La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (23 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Cuando saltó del helicóptero hacia la hierba verde que rodeaba su casa ya era más de medianoche.

—¿Pasarás la noche aquí? —le preguntó a Veneno.

El vampiro negó con la cabeza y le cerró la puerta en las narices.

—Vale —murmuró ella—, yo también te deseo unas buenas noches. —Con las alas a rastras como las de un exhausto niño angelical, caminó directamente hacia los brazos de su arcángel, que la aguardaba junto a la casa. Aquellos brazos se tensaron a su alrededor mientras Rafael se giraba un poco para protegerla del viento generado por el helicóptero que despegaba.

Al inhalar el aroma de él a través de la lluvia, Elena soltó un suspiro, y luego repitió el gesto hasta que logró sentir que algo en su interior suspiraba también y bajaba la guardia.

—¿Cómo te ha ido la noche, arcángel? La mía ha sido de lo más interesante.

Tienes la piel marcada, Elena
. Un comentario que exigía una explicación.

Lo más probable era que Elena se hubiera enfadado ante una orden semejante cuando se conocieron, pero ahora le parecía bastante agradable regresar a un hogar en el que alguien se tomaba la molestia de notar que había recibido unos cuantos golpes en el trabajo.

—Te lo contaré si me alimentas y me permites utilizar esa bañera tan lujosa que tienes. —La bañera fue el lugar donde se habían tocado el uno al otro por primera vez, con tanta pasión que aún se quedaba sin aliento cada vez que lo recordaba.

—Ven.

Elena sintió un escalofrío al percibir el matiz sexual de aquella orden y le dio la mano para permitir que su arcángel la arrastrara por la casa hasta su habitación. Fue entonces cuando vio su camisa manchada de sangre.

—¡Oye! —Frenó en seco. O más bien intentó hacerlo.

Al ver que Rafael no se detenía, decidió abordarlo en el dormitorio.

Tan pronto como se cerró la puerta, se soltó y puso los brazos en jarras. Los cortes de las palmas ya se habían cerrado, aunque no tenían muy buen aspecto.

—Quítate la camisa.

Rafael enarcó una ceja y se sacó la camisa por la cabeza. Las ranuras para las alas se deslizaron por sus gloriosas plumas con un suave susurro apagado. Un segundo después, arrojó la camisa al suelo con una expresión divertida que hizo que Elena deseara tumbarlo sobre la cama y cabalgar sobre él hasta que a ambos les estallara la cabeza. Resistió el impulso y lo rodeó para contemplar su espalda.

—¡Estás herido!

Tenía tres enormes cortes en la piel.

Parpadeó perpleja, se acercó para verlos más de cerca, y se quedó boquiabierta.

—Se están curando ante mis propios ojos.

Eso significaba que o bien las heridas eran recientes, o bien que los daños habían sido mucho peores. Contempló su camisa, evaluó las manchas de sangre y decidió que las heridas habían sido peores.

—Soy un arcángel, Elena. Eso son poco más que arañazos. —Se dio la vuelta y la estrechó contra su cuerpo—. Quítate la camiseta.

De repente, a Elena le resultaba difícil pensar, pero respiró hondo y consiguió hacerlo.

—¿Cómo es posible que estés tan malherido?

Tras colocar la mano sobre el hombro de su camiseta negra de manga larga, Rafael tiró y la desgarró. La camiseta de Elena estaba hecha jirones un instante después, y sus pechos quedaron desnudos, ya que la prenda llevaba el sujetador incorporado. Con el abdomen tenso a causa de la necesidad y el pecho subiendo y bajando a un ritmo irregular, la cazadora se lamió los labios.

—¿Te sientes mejor?

La respuesta de Rafael fue agachar la cabeza, apoyar a Elena sobre su brazo y meterse uno de los pezones en la boca para lamerlo.

Sin dejar de temblar, Elena enterró las manos en su cabello y tiró. Rafael empezó a utilizar los dientes y ella soltó un soplido.

—Rafael… —Pretendía ser una advertencia, pero sonó como un gemido mientras el cubría el otro pecho con la mano para apretarlo y acariciarlo de una forma tan experta que le flaquearon las rodillas.

A la mierda con todo, pensó entonces y arqueó el cuerpo para disfrutar el hambre voraz de la boca de su arcángel. No se sorprendió ni lo más mínimo cuando Rafael apartó la mano de su pecho para situarla en la parte delantera de sus pantalones vaqueros. Los desgarró. Y las bragas fueron lo siguiente. Un segundo después, cuando la arrojó sobre la descomunal cama, Elena extendió las alas sobre la suavidad del edredón mientras él le sujetaba las rodillas para alzarle y separarle las piernas, para dejarla expuesta ante sus ojos.

Un azul abrasador acogió la mirada de Elena cuando esta alzó la vista. Las alas del arcángel empezaron a brillar. Elena no le había visto quitarse los pantalones, pero soltó un grito cuando su erección comenzó a separar la carne de la zona más delicada de su cuerpo.

