La divina comedia (31 page)

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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

BOOK: La divina comedia
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mi dama la hizo huir de tal manera,

cuanto huesos sin carne permitían.

Y luego por el sitio que viniera,

vi descender al águila en el arca

del carro y la cubría con sus plumas;

y cual sale de un pecho que se queja,

tal voz salió del cielo que decía

«¡Oh navecilla mía, qué mal cargas!»

Luego creí que la tierra se abriera

entre ambas ruedas, y salió un dragón

que por cima del carro hincó la cola;

y cual retira el aguijón la avispa,

así volviendo la cola maligna,

arrancó el fondo, y se marchó contento.

Aquello que quedó, como de grama

la tierra, de las plumas, ofrecidas

tal vez con intención benigna y santa,

se recubrió, y también se recubrieron

las ruedas y el timón, en menos tiempo

que un suspiro la boca tiene abierta.

Al edificio santo, así mudado

le salieron cabezas; tres salieron

en el timón, y en cada esquina una.

Las primeras cornudas como bueyes,

las otras en la frente un cuerno sólo:

nunca fue visto un monstruo semejante.

Segura, cual castillo sobre un monte,

sentada una ramera desceñida,

sobre él apareció, mirando en torno;

y como si estuviera protegiéndola,

vi un gigante de pie, puesto a su lado;

con el cual a menudo se besaba.

Mas al volver los ojos licenciosos

y errantes hacia mí, el feroz amante

la azotó de los pies a la cabeza.

Crudo de ira y de recelos lleno,

desató al monstruo, y lo llevó a la selva,

hasta que de mis ojos se perdieron

la ramera y la fiera inusitada.

CANTO XXXIII

'Deus venerunt Gentes', alternando

ya las tres, ya las cuatro, su salmodia,

llorando comenzaron las mujeres;

y Beatriz, piadosa y suspirando,

lo escuchaba de forma que no mucho

más se mudara ante la cruz María.

Mas cuando las doncellas la dejaron

lugar para que hablase, puesta en pie,

respondió, colorada como el fuego:

«Modicum, et non videbitis me mis

queridas hermanas, et iterum ,

modicum, et vos videbitis me.»

Luego se puso al frente de las siete,

y me hizo andar tras de ella con un gesto,

y a la mujer y al sabio que quedaba.

Así marchaba; y no creo que hubiera

dado apenas diez pasos en el suelo,

cuando me hirió los ojos con sus ojos;

y con tranquilo gesto: «Ven deprisa

para que, si quisiera hablar, conigo,

estés para escucharme bien dispuesto.»

Y al ir, como debía, junto a ella,

díjome: «Hermano, ¿por qué no te atreves,

ya que vienes conmigo, a preguntarme?»

Como aquellos que tanta reverencia

muestran si están hablando a sus mayores,

que la voz no les sale de los dientes,

a mí me sucedió y, balbuceando,

dije: «Señora lo que necesito

vos sabéis, y qué es bueno para ello.»

Y dijo: «De temor y de vergüenza

quiero que en adelante te despojes,

y que no me hables como aquel que sueña.

Sabe que el vaso que rompió la sierpe

fue y ya no es; mas crean los culpables

que el castigo de Dios no teme sopas.

No estará sin alguno que la herede

mucho tiempo aquel águila que plumas

dejó en el carro, monstruo y presa hecho.

Que ciertamente veo, y lo relato,

las estrellas cercanas a ese tiempo,

de impedimento y trabas ya seguro,

en que un diez, en que un cinco, en que un quinientos

enviado de Dios, a la ramera

matará y al gigante con quien peca.

Tal vez estas palabras tan oscuras,

cual de Esfinge o de Temis, no comprendas,

pues a su modo el intelecto ofuscan;

Mas Náyades serán pronto los hechos,

que han de explicar enigma tan oscuro

sin daño de rebaños ni cosechas.

Toma nota; y lo mismo que las digo,

lleva así mis palabras a quien vive

el vivir que es carrera hacia la muerte.

Y ten cuidado, cuando lo relates,

y no olvides que has visto cómo el árbol

ha sido despojado por dos veces.

