—Cuando vayáis aguas abajo —dijo—, veréis que los árboles irán disminuyendo hasta que al fin llegaréis a una región árida. Allí el río corre por valles pedregosos entre altos páramos, hasta que después de muchas leguas se encuentra con Escarpa, la isla alta que llamamos Tol Brandir. El agua rodea las costas escarpadas de la isla para precipitarse luego con mucho estrépito y humo por las cataratas de Rauros al cauce del Nindalf, el Cancha Aguada en vuestra lengua. Es una vasta región de pantanos inertes donde las aguas se dividen en muchos tortuosos brazos. En este sitio el Entaguas afluye por numerosas bocas desde Rohan. Del otro lado se elevan las colinas desnudas de Emyn Muil. El viento sopla allí del este, pues estas elevaciones llevan por encima de las Ciénagas Muertas y las Tierras de Nadie a Cirith Gorgor y las puertas negras de Mordor.
"Boromir y aquellos que vayan con él en busca de Minas Tirith tendrán que dejar el Río Grande antes de Rauros y cruzar el Entaguas antes que desemboque en las ciénagas. Sin embargo no han de remontar demasiado esa corriente, ni correr el riesgo de perder el rumbo en el Bosque de Fangorn. Son tierras extrañas, ahora poco conocidas. Pero seguro que Boromir y Aragorn no necesitan de esta advertencia.
—Sí, hemos oído hablar de Fangorn en Minas Tirith —dijo Boromir—. Pero lo que he oído me ha parecido en gran parte cuentos de viejas, adecuados para niños. Todo lo que se encuentra al norte de Rohan está para nosotros tan lejos que es posible imaginar cualquier cosa. Fangorn es desde hace tiempo una frontera de Gondor, pero han pasado generaciones sin que ninguno de nosotros visitara esas tierras, probando así o desaprobando las leyendas que nos llegaron de antaño.
"Yo mismo he estado a veces en Rohan, pero nunca atravesé la región hacia el norte. Cuando tuve que llevar algún mensaje marché por El Paseo bordeando las Montañas Blancas y crucé el Isen y el Fontegrís para pasar a Norlanda. Un viaje largo y fatigoso. Cuatrocientas leguas conté entonces, y me llevaron muchos meses, pues perdí mi caballo en Tharbad, vadeando el Aguada Gris. Después de ese viaje y el camino que he hecho con esta Compañía, no dudo de que encontraría un modo de atravesar Rohan, y Fangorn también si fuese necesario.
—Entonces no tengo más que decir —concluyó Celeborn—. Pero no desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber.
Galadriel se levantó entonces de la hierba y tomando una copa de manos de una doncella, la llenó de hidromiel blanco y se la tendió a Celeborn.
—Ahora es tiempo de beber la copa del adiós — dijo— ¡Bebed, Señor de los Galadrim! Y que tu corazón no esté triste, aunque la noche tendrá que seguir al mediodía y ya la tarde lleva a la noche.
En seguida ella llevó la copa a cada uno de los miembros de la Compañía, invitándolos a beber y a despedirse. Pero cuando todos hubieron bebido les ordenó que se sentaran otra vez en la hierba, y las doncellas trajeron unas sillas para ella y Celeborn. Las doncellas esperaron un rato a los huéspedes. Al fin habló otra vez.
—Hemos bebido la copa de la despedida —dijo— y las sombras caen ahora entre nosotros. Pero antes que os vayáis, he traído en mi barca unos regalos que el Señor y la Dama de los Galadrim os ofrecen ahora en recuerdo de Lothlórien.
En seguida los llamó a uno por uno. —Este es el regalo de Celeborn y Galadriel al guía de vuestra Compañía —le dijo a Aragorn y le dio una vaina que habían hecho especialmente para la espada que llevaba el nombre de Andúril, y que estaba adornada por flores y hojas entretejidas de oro y plata y por numerosas gemas dispuestas como runas élficas en las que se leía el nombre y el linaje de la espada—. La hoja que sale de esta vaina no tendrá manchas ni se quebrará, aun en la derrota. ¿Pero hay alguna otra cosa que desearías de mí en este momento de la separación? Pues las tinieblas descenderán entre nosotros y es posible que no volvamos a encontrarnos, a no ser lejos de aquí en un camino del que no se vuelve.