—Rafael…

Un beso que exigía. Todo el cuerpo del arcángel era piel dorada y músculos encima de ella.

—Más rápido —ordenó Elena, y al ver que él continuaba penetrándola con embestidas lentas y profundas, lo rodeó con las piernas y utilizó su propia fuerza para hacerlo caer hacia la cama.

—¡Elena! —Rafael se sujetó antes de aplastarla, pero ella gritó al notar cómo su pene se hundía hasta el fondo en su interior.

Por un instante, ambos se quedaron inmóviles, conectados por una intimidad que Elena no había conocido antes.

¿
Te he hecho daño
?

Nunca
. Deslizó las manos por la piel de su espalda y acarició con los nudillos aquella zona sensible que había bajo las alas.

—Bésame, arcángel. —Y en aquel mismo momento, tensó los músculos internos sobre la barra de acero que estaba enterrada en ella.

Rafael hundió una mano en su cabello y se apoderó de sus labios mientras utilizaba la otra mano para sujetarle la cadera. La primera embestida hizo que Elena arqueara la espalda y que soltara un grito en el interior de la boca del arcángel. Con la segunda, los espasmos internos de placer se cerraron sobre su miembro mientras el orgasmo la convertía en un millón de añicos iridiscentes.

18

C
onsorte, pensó Rafael mientras Elena temblaba bajo su cuerpo, su compañera.

Una vez más, cazadora
.

Apretó los dientes para resistir el impulso de embestir, y cuando cambió la inclinación de su pene dentro de ella, obtuvo el placer de oírla gemir.

Sin embargo, Elena no se rindió. Con los ojos vidriosos, le besó la mandíbula y el cuello antes de darle un empujón en el pecho.

—Es mi turno.

Rafael le permitió intercambiar posiciones y se tendió de espaldas. Sus alas cubrían la cama de lado a lado. Con las palmas apoyadas sobre su torso, Elena se alzó sobre él como una visión de pechos enardecidos por la pasión, con el cabello del color del invierno enmarañado por la acción de sus manos, unas asombrosas alas de medianoche arqueadas sobre los hombros, y unos muslos musculosos y tersos. El resto de sus piernas aún estaba cubierto, ya que no había podido esperar el tiempo suficiente para quitarse del todo sus pantalones vaqueros. En cuanto a sus pies…

Botas. Todavía llevaba las botas puestas.

Su consorte, pensó Rafael una vez más. Magnífica, salvaje y suya.

Cuando Elena se inclinó para besarlo su suave cabello cayó en cascada y los encerró en una celda de lujuriosa intimidad; Rafael se rindió y dejó que ella lo poseyera. El cuerpo de la cazadora se movía al ritmo de las provocadoras caricias de su lengua, y Rafael supo que aquella mujer estaba a punto de arrojarlo al abismo.

No sin ti
.

Dejó caer sus escudos para intentar algo que jamás había probado antes. Elena era una inmortal joven, no conocía las reglas, no sabía cómo mantener sus defensas en momentos como aquel. Él nunca habría invadido su mente, aquella era una intimidad que debía ser otorgada, no arrebatada. Así pues, dejó que la mente de Elena se extendiera y penetrara en la suya.

Su consorte se sacudió sobre él y sus hermosos ojos se convirtieron en mercurio cuando gritó y se abandonó a un estallido de calor líquido. Y eso fue lo único que hizo falta. Rafael cayó al abismo con ella y alzó de nuevo sus escudos, porque el impacto de una sensación tan abrumadora podría hacerle daño… y ni siquiera en aquel punto extremo de pasión le haría daño a aquella cazadora de corazón mortal que tenía en sus manos su propio corazón.

Elena no dijo una palabra cuando Rafael la estrechó entre sus poderosos brazos (después de que ella se quitara a patadas las botas, los calcetines y lo que quedaba de sus vaqueros) y la llevó a la bañera, donde el agua estaba a la temperatura justa para derretir los huesos. Tras sumergirse con un suspiro, Elena notó que su trasero entraba en contacto con una de las pequeñas repisas y, dando por hecho que tenía suficiente apoyo, echó la cabeza hacia atrás, casi segura de que, incluso cerrados, aún tenía los ojos en blanco.

Sintió una oleada de agua sobre la piel y supo que su arcángel se había unido a ella.

La tentación fue imposible de resistir, así que abrió los ojos y recorrió con la mirada sus musculosas piernas, los marcados surcos de su abdomen. Era un placer muy, muy íntimo, y ella pensaba disfrutar de él tan a menudo como le fuera posible.

—¿Cómo está tu espalda?

—Curada. —El arcángel se sumergió en el agua y colocó los brazos sobre los bordes de la bañera—. Calculé mal… Volé demasiado cerca de las vigas de acero de un edificio en construcción.

Obligándose a moverse, Elena flotó hasta situarse a su lado, apoyó la cabeza en unos de sus hombros y colocó una mano sobre su corazón. Nunca había estado en aquella posición con otro hombre, pero Rafael, a pesar de lo mucho que la desquiciaba con lo de los guardaespaldas, comprendía quién era ella, comprendía que aquella pequeña rendición no podía extrapolarse a otros asuntos.

