La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (25 page)

Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
13.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No le hagas caso. Vivek habla con los ordenadores la mayor parte del tiempo… En su opinión, los humanos dan demasiados problemas. —Era muy raro verlo lejos de los túneles subterráneos que conformaban su ambiente habitual.

Con un gruñido, el genio informático del Gremio señaló con la cabeza la ajetreada oficina que había un poco más adelante.

—Id para allá. Yo me encargaré del papeleo.

Elena entró con Evelyn, pero cuando quedó claro que Gwendolyn estaba más que dispuesta a ayudar a su hija durante el proceso, salió para hablar con Vivek.

—Me alegro mucho de verte, V.

—¿Recibiste la pistola que te envié por medio de Sara? —preguntó con un toque de envidia en la mirada, que no se apartaba de sus alas.

Elena no se molestó. Él también era un cazador nato, pero había perdido la movilidad en un accidente cuando era niño y no sentía nada de hombros para abajo. Su silla de ruedas era un diseño de tecnología vanguardista desde el que Vivek gobernaba en sus dominios: los Sótanos.

Elena entendía muy bien por qué el hombre prefería quedarse en el escondite secreto y centro de documentación que había bajo el edificio principal del Gremio: debía de ser una pesadilla sensorial para él estar arriba en el mundo y carecer de los medios necesarios para utilizar sus instintos de caza. Que hubiera conseguido conservar la cordura a pesar de aquel tipo de presión, y convertirse además en un activo de valor incalculable para el Gremio, era una prueba de su increíble fuerza de voluntad.

—¿Te refieres a esta pistola? —La extrajo de la funda que llevaba en la parte interna del muslo y luego volvió a guardarla para que no la echaran de allí por haber sacado un arma.

Vivek sonrió, y aquella sonrisa hizo que su rostro resultara impactante. Estaba demasiado delgado, así que sus huesos se marcaban demasiado sobre aquella piel un tono más oscura que la de Veneno, pero era un hombre guapo. Con todo, nunca le había sacado provecho a esta ventaja… Desde que Elena lo conocía, siempre había sido un tipo asexual. Y de forma intencionada, pensó ella.

—Bueno, ¿qué quieres hacer con mis alas?

Su frente se llenó de arugas.

—Iba a pedirte que entraras para escanearlas y así poder hacernos una idea de su estructura interna, pero eso podría hacerte vulnerable. —Trasladó su silla con una inclinación casi imperceptible de la cabeza y se alejó de la oficina para salir al porche que recorría toda la parte frontal del edificio.

Elena lo siguió y se apoyó contra la barandilla.

—Sí. —Cruzó los brazos mientras pensaba en la lealtad—. Él es el dueño de mi corazón, V. Nunca lo traicionaría.

Vivek la miró fijamente durante un buen rato.

—Siempre me pregunté quién sería capaz de romper esa armadura, pero jamás me imaginé que sería un arcángel aterrador de cojones. —Esbozó una sonrisa e inclinó la cabeza hacia la oficina—. Así que…

—Sí…

Vivek sabía más sobre la complicada relación que Elena mantenía con su familia que cualquier otro miembro del Gremio, a excepción de Sara, por supuesto. Dado que había sido repudiado por su propia familia tras el accidente, él la comprendía incluso mejor.

En aquel momento contemplaba el camino asfaltado que desembocada en las gigantescas puertas de hierro que protegían la entrada de la Academia del Gremio.

—Estaba observando los monitores de vigilancia antes de que aterrizaras. Fue tu padre quien trajo aquí a tus hermanas. Está ahí fuera, sentado en su Mercedes.

Elena sintió que se le agarrotaban los hombros. Fue una respuesta instintiva que no pudo evitar. Sabía sin necesidad de que se lo dijeran que Jeffrey estaba allí por Gwendolyn. De algún modo, aquella hermosa mujer que siempre le había parecido un objeto decorativo había encontrado la fuerza de voluntad suficiente para obligar a su recalcitrante marido a apoyar a sus hijas.

