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Authors: Eliyahu M. Goldratt

Tags: #Descripción empresarial

La meta (26 page)

BOOK: La meta
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—Funcionaba antes de traerla. Vamos a comprobarlo ahora. El hombre de mantenimiento conecta el cable a un enchufe situado en una columna de hierro. Bob aprieta el botón del encendido y al principio no se oye nada. Luego se aprecia un lento rumor que aumenta poco a poco, sonando desde las entrañas del viejo armatoste. Las paletas del ventilador escupen una nube de polvo. Bob se vuelve hacia mí con una muda sonrisa en su ancho rostro.

—Creo que lo logramos.

22

La lluvia golpea los cristales de mi oficina. A mediados de semana y con uno de esos «boletines de productividad», que tan feliz parecen hacer a Hilton Smyth, como tarea de la jornada sobre mi mesa, es inevitable que el mundo aparezca ante mis ojos como una aventura gris y borrosa. Mis ojos recorren una y otra vez la primera página, pero no sé cuál es el mensaje de esos párrafos que ahora se me antojan absurdos. Mi mente está lejos, preocupada por la situación con mi mujer.

La «cita» del sábado con Julie no estuvo nada mal. No hubo nada especial y, sin embargo, todo fue agradable. La llevé al cine, comimos algo y, de vuelta a la casa de sus padres, dimos un largo paseo por el parque que tuvo, para mí, un efecto sorprendente. Por un momento, volvieron a mí las inseguridades y las angustias de mis tiempos de escolar, pero pronto desaparecieron, dejando paso a una sensación plácida, casi relajante, de estar en compañía de mi mujer. Bajo el porche nos quedamos charlando largamente, a pesar de que ya eran las dos y media de la madrugada cuando llegamos, y solamente nos interrumpimos cuando su padre dio la luz del porche. Lo habíamos pasado bien.

Tanto en aquella cita como en nuestros posteriores encuentros, uno de ellos en un restaurante, ha existido como un acuerdo tácito para no hablar de matrimonio o divorcio. Únicamente una vez salió el tema, y de modo indirecto. Fue un relámpago doloroso, porque al tratar de la situación de los niños durante las vacaciones, de pronto me vi acosándola para obtener algunas respuestas todavía pendientes. Renació en mi interior el viejo síndrome de las discusiones y se reprodujo la tensión, aunque, afortunadamente, fui capaz de dejarlo y recuperar la armonía.

Nos encontramos en una especie de extraño limbo. Es, en realidad, una vuelta a aquellos días, casi olvidados, de antes de casarnos y sentar la cabeza… Seguramente, sólo unos momentos de calma en una tormenta que sigue acechando su oportunidad.

Unos golpes suaves en la puerta interrumpen mi meditación. Fran, asomada en el quicio, me devuelve a eso que llamamos el mundo real.

—Fuera está esperando Ted Spencer. Dice que necesita hablar con usted.

—¿Sobre?

Cierra la puerta y se acerca rápidamente hasta la mesa para susurrarme.

—No me lo ha dicho, pero he oído, de buena tinta, que tuvo un altercado con Ralph Nakamura hace cosa de una hora.

—¡Ah!, ya veo. Dígale que entre, y gracias por el aviso. Inmediatamente entra Ted Spencer. Parece desencajado. Le pregunto cómo van las cosas en la sección de tratamiento térmico.

—Al, me tiene que quitar al listillo de informática de encima.

—¿Se refiere a Ralph? ¿Qué ha pasado?

—Intenta convertirme en una especie de contable. Primero me ha estado haciendo toda una serie de estúpidas preguntas, y ahora quiere que lleve un registro de todo lo que pasa en la sección.

—¿Qué tipo de registros?

—No sé… Un informe detallado de todo lo que entra y sale de los hornos. El tiempo que tenemos las piezas dentro, el tiempo que tardamos en sacarlas, el que transcurre entre hornada y hornada. Cosas así. Y yo estoy ya bastante ocupado con el trabajo como para preocuparme ahora de eso. Además del tratamiento térmico, tengo que ocuparme de otras tres secciones, ¿sabe?

—¿Y todo eso para qué lo quiere?

—Y yo que sé. Tenemos ya suficientes papeles como para satisfacer al más exigente. Para mí que a Ralph le van los jueguecitos con los números. Si él tiene tiempo para eso, pues allá películas, pero yo me tengo que preocupar de la productividad de mi sección.

—De acuerdo, ya le he escuchado. Ahora veré qué está pasando.

—¿Lo va a mantener apartado de mi área?

—Ya se enterará, Ted.

En cuanto se ha marchado, le pido a Fran que me localice a Ralph Nakamura. Lo extraño del asunto es que Ralph no es

precisamente un hombre difícil. Pero parece que ha conseguido sacar de quicio a Ted.

—¿Querías verme?

—Así es. Pasa y siéntate, Ralph. Se sienta delante de mi mesa.

—A ver, cuéntame cómo has conseguido fundirle los plomos a Ted Spencer.

Ralph mira al techo con un gesto de resignación.