Cualquiera que le robe o que le expolie,

con blasfemias ofende a Dios, pues santo

sólo para su uso lo ha creado.

Por morder de él, en penas y en deseos

el primer ser más de cinco mil años

anheló a quien en sí purgó el mordisco.

Tu ingenio está dormido, si no aprecia

por qué extraña razón se eleva tanto,

y tanto se dilata por su cima.

Y si no hubieran sido agua del Elsa

los vanos pensamientos por tu mente,

y el placer como a Píramo la mora,

solamente por estas circunstancias

la justicia de Dios conocerías,

moralmerite, al hacer prohibido el árbol.

Mas como veo que tu inteligencia

se ha hecho de piedra, y empedrada, oscura,

y te ciega la luz de mis palabras,

quiero que, si no escritas, sí pintadas,

dentro de ti las lleves por lo mismo

que las palmas se traen en los bordones.»

Y yo: «Como la cera de los sellos,

donde no cambia la figura impresa,

por vos ya mi cerebro está sellado.

¿Pero por qué tan fuera de mi alcance

vuestra palabra deseada vuela,

que más la pierde cuanto más se obstinad»

«Por que conozcas —dijo— aquella escuela

que has seguido, y que veas cómo puede

seguir a mis palabras su doctrina;

y veas cuánto dista vuestra senda

de la divina, cuanto se separa

el cielo más lejano de la tierra.»

Por lo que yo le dije: «No recuerdo

que alguna vez de vos yo me alejase,

ni me remuerde nada la conciencia.»

«Si acordarte no puedes de esas cosas

acuérdate —repuso sonriente—

que hoy bebiste las aguas del Leteo;

Y si del humo el fuego se deduce,

concluye esta olvidanza claramente

que era culpable tu querer errado.

Estarán desde ahora ya desnudas

mis palabras, cuanto lo necesite

tu ruda mente para comprenderlas.»

Fulgiendo más y con más lentos pasos

el sol atravesaba el mediodía,

que allá y aquí, como lo miran, cambia,

cuando se detuvieron, como aquellos

que van a la vanguardia de una tropa,

si encuentran novedades o vestigios,

las mujeres, junto a un lugar sombrío,

cual bajo fronda verde y negras ramas

se ve en los Alpes sobre sus riachuelos.

Delante de él al Éufrates y al Tigris

creí ver brotando de una misma fuente,

y, casi amigos, lentos separarse.

«Oh luz, oh gloria de la estirpe humana,

¿qué agua es ésta que mana en este sitio

de un principio, y que a sí de sí se aleja?»

A tal pregunta me dijeron: «Pide

que te explique Matelda»; y respondió,

como hace quien de culpa se libera,

la hermosa dama: «Esta y otras cosas

le dije, y de seguro que las aguas

del Leteo escondidas no le tienen.»

Y Beatriz: «Acaso otros cuidados,

que muchas veces privan de memoria,

los ojos de su mente oscurecieron.

Pero allí va fluyendo el Eunoé:

condúcele hasta él, y como sueles,

reaviva su virtud amortecida.»

Como un alma gentil, que no se excusa,

sino su gusto al gusto de otro pliega,

tan pronto una señal se lo sugiere;

de igual forma, al llegarme junto a ella,

echó a andar la mujer, y dijo a Estacio

con femenina gracia: «Ve con él.»

Si tuviese lector, más largo espacio

para escribir, en parte cantaría

de aquel dulce beber que nunca sacia;

mas como están completos ya los pliegos

que al cántico segundo destinaba,

no me deja seguir del arte el freno.

De aquel agua santísima volví

transformado como una planta nueva

con un nuevo follaje renovada,

puro y dispuesto a alzarme a las estrellas.

Paraíso

CANTO I

La gloria de quien mueve todo el mundo

el universo llena, y resplandece

en unas partes más y en otras menos.

En el cielo que más su luz recibe

estuve, y vi unas cosas que no puede

ni sabe repetir quien de allí baja;

porque mientras se acerca a su deseo,

nuestro intelecto tanto profundiza,

que no puede seguirle la memoria.