—Tú no cometes errores de ese tipo.

El arcángel la rodeó con el brazo y empezó a trazar líneas sobre su piel con los dedos.

—Hubo un huracán alrededor de una hora antes de que el terremoto sacudiera Boston. Conseguí compensar el empuje del viento, pero no lo bastante rápido.

Aquello tenía mucho más sentido.

—Ese terremoto fue de lo más extraño, Rafael. Estaba muy localizado. —Se incorporó un poco y recorrió el arco de su ala con los dedos con delicada precisión.

Elena

Ella esbozó una sonrisa al escuchar la advertencia. Luego inclinó la cabeza para rozarle la mandíbula con los labios.

—Me estabas hablando del terremoto…

Aquel azul infinito existente solo en las partes más profundas del océano enfrentó su mirada antes de que ella agachara la cabeza para besarle el cuello. Rafael enterró los dedos en su cabello, pero los dejó relajados. Aquel cuerpo enorme era el de un arcángel que se encontraba a gusto en brazos de su consorte.

—¿Me estás diciendo que los vampiros se vieron atraídos hacia esa misma zona? —El pecho de Rafael subía y bajaba a ritmo sereno, al compás de las caricias. Los latidos de su corazón eran fuertes y firmes.

—Sí —respondió Elena, que usó los dientes para mordisquear los tendones que acababa de besar—. Incluso el que encontramos después parecía dirigirse hacia esa misma dirección. —Pero había sucumbido a la sed de sangre, que borró cualquier otro pensamiento—. Pero la cuestión es que el epicentro del terremoto parecía ser el helicóptero.

No era el helicóptero, sino tú
.

Ella compuso una mueca.

—Intentaba evitar esa conclusión.

La mano enterrada en su pelo dio un tirón para levantarle la cabeza, pero en aquella ocasión no hubo beso.

—Tienes la cara muy magullada. —Rafael levantó la mano libre, le sujetó la barbilla y le inclinó la cabeza hacia un lado para evaluar los daños—. Has perdido algo más que la capa de piel superficial.

Elena no protestó. Después de todo, ella le había ordenado que se desnudara para poder examinar sus heridas.

—Casi no me molesta. —De hecho, tenía la impresión de que la piel ya había empezado a regenerarse, mucho más rápido que cuando era humana.

Sintió un vuelco en el corazón al recordar aquello, al recordar que ya no era una mortal.

—Tardará al menos dos días en sanar —dijo Rafael al tiempo que le soltaba la barbilla—. También tienes cardenales en las costillas y en las caderas.

—¿Y cuándo te has dado cuenta de eso? —Se sentó a horcajadas sobre él y le rodeó el cuello con los brazos antes de hundir la cabeza y besar su yugular. Ante otro que no fuera él, jamás habría sido capaz de mostrarse tan cariñosa—. Me pareció que estabas mucho más interesado en otras partes de mi anatomía.

Unas manos fuertes y mojadas se cerraron en torno a su cintura.

—¿Te duele mucho? —Sus labios eran sensuales y sus ojos estaban cargados de oscuras promesas masculinas, pero su expresión decía a las claras que no harían nada interesante hasta que ella confesara.

Elena dejó escapar un suspiro y señaló una de sus costillas.

—Esta duele, pero no tanto como para molestarme mientras hacíamos ejercicio en el dormitorio. —Aquel anhelo irresistible de acariciar, de tomar y ser tomada, había eliminado cualquier otra sensación, cualquier otra necesidad—. Mi ala izquierda aún está sensible… Debo de haberla forzado demasiado. —Levantó las palmas de las manos—. Y parece que estos cortes ya se están curando.

Rafael alzó una mano cuya palma estaba cargada de fuego azul. Elena notó que se le tensaba el vientre al recordar el increíble poder que aquel arcángel albergaba en su interior. Pero aquella llama no era de las que hacían daño. Cuando él le colocó la mano sobre las costillas, lo único que notó fue un calor tan profundo que penetró hasta sus mismos huesos.

—¡Vaya! —El suave grito escapó de sus labios cuando la sensación se extendió en un estallido de calor eléctrico para dirigirse a los lugares que más le dolían. No obstante, una pequeña corriente recorrió también el resto de sus venas y arterias… y aquella corriente poseía un matiz sexual que nada tenía que ver con la curación—. Arcángel, si haces que todo el mundo sienta esto cuando los sanas —le dijo con voz ronca—, empezaré a considerarlo un problema.

Rafael no sonrió, pero había un pecaminoso deje en su voz que llegó hasta la mente de Elena.

Se trata de una mezcla especial, Elena. Solo para ti
.

La última vez que le había dicho aquello, la había cubierto con polvo de ángel. Un polvo erótico, exótico, diseñado para llenar cada centímetro de su piel de insoportable excitación.

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