La costa más lejana del mundo

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: La costa más lejana del mundo
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El capitán Jack Aubrey persigue una poderosa fragata estadounidense que está haciendo estragos entre los balleneros británicos, y si no logra cazarla antes de que llegue al Cabo de Hornos, deberá perseguirla por el infernal paso de Drake y a través del océano Pacífico hasta lograr darle alcance. Y por supuesto, la fragata no le pondrás las cosas fáciles.

Patrick O'Brian

La costa más lejana del mundo

Aubrey y Maturin 10

ePUB v1.0

Mezki
28.12.11

ISBN 13: 978-84-350-1681-0

ISBN 10: 84-350-1681-1

Título: La costa más lejana del mundo : una novela de la Armada inglesa

Autor/es: O'Brian, Patrick (1914-2000)

Traducción: Lama Montes de Oca, Aleida

Lengua de publicación: Castellano

Lengua/s de traducción: Inglés

Edición: 1ª. ed. , 3ª. imp.

Fecha Impresión: 12/2004

Publicación: Edhasa

Colección: Aubrey & Maturin,181 [Ver títulos]

Materia/s: 821.111-3 - Literatura en lengua inglesa. Novela y cuento.

NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Ésta es la décima novela de la más apasionante serie de novelas históricas marítimas jamás publicada; por considerarlo de indudable interés, aunque los lectores que deseen prescindir de ello pueden perfectamente hacerlo, se incluye un capítulo adicional con un amplio y detallado Glosario de términos marinos

Se ha mantenido el sistema de medidas de la Armada real inglesa, como forma habitual de expresión de terminología náutica.

1 yarda = 0,9144 metros

1 pie = 0,3048 metros — 1 m = 3,28084 pies

1 cable =120 brazas = 185,19 metros

1 pulgada = 2,54 centímetros — 1 cm = 0,3937 pulg.

1 libra = 0,45359 kilogramos — 1 kg = 2,20462 lib.

1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.

NOTA DEL AUTOR

Quizá las obras de muy pocos escritores sean originales por lo que respecta a la trama. Shakespeare, por ejemplo, no inventó casi nada, y Chaucer tomó prestados muchos elementos de autores vivos y muertos. En cuanto al autor de esta obra, diré que tiene menor grado de originalidad que ellos, pues en sus libros ha incluido relatos de batallas reales y ha alimentado su fantasía con diarios de navegación, despachos, cartas, memorias y relatos de la época. Pero apropiarse de algunos elementos no es realmente un plagio, y a propósito de eso debo confesar que la descripción de la tormenta del capítulo 9 la copié de William Hickey porque creo que no es posible superarla.

Sin embargo, si este autor continúa escribiendo esta serie de libros, muy pronto aumentará su grado de originalidad, porque se le acabarán los datos históricos. Hace diez u once años, un respetable editor estadounidense le sugirió que escribiera un libro sobre la Armada real en los tiempos de Nelson y él aceptó porque le gustaban el tema y el período histórico, y rápidamente escribió el primer libro de esta serie. Esa novela estaba situada temporalmente a principios del período en que lord Cochrane estaba al mando del
Speedy
, del cual el autor tomó espectaculares batallas navales e innumerables detalles de la vida real, pero si hubiera sabido cuánto iba a disfrutar escribiendo este tipo de libros, habría empezado a escribir sobre una época muy anterior. El
Speedy
, un navío de catorce cañones, no capturó el
Gamo
, de treinta y dos cañones, hasta 1801, hecho que fue seguido por la desacertada paz de Amiens, la cual impidió que muchos marinos con empuje destacaran y que muchos escritores se quedaran sin material para sus obras. Aún no se ha agotado el tiempo histórico para estos libros, y éste hará recordar a los historiadores especializados en asuntos marítimos la persecución de la
Essex
, una fragata de la Armada norteamericana, por la
Phoebe
, una fragata de la Armada real. Pero incluso en el siglo XIX los años tenían sólo doce meses, y es posible que en un futuro no lejano el autor (si los lectores le soportan) escriba sobre años hipotéticos como las lunas que se tuvieron en cuenta para calcular la Pascua de Resurrección, o sea, un 1812a y quizás un 1812b.

Pero, si lo hace, eso solamente afectará a la cronología, porque continuará repitiendo los hechos históricos con exactitud y contando cómo era realmente la Armada real con ayuda de documentos de la época. El lector no encontrará ningún basilisco que mate con la mirada, ni a un Hortentot sin religión ni modales ni lenguaje articulado, ni a ningún chino que sea cortés y tenga profundos conocimientos de ciencia, ni a héroes llenos de virtudes, siempre victoriosos o inmortales, y en caso de que aparezcan cocodrilos, el autor tratará de que no le causen pena cuando devoren sus presas.

CAPÍTULO 1

¡Que venga el capitán Aubrey! —gritaron sucesivamente varias voces—. ¡Que venga el capitán Aubrey!

Al principio, cuando el grito lo dieron los marineros situados en la popa del buque insignia, desde la proa no pudo oírse bien pero se oyó claramente después, cuando lo repitieron los que estaban en el alcázar y en la parte del pasamano comprendida entre éste y el castillo, en cuyo lado de estribor se encontraba el capitán Aubrey. El capitán estaba de pie junto a una carronada de treinta y dos libras y miraba la galera púrpura del emperador de Marruecos, anclada frente a la fortaleza Jumper, y el enorme monte rocoso de color gris parduzco que se veía detrás de ella, el peñón de Gibraltar. Mientras tanto, el señor Blake (que había estado a sus órdenes cuando era un débil muchacho con el grado de guardiamarina, y ahora era un hombre alto, casi tan robusto como él y tenía el grado de teniente) le explicaba cómo era la cureña que había inventado, una cureña que permitiría disparar las carronadas dos veces más rápido sin peligro de que volcaran y con gran precisión, y, además, duplicaría su alcance, por lo que probablemente contribuiría a poner fin a la guerra.

