La Compañía descansó un rato, dejando que la corriente los llevara hacia el sur por el medio del lago. Comieron algo y luego tomaron las palas para ir más de prisa. La sombra cayó en las laderas del oeste y el sol descendió redondo y rojo. Aquí y allá asomó una estrella neblinosa. Los tres picos se erguían ante ellos, cada vez más oscuros. El vozarrón del Rauros rugía no muy lejos. Cuando los viajeros llegaron por último a la sombra de las colinas, la noche se extendía ya sobre las aguas.
El décimo día de viaje había terminado. Las Tierras Asperas quedaban atrás. No podían continuar sin decidir entre el camino del este y, el camino del oeste. La última etapa de la Búsqueda estaba ante ellos.
La disolución de la comunidad
Aragorn los llevó hacia el brazo derecho del río. Aquí, en la ladera del oeste, a la sombra del Tol Brandir, había un prado verde que descendía hacia el agua desde los pies del Amon Hen. Detrás se elevaban las primeras estribaciones de la colina, sembradas de árboles, y otros árboles se alejaban hacia el oeste siguiendo la orilla curva del lago. Un pequeño manantial subía y caía alimentando la hierba.
—Descansaremos aquí esta noche —dijo Aragorn—. Estos son los prados de Parth Galen: un hermoso sitio en los días de verano de otro tiempo. Esperemos que ningún mal haya llegado aún aquí.
Llevaron las embarcaciones a la barranca y acamparon. Pusieron una guardia, pero no oyeron ningún ruido ni vieron ninguna señal de los enemigos. Si Gollum los seguía aún, había encontrado el modo de que no lo vieran ni lo oyeran. Sin embargo, a medida que pasaba la noche, Aragorn iba sintiéndose más y más intranquilo, agitándose en sueños y despertando a menudo. En las primeras horas del alba, se incorporó y se acercó a Frodo, a quien le tocaba montar guardia.
—¿Por qué estás despierto? —preguntó Frodo—. No es tu turno.
—No sé —respondió Aragorn—, pero una sombra y una amenaza han estado creciendo en mis sueños. Sería bueno que sacaras la espada.
—¿Por qué? —preguntó Frodo—. ¿Hay enemigos cerca?
—Veamos qué nos muestra Dardo —dijo Aragorn.
Frodo desenfundó entonces la hoja élfica. Aterrorizado, vio que los filos brillaban débilmente en la noche.
—¡Orcos! — dijo —. No muy cerca y sin embargo demasiado cerca, me parece.
—Tal como me lo temía —dijo Aragorn—. Pero no creo que estén de este lado del río. La luz de Dardo es débil y quizá sólo apunta a los espías de Mordor en las laderas del Amon Lhaw. Nunca oí hablar de orcos que hubieran llegado al Amon Hen. Sin embargo quién sabe qué puede ocurrir en estos días nefastos, ahora que Minas Tirith ya no guarda los pasajes del Anduin. Tendremos que avanzar con cuidado mañana.
El día llegó como fuego y humo. Abajo en el este había barras negras de nubes, como la humareda de un gran incendio. El sol naciente las iluminó desde abajo con oscuras llamas rojas, pero pronto subió al cielo claro. La cima del Tol Brandir estaba guarnecida de oro. Frodo miró hacia el este donde se levantaba la isla. Los flancos salían abruptamente del agua, y dominando los altos acantilados había pendientes escarpadas a las que se aferraban los árboles, de copas superpuestas, y más arriba de nuevo unas paredes grises e inaccesibles, coronadas por una aguja de piedra. Muchos pájaros volaban alrededor, pero no había otros signos de vida.
Después del desayuno, Aragorn reunió a la Compañía.
—El día ha llegado al fin —dijo—, el día de la elección tanto tiempo demorada. ¿Qué será ahora de nuestra Compañía, que ha viajado tan lejos en comunidad? ¿Iremos al este con Boromir, a las guerras de Gondor, o iremos al oeste, hacia el Miedo y la Sombra, o disolveremos la comunidad y cada uno tomará el camino que prefiera? Lo que se decida, hay que hacerlo en seguida. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. El enemigo está en la costa oriental, ya sabemos; pero temo que los orcos puedan encontrarse de este lado del agua.
Hubo un largo silencio, en el que nadie habló o se movió.
—Bueno, Frodo —dijo Aragorn al fin—. Temo que la responsabilidad pese ahora sobre tus hombros. Eres el Portador elegido por el Concilio. Se trata de tu propio camino y sólo tú decides. En este asunto no puedo aconsejarte. No soy Gandalf y aunque he tratado de desempeñarme como él, no sé qué designios o esperanzas tenía para esta hora, si tenía algo. Lo más probable es que si estuviera aquí con nosotros la elección dependería todavía de ti. Tal es tu destino.