«No soy lo bastante fuerte. Perdonadme, pequeñas mías.»

El recuerdo de la voz de su madre, perdida y cargada de dolor, apareció en su mente y le hizo apretar los puños. A diferencia de Gwendolyn, Marguerite no había estado allí para defender a sus hijas frente a un Jeffrey que se había ido convirtiendo poco a poco en un desconocido. Pero claro, Gwendolyn nunca se había visto obligada a oír cómo dos de sus hijas eran torturadas hasta la muerte sin poder acudir en su ayuda porque tenía los brazos y las piernas rotas; no había sufrido una degradación que la había hecho gritar durante días después de lo ocurrido.

—Ellie…

Elena parpadeó al oír el tono brusco de Vivek. Se enderezó y se dio la vuelta para echarle un vistazo a la oficina.

—¿Cuidarás de ella, Vivek? —Paralizado o no, él tenía ojos en todas partes—. Mientras esté en la academia, ¿cuidarás de ella… de las dos?

—Sabes que no hace falta que me lo pidas. —La mirada del hombre estaba cargada de dolor cuando Elena volvió a concentrarse en él—. ¿Alguna vez desaparece? Me refiero al dolor.

El primer impulso de Elena fue decirle que no, pero vaciló. Se lo pensó.

—No —contestó al final mientras le apretaba el hombro con la mano—. Pero puede aplacarse gracias a la intensidad de otras emociones. —Como la furia cegadora que ataba a una cazadora a un arcángel.

—¿Tienes miedo alguna vez? ¿Miedo a que te lo arrebaten todo? —A que te lo arrebaten todo otra vez, era lo que quería decir en realidad.

—Sí —admitió Elena, ya que él había tenido el coraje de preguntárselo—. Pero ya no soy una niña indefensa. Si por alguna razón Rafael decidiera dejarme, lucharía por él hasta mi último aliento. —Porque ahora aquel arcángel era suyo.

Vivek esbozó una sonrisa pequeña, solemne.

—Espero que lo consigas, Elena. Por todos nosotros.

El timbre del teléfono rompió el silencio que había seguido a aquel deseo sincero. Tras comprobar la pantalla, Elena le dijo a Vivek que era Sara antes de que él pudiera preguntárselo.

—Hola, jefa.

—Acabo de recibir una petición de ayuda de la policía. —El tono de Sara era brusco. El tipo de tono que Ransom calificaba de «dictatorial». El cazador solo había utilizado una vez la palabra «dictatorial» cuando le asignaron una caza en un pueblo perdido de la mano de Dios en el que los lugareños miraban su pelo y su chaqueta de cuero con extrañeza y lo llamaban «el moderno».

Elena esbozó una sonrisa al recordar que Ransom había tenido que huir después de la caza, para escapar de las bellezas locales y de las armas de sus padres.

—¿Sí? —le dijo a Sara.

—Sé que ayer tuviste un día difícil, pero eres la única que no está de servicio hoy, así que mueve el culo.

Elena estaba más que dispuesta a recuperar el ritmo de trabajo, pero…

—¿De verdad no tienes a nadie más? —Sara disponía de una enorme red de cazadores en los cinco distritos municipales.

—Quiero que Ransom descanse después de lo que ocurrió —replicó Sara mientras Vivek le susurraba que se marchaba—. Otros muchos sufrieron heridas similares en el caos de ayer. Ashwini anda por aquí, pero se arrastró hasta los Sótanos a las cinco de la madrugada, así que estará dormida como un tronco.

Los cazadores dormían en los Sótanos por un sinfín de razones, pero sobre todo cuando necesitaban esconderse.

—¿Tengo que preguntarlo? —Se despidió de Vivek con un gesto de la mano mientras él se dirigía a la rampa para sillas de ruedas.

—Está trabajando en algo relacionado con Janvier, un símbolo escrito a mano y una enorme cantidad de miel. Eso es todo lo que te puedo decir.

