿no os parece que la muerte fue muy villana y envidiosa al meterse en el cuerpo de doncella tan hermosa como no hace mucho era ésta? —Ciertamente, responde el rey, me parece que fue muy bella y es una gran desgracia que haya muerto tan joven; por su gran hermosura me agradaría saber quién fue y dónde nació.» La contemplaron largo rato y cuando mi señor Galván la hubo admirado con detenimiento, se dio cuenta de que era la hermosa doncella a la que requirió de amor, aquella que le dijo que no amaría más que a Lanzarote. Entonces le dice al rey: «Señor, sé bien quién era esta doncella. —¿Quién fue?, le pregunta el rey, decídmelo. —Señor, contesta mi señor Galván, con mucho gusto; ¿os acordáis de la hermosa joven de la que os hablé anteayer, aquella de quien os dijo que amaba Lanzarote con verdadero amor? —Sí, responde el rey, me acuerdo bien; me contasteis que la habíais requerido de amor, pero que ella se había excusado de alguna forma. —Señor, le interrumpe Galván, ésta es aquella de quien hablamos. —Ciertamente, dice el rey, me pesa; me gustaría saber el motivo de su muerte, pues creo que ha muerto de dolor.»

71.
Mientras hablaban de este asunto, mi señor Galván mira a la doncella y ve una limosnera muy rica en su cintura y —al parecer— no estaba vacía ni mucho menos; mete la mano, la abre y saca unas cartas; las entrega al rey, que comienza a leerlas al instante. Decían así: «A todos los caballeros de la Mesa Redonda saluda la doncella de Escalot. A todos os presento mi queja: no porque la podáis vengar jamás, sino porque os considero los más nobles y agradables del mundo, por eso os hago saber que por amar lealmente he llegado a mi fin. Si preguntáis por quién he sufrido la amorosa angustia mortal, os respondo que he muerto por el más noble del mundo y por el más villano; es Lanzarote del Lago. El más villano que yo sepa, pues no le rogué con llantos y con lágrimas suficientes como para que tuviera compasión de mí; y ha estado tanto en mi corazón que he llegado a mi final por amarle lealmente.» Tales palabras decían las cartas; cuando el rey las hubo leído ante mi señor Galván, dijo: «Ciertamente, doncella, podéis decir con razón que aquel por quien estáis muerta es el caballero más villano del mundo y el más valiente, pues la villanía que ha hecho con vos es tan grande y vituperable que todo el mundo debería afrentarlo por ella; y yo, que soy rey, y que no debería tolerarlo en absoluto, no hubiera consentido de ninguna forma que murierais por mi mejor castillo. —Señor, dice Galván, ahora podéis datos cuenta que yo acusaba sin razón a Lanzarote, cuando dije anteayer que estaba con una dama o con una doncella a la que amaba con auténtico amor; vos dijisteis verdad al observar que no rebajaría su corazón para amar en lugar tan bajo. —Decidme ahora, pregunta el rey, ¿qué haremos con esta doncella, pues yo no sé qué decisión tomar? Fue gentil dama y una de las jóvenes más hermosas del mundo. Hagámosla enterrar con gran honor en la iglesia principal de Camaloc y pongamos sobre su tumba letras que atestigüen la verdad de su muerte, de forma que aquellos que vengan después de nosotros lo rememoren.» Mi señor Galván responde que está de acuerdo en esto.

Mientras contemplaban el escrito y a la doncella, lamentando su desgracia, los demás nobles bajaron del salón y acudieron al pie de la torre para ver qué había dentro de la navecilla. El rey hace quitar las telas que cubrían la embarcación y ordena que tomen a la doncella y la suban a la sala; unos y otros se juntan allí para ver esta maravilla. El rey comenzó a contar a mi señor Yváin y a Gariete la verdad acerca de la doncella y cómo murió porque Lanzarote no quiso entregarle su amor; éstos lo explican a los demás que estaban ansiosos de saber lo ocurrido; tanto se difunde la noticia que la reina se entera de todo tal como había ocurrido; el mismo Galván le dice: «Señora, señora, bien sé ahora que mentí con respecto a mi señor Lanzarote, cuando os dije que él amaba a la doncella de Escalot y que estaría con ella; pues si de verdad la hubiera amado con tan gran amor como yo le atribuía, ella no habría muerto aún, antes bien, Lanzarote hubiera hecho cuanto ella le pidió. —Señor, contesta la reina, se calumnia a hombres justos y es una pena, pues frecuentemente pierden más de lo que se cree.»

72.
Entonces se aparta de la reina mi señor Galván. Ella queda bastante más afligida de lo que estaba antes, se llama desgraciada, desdichada, pobre de todos sentimientos y se dice a sí misma: «Desafortunada, ¿cómo osaste pensar que Lanzarote fuera infiel y que amaría a otra doncella? ¿Por qué te has traicionado y engañado así? Ahora te das cuenta que todos los de la corte te abandonan y te dejan en un peligro tan grande que no puedes escapar sin morir, si no encuentras quien te defienda contra Mador. A todos ellos los has decepcionado de forma que ninguno te ayudará, pues saben de sobra que la sinrazón es mía y el derecho de Mador; por eso te abandonarán todos y dejarán que te lleven a la muerte de manera vil. Y, a pesar de la sinrazón que tengo, si estuviera aquí mi amigo, el más leal de todos, el que en otras ocasiones me ha librado de la muerte, sé que me apartaría de este peligro en que he caído. ¡Ay!, Dios, ¿por qué no sabe la gran angustia que por mí y por él padece mi corazón? ¡Ay!, Dios, no lo sabrá a tiempo y moriré vergonzosamente; con esto, perderá tanto que morirá de dolor tan pronto como oiga decir que he dejado la vida, pues nadie amó nunca a una dama tanto y tan lealmente como él me ha amado.»

73.
Así se lamenta la reina, se duele, queja y avergüenza de su acción, porque debería amar y querer sobre todos los hombres a aquel que ha expulsado y alejado de su vera.

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