En verdad cuanto yo del santo reino

atesorar he podido en mi mente

será materia ahora de mi canto.

¡Oh buen Apolo, en la última tarea

hazme de tu poder vaso tan lleno,

como exiges al dar tu amado lauro!

Una cima hasta ahora del Parnaso

me fue bastante; pero ya de ambas

ha menester la carrera que falta.

Entra en mi pecho, y habla por mi boca

igual que cuando a Marsias de la vaina

de sus núembros aún vivos arrancaste.

¡Oh divina virtud!, si me ayudaras

tanto que las imágenes del cielo

en mi mente grabadas manifieste,

me verás junto al árbol que prefieres

llegar, y coronarme con las hojas

que merecer me harán tú y mi argumento.

Tan raras veces, padre, eso se logra,

triunfando como césar o poeta,

culpa y vergüenza del querer humano,

que debiera ser causa de alegría

en el délfico dios feliz la fronda

penea, cuando alguno a aquélla aspira.

Gran llama enciende una chispa pequeña:

quizá después de mí con voz más digna

se ruegue a fin que Cirra le responda.

La lámpara del mundo a los mortales

por muchos huecos viene; pero de ése

que con tres cruces une cuatro círculos,

con mejor curso y con mejor estrella

sale a la par, y la mundana cera

sella y calienta más al modo suyo.

Allí mañana y noche aquí había hecho

tal hueco, y casi todo allí era blanco

el hemisferio aquel, y el otro negro,

cuando Beatriz hacia el costado izquierdo

vi que volvía y que hacia el sol miraba:

nunca con tal fijeza lo hizo un águila.

Y así como un segundo rayo suele

del primero salir volviendo arriba,

cual peregrino que tomar desea,

este acto suyo, infuso por los ojos

en mi imaginación, produjo el mío,

y miré fijo al sol cual nunca hacemos.

Allí están permitidas muchas cosas

que no lo son aquí, pues ese sitio

para la especie humana fue creado.

Mucho no lo aguanté, mas no tan poco

que alrededor no viera sus destellos,

cual un hierro candente el fuego deja;

y de súbito fue como si un día

se juntara a otro día, y Quien lo puede

con otro sol el cielo engalanara.

En las eternas ruedas por completo

fija estaba Beatriz: y yo mis ojos

fijaba en ella, lejos de la altura.

Por dentro me volví, al mirarla, como

Glauco al probar la hierba que consorte

en el mar de los otros dioses le hizo.

Trashumanarse referir per verba

no se puede; así pues baste este ejemplo

a quien tal experiencia dé la gracia.

Si estaba sólo con lo que primero

de mí creaste, amor que el cielo riges,

lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste.

Cuando la rueda que tú haces eterna

al desearte, mi atención llamó

con el canto que afinas y repartes,

tanta parte del cielo vi encenderse

por la llama del sol, que lluvia o río

nunca hicieron un lago tan extenso.

La novedad del son y el gran destello

de su causa, un anhelo me inflamaron

nunca sentido tan agudamente.

Y entonces ella, al verme cual yo mismo,

para aquietarme el ánimo turbado,

sin que yo preguntase, abrió la boca,

y comenzó: «Tú mismo te entorpeces

con una falsa idea, y no comprendes

lo que podrías ver si la desechas.

Ya no estás en la tierra, como piensas;

mas un rayo que cae desde su altura

no corre como tú volviendo a ella.»

Si fui de aquella duda desvestido,

con sus breves palabras sonrientes,

envuelto me encontré por una nueva,

y dije: «Ya contento requïevi

de un asombro tan grande; mas me asombro

cómo estos leves cuerpos atravieso.»

Y ella, tras suspirar piadosamente,

me dirigió la vista con el gesto

que a un hijo enfermo dirige su madre,

y dijo: «Existe un orden entre todas

las cosas, y esto es causa de que sea

a Dios el universo semejante.

Aquí las nobles almas ven la huella

del eterno saber, y éste es la meta

a la cual esa norma se dispone.

Al orden que te he dicho tiende toda

naturaleza, de diversos modos,

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