Elena rió por lo bajo cuando le vino a la mente el vampiro cajún al que Ashwini se había pasado media vida persiguiendo.

—Bueno, ¿adónde quieres que vaya? —le dijo a su amiga.

—A la calle Delancey, que está justo debajo del puente de Williamsburg. Un cadáver, tal vez con múltiples mordiscos de vampiros, pero los polis dicen que está tan destrozado que no pueden estar seguros. Debería ser una tarea fácil.

La columna de Elena se convirtió en una barra de acero.

—No necesito que me mimen, Sara.

—No me vengas con idioteces. —Palabras secas—. Todavía no estás en plena forma, y si hubiera tenido a alguien más disponible, no te habría enviado a Boston ayer. Utiliza el tiempo libre para recuperar las fuerzas o te encargaré trabajos insignificantes relacionados con imbéciles que creen que pueden romper sus contratos después de un par de años.

Elena dio un respingo.

—Eres cruel.

—Por eso me gano bien el sueldo.

Al echar un vistazo a la zona de la oficina, Elena vio que Gwendolyn y las niñas parecían haber acabado.

—Estaré allí dentro de unos veinticinco minutos.

—Los polis vigilarán el escenario.

Los policías no solo habían vigilado el escenario, sino que habían puesto tanta cinta amarilla alrededor que parecía una valla.

—Joder… —El agente de uniforme que estaba más cerca de Elena se quitó la gorra y contempló cómo aterrizaba sobre la verde hierba de la zona ajardinada que había bajo el puente—. ¿Son de verdad?

Elena no pudo evitarlo.

—No… Solo despojos de una tienda de disfraces.

El hombre entrecerró los párpados y la contempló durante un rato hasta que un detective de hombros anchos y ropa sencilla se situó entre Elena y él.

—Me alegro de que ya estés de vuelta, señora Deveraux.

—Es un placer volver al trabajo, detective Santiago. —Tras dirigirle al veterano policía una sonrisa genuina, Elena señaló con la cabeza la cinta amarilla—. Un poco excesivo, ¿no te parece?

Santiago se frotó la mandíbula, tan fuerte como la de un boxeador y cubierta de una incipiente barba medio canosa que resultaba aún más evidente debido al color de su piel, del tono de las hojas de tabaco secas.

—Un novato. —Levantó una sección de cinta que tenía la holgura suficiente para que ella pudiera pasar sin preocuparse por las alas—. Se asustó. Es su primer cadáver. No está tan mal como otros que he visto.

Elena tuvo que esforzarse para evitar que las palabras del detective la hundieran en un pasado en el que se negaba a enterrarse. Ella también se había asustado cuando vio su primer cadáver. La única diferencia era que ella tenía diez años y que la víctima era su hermana, Mirabelle. Belle, con sus piernas largas, capaz de jugar a la pelota y bailar con la misma elegancia atlética. Belle, a quien Slater le había partido las piernas por tantos sitios que jamás podría haber vuelto a jugar o a bailar si hubiera sobrevivido.

—Podría ser cosa de un psicópata humano… —La voz profunda de Santiago la trajo de vuelta al presente—. Pero después de las cosas que he visto a lo largo de mi carrera, he aprendido que es mejor asegurarse.

Elena se acercó con cuidado a la pequeña pendiente y siguió el aroma de la sangre casi hasta el borde del agua. Había esperado que la víctima estuviera mojada o semisumergida, pero la adolescente yacía seca sobre las largas briznas de hierba que crecían en aquel rincón sombreado bajo el puente. Seca… salvo por la sangre. La sangre la empapaba de la cabeza a los pies, y solo dejaba entrever de vez en cuando trozos de una piel tan pálida que casi parecía de papel.

Santiago, que había bajado la cuesta con mucha menos elegancia, ya que sus mocasines negros resbalaban sobre la hierba, dejó escapar un suspiro.

—Solo era una cría.

