La Edad De Oro (18 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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Atkins entornó los ojos.

—No sé si me corresponde decirlo. Ahora estoy de servicio. El ministril de la Curia no puede ayudarte a romper un contrato legal, aunque sea estúpido. ¿Por qué no olvidar el asunto?

9 - La Curia

Los dos se subieron a la roca. La roca admitió a Faetón con lentitud y renuencia, mientras organizaciones de tamaño microscópico y molecular ocultas en la paramateria recorrían su cuerpo y su armadura en busca de armas secretas. El supermetal crisadmantio frustró los intentos de la sonda; las organizaciones tuvieron que entrar por el cuello de la armadura para limpiar el interior. No era incómodo, pero sí humillante.

Abajo había escaleras descendentes. El protocolo estético era diferente en el interior. El pintoresco traje de Atkins fue reemplazado. No hubo calor cuando el uniforme de Atkins cambió de forma; quizá fuera pseudomateria, no nanomaquinaria. Durante el momento de transición, Faetón vio lo que el soldado usaba realmente debajo: una pulcra chaqueta con bolsillos verticales que contenían cartuchos, respondedores y nanoarmas preensambladas.

Un puñal y una katana colgaban del cinturón. Faetón no podía sino asombrarse ante los anacronismos de ese hombre. ¿Qué clase de sujeto estaba tan hipnotizado por la tradición que todavía llevaba piezas filosas de metal destinadas a ensartar y lacerar a otros hombres?

La transformación fue instantánea. Atkins ahora llevaba un poncho blanco de cuello rígido y su pica se redujo a un bastón de cierto período de la historia militar que Faetón no reconocía. Pero suponía que la capa pálida pertenecía a la Estética Objetiva, que databa de fines de la Quinta Era y era muy anterior a la Estética Consensuada.

En aquella época, antes que existieran las rutinas de traducción sofotec, las diferencias en neuroforma impedían que los Básicos, los Taumaturgos, los Cerebelinos y los Invariantes se entendieran en lenguaje y pensamiento. Era imposible que unos comprendieran el arte de otros. En consecuencia, la Estética Objetiva era muy geométrica, no figurativa, muy estilizada, más una iconografía que una forma de arte. Faetón no la encontraba atractiva.

Al pie de la escalera había una antecámara. Allí había otro hombre. Faetón tardó un instante en reconocerlo en la penumbra.

—¡Gannis! ¿Eres tú, o una de tus manifestaciones?

El hombre se volvió. Era, en efecto, Gannis del Proyecto Júpiter, pero con un traje formal y una amplia toca perteneciente al satélite Europa de la Quinta Era. Una gruesa capa semicilíndrica, semejante a las alas plegadas de un escarabajo, colgaba de anchas hombreras. De allí bajaba un racimo de borlas o tentáculos, con cajas de pensamiento, páginas con notas y placas de interfaz. Los brazos múltiples siempre habían sido una moda europea.

—¡Me place verte, Faetón! —Había cierta rigidez en sus movimientos oculares. Faetón comprendió que Gannis usaba un programa de expresión facial. Obviamente había reconocido la armadura de Faetón.

Gannis era uno de ellos.

Parece que en la Ecumene Dorada yo soy el único que no recuerda lo que hice,
pensó Faetón.

Sus asientos financieros mostraban varios viajes al espacio joviano. Y Faetón tenía una sensación de familiaridad, como si él y Gannis fueran viejos amigos o socios.

Como un rayo de intuición, Faetón sintió certidumbre. No sabía qué había hecho, pero Gannis lo había hecho también. O al menos había ayudado.

—¿También estás aquí para enfrentar a la Curia? —preguntó cortesmente Faetón.

—¿Enfrentarme? No sé a qué te refieres. Mi mente grupal representa a Helión.

—¿Eres su abogado?

¿Por qué ayudaría Gannis a Helión? Faetón tenía la impresión de que ambos eran rivales en los negocios, y de que no se tenían simpatía. La Escuela Sinoética, con sus interfaces mecánicos directos, sus agrupamientos y sus mentes colectivas, discrepaba con las tradiciones individualistas de las escuelas señoriales, pero competían por la misma clientela, el mismo nicho en la socioeconomía.

Gannis gesticuló con indolencia.

—Quizá la Mente Centenaria de Júpiter piensa que sería injusto permitir que tu reclamación prevaleciera. Obviamente has roto tu promesa acerca de los acuerdos de memoria que todos hicimos en Lakshmi; ningún Par desea hacer negocios con un hombre que no merece confianza.

Lakshmi estaba en Venus. ¿Qué había hecho Faetón en Venus? Supuso que el acuerdo de amnesia se había hecho en enero, justo antes de las ceremonias inaugurales de la mascarada. Faetón consultó su rutina de almanaque. En ese momento Venus estaba alineado con la Tierra, una buena posición para dar impulso gravitatorio a las naves que circulaban entre la Tierra, Marte, Deméter o la Plataforma Solar. Mercurio estaba en una posición orbital desventajosa, del otro lado del Sol. Una nota al pie del almanaque indicaba que las comunicaciones se habían alterado en el sistema interior a causa de tormentas solares. Era la época del desastre de la Plataforma Solar.