Frodo no respondió en seguida. Luego dijo lentamente: —Sé que el tiempo apremia, pero no puedo elegir. La responsabilidad es muy pesada. Dame una hora más y hablaré. Dejadme solo.
Aragorn lo miró con una piedad conmiserativa.
—Muy bien, Frodo hijo de Drogo —dijo—. Tendrás una hora y estarás solo. Nos quedaremos aquí un rato. Pero no te alejes tanto que no podamos oírte.
Frodo se quedó algún tiempo sentado, cabizbajo. Sam, que había estado observando a su amo muy preocupado, inclinó la cabeza y murmuró: —Es claro como el agua, pero no vale la pena que Sam Gamyi meta la pata justo ahora.
Al fin Frodo se incorporó y se alejó, y Sam vio que mientras los otros se dominaban y evitaban mirarlo, los ojos de Boromir seguían a Frodo, hasta que se perdió entre los árboles al pie del Amon Hen.
Yendo al principio sin rumbo por el bosque, Frodo descubrió que los pies estaban llevándolo hacia las faldas de la montaña. Llegó a un sendero, las tortuosas ruinas de un camino de otra época. En los lugares abruptos habían tallado unos escalones, pero ahora estaban agrietados y gastados y las raíces de los árboles habían partido la piedra. Trepó algún tiempo sin preocuparse por donde iba, hasta que llegó a un sitio con pastos. Había fresnos alrededor y en medio una gran piedra chata. El pequeño prado de la colina se abría al este y ahora estaba iluminado por el sol matinal. Frodo se detuvo y miró por encima del río, que corría muy abajo, los picos del Tol Brandir y los pájaros que revoloteaban en el gran espacio aéreo que se extendía entre él y la isla virgen. La voz del Rauros era un poderoso rugido acompañado por un bramido retumbante.
Frodo se sentó en la piedra, apoyando el mentón en las manos, los ojos clavados en el este, pero no viendo mucho. Todo lo que había ocurrido desde que Bilbo dejara la Comarca le desfiló entonces por la mente y recordó lo que pudo de las palabras de Gandalf. El tiempo pasó y aún no podía decidirse.
De pronto despertó de estos pensamientos: tenía la rara impresión de que algo estaba detrás de él, que unos ojos inamistosos lo observaban. Se incorporó de un salto y se volvió: le sorprendió no ver sino a Boromir, de cara sonriente y bondadosa.
—Temía por ti, Frodo —dijo Boromir adelantándose—. Si Aragorn tiene razón y los orcos están cerca, no conviene que nos paseemos solos y menos tú: tantas cosas dependen de ti. Y mi corazón también lleva una carga. ¿Puedo quedarme y hablarte un rato ya que te he encontrado? Me confortará. Cuando hay tantos, toda palabra se convierte en una discusión interminable. Pero dos quizás encuentren juntos el camino de la sabiduría.
—Eres amable —dijo Frodo—. Aunque no creo que un discurso pueda ayudarme. Pues sé muy bien lo que he de hacer, pero tengo miedo de hacerlo, Boromir, miedo.
Boromir no replicó. El Rauros continuaba rugiendo. El viento murmuraba en las ramas de los árboles. Frodo se estremeció.
De pronto Boromir se acercó y se sentó junto a él.
—¿Estás seguro de que no sufres sin necesidad? —dijo—. Deseo ayudarte. Necesitas alguien que te guíe en esa difícil elección. ¿No aceptarías mi consejo?
—Creo que ya sé qué consejo me darías, Boromir —dijo Frodo—. Y me parecería un buen consejo si el corazón no me dijese que he de estar prevenido.
—¿Prevenido? ¿Prevenido contra quién? —dijo Boromir con tono brusco.
—Contra todo retraso. Contra lo que parece más fácil. Contra la tentación de rechazar la carga que me ha sido impuesta. Contra... bueno, hay que decirlo: contra la confianza en la fuerza y la verdad de los hombres.
—Sin embargo esa fuerza te protegió mucho tiempo allá en tu pequeño país, aunque tú no lo supieras.
—No pongo en duda el valor de tu pueblo. Pero el mundo está cambiando. Las murallas de Minas Tirith pueden ser fuertes, pero quizá no bastante fuertes. Si ceden, ¿qué pasará?
—Moriremos como valientes en el combate. Sin embargo, hay esperanzas de que no cedan.
—Ninguna esperanza mientras exista el Anillo.