—Me he limitado a pedirle que lleve un registro preciso de los tiempos de hornada. Creí que era una petición sencilla.

—¿Y qué es lo que te llevó a requerirle esos registros?

—Tenía un par de razones. Una, que tengo la impresión de que los datos que tenemos sobre tratamiento térmico son bastante incompletos. Pensé, por tanto, que sería útil tener estadísticas puestas al día.

—¿Qué te hace pensar que nuestros datos son tan inexactos?

—El otro día me dio no sé qué en la nariz, cuando empecé a repasar los envíos hechos durante la última semana. Hice unos cálculos de cuántos pedidos podíamos servir de acuerdo a lo que producen los cuellos de botella. Deberíamos hacer de dieciocho a veinte envíos, no doce. En un primer momento pensé que me había equivocado con los números, que eran demasiado diferentes de la realidad. Pero después de repasar todo dos veces, no había un solo error. Y entonces vi que las previsiones se cumplían bastante bien con la NCX-10, pero en el tratamiento térmico había grandes diferencias.

—Esto te llevó a pensar que había un error en los datos.

—Exacto. Y me fui a ver a Spencer. Y…

—¿Y qué?

—Que observé algunos detalles curiosos. Para empezar, me encontré con un Ted Spencer bastante cerrado a mis preguntas. Por tanto, terminé por pedirle que me dijese cuánto tardarían en salir las piezas que se estaban calentando, en esos momentos, en el horno. Para ver si se retrasaban mucho con respecto a la media estándar. Ted me dijo que estarían listas sobre las tres de la tarde. Así que me fui de allí para volver a esa hora. Pero a las tres de la tarde no había una sola persona en el horno. Esperé diez minutos y me fui a buscar a Ted. El me explicó que, en esos momentos, no tenía personal auxiliar, porque lo había ocupado en no sé qué otra tarea, pero que las piezas serían retiradas dentro de nada. Me olvidé del tema, pero a punto de irme para casa, sobre las cinco y media, pensé en pasarme para averiguar qué había sucedido finalmente con el horno. ¡Y las piezas seguían aún allí dentro!

—¿Seguían dentro, dos horas y media después de que
podían
haber sido sacadas?

—Eso es lo que he dicho. Así que me fui a ver a Sammy, el encargado del segundo turno, para preguntarle qué estaba pasando. Me habló de que andaba escaso de mano de obra esa noche y que se preocuparía del tema algo después. Decía que no les vendría mal a las piezas un poco más de calor. Mientras estuvimos hablando, se preocupó de apagar los quemadores. Más tarde descubrí que las piezas no fueron retiradas hasta las ocho de la noche. Yo no tenía intención de crear problemas, pero pensé que saber el tiempo correcto de cada hornada nos ayudaría a realizar previsiones más acertadas. Además, pregunté a algunos operarios y me dijeron que ese tipo de demoras se producían con bastante regularidad en el tratamiento térmico.

—Ralph, y hablo completamente en serio, quiero que tomes todos los datos que necesites. No te preocupes más por Ted Spencer. ¡Ah!, y lo mismo en la NCX-10.

—Pues me gustaría, pero es un trabajo bastante rutinario. Por eso quería que Ted y los otros cronometrasen.

—De acuerdo, nos preocuparemos de ello. Y gracias.

—No hay de qué.

—A propósito, ¿cuál fue la otra razón? Antes mencionaste dos razones para pedirle los datos.

—Bueno, no me parece que sea tan importante.

—De todas formas. Me gustaría saberla.

—Pues se me ocurrió que, … no sé si en realidad podría funcionar la idea, pero se me ocurrió que podríamos utilizar los cuellos de botella para conocer por adelantado la fecha de entrega de un pedido.

Me quedo pensando en esa posibilidad.

—Parece bastante interesante. Ponme al tanto de lo que se te vaya ocurriendo al respecto.

Me ha molestado bastante lo descubierto por Ralph en el tratamiento térmico. He hecho venir a Bob Donovan y le he echado un severo rapapolvos por no saber lo que ocurre en la zona bajo su responsabilidad. Intenta explicarse.

—Al, lo que ocurre es que los chicos se quedan mano sobre mano mientras esperan que se cuezan las piezas. Cuando tienes el maldito horno cargado, lo único que te queda es esperar seis, ocho o las horas que sean. ¿Qué quieres, que se pongan a dar palmadas?

—Me importa un comino lo que hagan entre tanto, siempre que carguen y descarguen los hornos sin pérdida de tiempo. Podríamos haber hecho otra hornada en las cinco horas que tus chicos estuvieron ocupados en no sé qué tarea.

—De acuerdo. ¿Qué te parece, entonces, si pasamos a la gente a otras secciones, mientras se cuecen las piezas, pero la recuperamos en cuanto se haya cumplido…?

—Nada de eso. Puede que funcione los primeros días, lo que dure la novedad, y luego de vuelta a las andadas. Quiero gente al pie de los hornos, lista para cargar y descargar las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Y lo primero que quiero que hagas es asignar encargados que se responsabilicen constantemente de la sección. Y avisa a Ted Spencer que la próxima vez que le vea será mejor que sepa lo que está ocurriendo en el tratamiento térmico, o le daré una patada en el trasero.

