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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

La costa más lejana del mundo (48 page)

BOOK: La costa más lejana del mundo
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Estoy seguro de que Mowett habrá reforzado las cadenas —dijo.

Los marineros habían subido la lancha por encima de la línea adonde llegaba la marea alta y la habían colocado con el fondo hacia arriba sobre troncos de palma, de modo que formaba una cómoda caseta. Las placas de cobre del casco brillaban a la luz de la luna y de debajo de éste salía el humo de una docena de pipas y se movía hacia sotavento. A cierta distancia, Bonden caminaba de un lado a otro esperándole.

Hay mal tiempo, señor —dijo.

Sí —dijo Jack, y ambos miraron hacia la luna, por delante de la cual pasaban de vez en cuando pequeñas nubes con rapidez, aunque en tierra el viento no soplaba con mucha intensidad—. Esto se parece a la combinación que había antes. Has oído que la marea sube durante nueve horas, ¿verdad?

Sí, señor, y me parece horrible. Me lo dijo un inglés que me encontré cuando salía de la tienda. Me contó que era un antiguo miembro de la tripulación de la
Hermione
, y que había una veintena más en la
Norfolk
y también otros desertores. Dijo que le enseñaría quiénes eran si usted le garantizaba que a él no le ocurriría nada y que recibiría una recompensa. Todos sintieron horror al ver la
Surprise
. Al principio pensaron que era un barco ruso y dieron vivas, pero luego se quedaron perplejos cuando vieron qué embarcación era realmente.

No me cabe duda. ¿Qué le dijiste al antiguo tripulante de la
Hermione
?

Le dije que se lo contaría a usted, señor.

El cielo fue iluminado completamente, y ambos pudieron ver una enorme masa negra acercarse desde el sureste y corrieron a buscar refugio, pero antes de que Jack llegara, la lluvia empezó a caer y se empapó. Abrió y cerró con cuidado la puerta de la cabaña y se quedó junto a ella chorreando agua, y afuera se oyeron el sonido sibilante de la lluvia y el rugido de los truenos. También con cuidado, Martin, que leía un libro junto a un farol con portezuelas, se puso un dedo en los labios y señaló a Stephen, que estaba durmiendo tranquilamente hecho un ovillo y a veces sonreía.

Durmió toda la noche, aunque fue la noche más ruidosa que Jack había pasado hasta entonces. A la una de la madrugada el viento empezó a soplar con tanta intensidad que hacía oscilar los mástiles y la jarcia de la fragata y los árboles y arbustos que quedaban en la isla, y las enormes olas que llegaban del sur producían un horrible estruendo que se sentía con todo el cuerpo, no sólo entre el rugido del viento y el impacto de los árboles que caían.

¿Qué fue eso? —preguntó Martin cuando la cabaña se estremeció después de recibir unos golpes cuando hubo una ráfaga de viento.

Cocos —respondió Jack—. Gracias a Dios que Lamb hizo muy bien el techo, porque pueden causar golpes mortales, con un viento como éste.

Stephen siguió durmiendo a pesar del ruido de los cocos y de la tenue luz del amanecer, pero abrió un ojo cuando el viento se encalmó y salió el sol y dijo:

Buenos días, Jack.

Entonces volvió a cerrar el ojo.

Con el mismo cuidado de antes, Jack salió al exterior, que había sido devastado por el viento. Corrió hasta la orilla con el agua hasta los tobillos y vio que la lancha no se había movido. Entonces se subió al tronco de un árbol caído y, sujetándose a un cocotero que aún estaba en pie, observó el océano lleno de blanca espuma con su telescopio de bolsillo. Observó todo el horizonte, por el norte y por el sur y todas las crestas de las olas y los senos que se formaban entre ellas, pero no vio ningún barco.

CAPÍTULO 10

Dos ideas pasaron por mi mente —dijo Jack sin dejar de mirar por la rendija de la pared desde donde se veía la parte occidental de la isla y las aguas donde la
Surprise
seguramente aparecería—. Una es que nunca he realizado una misión con tan mal tiempo.

¿Ni siquiera cuando estabas al mando del horrible
Leopard
? —preguntó Stephen—. Recuerdo que entonces soportamos fuertes tormentas y ráfagas de viento… —También recordaba que habían estado varias semanas en una resguardada bahía del Antártico reparando el navío entre albatros, petreles, cormoranes de ojos azules y pingüinos, todos ellos muy dóciles.

