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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

La Mano Del Caos (73 page)

BOOK: La Mano Del Caos
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Al conde Tretar no volvió a vérselo por la corte.

Pero Agah'ran hizo alarde de confianza. Celebró más fiestas, cada una más brillante y desenfrenada que la anterior. Los elfos que asistían a ellas (cuyo número menguaba con cada noche que pasaba) se burlaban de ciertos miembros de la familia real que, se decía, habían abandonado sus hogares, habían hecho acopio de los bienes que podían transportar y se habían encaminado hacia los territorios fronterizos.

—Dejemos que los rebeldes y esa basura humana se acerquen. Veremos qué hacen cuando se enfrenten a un ejército de verdad —dijo Agah'ran.

Mientras tanto, el emperador y los demás príncipes y princesas, condes, duques y barones, seguían comiendo, bebiendo y bailando regaladamente.

Y sus weesham permanecían sentados en silencio en un rincón, esperando.

El gong de plata sonó una vez más. El Guardián de la Puerta se incorporó con un suspiro. Se asomó a la reja esperando encontrar a otro geir y soltó una ligera exclamación. Con manos temblorosas, se apresuró a abrir la puerta.

—Entra, mi señor. Entra —dijo en tono grave y solemne.

Hugh
la Mano
penetró en la catedral.

El asesino vestía de nuevo la indumentaria de un monje kir, aunque en esta ocasión no la llevaba como disfraz para viajar por tierras enemigas. Acompañaba a Hugh un monje kenkari encargado de darle escolta desde el campamento del príncipe Reesh'ahn, en Ulyndia, hasta la catedral de Aristagón. No es preciso decir que ningún elfo se había atrevido a interrumpir su camino.

Hugh cruzó el umbral. No se dignó volver la cabeza para dirigir una última mirada al mundo que pronto abandonaría para siempre. Ya había visto suficiente de aquel mundo. Allí no había felicidad posible para él, y lo abandonaba sin pena.

—Yo me hago cargo de él desde ahora —dijo el Puerta en voz baja al escolta de Hugh—. Mi ayudante te acompañará a tus aposentos.

Hugh permaneció apartado, silencioso y taciturno, con la vista fija al frente. El kenkari que lo había acompañado susurró una breve bendición y presionó el brazo del humano con sus dedos, largos y de huesos delicados. Hugh agradeció la bendición con un parpadeo en los ojos, profundamente hundidos, y una ligera inclinación de cabeza.

—Ahora iremos al Aviario —dijo el Guardián de la Puerta cuando los dos quedaron a solas—. Si éste es tu deseo.

—Cuanto antes acabemos con esto, mejor —respondió Hugh.

Recorrieron el pasadizo acristalado que conducía el Aviario y a la pequeña capilla anexa.

—¿Cómo lo hacéis? —preguntó el asesino.

El Puerta, abstraído en sus pensamientos, dio un respingo al escucharlo.

—¿Hacer, qué? —inquirió, confuso.

—Ejecutar a la gente —dijo
la Mano—
. Disculpa la pregunta, pero tengo un interés bastante... personal en saberlo.

El Puerta se volvió con una palidez mortal en las mejillas.

—Perdona, pero no... no puedo contestarte. El Guardián de las Almas... —logró balbucear. Luego se sumió en el silencio.

Hugh se encogió de hombros. Al fin y al cabo, poco importaba. La parte peor era el viaje, la torturadora agonía del alma, reacia a abandonar el cuerpo. Cuando todos los brazos se hubieran cortado, recuperaría la paz.

Entraron en la capilla sin ceremonias, sin llamar siquiera. Era evidente que los esperaban. La Guardiana del Libro estaba tras su escritorio, con el Libro abierto. El Guardián de las Almas se hallaba ante el altar.

El kenkari cerró la puerta y apoyó la espalda en ella.

—Hugh
la Mano
, acércate al altar —dijo el Alma.

El humano obedeció. Detrás del altar, a través de la ventana, podía distinguir el Aviario. Las hojas verdes estaban muy quietas, en esta ocasión; no apreció ningún movimiento, ninguna perturbación. Las almas de los muertos también estaban esperando.

En breves momentos, la de Hugh se sumaría a ellas.

—Hazlo rápido —pidió—. Nada de oraciones y de cánticos. Limítate al asunto.

—Será como deseas —respondió el Guardián de las Almas en tono apaciguador. Levantó los brazos y las alas de mariposa brillaron tenuemente, cayendo en pliegues en torno a su delgadísima silueta—. Hugh
la Mano
, has accedido a entregarnos tu alma a cambio de prestaros ayuda a ti y a la dama Iridal. Hemos cumplido nuestra parte. Tu intención de poner a salvo al muchacho ha tenido éxito.

—Sí —respondió Hugh con voz ronca, apenas audible—. Ahora está a salvo.

Igual que él iba a estarlo muy pronto. A salvo en la muerte.

