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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

La Mano Del Caos (4 page)

BOOK: La Mano Del Caos
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Y este conocimiento de la verdad era también la causa por la que debía marcharse. Era preciso que avisara a su señor. Un enemigo mayor que cualquier otro al que se hubieran enfrentado, más cruel y más astuto que ningún dragón del Laberinto, más poderoso que los sartán, se proponía destruirlos.

—Vamos —dijo Haplo al perro, con un gesto.

Contento ante la perspectiva de abandonar por fin aquel lugar húmedo y aburrido, el animal saltó alegremente por la ventana y se sumergió en el agua con un chapoteo. Haplo llenó los pulmones de aire —una reacción instintiva, innecesaria en realidad, pues el agua del mar era tan respirable como el aire— y saltó tras él.

Haplo encontró un pedazo de madera, se asió a él y lo empleó para mantenerse a flote. El Cáliz era la única masa de tierra estable en el mundo acuático de Chelestra. Construido por los sartán para que evocara mejor el mundo que habían separado y del cual habían huido, el Cáliz estaba encerrado en una burbuja de aire protectora. El agua que la rodeaba producía el efecto de un cielo en el cual brillaba con radiante fulgor el sol marino de Chelestra. Las serpientes habían horadado esta contención y, ahora, el Cáliz estaba inundándose.

Entre chapoteos, Haplo miró a su alrededor, intentó hacerse una idea de su situación y vio con alivio la cúpula del Salón del Consejo, que se levantaba en la cima de una colina y sería el último lugar en caer víctima de la marea. Sin duda, allí se habían refugiado los sartán. Se protegió del resplandor del sol que se reflejaba en el agua y creyó distinguir unas figuras en el tejado, gente que intentaba permanecer seca, libre del agua debilitadora de la magia, mientras ello fuera posible.

—No os resistáis —les aconsejó, aunque estaban demasiado lejos para oírlo—. En el fondo, eso sólo empeora las cosas.

Por lo menos, ahora tenía una idea de dónde estaba. Se propulsó hacia adelante, en dirección a las torres de la muralla de la ciudad que asomaban por encima del agua. La muralla separaba el sector sartán de lo que en otro tiempo habían sido los barrios mensch. Y más allá quedaba la orilla del Cáliz; la orilla y las partidas de desembarco mensch y una nave para llevarlo a Draknor. En aquella luna marina torturada estaba amarrado su sumergible, una embarcación de los enanos modificada con la magia de las runas y reforzada para llevarlo a través de la Puerta de la Muerte. Su única esperanza de huida.

Pero allí, en Draknor, esperaban también las serpientes.

—Si es así, el nuestro va a ser un viaje muy corto —dijo al perro, que nadaba a su lado con valentía, moviendo las patas delanteras como una máquina mientras las traseras no sabían muy bien cómo tomarse aquel extraño asunto de nadar, pero hacían cuanto podían por mantener elevado su extremo.

Los planes de Haplo eran vagos; no podría concretarlos hasta que supiera dónde estaban las serpientes... y cómo evitarlas.

Siguió adelante, apoyado en el madero y batiendo el agua con los pies. Habría podido soltarse de la tabla y abandonarse al mar, donde no le habría costado más esfuerzo respirar, pero detestaba aquellos primeros momentos de pánico que producía el hecho de ahogarse voluntariamente, el rechazo del cuerpo a aceptar las seguridades que le ofrecía la mente, diciéndole que sólo era un retorno al útero, a un mundo que una vez había experimentado. Asido a la plancha, batió los pies hasta que le dolieron las piernas.

De pronto, se le ocurrió que el madero era una señal de mal agüero. O mucho se equivocaba, o procedía de uno de los sumergibles de madera de los enanos, y se notaba partida, con ambos extremos astillados.

¿Era cosa de las serpientes? ¿Se habían aburrido de aquella toma pacífica de Surunan y se habían vuelto contra los mensch, causando una carnicería?

—Si es así, tendré que echarme la culpa.

Necesitaba con urgencia saber qué había sucedido. Pataleó con más fuerza, más deprisa, pero pronto se sintió cansado, con los músculos ardientes y acalambrados. Nadaba contra la marea, contra la corriente del agua que penetraba en la ciudad. La pérdida de su magia, como bien sabía de amargas experiencias anteriores, lo hacía sentirse inusualmente débil.

La marea lo condujo hasta la muralla de la ciudad. Se agarró a una torreta y ascendió por sus piedras con la idea no sólo de descansar, sino también de efectuar un reconocimiento y observar qué sucedía en la orilla. El perro intentó detenerse, pero la corriente lo arrastró. Haplo alargó el brazo arriesgadamente y logró agarrar al perro por el pellejo del cuello; lo elevó del agua —mientras el animal batía las patas traseras en busca de apoyo— y lo subió a la balaustrada a la que el patryn se había encaramado.

Desde aquel puesto de observación, Haplo tenía una visión excelente del puerto de Surunan y la costa. Haplo echó una ojeada y asintió con gesto sombrío.