—Sabrás que eso nos va a costar dos o tres hombres más por turno.

—Y tú pareces olvidar lo que nos cuesta cada hora que perdemos en un cuello de botella.

—Está bien, llevas razón. Te diré que lo que Ralph ha descubierto en los hornos, me lo he encontrado yo en la NCX-10 igualmente.

—¿Qué es lo que pasa allí?

Bob empieza a explicarme que la NCX-10 permanece parada, de hecho, como una media hora en cada serie. No se trata de descansos. En ese sentido no hay problemas. Si toca almorzar cuando la NCX-10 se encuentra en plena preparación, los chicos de servicio siguen con el trabajo hasta terminar la operación. O, si es muy larga la preparación, se turnan. Pero cuando la máquina completa una serie, digamos a media tarde, y no hay nadie, se queda parada hasta que alguno se acerca a ver. El personal de preparaciones, por lo visto, está atendiendo, entre tanto, a otras máquinas que no son cuellos de botella.

—Entonces quiero que tomes las mismas medidas con la NCX-10 que las que te he dicho para los hornos. Coge a un maquinista y a un ayudante y los pones, permanentemente, con la NCX-10. En cuanto pare, que se pongan inmediatamente con ella.

—Pero date cuenta de lo que va a pasar. Parecerá que hemos aumentado los costes de mano de obra por pieza procesada en la NCX-10 o en los hornos —dice Bob.

—Cada cosa a su tiempo, Bob.

A la mañana siguiente, Bob se presenta a la reunión del equipo con cuatro propuestas. Dos de ellas tienen que ver con nuestra conversación de ayer: poner permanentemente un maquinista y un ayudante con la NCX-10, y un encargado y dos operarios en los hornos. Las otras dos recomendaciones se refieren a descargar de trabajo a nuestros dos cuellos de botella. Por un lado, se pondría en marcha la Zmegma y otras dos máquinas viejas, lo que nos permitiría aumentar en un 18 por 100 la producción de piezas como las trabajadas por la NCX-10, sólo con tenerlas funcionando durante un turno. La cuarta propuesta recomienda retirar algunas piezas de la cola de espera para los hornos y encargar fuera el tratamiento térmico.

Lou no ofrece oposición en lo fundamental, pero sale con alguna duda:

—Sabiendo lo que sabemos, estamos cargados de razón en aumentar el personal en los cuellos de botella, si con eso incrementamos la facturación. Pero la pregunta es saber de dónde vamos a sacarlo.

Bob sugiere que se contrate a alguno de los despedidos.

—Imposible. La división ha establecido una congelación de nuevas contrataciones y habría que pedir permiso.

—Entonces, coger gente de la fábrica que sepa hacer ese trabajo — señala Stacey.

—¿Te refieres a buscarla en otras secciones? — pregunta Bob.

—Eso es — digo—, traer refuerzos de las secciones que no son cuellos de botella y que podemos dar por sentado que tienen exceso de personal.

Bob analiza las propuestas y hace ver que no será difícil encontrar ayudantes para el tratamiento térmico. Podemos contar con algunos viejos mecánicos que no fueron despedidos y que, seguramente, recordarán cómo manejar la Zmegma y las otras dos máquinas. No obstante, le preocupa la designación permanente de dos personas para la NCX-10.

—¿Quién se va a encargar de preparar las otras máquinas?

—Los ayudantes de esas máquinas saben bastante para preparar su propio equipo.

—Podríamos intentar esa solución — continúa Bob—, pero corremos el riesgo de que se convierta en cuello de botella lo que ahora no lo es.

Lo importante es mantener el flujo en los puntos en los que ahora se estanca la producción. Si en alguna otra parte no pudiéramos mantener el flujo, le devolveríamos el personal y lo buscaríamos en otro sitio y si, aún, tenemos problemas, solicitaremos en la división que se permitan horas extras o nuevas contrataciones.

Bob se muestra de acuerdo y Lou otorga, asimismo, sus bendiciones.

—De acuerdo entonces — me animo—. Y asegúrate Bob de que la gente que escojas sea la mejor. Son los únicos que deben estar en nuestros cuellos de botella.

Y así se hace.

Un equipo de dos personas es asignado para los cambios en la NCX-10. La Zmegma y las otras dos máquinas comienzan a funcionar. Parte del exceso de trabajo de tratamiento térmico se envía fuera. Se forma un turno de dos operarios para que carguen y descarguen permanentemente nuestros hornos. Donovan corre de una unidad a otra asegurándose de que el tratamiento térmico no deja de estar atendido por un encargado.

Un encargado que, ciertamente, no puede sentirse muy entusiasmado con una labor que, al menos en apariencia, resulta tan poco importante como para contar tan sólo con dos hombres. El puesto no es una golosina y recurro a reforzarlo psicológicamente mediante mi aparición personal en cada uno de los turnos. Dejo caer, de manera bastante directa, que habrá una importante recompensa para quienes consigan un aumento de la producción de piezas tratadas en los hornos.

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