Faetón miró a Gannis especulativamente. El hombre tenía un aire suspicaz. Y las personas suspicaces tenían la costumbre de encarar las hipótesis como certezas. Era posible engañarlas.

—¿Merezco menos confianza que… otros? —dijo Faetón, con un cabeceo enfático. Miró a Gannis significativamente.

—¿Estás diciendo que a Helión no se le puede confiar su propia fortuna? ¿O que tu reclamación es mejor que la suya?

¿Reclamación? ¿Qué reclamación? Faetón no sabía de qué hablaba Gannis. No obstante, extendió las manos y sonrió arteramente.

—Lo que quiero decir es evidente. Saca las conclusiones que desees.

Gannis enrojeció de furia. Evidentemente su programa facial había fallado, o él mostraba deliberadamente su cólera.

—¿Culpas a Helión por el desastre solar? ¡Esa ingratitud es grotesca, simplemente grotesca! ¡Teniendo en cuenta el sacrificio que esa versión de él hizo por ti! ¡Eres un miserable! ¡Un miserable sin remedio! ¡Además, mi cliente niega todo lo que haya ocurrido en la Plataforma Solar! ¡Ni siquiera estaba allí!

—¿No estaba? Pensé que tu cliente era Helión…

Gannis echó la cabeza hacia atrás, como si lo hubieran picado. Faetón vio una sombra de comprensión en los rasgos de Gannis, un segundo antes de que el programa facial volviera a predominar. Gannis comprendió que Faetón lo engañaba.

—Sin duda la Curia te dirá lo que tienes derecho a saber —dijo con súbita blandura y cortesía.

—Sé que tú has roto el acuerdo de Lakshmi y yo no.

Gannis le dio la espalda.

Atkins había observado la escena con esa expresión tensa que le servía de sonrisa, y un destello de diversión en sus ojos fríos. Cabeceó, los invitó a entrar y movió el bastón para abrir las altas puertas de la antecámara.

La cámara de la Curia era austera. Como Faetón había sospechado, respetaba el severo estilo de la Estética Objetiva.

Columnas cuadrangulares, plateadas y desnudas, sostenían una cúpula negra. En el centro de la cúpula, en el punto más alto del techo, una ancha lente de cristal sostenía un estanque. La luz del mundo de arriba atravesaba el agua formando trémulas telarañas en el suelo. El suelo mismo estaba cubierto con mosaicos en modalidad patrón de datos, representando la jurisprudencia de la Curia. En el centro, iconos pequeños que representaban principios constitucionales enviaban líneas a cada causa en la que eran citados; líneas brillantes para los precedentes, líneas mate para las opiniones o dictámenes discrepantes. Cada causa citada en una causa posterior irradiaba líneas adicionales, hasta que los círculos concéntricos de iconos del suelo se enmarañaban en una compleja red.

La humorada del arquitecto era clara para Faetón. Los mosaicos representaban la inmutabilidad de la ley, pero el juego de luces del estanque los hacía ondear y oscilar con cada brisa.

—¡Gannis! ¿Eres tú, o una de tus manifestaciones?

El hombre se volvió. Era, en efecto, Gannis del Proyecto Júpiter, pero con un traje formal y una amplia toca perteneciente al satélite Europa de la Quinta Era. Una gruesa capa semicilíndrica, semejante a las alas plegadas de un escarabajo, colgaba de anchas hombreras. De allí bajaba un racimo de borlas o tentáculos, con cajas de pensamiento, páginas con notas y placas de interfaz. Los brazos múltiples siempre habían sido una moda europea.

—¡Me place verte, Faetón! —Había cierta rigidez en sus movimientos oculares. Faetón comprendió que Gannis usaba un programa de expresión facial. Obviamente había reconocido la armadura de Faetón.

Gannis era uno de ellos.

Parece que en la Ecumene Dorada yo soy el único que no recuerda lo que hice,
pensó Faetón.

Sus asientos financieros mostraban varios viajes al espacio joviano. Y Faetón tenía una sensación de familiaridad, como si él y Gannis fueran viejos amigos o socios.

Como un rayo de intuición, Faetón sintió certidumbre. No sabía qué había hecho, pero Gannis lo había hecho también. O al menos había ayudado.

—¿También estás aquí para enfrentar a la Curia? —preguntó cortesmente Faetón.

—¿Enfrentarme? No sé a qué te refieres. Mi mente grupal representa a Helión.

—¿Eres su abogado?

¿Por qué ayudaría Gannis a Helión? Faetón tenía la impresión de que ambos eran rivales en los negocios, y de que no se tenían simpatía. La Escuela Sinoética, con sus interfaces mecánicos directos, sus agrupamientos y sus mentes colectivas, discrepaba con las tradiciones individualistas de las escuelas señoriales, pero competían por la misma clientela, el mismo nicho en la socioeconomía.

Gannis gesticuló con indolencia.

