La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (26 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—¿Qué? —Santiago se agachó junto a ella—. ¿Crees que podría ser cosa de un grupo de vampiros?

Elena tragó saliva, casi segura de que aquello era mucho, muchísimo peor, y levantó un dedo para acallarlo. Luego se puso de rodillas y se acercó aún más al cuerpo para poder examinar las heridas que no estaban cubiertas por sangre reseca.

—No hay marcas de mordiscos —dijo, sorprendida—. Cortes. Cortes diminutos. —Repartidos por todo el cuerpo de la víctima. Realizados por alguien que sujetaba una hoja. Pero la verdadera cuestión era: ¿qué o quién había guiado aquella mano?

—Sí. Fue torturada. —El corpulento detective se puso en pie soltando un gruñido—. ¿El caso es del Gremio o nuestro?

—Del Gremio. —No era del todo cierto—. Esto no lo hizo ningún humano. —Se quitó los guantes y los cogió con una mano antes de aceptar la que le ofrecía Santiago para ayudarla a levantarse—. Gracias.

—De nada. El contenedor de residuos biológicos está allí arriba. —Señaló el lugar moviendo el pulgar por encima del hombro.

Elena regresó con él, se deshizo de los guantes y utilizó el teléfono móvil para llamar a Rafael.

—Hay algo que tienes que ver.

20

R
afael echó un vistazo al cuerpo y se quedó muy, muy quieto.

—La llaman la muerte de los mil cortes.

Mientras su mente racional consideraba las implicaciones de aquel comentario, Elena mantuvo los ojos fijos en los bonitos nomeolvides y en las anticuadas pulseras de la amistad de la muñeca de la chica. Resultaba obsceno hablar sobre antiguos métodos de tortura mientras ella yacía tumbada en la hierba con expresión inocente… pero claro, aquella expresión no era más que un espejismo.

—¿No implicaba desmembramiento?

—No cuando era Caliane quien la llevaba a cabo.

Aquella confirmación provocó un escalofrío en la nuca de Elena.

—No estoy segura del origen de la esencia —dijo, puesto que ya le había hablado de la presencia de las orquídeas negras—. Solo he percibido el aroma de tu madre un par de veces, y nunca en una situación en la que tuviera la oportunidad de evaluar los matices.

La respuesta de Rafael no fue la que habría esperado.

—Estaba hablando con Michaela cuando me llamaste.

Elena apretó el puño al oír el nombre de la arcángel. Hermosa y sensual, Michaela la detestaba desde el primer momento que la vio. Y el sentimiento era mutuo. Salvo que ya no le resultaba tan fácil tratar a Michaela como Su Alteza la Zorra Real, no ahora que sabía que había perdido a un hijo. Elena jamás olvidaría la expresión de abatimiento que había adoptado el rostro de la arcángel aquella terrible noche, en el elegante hogar de Michaela en el Refugio.

—¿Qué te dijo?

—Detecto compasión en tu voz, Elena. —Los ojos de Rafael se oscurecieron a modo de advertencia cuando se clavaron en los suyos—. No cometas nunca el error de mostrarte débil ante Michaela. Ella ha elegido su camino a seguir, y es un camino que podría haber llevado a la muerte a otro arcángel.

Ya le había dicho aquello con anterioridad, y a pesar del hecho de que su corazón humano deseaba encontrar algo bueno en Michaela, sabía que Rafael tenía razón.

—No bajaré la guardia con ella, no te preocupes.

Satisfecho al parecer con aquella promesa, volvió a concentrarse en el cadáver.

—Anoche hubo otro asesinato similar a este en su territorio.

Y si había dos…

—Mierda.

—En ese caso, atraparon al asesino. Un demente delirante.

—Ese parece ser el patrón. —Alzó la mirada al oír a los criminalistas y señaló hacia abajo—. El cadáver es todo vuestro.

Cuando se acercaron, pusieron mucho cuidado en no mirar fijamente a Rafael mientras se encargaban del cuerpo. El arcángel de Nueva York se apartó un poco, hasta colocarse justo al borde del agua.

—No puedo identificar la esencia del asesino aquí. —La frustración era como un desasosiego en las entrañas de Elena mientras lo seguía—. La zona está…

—Tal vez no sea significativo —dijo Rafael—, pero hace un rato, Dmitri me habló de un vampiro que, a juzgar por las pruebas, anoche se prendió fuego y permaneció inmóvil mientras se quemaba. Eso no lo hace un hombre cuerdo.

Elena dejó escapar un suspiro.

—Ya. Menos mal que no se lo hizo a otro. Si Dmitri conoce su nombre, puedo examinar su piso, reconocer la esencia allí y descubrir al menos si estuvo en esta zona.

—La identificación puede llevar semanas. El fuego redujo su cuerpo a cenizas, así que depende de si alguien informó o no de su desaparición. —Extendió las alas y, más arriba, todos los polis se quedaron paralizados.

Elena entendía muy bien su fascinación. Ella había tocado aquellas alas, había sentido aquel cuerpo cálido, poderoso y exigente sobre ella, y aun así se le encogió el corazón.