Elena intentó restarle importancia a la juventud de la chica, intentó no ver a sus hermanas Belle y Ariel en el cuerpo lozano de la muchacha. Fue difícil. Con aquel cabello oscuro y grueso y el vestido veraniego con estampado de nomeolvides, parecía una especie de sacrificio pagano acariciado por las briznas de hierba, que se mecían al compás de la brisa. En aquel instante, el viento cambió, y la esencia de muerte que trajo consigo hizo añicos aquella imagen.

—Sí.

—¿Lista para olfatear como un sabueso?

—Sí. —Puesto que le habían dado pie para empezar, Elena respiró hondo. Y frunció el ceño—. Hay un número inusual de esencias vampíricas en la zona. —Toda la sección estaba impregnada con matices tan diversos como el álamo americano y la lima, el té negro amargo con rociaduras de sal marina o los intensos vestigios de melaza. Y aquello no fue lo único que distinguió en el ambiente. Vaya, pensó—. Algo me dice que este lugar era una especie de picadero.

Santiago levantó la cabeza.

—¡Oye, Brent! ¡Me debes diez pavos!

—Pues… Mierda.

Elena sintió que se le curvaban los labios. Y luego se sintió culpable. ¿Cómo era capaz de sonreír cuando había una niña muerta a sus pies? Sin embargo, luchó contra aquella vocecilla interior. El hecho era que había que distanciarse de algún modo de aquellas escenas para que no acabaran con uno.

—¿Ahora se hacen apuestas a mi costa?

Santiago le guiñó un ojo.

—Otro novato. Ha sido como robarle el caramelo a un niño. —Apoyó las manos en las caderas, echándose la chaqueta hacia atrás de esa forma en que suelen hacerlo los hombres, y dijo—: Muchos chupasangres jóvenes vienen aquí con sus parejas humanas. Controlamos esas cosas, pero la mayor parte de las veces se trata de reuniones inofensivas… organizan algunas fiestas y, sí, se lo montan un rato.

—Ah. —Elena se dio cuenta de que no se había relacionado con vampiros jóvenes desde que despertó del coma—. Bueno, eso supondrá un problema, a menos que el asesino, si es que era vampiro, haya dejado un rastro lo bastante intenso en ella para permitirme distinguir su esencia de las demás.

Se puso los guantes de látex que había cogido en la Academia del Gremio (quizá fuese inmune a las enfermedades, pero no le hacía ninguna gracia mancharse los dedos de sangre u otros fluidos corporales) y se agachó junto al cadáver. Porque el cadáver no era una joven a quien le gustaban los nomeolvides y los vestidos veraniegos a pesar del ambiente fresco. No era alguien con piernas de bailarina. Solo era un cadáver.

—¿Puedo tocar? —preguntó mientras luchaba por mantener a raya las emociones.

—Adelante. Ya lo he hablado con los técnicos criminalistas.

La hierba le hacía cosquillas en la parte inferior de las alas. Colocó una mano al lado de la cabeza de la chica muerta para apoyarse y luego se inclinó para olisquear su cuello destrozado.

Hierro. Antiguo. Seco.

Jabón.

Perfume sintético.

Sintió un vuelco en el corazón.

Lujuria lírica y sensual, una esencia tan extraordinaria que resultaba única.

—Orquídeas negras… —susurró para sí, pero había algo… Estaba segura de haber notado trazos de un sutil matiz subyacente cuando el viento los azotó a Rafael y a ella fuera de la casa. Sin embargo, aquella esencia era muy pura. Total y absolutamente pura. Con todo, dada la naturaleza errática de su habilidad para rastrear a los ángeles, no era una prueba concluyente ni nada por el estilo.

Other books

Holes in the Ground by J.A. Konrath, Iain Rob Wright
The dark fantastic by Echard, Margaret
Cold Heart by Lynda La Plante
The Progeny by Tosca Lee
The Sheikh's Jewel by James, Melissa
UnRaveled by K. Bromberg