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Authors: Marcos Aguinis

Tags: #Intriga, Relato

La cruz invertida (7 page)

BOOK: La cruz invertida
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21

No sé por qué elegí Derecho y Ciencias Sociales. Tal vez porque me parecía la carrera más fácil o tal vez porque no tenía ganas de contrariar a los viejos. Ya me daba lo mismo.

Mamá se ocupó de comprarme un traje nuevo para esa ocasión. "¡Tengo un montón, más lindo que éste!", protesté. "No importa

replicó exultante
—,
hoy es tu primer día de Universidad, entras en otro mundo."

—¡Bah!

Me persiguió con el cepillo hasta la puerta, como si fuera a un desfile de modelos. Papá esperaba con el automóvil para llevarme. Noté que él también se había acicalado más que de costumbre. El acontecimiento no era sólo mío, por supuesto. Papá frenó frente a la facultad, donde ya se habían aglomerado muchos jóvenes.


Suerte, hijo, y... ¡valor!


Gracias, viejo.

Pasé por entre los primeros grupos hasta el amplio
hall
de acceso. Me era familiar, pues lo recorrí detenidamente cuando estuve a matricularme. Busqué algún conocido, sin éxito, y me apoyé contra una columna. De ahí podía escuchar algunas conversaciones. Estaban los estudiantes de cursos superiores, desinhibidos, dicharacheros y los que recién llegaban, medrosos, desconfiados, inocentes. Las voces más sonoras eran aquellas que se desenrollaban contando anécdotas sobre los profesores. Ridiculizarlos era la mejor y única lícita manera de tomarse algún desquite. Un muchacho me descubrió. Habíamos estado juntos en alguna reunión social. No recordaba su nombre. Le confesé que recién ingresaba. Me dijo que iba a segundo año y empezó a darme categóricos consejos. Al profesor Fulano tienes que asistirle a clase y sentarte en primera fila para que te vea. A Zutano jamás le hagas preguntas: lo exasperan y es capaz de hundirte sin asco. En cambio, a Mengano le encanta que le interrumpas, que se actúe en clase: el que permanece callado va derecho a la muerte; yo le preguntaba siempre, aunque fueran tonterías, y aprobé sin dificultad.

Sonó un timbre y empezamos a circular buscando nuestra respectiva aula. Tardé bastante en encontrar la mía, casi al final de un corredor. Estaba de bote en bote. Descubrí una butaca vacía y la ocupé.

Mi vecina inició la conversación.


¿Primer año?


Sí, primer año.


Entonces seremos compañeros

sonrió
—.
Me llamo Olga Bello.


Yo, Néstor Fuentes.

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ÉXODO

Lovaina, Roma, Innsbruck. Se enhebran en la memoria como una tricota de lana blanda y tibia. Los recuerdos vienen y van por los pliegues del cerebro como esas ondas que cabrillean sobre la infinita bóveda del mar. El pasado, aún tan fresco, es presente. Pasado y Presente son siempre presente cuando la memoria funciona bien. Ahora es necesario aplicar lo aprendido, ver con esos "poderosos" lentes nuevos que han sido pulidos por el
aggiornamento.

En mi patria las condiciones sociales son distintas. No se pueden aplicar los moldes de países altamente industrializados a sociedades que recién se desperezan de un letargo semifeudal. Pero sí se deben aplicar los instrumentos que se encuentran en otras partes, para avanzar más rápido. En fin de cuentas África ha dado un salto mucho más gigantesco que cualquier nación latinoamericana. Los africanos en sólo dos o tres generaciones atravesaron el tiempo que empieza en el canibalismo y llega a la Academia de Ciencias. El padre impuso al hijo las cicatrices faciales de un salvaje paganismo y ese hijo, con las cicatrices del pasado en su presente, deslumbra con su educación, su habilidad y su cultura. África nos enseña mucho, especialmente a saltar. Pero ellos tienen una ventaja sobre nosotros. Los grillos que el colonialismo sujetó a sus pies pesan un siglo y en Latinoamérica, cuatro siglos.