Sólo podían llamar así a un capitán de navío los oficiales de grado superior a él, y Jack Aubrey estaba esperando que el almirante le llamara desde poco después del amanecer, cuando el
Caledonia
había llegado al puerto. Sabía que a los pocos minutos de recibir la llamada tendría que decir al comandante general por qué no había obedecido sus órdenes. Puesto que la fragata
Surprise
, una embarcación pequeña y vieja pero con excelentes cualidades para la navegación, debía ir de Malta a Inglaterra, donde se quedaría anclada en un puerto o sería vendida o enviada al desguace, el almirante sir Francis Ives, el comandante general de la escuadra del Mediterráneo, había ordenado a Jack Aubrey pasar por un puerto de Berbería llamado Zambra (situado en el estado de Mascara), para hacer cambiar de actitud al dey de ese territorio, que estaba del lado de los franceses y había amenazado a los ingleses con lanzar ataques contra ellos si no le daban una enorme cantidad de dinero. También le había ordenado que, en caso de que el dey no abandonara esa actitud, hiciera subir a bordo al cónsul británico y dijera a su alteza que, si cumplía esas amenazas, todos los barcos que llevaran la bandera de Mascara serían capturados, hundidos, quemados o destruidos por cualquier otro medio, y que los puertos de su país serían bloqueados. Además le había mandado a hacer el viaje en compañía del
Pollux
, un navío que también se dirigía a Inglaterra; un navío de sesenta cañones que era más viejo que la fragata y en el cual viajaba como pasajero el contraalmirante Harte, aunque solamente le había encomendado a él la misión de hacer cambiar de actitud al dey, ordenándole que después de cumplirla fuera a Gibraltar a darle un informe sobre ella. A Jack Aubrey le pareció que la misión era simple, especialmente porque un excelente consejero político le acompañaba, el cirujano de la fragata, el doctor Maturin. Al llegar a la boca de la bahía de Zambra dejó al
Pollux casi
con tranquilidad, con la tranquilidad que podía tener alguien que había pasado la mayor parte de su vida en el mar, un elemento peligroso y traicionero, y separado de la eternidad solamente por unos maderos.

Pero les habían traicionado y el enemigo conocía el plan del comandante general. Dos fragatas y un navío de línea franceses se habían acercado a la bahía por barlovento, obviamente, de acuerdo con el dey de Mascara, y desde las fortalezas del país habían disparado a la
Surprise
, y luego se produjeron una serie de hechos que impidieron a Aubrey hablar con el dey y llevarse al cónsul, el señor Eliot. El
Pollux
entabló un combate con el navío francés de ochenta cañones y poco después explotó, y a consecuencia de eso perecieron todos los tripulantes. Aubrey había logrado escapar por las excelentes cualidades para la navegación que tenía la
Surprise
; sin embargo, no pudo llevar a cabo nada de lo que le habían encomendado. Indudablemente, podía decir que había logrado destruir una potente fragata francesa atrayéndola a un arrecife y que el
Pollux
ocasionó daños tan graves a su adversario en el combate que había pocas probabilidades de que llegara a Tolón, pero no podía mostrar nada tangible; y aunque estaba convencido de que la Armada real no había perdido sino ganado en aquel encuentro con el enemigo, no estaba seguro de que el comandante general opinara lo mismo. Por otro lado, estaba preocupado porque los vientos desfavorables habían retrasado el viaje de la bahía de Zambra a Gibraltar, donde esperaba encontrarse con el comandante general, y porque no sabía si las lanchas que había enviado a Malta y al puerto de Mahón para informar al almirante de la posición del navío francés dañado habían llegado lo bastante rápido para que pudiera capturarlo. Sir Francis tenía fama de irritable y de severo, no sólo porque imponía una férrea disciplina sino también porque era capaz de degradar a un oficial sin inmutarse. Además, todos sabían que estaba más ansioso que otros comandantes generales por conseguir una victoria, una importante victoria que le hiciera ganar el favor de sus conciudadanos y, sobre todo, de los actuales ministros, que eran quienes concedían los honores. Jack Aubrey ignoraba si el almirante consideraría la batalla de Zambra una victoria o no. «Dentro de un par de minutos lo sabré», se dijo a sí mismo cuando caminaba rápidamente hacia la popa detrás de un silencioso y nervioso guardiamarina, tratando de que sus medias de seda y sus calzones blancos no se mancharan con los cubos de brea que los marineros llevaban a la proa.

Pero estaba equivocado. Quien le había llamado no era el almirante sino el capitán de la escuadra, que debía permanecer en su cabina porque tenía gripe. El capitán de la escuadra quería decirle a Jack que su esposa se había mudado a una casa cercana a Ashgrove y estaba muy contenta de haber hecho amistad con la señora Aubrey, y, además, que sus hijos eran más o menos de la misma edad. Puesto que ambos querían mucho a sus hijos y estaban lejos de su hogar desde hacía mucho tiempo, cada uno de ellos describió a los suyos detalladamente, y el capitán de la escuadra incluso enseñó a Jack las cartas de sus hijas en las que le felicitaban por su cumpleaños, que había recibido hacía dos meses, y un pequeño pañuelo que había bordado su hija mayor sin ayuda y que parecía roído por los ratones.

Mientras tanto, el comandante general terminaba las tareas relacionadas con la burocracia que le correspondía hacer y que había empezado en cuanto salió el sol.

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