—¡Ah! ¡El Anillo! —dijo Boromir y se le encendieron los ojos— ¡El Anillo! ¿No es un extraño destino tener que sobrellevar tantos miedos y recelos por una cosa tan pequeña? ¡Una cosa tan pequeña! Y yo sólo la vi un instante en la casa de Elrond. ¿No podría echarle otra mirada?
Frodo alzó la cabeza. El corazón se le había helado de pronto. Había alcanzado a ver el extraño resplandor en los ojos de Boromir, aunque la expresión de la cara era aún amable y amistosa.
—Es mejor que permanezca oculto —respondió.
—Como quieras. No me importa —dijo Boromir—. ¿Pero no puedo hablarte de ese Anillo? Parece que sólo pensaras en el poder que podría alcanzar en manos del enemigo; en los malos usos del Anillo y no en los buenos. El mundo cambia, dices. Minas Tirith caerá, si el Anillo no desaparece. ¿Pero por qué? Así será si lo tiene el enemigo, pero no si lo tenemos nosotros.
—¿No estuviste en el Concilio? —respondió Frodo—. No podemos utilizarlo, y lo que consigues con él se desbarata en mal.
Boromir se incorporó y se puso a caminar de un lado a otro con impaciencia.
—Sí, ya conozco la cantinela —exclamó—. Gandalf, Elrond, todos te dijeron lo mismo y tú lo repites. Quizás esté bien para ellos. Esos elfos, medio elfos y magos: es posible que alguna desgracia les cayera encima. Sin embargo me pregunto a menudo si serán sabios de veras y no meramente tímidos. Pero a cada uno según su especie. Los hombres de corazón leal no serán corrompidos. Nosotros los de Minas Tirith nos hemos mostrado fuertes a través de largos años de prueba. No buscamos el poder de los señores magos, sólo fuerza para defendemos, fuerza para una causa justa. ¡Y mira! En nuestro aprieto la casualidad trae a la luz el Anillo de Poder. Es un regalo digo yo, un regalo para los enemigos de Mordor. Seríamos insensatos si no lo aprovecháramos, si no utilizáramos contra el enemigo ese mismo poder. El temerario, el audaz, sólo ellos tendrán la victoria. ¿Qué no podría hacer un guerrero en esta hora, un gran jefe? ¿Qué no podría hacer Aragorn? Y si Aragorn se rehusa, ¿qué no podría hacer Boromir? El Anillo me daría poder de mando. ¡Ah, cómo perseguiría yo a las huestes de Mordor y cómo todos los hombres servirían a mi bandera!
Boromir iba y venía hablando cada vez más alto, casi como si hubiera olvidado a Frodo, mientras peroraba sobre murallas y armas y la convocatoria a los hombres y planeaba grandes alianzas y gloriosas victorias futuras; y sometía a Mordor y él se convertía en un rey poderoso, benevolente y sabio. De pronto se detuvo y sacudió los brazos.
—¡Y nos dicen que lo tiremos por ahí —gritó—. Yo no digo como
ellos destruidlo.
Esto podría convenir, si hubiese algún motivo razonable. No lo hay. El único plan que nos propusieron es que un mediano entrara a ciegas en Mordor y ofreciera al enemigo la posibilidad de recuperar el Anillo. ¡Qué locura!
"Seguro que tú también lo entiendes así, ¿no es cierto, amigo? —dijo de pronto volviéndose de nuevo hacia Frodo—. Dices que tienes miedo. Si es así, el más audaz te lo perdonaría. ¿Pero ese miedo no será tu buen sentido que se rebela?
—No, tengo miedo —dijo Frodo—. No hay otra cosa. Y me alegra haberte oído hablar tan francamente. Mi mente está más clara ahora.
—¿Entonces vendrás a Minas Tirith? —exclamó Boromir.
Tenía los ojos brillantes y el rostro encendido.
—Me has entendido mal —dijo Frodo.
—¿Pero vendrás, al menos por un tiempo? —insistió Boromir—. Mi ciudad no está lejos ahora y no hay más distancia de allí a Mordor que desde aquí. Hemos estado mucho tiempo en el desierto y necesitas saber qué hace ahora el enemigo antes de dar un paso. Ven conmigo, Frodo —dijo—. Necesitas descansar antes de aventurarte más allá, si es necesario que vayas.
Se apoyó en el hombro de Frodo, en actitud amistosa, pero Frodo sintió que la mano de Boromir temblaba con una excitación contenida. Dio rápidamente un paso atrás y miró con inquietud al hombre alto, casi dos veces más grande que él y mucho más fuerte.