—No era preciso que nos preocupáramos, muchacho —murmuró mientras daba unas palmaditas en el flanco del perro, empapado y desgreñado—. Por lo menos, las naves están a salvo.

El animal sonrió y se sacudió.

La flota de sumergibles mensch estaba dispuesta en el puerto en una fila más o menos ordenada. Los cazadores del sol se mecían en la superficie con la proa abarrotada de mensch que señalaban y gritaban, asomaban el cuerpo por la borda y saltaban al agua. Numerosas embarcaciones de pequeño tamaño iban y venían entre el barco y la orilla; probablemente, trasladaban a los enanos, que no sabían nadar. Humanos y elfos, mucho más habituados al agua, dirigían el trabajo de varias ballenas enormes que arrastraban hacia el puerto unas balsas de construcción tosca, llenas a rebosar.

Al ver las balsas, Haplo volvió la mirada al madero que había alzado con él a la torreta. Los mensch estaban desembarcando con la idea de asentarse; por eso habían empezado a desguazar las naves.

—Pero... ¿dónde están las serpientes? —preguntó al perro, que yacía a sus pies, jadeante.

Decididamente, no aparecían por ninguna parte. Haplo continuó observando todo el tiempo que pudo, movido por la necesidad de escapar de aquel mundo y volver al Nexo y a su señor, pero forzado por la pareja necesidad de alcanzar el Nexo con vida. Paciencia, cautela... Eran asignaturas difíciles de aprender, pero el Laberinto había sido un excelente maestro.

No vio rastro alguno de cabezas de serpientes asomando del agua. Quizás estaban todas bajo la superficie, horadando los agujeros a través de los cuales el agua del mar de Chelestra se colaba en los cimientos del Cáliz.

—Necesito saber más —se dijo Haplo con frustración. Si las serpientes descubrían que estaba vivo y se proponía huir de Chelestra, harían lo posible por detenerlo.

Sopesó las alternativas. Detenerse a hablar con los mensch significaría un retraso, además del riesgo de revelar su presencia a las serpientes. Los mensch lo acogerían con alegría y querrían retenerlo y utilizarlo, pero Haplo no tenía tiempo para tontear con los mensch. Sin embargo, no perder algún tiempo en averiguar qué sucedía con las serpientes podía significar un retraso aún mayor. Y quizá mortal.

Haplo aguardó unos momentos, a la espera de algún indicio de las serpientes.

Nada. Y no podía quedarse eternamente en aquella maldita muralla.

Decidido a confiar en la suerte, Haplo saltó de nuevo al agua. El perro, con un potente ladrido, se arrojó tras él.

Haplo penetró en el puerto a nado. Sujeto al madero, se mantuvo a ras del agua evitando el tráfico de embarcaciones. Muchos mensch lo conocían de vista y quería eludirlos cuanto fuera posible. Agarrado a la plancha, estudió con atención las naves enanas. Si conseguía dar con Grundle, hablaría con ella. La enana era más juiciosa que la mayoría de los mensch y, aunque sin duda lo recibiría con grandes muestras de alegría, Haplo estaba seguro de poder librarse de sus abrazos afectuosos sin excesivas dificultades.

Pero no logró encontrar a la enana. Y seguía sin haber rastro de las serpientes. Lo que sí encontró, amarrado a un poste, fue un pequeño sumergible utilizado para rescatar a los enanos que tenían la desgracia de caer al agua. Se acercó a la embarcación y la observó atentamente. No había nadie a la vista; era como si la nave hubiera sido abandonada.

Una balsa tirada por una gran ballena acababa de llegar a la orilla, donde un numeroso grupo de enanos se había congregado para proceder a la descarga. Haplo supuso que la tripulación del sumergible había acudido a echar una mano.

Nadó hasta la embarcación. Aquel golpe de suerte era demasiado bueno como para desaprovecharlo. Robaría el sumergible y navegaría a Draknor. Si las serpientes estaban allí..., bueno, tendría que ocuparse de eso cuando llegara el momento.

Una cosa grande, viva y de piel lisa y resbaladiza chocó con él. A Haplo le dio un vuelco el corazón. Tomó aire, tragó un poco de agua al mismo tiempo, se atragantó y empezó a toser. A la vez que se apartaba de la criatura batiendo el agua con enérgicas patadas, el patryn pugnó por recobrar el aliento y se aprestó a luchar.

Una cabeza reluciente con dos ojos como cuentas de cristal y una boca abierta en una gran sonrisa emergió del agua delante de él. Otras dos cabezas parecidas asomaron a ambos lados de Haplo y una cuarta nadó en torno a él, alegre y retozona, dándole golpecitos con el morro con aire juguetón. Delfines.

Haplo jadeó y escupió agua. El perro intentó un ladrido furioso en un esfuerzo que causó una gran diversión entre los delfines y estuvo a punto de ahogar al animal. Haplo lo agarró por las patas delanteras y colocó éstas sobre el madero, donde el animal se tumbó jadeante, con una mirada de rabia.

—¿Dónde están las serpientes dragón? —inquirió Haplo en el idioma de los humanos.