El tiempo era riguroso cuando navegábamos en el
Leopard
—dijo Jack—. Y también cuando yo era un guardiamarina del
Namur
, navío que escoltaba los mercantes que iban a Arkhangelsk. Recuerdo que acababa de lavarme el pelo con agua que mi compañero y yo habíamos obtenido al derretir hielo, y nos habíamos hecho el uno al otro las coletas, que eran muy largas, como las de todos los marineros de la época, ¿sabes?, y no nos la recogíamos salvo para entablar un combate… Pues bien, en ese momento nos ordenaron disminuir velamen y el viento soplaba del nornoreste con gran intensidad trayendo consigo pedazos de hielo. Subí a la jarcia para ayudar a arrizar la gavia mayor, y me coloqué en la parte de barlovento del peñol, pero pasamos mucho trabajo porque el braguero se inclinaba constantemente hacia sotavento y otro cabo se había partido. Cuando terminamos por fin y estábamos a punto de bajar, mi sombrero voló y oí un crujido justo detrás de mi oreja y luego vi que mi coleta también volaba. Estaba congelada y dura como un palo y se había partido por la mitad. Te doy mi palabra de que es cierto que se partió por la mitad, Stephen. La recogieron en la cubierta y yo la guardé para dársela a una chica a quien amaba en aquel tiempo y que trabajaba en Keppel's Knob, en Pompey, pensando que le gustaría, pero no le gustó —dijo, y después de una pausa, añadió—: Como estaba mojada, se congeló, ¿comprendes?

Creo que sí —dijo Stephen—. Pero, amigo mío, ¿no te has desviado un poco del tema?

Lo que quería decir era que, a pesar de que he soportado tormentas en otras misiones, el tiempo durante ésta, en conjunto, ha sido más riguroso, pues ha caído mucha más lluvia y el viento ha soplado con más intensidad. La otra idea que pasó por mi mente fue que es extraño hablar con un hombre que tiene la cara cubierta de pelo, porque no puedes saber lo que piensa realmente ni lo que quiere decir ni si dice la verdad o miente. Lo mismo pasa cuando hablas con alguien que lleva gafas oscuras.

Te refieres al capitán Palmer, ¿verdad?

Sí. Durante el período que estuve aquí con Martin y Colman y que tú yacías ahí indiferente a todo no quería hablar de él.

El período al que aludía eran los tres días que duró una violenta tempestad que les había obligado a permanecer en la cabaña todo ese tiempo a excepción de una hora escasa. El viento soplaba ahora con menos fuerza, y aunque la lluvia había empezado a caer otra vez, ya no era como antes, no era torrencial ni impedía ver ni respirar; los hombres caminaban por la isla recogiendo frutos que habían caído al suelo, frutos del árbol del pan, otros parecidos a castañas y cocos, la mayoría de ellos abiertos a pesar de tener la corteza dura.

Sí —continuó—. No he podido formarme una opinión de Palmer. Primero pensé que era verdad lo que Butcher había dicho y Palmer repitió, que la guerra había terminado. Creo que los oficiales no mienten.

¡Oh, Jack, por el amor de Dios! Tú eres un oficial y te he visto mentir innumerables veces, como Ulises. Te he visto izar banderas para engañar a los demás, banderas que indicaban que tu barco era un mercante holandés o francés o un barco de guerra español y que eras un amigo o un aliado. Todos ganaríamos el paraíso terrenal si un Gobierno, tanto una monarquía como una república, sólo encargara misiones a oficiales que no mintieran ni tuvieran arrogancia, ni gula, ni avaricia, ni envidia, ni rabia ni violencia.

Jack había puesto una expresión preocupada al oír la palabra «mentira», pero la cambió al oír la palabra «violencia».

Esos son ardides que se usan en la guerra y son legítimos. No son mentiras propiamente dichas, como decir que hay paz cuando uno sabe muy bien que no es verdad. Una mentira sería acercarse a un enemigo con una bandera falsa, lo que es apropiado, y dispararle antes de izar la bandera verdadera en el último momento, lo cual es una acción deshonrosa, propia de un pirata, y por la cual un hombre debería ser ahorcado. Quizá la diferencia es demasiado sutil para que pueda apreciarla un civil, pero te aseguro que los marinos la notan. Pero no creo que Palmer mienta, y pensé en llevarle a él y a sus hombres a las Marquesas, dejarles en libertad y hacer que los oficiales den su palabra de que no volverán a servir en su Armada hasta que sean canjeados por otros prisioneros, en caso de que haya un error o el tratado no haya sido ratificado. Aunque la captura no es más que una formalidad, quería aclarar las cosas inmediatamente. No quería comportarme cortésmente con el capitán y comer y beber con él y luego decirle: «A propósito, ¿le importaría entregarme su sable?». Así que la primera vez que hablé con él le dije que era un prisionero de guerra. No se lo dije en broma, entre otras cosas porque él es un hombre mucho mayor que yo, un hombre maduro, pero era evidente que exageraba un poco. Le dije que no le obligaría a ir conmigo a la fragata esa misma noche ni iba a poner esposas a sus hombres. Pero comprobé con asombro que se lo tomó en serio y empecé a pensar que pasaba algo raro. Recuerdo que cuando llegamos a la costa me pareció extraño que los tripulantes de la
Norfolk
no se alegraran de vernos aunque la guerra había terminado y éramos sus rescatadores. Eso era muy extraño.

Dime, Jack, ¿cómo querías que respondiera el capitán cuando le dijiste que era un prisionero?

Creo que, si en realidad se ha firmado la paz, cualquier oficial habría respondido maldiciéndome, aunque con cortesía, o juntando las manos y suplicándome que no le encerrara en la bodega ni le azotara más de dos veces al día.