El Guardián de las Almas dirigió una breve mirada a la Libro y al Puerta; después, concentró de nuevo toda su atención en el humano.

—Y tú, Hugh
la Mano
, te presentas ahora para cumplir tu contrato con nosotros y entregarnos tu alma.

—Eso es —asintió Hugh al tiempo que hincaba la rodilla—. Tómala.

Con las manos entrelazadas delante de sí, llenó los pulmones pensando que era la última vez que lo hacía y se aprestó al final.

—Lo haría —dijo el Guardián con una expresión muy seria—, pero no estás en condiciones de entregarla.

—¿Qué? —Hugh soltó el aire y miró con irritación al Guardián—. ¿A qué te refieres? Aquí me tenéis. He cumplido mi parte...

—Sí, pero no acudes a nosotros libre de ataduras mortales. Has aceptado otro contrato. Has accedido a matar a otro hombre.

Hugh estaba cada vez más encolerizado.

—¿Qué jugarreta estáis intentando, elfos? ¿A quién me he comprometido a matar?

—A ese llamado Haplo.

—¿Haplo? —Hugh miró al Alma, boquiabierto y desconcertado. Sinceramente, no tenía la menor idea de a qué venía todo aquello.

Y entonces...

«Sólo hay una cosa que te pido que hagas. Cuando esté agonizando, debes decirle a Haplo que es Xar quien ha ordenado su muerte. ¿Recordarás el nombre? Xar. Él es quien ordena la muerte de Haplo.»

El Guardián de las Almas estudió el rostro de Hugh y asintió cuando éste alzó la mirada hacia él, confundido y abrumado al recordar la conversación.

—Se lo prometiste a Bane. Cerraste el contrato con el muchacho.

—Pero yo... en ningún momento...

—Creíste que no ibas a vivir lo suficiente como para tener que cumplirlo, ¿no es eso? Pero sigues vivo. Y el contrato está en vigor.

—¡Pero Bane ha muerto! —protestó Hugh con voz ronca.

—Eso no cuenta para la Hermandad. El contrato es sagrado...

Hugh se incorporó y se plantó ante el Guardián con expresión sombría y siniestra.

—¡Sagrado! —Soltó una amarga risotada—. Sí, es sagrado. Al parecer, es la única cosa sagrada en esta maldita existencia. Pensaba que vosotros, los kenkari, seríais distintos. Pensaba que por fin encontraría algo en que poder creer, algo... ¿Pero qué os importa eso? ¡Bah! —Hugh escupió en el suelo ante los pies del Guardián—. ¡No sois mejores que los demás!

Las hojas de los árboles susurraron y suspiraron en el interior del Aviario. El Alma contempló a Hugh en silencio. La Libro soltó una exclamación contenida. El Puerta desvió la mirada.

Al cabo, en tono calmoso y apacible, el primero de los kenkari murmuró:

—Nos debes una vida. En lugar de la tuya, escogemos la de él.

A la Libro se le cortó el aliento; horrorizada, miró al Alma con ojos desorbitados. El Puerta abrió la boca, a punto de hacer lo más impensable: protestar. El Guardián de las Almas dirigió una breve mirada severa a sus dos compañeros, y éstos bajaron la vista y guardaron silencio.

—¿Por qué? ¿Qué os ha hecho? —quiso saber Hugh.

—Tenemos nuestras razones. ¿Te parece aceptable este arreglo?

Hugh cruzó los brazos sobre el pecho y se mesó la barba, pensativo.

—¿Con esto queda saldado todo?

El Guardián respondió con una suave sonrisa:

—Todo, quizá no. Pero se acercará mucho.

Hugh reflexionó y estudió al kenkari con suspicacia. Después, se encogió de hombros.

—Está bien. ¿Dónde encontraré a Haplo?

—En la isla de Drevlin. Está herido de gravedad y muy débil. —El kenkari bajó la vista y se sonrojó—. No deberías tener ninguna dificultad para...

La Guardiana del Libro emitió un gemido sofocado y se llevó ambas manos a la boca. Hugh se volvió hacia ella con una sonrisa sarcástica.

—¿Se te revuelve el estómago? No te preocupes, os ahorraré los detalles escabrosos. A menos, naturalmente, que queráis escuchar cómo murió. Esto os lo ofreceré gratis: la descripción de sus estertores de muerte...

La Libro volvió la cabeza y se apoyó débilmente en el escritorio. El Puerta estaba palidísimo y temblaba de la cabeza a los pies. El Guardián de las Almas permaneció inmóvil, en silencio.

Hugh dio media vuelta sobre los talones y se dirigió a la puerta. El Guardián de ésta dirigió una mirada inquisitiva al Alma.

—Acompáñalo —ordenó éste a su colega—. Ocúpate de los preparativos que Hugh considere necesarios para su traslado a Drevlin. Y proporcionarle también cuantas... armas...