—Hablaré con Jason —dijo Rafael, que no se había percatado de la reacción de los humanos—. Le pediré que pregunte a sus informantes sobre otros asesinatos que podrían guardar alguna relación. —Desplegó las alas hasta lo imposible y remontó el vuelo.
Ponte en contacto conmigo en el instante en que percibas cualquier posible rastro de su presencia… Ella te aplastaría, Elena, y sin pensárselo dos veces
.

Lo sé
.

Con eso, Elena dejó que se marchara. Algunas pesadillas, como ella sabía muy bien, no desaparecían en un día. Ni siquiera en un año.

Dada la crueldad del asesinato de la chica, el grotesco suicidio de su supuesto asesino y los demás estallidos de violencia repartidos por la ciudad, a Elena casi la sorprendió que los cuatro días siguientes transcurrieran en paz. Aunque se trataba de una paz tensa como la cuerda de un arco, ya que todo el mundo esperaba que sucediera algo.

Como sabía que a caballo regalado no hay que mirarle el dentado, dedicó unas cuantas horas a colocar plantas en el solárium, y también otros de sus tesoros: la delicada máscara tallada de Indonesia terminó en la pared que había junto a la puerta; los diminutos caramelos de cristal de Murano acabaron en un cuenco situado sobre un pequeño escritorio; y el pañuelo de cachemira con bordados de seda hechos a mano colgaba de la otra pared, como si fuera un tapiz. Sus tonos azul medianoche con toques dorados resplandecían a la luz del sol.

—¿Te estás fabricando un nido, cazadora del Gremio? —le había preguntado Rafael la noche anterior, apoyado en el marco de la puerta.

Ella estaba colocando sus libros favoritos en una maravillosa estantería fabricada con madera restaurada que Montgomery le había conseguido. Cuando levantó la cabeza y lo vio, se sintió sofocada por la virilidad que irradiaba… sobre todo allí, en un lugar que ella había convertido en un exquisito refugio femenino.

—Eso es lo que hacen los cazadores. —Tenía la corazonada de que la típica sensación de hogar sería aún mucho más importante para ella en aquella nueva vida—. Pero tú ya habías creado el nido —concluyó.

Aquella casa, a pesar de su enorme tamaño, carecía por completo de la fría elegancia de la Torre. Allí había calidez y belleza. Era un lugar donde podía desplomarse en la cama y acurrucarse bajo las mantas.

—Entonces, ¿qué es esto?

—Estoy demarcando mi territorio dentro de la casa.

Una pausa fría.

—No pienso permitir que pongas distancia entre nosotros, Elena.

Puesto que había previsto algo así, estaba más que preparada para responder.

—Necesito un lugar en el que pueda cerrarte la puerta en las narices cuando me cabreo. Me consta que ambos preferiríamos que ese lugar estuviera aquí, y no en otro sitio.

—¿Y me invitarás a esta parte del nido?

—Tal vez. —Por la expresión del arcángel, la broma no le había hecho ni pizca de gracia. Elena sonrió y estiró el brazo para coger una cajita del tamaño de un taco de notas que tenía al lado—. Tengo algo para ti.

Al igual que la anterior vez que le había dado un regalo (el anillo con ámbar de fuego), Rafael pareció sorprendido y encantado a un tiempo.

—¿Qué es esto?

—Es para la suite de la Torre. —Y en aquel momento, Elena le había ofrecido la caja con la esperanza de que él lo entendiera.

Rafael le había quitado el envoltorio para descubrir un pedazo de roca negra resplandeciente, llena de lo que parecían depósitos de oro.

—Pirita —murmuró al identificar el mineral, que brillaba con reflejos de fuego a la luz del sol—.
Shokran
, Elena.

Había vuelto a robarle el corazón al sujetar el regalo con tanto cuidado.

—Hay una segunda parte —añadió ella—. Esta noche te hablaré de la extraña mina encantada donde conseguí ese trozo de roca. Puede que haya involucrado un antiguo sacerdote vudú Convertido en vampiro.

La expresión de Rafael había cambiado, y la intimidad de su mirada había dejado a Elena sin aliento.

Me regalas un recuerdo, consorte mía. Me siento honrado.
Una inclinación de aquella cabeza de cabello oscuro. Luego volvió a guardar la roca con delicadeza en la caja.

Por supuesto, Elena se había arrojado de cabeza a los brazos de aquel ser que trataba sus regalos como si fueran joyas preciosas. No fue hasta mucho tiempo después, cuando se durmió cubierta por la calidez de sus alas, cuando comprendió que Rafael jamás había cuestionado su derecho sobre una casa en la que él había vivido durante siglos. Y eso aumentaba su sensación de hogar, creaba una nueva raíz en aquella nueva vida, en aquella nueva existencia.

Pero trabajar en el solárium fue algo que hizo en su tiempo libre… por lo general, cuando tenía los músculos hechos polvo. Porque la mayor parte de aquellos cuatro días los había pasado en el gimnasio que descubrió en el descomunal sótano situado bajo la casa; o en el aire, con unos cuantos instructores angelicales; o entrenando en el círculo de prácticas, casi siempre con Rafael y, en ocasiones, con Dmitri.