América Latina es terreno fértil para nuevas experiencias sociales. No, América Latina duerme para el mundo, excepto cuando rompe con su pasado, como ocurrió en Cuba, América Latina es el depósito de la reacción eclesiástica. No, América Latina tiene capacidad para revolucionar a la Iglesia y apoyar su retorno a las fuentes. No, América Latina duerme. No, América Latina despierta. No, América Latina seguirá igual, agitándose en debates impotentes, dando la impresión de movimiento, pero continuando en el mismo sitio. No, América Latina cambia día a día y se gesta una sociedad inédita en su seno. No, América Latina merece ser ignorada, está al margen del mundo. No, América Latina puede llegar a rutilar como Sión. Las olas del mar ruedan sin cesar, atropellándose unas con otras, rompiéndose en espuma como esos pensamientos paralelos o
e
ncontrados que nacieron en Roma o Lovaina durante los debates o el estudio.

Fue enviado a Europa con los promedios más altos (aprendió a memorizar) y una conducta ejemplar (su rebeldía había logrado la suficiente profundización anestésica). En la Universidad Gregoriana se puso en contacto por primera vez con un ambiente internacional.

De junio a octubre viajó con libertad absoluta, una libertad que había olvidado, que no sabía consumir. Se abrió al mundo, sintió sus contrastes, su electricidad, vio sus miserias, compartió su jocundidad. La vieja anestesia se empezó a diluir. Su conocimiento emergía de las aguas profundas y vio otra vez al cielo y a sus nubes ruborizadas por el sol. De la católica Roma pasó a Innsbruck, donde la Iglesia había adquirido aún mayor liberalización.

Por primera vez se quitó la sotana. Le pareció haber ingresado en un club de nudistas, donde la regla, por ser común, devino tolerable. Al principio extrañó ese amuleto que le protegía de las tentaciones mundanas.

Aprendió a estudiar de otra manera, conoció un pensamiento teológico crítico y compatible con este mundo que recién asumía. Por primera vez se rió de los viejos manuales y supo lo que es un ejercicio auténtico para la inteligencia. Abandonó los métodos perimidos y encaró estudios serios, profundos, sin soflamería declamatoria ni pueriles fuegos de artificio. En sus nuevos libros intercaló con lápiz los viejos lemas para uso de la militancia que le habían enseñado en el Seminario. Parecían la historia del lobo feroz contada por Descartes.

La nave partía el océano rumbo a su tierra, una extraña Tierra Prometida. Abrió un profundo surco de espuma. Carlos Samuel contempló el espeso y lácteo encaje que emergía del agua. Latinoamérica no se deja roturar. Así se lo demostraron. Sus
élites
desean la inmovilidad. Conservan el
statu quo
violentamente. La Iglesia debería ser como la quilla de ese barco. Tendría que partir la espesa costra como un diamante al vidrio para liberar la fuerza y belleza sumergidas. La Iglesia es una nave. Y la oligarquía, esa escasa cantidad de agua que forma la superficie, que se colorea de azul o de verde, que se espejea en el cielo, pero que oculta con terca opacidad a las enormes masas oceánicas y su infinita vida interior. La nave tiene la ilusión de estar sostenida por la superficie y con ella se compromete. Pero, en realidad, navega sobre el mar y es todo el mar, no sólo la zafírica y arrogante superficie quien la sostiene.

23

Decidimos con Olga
preparar juntos una materia. Me convenía, porque ella era metódica y consecuente, atributos que no integran mi personalidad. Yo estaba ya algo atrasado, lo cual provocaba una creciente alarma en casa. Con rendir esa materia lograría que me dejaran en paz un tiempo. Y para conseguir un adelanto de esa paz, les anuncié mis planes. Desde luego que se interesaron en saber quién era ella, y su familia. El doctor Arturo Bello tenía reputación de buen abogado y eso les agradó. Que yo fuera diariamente a su casa para estudiar unas horas les parecía altamente positivo, pues imaginaban que el Derecho me entraría por inhalación y osmosis. Cuando insistían demasiado en su burgués interrogatorio y yo tenía ganas, inventaba de lo lindo sobre las maravillas que veía en casa de los Bello. Y mis pobres viejos soñaban que su hijo

yo

llegaría a constituir un hogar de iguales condiciones, donde flotaría una dorada nube de superioridad académica. Mamá ampliaba algunos de mis comentarios, especialmente en lo que se refería a la limpieza y buenas costumbres, como si alguna vez hubiera estado allí.