El Puerta estaba blanco como la cera.

—Como tú digas —murmuró, casi incapaz de andar. Antes de salir, volvió la vista atrás con aire contrito, como si suplicara a su superior que reconsiderara su decisión. El Guardián de las Almas, sin embargo, se mantuvo firme e implacable. Con un suspiro, el Puerta se dispuso a escoltar al asesino hasta la salida.

—Hugh
la Mano
—dijo el Alma.

Ya en el umbral de la puerta, Hugh se volvió.

—¿Qué quieres ahora?

—Recuerda que debes cumplir esa condición a la que accediste: decirle a Haplo que es Xar quien ordena su muerte. ¿Te asegurarás de hacerlo? Es muy importante.

—Sí, se lo diré. Lo que el cliente guste. —Hugh hizo una reverencia burlona. Después, se volvió hacia el Puerta—. Lo único que necesito es un puñal de hoja afilada y bien templada.

El kenkari se encogió. Pálido y descolorido, dirigió una última mirada al Alma y, al no recibir de él ninguna rectificación a las órdenes, acompañó a Hugh fuera de la capilla y cerró las puertas tras ellos.

Cuando se quedaron solos, la Libro se volvió hacia el Alma, incapaz de contenerse.

—¿Qué has hecho? ¡Nunca, en todos nuestros siglos de existencia, hemos quitado una vida! ¡Ni una sola! Ahora, nuestras manos se teñirán de sangre. ¿Por qué? ¿Qué razón hay para...?

El Guardián de las Almas mantuvo la mirada fija en la puerta tras la que había desaparecido el asesino.

—No lo sé —respondió con voz hueca—. No me lo han dicho. Me he limitado a hacer lo que me ordenaban.

Volvió la vista hacia la ventana de la parte posterior del altar. En el Aviario, las hojas de los árboles se estremecieron suavemente. Las almas estaban satisfechas.

APÉNDICE I

LA HERMANDAD DE LA MANO

ORÍGENES E HISTORIA

No se sabe con certeza cuándo se estableció la Sociedad de los Asesinos, ni quiénes la fundaron. Ya existía antes de que los sartán abandonaran Ariano, a juzgar por los escritos que han quedado de la época, en los que se lamentan las actividades del gremio y se discuten métodos para acabar con él. Los estudiosos de los sartán suponen que los orígenes de la Hermandad se remontan al tiempo de la formación de los gremios en general, durante el próspero mandato de los elfos de Paxar. Éstos estimularon el libre comercio, permitiendo con ello el desarrollo de una poderosa casta de comerciantes.

Así, mientras los ciudadanos del Reino Medio más pacíficos formaban los gremios de plateros o de cerveceros, tal vez resultaba natural que los elementos más oscuros de la sociedad pensaran en formar su propia agrupación. Puede que, al principio, la Hermandad se formara como parodia de los gremios legítimos, pero sus miembros pronto debieron de ver las ventajas de la delincuencia organizada: autoprotección, autorregulación y capacidad para establecer y controlar precios.

Fundada probablemente por elfos, y sólo con miembros elfos en sus filas, la Hermandad no tardó en ampliar su ámbito para admitir humanos. Probablemente, habría incluido también a los enanos, pues el credo de la Hermandad es que el color del dinero es el mismo para todos, igual que el de la sangre. Sin embargo, para entonces la mayoría de los enanos había sido enviada a Drevlin y, por tanto, quedaba fuera del territorio al que se extendían los intereses y la jurisdicción de la Hermandad.

Los vientos agitados de los cambios y las guerras causaron estragos entre las naciones y los pueblos del Reino Medio, pero estos vendavales no hicieron sino reforzar el poder de la Hermandad. Una serie de líderes fuertes, inteligentes, despiadados y fríos, que culminaban en la propia Ciang, no sólo había mantenido prietas las filas de la Hermandad, sino que había incrementado su riqueza y su importancia.

Poco después de la caída de los paxarias y del advenimiento de los elfos de Tribus, la Hermandad tomó el control de la isla de Skurvash, levantó en ella su fortaleza y, desde entonces, ha continuado ejerciendo una profunda influencia sobre toda la actividad de los bajos fondos en el Reino Medio.

SITUACIÓN ACTUAL

El poder de la Hermandad durante este preciso período de la historia de Ariano es enorme. La guerra y la rebelión sirven como tapadera ideal para sus operaciones. Aunque no está directamente involucrada en las actividades de contrabando de Skurvash (igual que no lo está
directamente
en otras actividades ilegales), la Hermandad carga una «tasa» sobre las mercancías robadas o pasadas de contrabando, a cambio de proporcionar protección a quienes las venden. Esta «tasa» y los ingresos procedentes de las cuotas de afiliación convierten a la Hermandad en el gremio más rico que existe. Tal riqueza e influencia se deben indudablemente al genio de Ciang, la actual líder de la Hermandad.

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