—Quizá la Mente Centenaria de Júpiter piensa que sería injusto permitir que tu reclamación prevaleciera. Obviamente has roto tu promesa acerca de los acuerdos de memoria que todos hicimos en Lakshmi; ningún Par desea hacer negocios con un hombre que no merece confianza.

Lakshmi estaba en Venus. ¿Qué había hecho Faetón en Venus? Supuso que el acuerdo de amnesia se había hecho en enero, justo antes de las ceremonias inaugurales de la mascarada. Faetón consultó su rutina de almanaque. En ese momento Venus estaba alineado con la Tierra, una buena posición para dar impulso gravitatorio a las naves que circulaban entre la Tierra, Marte, Deméter o la Plataforma Solar. Mercurio estaba en una posición orbital desventajosa, del otro lado del Sol. Una nota al pie del almanaque indicaba que las comunicaciones se habían alterado en el sistema interior a causa de tormentas solares. Era la época del desastre de la Plataforma Solar.

Faetón miró a Gannis especulativamente. El hombre tenía un aire suspicaz. Y las personas suspicaces tenían la costumbre de encarar las hipótesis como certezas. Era posible engañarlas.

—¿Merezco menos confianza que… otros? —dijo Faetón, con un cabeceo enfático. Miró a Gannis significativamente.

—¿Estás diciendo que a Helión no se le puede confiar su propia fortuna? ¿O que tu reclamación es mejor que la suya?

¿Reclamación? ¿Qué reclamación? Faetón no sabía de qué hablaba Gannis. No obstante, extendió las manos y sonrió arteramente.

—Lo que quiero decir es evidente. Saca las conclusiones que desees.

Gannis enrojeció de furia. Evidentemente su programa facial había fallado, o él mostraba deliberadamente su cólera.

—¿Culpas a Helión por el desastre solar? ¡Esa ingratitud es grotesca, simplemente grotesca! ¡Teniendo en cuenta el sacrificio que esa versión de él hizo por ti! ¡Eres un miserable! ¡Un miserable sin remedio! ¡Además, mi cliente niega todo lo que haya ocurrido en la Plataforma Solar! ¡Ni siquiera estaba allí!

—¿No estaba? Pensé que tu cliente era Helión…

Gannis echó la cabeza hacia atrás, como si lo hubieran picado. Faetón vio una sombra de comprensión en los rasgos de Gannis, un segundo antes de que el programa facial volviera a predominar. Gannis comprendió que Faetón lo engañaba.

—Sin duda la Curia te dirá lo que tienes derecho a saber —dijo con súbita blandura y cortesía.

—Sé que tú has roto el acuerdo de Lakshmi y yo no.

Gannis le dio la espalda.

Atkins había observado la escena con esa expresión tensa que le servía de sonrisa, y un destello de diversión en sus ojos fríos. Cabeceó, los invitó a entrar y movió el bastón para abrir las altas puertas de la antecámara.

La cámara de la Curia era austera. Como Faetón había sospechado, respetaba el severo estilo de la Estética Objetiva.

Columnas cuadrangulares, plateadas y desnudas, sostenían una cúpula negra. En el centro de la cúpula, en el punto más alto del techo, una ancha lente de cristal sostenía un estanque. La luz del mundo de arriba atravesaba el agua formando trémulas telarañas en el suelo. El suelo mismo estaba cubierto con mosaicos en modalidad patrón de datos, representando la jurisprudencia de la Curia. En el centro, iconos pequeños que representaban principios constitucionales enviaban líneas a cada causa en la que eran citados; líneas brillantes para los precedentes, líneas mate para las opiniones o dictámenes discrepantes. Cada causa citada en una causa posterior irradiaba líneas adicionales, hasta que los círculos concéntricos de iconos del suelo se enmarañaban en una compleja red.

La humorada del arquitecto era clara para Faetón. Los mosaicos representaban la inmutabilidad de la ley, pero el juego de luces del estanque los hacía ondear y oscilar con cada brisa.

Encima del suelo, sin tocarlo, tres enormes cubos negros flotaban sin sonido ni movimiento.

Estos cubos eran la manifestación de los jueces. La forma cúbica simbolizaba la solidez y la implacable majestad de la ley. Su elevada posición mostraba que estaban por encima del sentimentalismo y los impulsos terrenos. La corona de cada cubo portaba una doble hélice de oro macizo de gruesos brazos.

Las espirales de oro que coronaban los cubos negros eran símbolos de la vida, el movimiento y la energía. Quizá representaran los intelectos activos de la Curia. O quizá representaran que la vida y la civilización reposaban sobre el sólido cimiento del derecho. En tal caso, era otra humorada del arquitecto. Al parecer, la ley no reposaba sobre nada. Faetón recordó que Ao Nisibus había sido Taumaturgo.

—¡Atención! —exclamó Atkins, golpeando el taco del bastón contra el piso—. Que se aproximen todas las personas citadas por la Honorable Corte de Apelaciones de la Comunidad Ecuménica Federal en la causa de la propiedad de Helión Primo Radamanto. Señorías, la sala está en orden, se han puesto los sellos, se han activado los registros.

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