Aquel día, su oponente no era ni el arcángel ni su segundo al mando.

—La última vez que luchamos, acabaste inconsciente en el suelo. —Unos ojos verdes de pupilas verticales la observaban sin pestañear.

Elena le enseñó los dientes.

—Y también estuve a punto de arrancarte las pelotas.

—Me habrían vuelto a crecer.

—Pues te aseguro que no parecías dispuesto a perderlas en aquel momento. —Alzó la espada corta—. ¿Jugamos ya?

Veneno realizó una breve inclinación de cabeza. Su torso reflejaba un tono moreno cálido e incitante bajo la luz del sol. Sus piernas estaban cubiertas por aquellos pantalones negros holgados que parecían preferir casi todos los hombres que trabajaban allí.

—Puesto que lo pides con tanta amabilidad…

Mientras se atacaban y esquivaban el uno al otro —Veneno intentando golpear sus alas y ella tratando de arrojarlo al suelo—, Elena se aseguró de no mirarlo nunca a los ojos. Había aprendido bien la lección la última vez, cuando había estado a punto de hipnotizarla. Aquella lección le había salvado la vida en Pekín, pero no había disfrutado nada aprendiéndola y no tenía intención de repetir la experiencia. Su espada corta chocó con fuerza contra la hoja curva que él utilizaba, y sintió cómo la vibración ascendía por su brazo hasta los dientes.

Veneno levantó la segunda hoja para bloquear el cuchillo que Elena había estado a punto de clavarle en el abdomen.

—Tablas. —Aquellos ojos de víbora intentaron atrapar su mirada mientras él relajaba los músculos.

Pero Elena no era ninguna estúpida. Veneno tendría unos trescientos años y eso significaba que poseía una descomunal ventaja física.

—No te contengas. —Fue una orden pronunciada con los dientes apretados mientras se ponía fuera de su alcance.

—Debo hacerlo —replicó él, que movía en círculo los sables como si no pesaran nada. El sol arrancaba reflejos a las hojas de una forma que no tardaría en volverse hipnótica—. Acéptalo, Ellie, no puedes ganar si la cosa se reduce a fuerza bruta.

—No me llames Ellie. —Ese nombre estaba reservado a sus amigos.

El vampiro siseó y escupió veneno.

Elena se agachó, rodó y estiró los pies para derribarlo antes de que Veneno pudiera cambiar de posición con uno de sus rapidísimos movimientos serpenteantes.

—¡Alto! —gritó Illium al tiempo que se adentraba en el círculo. A Elena la había sorprendido verlo aquella mañana, ya que se suponía que el Colibrí había llegado la noche anterior. No obstante, según Illium, su madre se había retrasado debido a una tormenta y no aterrizaría hasta pasadas unas horas—. En pie, los dos.

Tras levantarse, Elena vio que Veneno hacía lo mismo y se sintió tentada de derribarlo de nuevo.

—Podrías haberme dejado ciega.

Un encogimiento de hombros sinuoso.

—Te habrías recuperado, aunque habrías sufrido muchísimo… y la próxima vez lo recordarías.

Elena cerró los ojos y contó hasta diez.

—Sí, tienes razón —dijo en cuanto abrió los ojos.

Veneno pestañeó, y sus pupilas verticales se contrajeron cuando abrió los ojos de par en par.

—Me has dejado sin palabras. —Pero no sin movimientos, al parecer, porque se inclinó para dedicarle la más elegante de las reverencias antes de enderezarse y lanzarle un beso—. ¿Otra ronda?

Illium, que tenía una expresión tan apagada como siempre aquellos últimos días, se volvió hacia ella.

—¿Te importa que lo intente yo?

—Dale una buena patada en el culo.

Illium se quitó la camisa y las botas, y extendió una mano para solicitar una de las espadas de Veneno. Sonriente, el vampiro se la entregó.

—¿Estás seguro de que podrás soportarlo, hermosísima Campanilla?

—¿Te he hablado alguna vez de mis botas de piel de serpiente? —lo desafió Illium con una sonrisa salvaje, y Elena supo que Veneno estaba a punto de pagar los platos rotos de lo que atormentaba al ángel de alas azules.

Veneno hizo girar el sable en la mano.

—Creo que necesito unas cuantas plumas nuevas para mi almohada.

Illium adoptó una postura de combate.

—Saluda al vencedor, Ellie.

Elena se acercó a la zona del círculo donde había dejado una botella de agua, bajó las armas y se sentó sobre la hierba.

—¿Preparados? ¡Ya!

Menos de diez segundos después, tenía el corazón a punto de estallar y había olvidado por completo el agua. Porque ni Veneno ni Illium se contenían, y se movían a una velocidad letal. La punta de una hoja pasaba a escasos milímetros de un ojo; un pie estaba a punto de golpear una columna vertebral, un filo de acero a un tris de cercenar un cuello. Era como ver una pelea a cámara rápida. Las alas de Illium eran brillantes borrones azules y su cabello una masa negra salvaje con zafiros incrustados. La piel morena de Veneno reflejaba un brillo dorado, ya que el sudor que la cubría reflejaba la luz del sol.

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