Con el doctor Bello y su señora apenas si había cruzado un saludo, porque nunca se asomaban al cuarto de Olga. Yo entraba y salía como en mi casa. No existía ni el control ni la limpieza que se imaginaba mamá. Ese relativo desorden producía un resolano calor. Incluso perdí mi aversión al piso de parquet, al que rayaba con el borde de mis suelas mientras estudiaba, como si dibujara garabatos en la arena. También me acostumbré a que las ventanas permanecieran abiertas dejando que los cuadros de luz se proyectaran en el piso y en los muebles, sin temer que éstos se destiñeran ni que la habitación se llenara de polvo.

Una tarde, para concluir el tema, decidimos estudiar un par de horas extras. Me quedé a cenar. Por primera vez compartí dos horas de charla con el doctor Bello y su esposa. Tanto me martillaron en casa sobre lo que era el hogar de un "profesional bien", que el contraste con la realidad me deparó una grata sorpresa. La misma naturalidad y
desorden que aprecié desde que empecé a estudiar con Olga, reinó en la cena. Nada de amaneramientos, ni reglas de puntilla almidonada, ni acosamiento de sirvientes en legión. Comida simple y vajilla simple. Todo simple, natural, cómodo. Pocos platos, poco vino y mucha charla. En la comida es cuando los padres y su hija discutían de todo, especialmente de política.

La señora Bello era dulce, porque callaba cuando hablaba su marido. Creo que lo mismo hubiera opinado papá... El doctor Bello era también amable, pero se aproximaba al borde del fastidio cuando empuñaba un asunto que despertaba sus pasiones. Entonces su verborragia se hacía incontenible. Debo reconocer que se expresaba bien y que sus ideas eran claras, armónicas y categóricas. Sospeché que era marxista. Se lo pregunté a Olga.


Somos comunistas

precisó.

El doctor Bello aplicaba su marxismo por doquier, con tremenda facilidad, pero Olga encontraba aspectos que le permitían discutirle con rigor. Entonces distinguí dos marxismos: el del viejo y el de la joven, como dos tipos de arterias: las escleróticas y las sanas. El marxismo joven es flexible, elegante y atractivo. El marxismo viejo es duro, seco y antipático. Yo mismo me asombré cuando de golpe se plantaron ante mí estas dos formas ideológicas, como se asombró Roentgen al descubrir los rayos
X.

Esa noche regresé tarde y mis padres me recibieron afligidos. Temían que me hubiera ocurrido algo. Era su primer hijo, su hijo varón único y el depositario de sus ilusiones.

Ya conocía bien a mis viejos y los entendía y hasta toleraba. Los pobres querían "ser más" mediante el "tener más" y mientras más tenían, en vez de liberarse más se esclavizaban. Sus limitaciones afectivas, ideatorias y visuales aumentaban de manera proporcional a su fortuna.

Así que, ya harto, decidí contarles la verdad: que cené en casa de Olga porque se nos hizo tarde, que conversé largamente con sus padres y que

en eso fui algo brutal

el doctor Bello y su familia, eran comunistas.

Papá y mamá no reaccionaron enseguida, sino que adelantaron al unísono un poco sus cuerpos, abriendo más los párpados. No lograban encajar mis palabras en su concepción sobre el doctor Bello. Les repetí lo último, para que de una vez comprendieran bien. La sangre se les fue de la cabeza. Mamá retrocedió hasta tocar una silla y se sentó.


Esa chica no te conviene

dijo
—.
puede arruinarte la carrera.


Pero si
con ella estudio muy bien esta materia, mamá.


No te conviene, Néstor; será tu ruina.

24

EPÍSTOLA

Querido sobrino:

Comprendo la angustia que amarga tu vigilia y agita tus sueños. La injusticia, las perversiones, el mal en sus formas más grotescas han desfilado por tu confesonario. Pero tú elegiste la Parroquia de San José.

Apenas desembarcaste, en el mismo día, decidiste solicitar ese destino. Te fue concedida la petición. Alternaste tus horas de actividad en la iglesia con recorridos por el barrio. Fuiste en busca de feligreses y de sus pecados. Te metiste en las madrigueras donde hiede la inmoralidad. ¿Es virtud? Sí, no lo puedo negar. Pero creo que hubo apresuramiento de tu parte. Tu sensibilidad de cristiano y de sacerdote te impulsaron a volcarte de inmediato hacia quienes más te necesitaban. Pero eres joven. Tu experiencia europea ha sido teórica, no te pudieron endurecer para los fuertes golpes que te daría nuestra realidad. Confío que saldrás airoso de la prueba, porque a medida que ganas ovejas para el rebaño de Dios, tu corazón se alegrará y fortalecerá. Soportarás todo lo que me cuentas con tanta vehemencia.