Creo que el humor que he notado tantas veces en la Armada no ha cruzado el Atlántico. Además, si la noticia es mentira, ¿eso no podría deberse al ballenero inglés? Después de todo, el capitán del
Vega
tenía motivos para evitar ser capturado.

El capitán del
Vega
puede haber mentido, naturalmente. No obstante, tengo tantas dudas que no le he hablado a Palmer de la libertad bajo palabra ni de las Marquesas ni de nada. Si todavía hay guerra, tendría que apresarles a todos, y si no lo hiciera faltaría a mi deber. No sólo su seriedad me hizo sospechar sino muchas otras pequeñas cosas, y el ambiente, aunque no sé cuáles son sus motivos. Y cuando regresaba a la cabaña me enteré de que Palmer tenía en su tripulación a varios antiguos tripulantes de la
Hermioney
a otros desertores. ¿No te he hablado de la
Hermione
? —preguntó al ver la expresión de asombro de Stephen.

Me parece que no, amigo mío.

Tal vez no. Fue lo peor que ocurrió en mis tiempos, aunque tuvo un final glorioso. Te lo contaré brevemente. A un hombre que nunca debía haber sido nombrado capitán de navío, ni siquiera oficial, le dieron el mando de la
Hermione
, una fragata de treinta y dos cañones, y la convirtió en un infierno flotante. Los tripulantes se amotinaron en las Antillas y le mataron, lo que a mucha gente le pareció justificado, pero también asesinaron a tres tenientes, al sargento de infantería de marina, al contador, al cirujano, al escribiente, al contramaestre y a un guardiamarina, a quien persiguieron por toda la fragata. Luego la llevaron a La Guaira y se la entregaron a los españoles, con quienes estábamos en guerra entonces. Fue un suceso horrible de principio a fin. Pero algún tiempo después los españoles la llevaron a Puerto Cabello, y allí Neil Hamilton, que estaba al mando de mi querida
Surprise
y tenía excelentes tripulantes, fue con ellos hasta el puerto en las lanchas y la sacó de allí, a pesar de que estaba amarrada por la proa y la popa, protegida por dos potentes baterías y vigilada por los españoles. Recuerdo que el cirujano, un hombre extraordinario llamado M'Mullen, iba al mando de un esquife. Los tripulantes de la
Surprise
mataron a muchos españoles, pero la mayoría de los que se habían amotinado escaparon, y cuando España se unió a nosotros en contra de los franceses, muchos se fueron a Estados Unidos. Varios embarcaron en mercantes, lo que era una estupidez porque los mercantes eran registrados con frecuencia, y cada vez que encontraban a alguno, le ahorcaban. En todas las bases navales se conocía la descripción exacta de todos ellos, incluidos sus tatuajes, y ofrecían una enorme recompensa por sus cabezas.

¿Y hay algunos de esos desafortunados hombres en la tripulación de la
Norfolk
?

Sí. Uno de ellos se ha ofrecido a delatar a los demás si el rey le perdona y le recompensa.

El mundo está lleno de delatores.

Eso cambia las cosas. Palmer tiene a una veintena de antiguos tripulantes de la
Hermione
y a otros desertores en su tripulación. Si son capturados, los otros desertores pueden ser ahorcados o, si son extranjeros, recibir quinientos azotes, pero a los antiguos tripulantes de la
Hermione
les condenarán a pena de muerte, y aunque no valen mucho, Palmer tiene el deber de protegerles porque son sus hombres. Aunque sólo sean nominalmente prisioneros de guerra, habrá que interrogarles y anotar sus nombres en el rol de la fragata, y seguramente les reconoceremos y tendremos que ponerles grilletes hasta que sean ahorcados; sin embargo, si hay paz, serán simplemente náufragos y podrán pasar inadvertidos entre los demás. Creo que eso es lo que él piensa.

Tal vez esos hombres sean los que mencionaba el candido señor Gill en la carta que encontramos en el paquebote. Recuerdo que decía: «… el paraíso de mi tío Palmer, adonde van algunos colonizadores, hombres que quieren vivir tan lejos de sus compatriotas como sea posible».

¿Puedo entrar? —preguntó Martin, asomando por la puerta.

Llevaba una chaqueta de lona alquitranada y con una mano, que chorreaba agua, sostenía un aro de barril cubierto también de lona alquitranada que formaba una primitiva sombrilla, y con la otra mantenía cerrada su camisa, pues en el pecho llevaba varios cocos y frutos del árbol del pan.

Por favor, cojan estos frutos antes de que se me caigan —dijo, y cuando Jack dejó de mirar por la rendija y se volvió hacia él, preguntó—: ¿No ha visto la fragata?

No —respondió Jack—. No es posible que venga hoy. Estoy arreglando el telescopio para poder ver la mayor parte posible del horizonte al noroeste cuando llegue el momento oportuno.

¿Es posible calcular cuánto tiempo tardará en regresar? —preguntó Stephen.

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