Los delfines, en anteriores encuentros, se habían negado a hablar o a tener cualquier relación con él. Sin embargo, eso había sucedido cuando las criaturas marinas lo consideraban, cosa comprensible, un aliado de las serpientes. Ahora, la actitud hacia él había cambiado. El grupo de delfines empezó a emitir chillidos y silbidos de excitación y alguno empezó a alejarse, impaciente por ser el primero en difundir entre los mensch la noticia de que el hombre misterioso de los tatuajes azules en la piel había reaparecido.

—¡No! ¡Esperad, no os vayáis! No le digáis a nadie que me habéis visto —se apresuró a decirles—. ¿Qué sucede aquí? ¿Dónde están las serpientes dragón?

Los delfines organizaron un gran revuelo, hablando todos a la vez. En cuestión de segundos, Haplo escuchó todo lo que quería saber y muchas cosas más que ignoraba.

—Nos enteramos de que Saman te había cogido preso...

—Las serpientes han devuelto el cuerpo de la pobre Alake a...

—Sus padres están abatidos de pena...

—¿Serpientes, has dicho?

—... y el sartán...

—Sí, tú y el sartán fuisteis responsables de...

—Tú has traicionado...

—... has traicionado a tus amigos...

—Cobarde...

—Nadie lo creyó...

—Sí, sí que lo creyeron...

—No. Seguro que no. Bueno, quizá por unos momentos...

—En cualquier caso, las serpientes han utilizado su magia para horadar conductos de acceso al Cáliz...

—¡Unos agujeros gigantescos!

—¡Enormes!

—¡Inmensos!

—Las compuertas.

—Abiertas a la vez: un muro de agua...

—Olas de marea...

—Nada sobrevive... ¡Los sartán, aplastados!

—Arrasados...

—La ciudad, destruida...

—Nosotros alertamos a los mensch acerca de las serpientes dragón y las galerías que estaban horadando...

—Grundle y Devon regresaron...

—Y contaron la verdad de lo sucedido. Eres un héroe...

—No; él, no. El héroe es el otro, ese Alfred.

—Sólo quería ser cortés...

—Los mensch estaban preocupados...

—No quieren matar a los sartán...

—Temen a las serpientes dragón. Unas naves enanas salieron a investigar...

—Pero resulta que las serpientes dragón no aparecen por ninguna parte...

—Los enanos sólo entreabrieron ligeramente las compuertas y...

—¡Alto! ¡Silencio!

—Exclamó Haplo, consiguiendo por fin hacerse oír entre la algarabía—. ¿Qué significa eso de que «las serpientes dragón no aparecen por ninguna parte»? ¿Dónde están?

Los delfines empezaron a discutir entre ellos. Algunos decían que las terribles bestias habían regresado a Draknor, pero la opinión más generalizada era, al parecer, que las serpientes se habían colado por las galerías excavadas y estaban atacando a los sartán de Surunan.

—No es así —replicó Haplo—. Acabo de llegar de Surunan y la ciudad está en calma. Hasta donde sé, los sartán se encuentran a salvo en su Cámara del Consejo, donde tratan de mantenerse secos.

Los delfines acogieron la noticia con patente decepción. No deseaban ningún mal a los sartán, pero habría sido una historia tan espléndida... Después de oír a Haplo, hubo unanimidad en la opinión de las criaturas marinas: las serpientes dragón debían de haber regresado a Draknor.

El patryn no tuvo más remedio que compartir tal opinión. Las serpientes habían regresado a Draknor, pero ¿por qué? ¿Qué razón las había hecho abandonar Surunan tan bruscamente? ¿Por qué desperdiciaban la oportunidad de destruir a los sartán? ¿Por qué abandonaban sus planes de fomentar el caos entre los mensch, volviendo a unos contra los otros?

Haplo no podía contestar a tales preguntas, pero se dijo con amargura que eso no tenía importancia. En aquel momento, lo único importante era que las serpientes estaban en Draknor y su nave, también.

—Supongo que ninguno de vosotros se ha acercado a Draknor para cerciorarse, ¿verdad? —inquirió.

Los delfines lanzaron chillidos de alarma sólo de pensarlo y movieron la cabeza con energía. Ninguno de ellos se aproximaría a Draknor, un lugar terrible de gran maldad y tristeza. Sus propias aguas eran ponzoñosas y envenenaban a cualquiera que nadara en ellas.

Haplo se abstuvo de comentar que él había surcado tales aguas y había sobrevivido. No podía culpar a aquellas apacibles criaturas por no querer acercarse a Draknor. Tampoco a él lo entusiasmaba la perspectiva de regresar a aquella torturada luna marina. Pero no tenía alternativa.

Ahora, su principal problema era quitarse de encima a los delfines. Por suerte, eso era coser y cantar. A aquellas criaturas marinas les encantaba sentirse imprescindibles.

—Necesito que llevéis un mensaje mío a los líderes mensch, para que sea entregado en persona y en privado a cada miembro de la familia real. Es de suma importancia.

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