Para cumplir mejor tu cometido, sigue este consejo e interpreta bien mis palabras: evita identificarte con los obreros. Si lo haces, perderás ecuanimidad. Tu visión se estrechará y pensarás tan limitadamente como ellos. Entonces atribuirás sus males a las penurias económicas. De ahí caerás en la tentación de atribuir los males del espíritu a las insatisfacciones de la carne. Llegarás, como algunos sacerdotes incautos, a desviaciones de tinte marxista. Querrás combatir el Mal dando la riqueza a los que no la tienen, como si entre los ricos no hubiera pecados. La santidad no corre pareja con la riqueza y son muchos menos los santos que han vivido en la opulencia que aquellos que encontraron justamente en la pobreza y en las privaciones el incentivo para elevar sus almas. Estos santos nos enseñaron que en las miserias más espantosas puede brillar la virtud como un diamante. El santo lo es en todas partes y bajo cualquier circunstancia, así como el brillante sigue brillante aunque yazga en un lodazal.

Hay una familia de tu parroquia que vive en una cueva y cuyos placeres terrenales se limitan a la fornicación y a la bebida. Hazla poseedora de una acaudalada fortuna y obtendrás la caricatura de la justicia, como si a un homicida vistieras con toga de juez y lo sentaras en su estrado.

Dios es infinitamente sabio y justo; la Divina Providencia traza el curso de nuestras vidas y pone orden en nuestra sociedad. Variados y contrastantes son los caminos que llevan al Señor. Si pretendes elegir un solo camino para toda la humanidad, caerás en el mismo error que cometieron los descendientes de Noé construyendo la torre de Babel. Dios la destruyó, confundió a las gentes, porque desdeña la uniformidad. Dios nos brindó libertad para que sólo con nuestro esfuerzo y nuestra voluntad obtengamos los premios de la vida eterna. La propiedad —contra la que centran sus críticas los marxistas, pero que ningún Estado comunista pudo aún abolir por completo— es un derecho natural. Dios lo sancionó en el séptimo mandamiento. Responde a una inclinación de la naturaleza humana que ya se revela en el niño de tierna edad. Responde también a una necesidad, porque estimula el trabajo y el progreso.

Volviendo entonces al primer asunto, si atribuyes el Mal a la pobreza, tendrías que quitar la propiedad a quienes la tienen —violando la Ley de Dios—, uniformarías a todos en igual nivel de riqueza —violando la Ley de Dios—, quitando a los hombres la oportunidad para hacer méritos gracias a su libertad —violando la Ley de Dios—— llevando a los pobres que serán bienaventurados a ser los ricos que difícilmente entrarán en el reino de los cielos...

Nuestro tiempo peca por atribuir demasiado valor al confort y el boato exterior. Ello va en desmedro de la riqueza interior. El cuerpo y el alma se balancean en sendos platillos. Cuanto pesa más el cuerpo, se minimiza el alma. Por eso tantos santos mortificaban su cuerpo para inundar de luz y pureza su alma.

No niego que para la salud del alma se requiere también la salud del cuerpo. Todo cristiano debe llevar una vida digna. Y en nuestro país nadie, si se lo propone, puede justificar plenamente no llevar una vida digna. ¡Que trabaje en vez de beber, que perfeccione un oficio en vez de fornicar! En poco tiempo su nivel subirá como la marea del océano. Para ser hábil y diestro, es necesario que la conciencia esté tranquila y la mente despejada. La bebida y la fornicación no contribuyen a mejorar el rendimiento.

Por eso el tratamiento debe ser racional. Es preciso curar la herida de adentro para afuera. Porque si suturas la piel y no limpias el fondo de la úlcera, corres el peligro de dejar en el interior una severa infección que llevará pronto ese individuo hacia la muerte. El fondo de la herida es el alma.

Tu tarea, pues, no consiste en desesperar para que ingrese más dinero en los hogares humildes, enardecerte por tardanzas en los pagos y exigir mayor justicia social: como ministro de Dios, que vela por la porción eterna del hombre, debes limpiar a tus feligreses de pecados, enseñarles el amor y las prácticas ascéticas.

La Divina Providencia allanará lo demás. El Señor es misericordioso y no olvida a sus criaturas.

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