Y Aragorn respondió: —Señora, conoces bien todos mis deseos, y durante mucho tiempo guardaste el único tesoro que busco. Sin embargo, no depende de ti dármelo, aunque ésa fuera tu voluntad; y sólo llegaré a él internándome en las tinieblas.
—Entonces quizás esto te alivie el corazón —dio Galadriel—, pues quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar por aquí. — Galadriel alzó entonces una piedra de color verde claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata que imitaba a un águila con las alas extendidas, y mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol que se filtra entre las hojas de la primavera. — Esta piedra se la he dado a mi hija Celebrian y ella a su hija y ahora llega a ti como una señal de esperanza. En esta hora toma el nombre que se previó para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!
Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho y quienes lo vieron se asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto y majestuoso era, como si se hubiera desprendido de muchos años.
—Te agradezco los regalos que me has dado —dijo Aragorn—, oh Dama de Lórien de quien descienden Celebrian y Arwen, la Estrella de la Tarde. ¿Qué elogio podría ser más elocuente?
La Dama inclinó la cabeza y luego se volvió a Boromir y le dio un cinturón de oro, y a Merry y a Pippin les dio pequeños cinturones de plata, con broches labrados como flores de oro. A Legolas le dio un arco como los que usan los Galadrim, más largo y fuerte que los arcos del Bosque Negro, y la cuerda era de cabellos élficos. Había también un carcaj de flechas.
—Para ti, pequeño jardinero y amante de los árboles —le dijo a Sam—, tengo sólo un pequeño regalo —y le puso en la mano una cajita de simple madera gris, sin ningún adorno excepto una runa de plata en la tapa. Esto es una G por Galadriel —dijo—, pero podría referirse a jardín
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, en vuestra lengua. Esta caja contiene tierra de mi jardín y lleva las bendiciones que Galadriel todavía puede otorgar. No te protegerá en el camino ni te defenderá contra el peligro, pero si la conservas y vuelves un día a tu casa, quizá tengas entonces tu recompensa. Aunque encontrarás todo seco y arruinado, pocos jardines de la Comarca florecerán como el tuyo si esparces allí esta tierra. Entonces te acordarás de Galadriel y tendrás una visión de la lejana Lórien, que viste en
invierno.
Pues nuestra primavera y nuestro verano han quedado atrás y nunca se verán otra vez, excepto en la memoria.
Sam enrojeció hasta las orejas y murmuró algo ininteligible y tomando la caja saludó como pudo con una reverencia.
—¿Y qué regalo le pediría un enano a los elfos? —dijo Galadriel volviéndose a Gimli.
—Ninguno, Señora —respondió Gimli—. Es suficiente para mí haber visto a la Dama de los Galadrim y haber oído tan gentiles palabras.
—¡Escuchad vosotros, elfos! —dijo la Dama mirando a la gente de alrededor—. Que nadie vuelva a
decir que los enanos son codiciosos
y antipáticos. Pero tú, Gimli hijo de Glóin, algo desearás que yo pueda darte. ¡Nómbralo, y es una orden! No serás el único huésped que se va sin regalo.
—No deseo nada, Dama Galadriel —dijo Gimli inclinándose y balbuciendo —. Nada, a menos que... a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar uno solo de vuestros cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenasteis que nombrara mi deseo.
Los elfos se agitaron y murmuraron estupefactos, y Celeborn miró con asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.
—Se dice que los enanos son más hábiles con las manos que con la lengua —dijo—, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido tan audaz y
sin
embargo tan cortés. ¿Y
cómo
podría rehusarme si yo misma le ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?
—Atesorarlo, Señora —respondió Gimli—, en recuerdo de lo que me dijisteis en nuestro primer encuentro. Y
si
vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.
La Dama se soltó entonces una de las largas trenzas, cortó tres cabellos dorados y los puso en la mano de Gimli.
—Estas palabras acompañan al regalo —dijo—. No profetizo nada, pues toda profecía es vana ahora; de un lado hay oscuridad y del otro nada más que esperanza. Si la esperanza no falla, yo te digo, Gimli hijo de Glóin, que el
oro
te desbordará en las manos, y sin embargo no tendrá ningún poder sobre ti.
"Y tú, Portador del Anillo —dijo la Dama, volviéndose a Frodo—; llego a ti en último término, aunque en mis pensamientos no eres el último. Para ti he preparado esto. —Alzó un frasquito de
cristal
, que centelleaba cuando ella lo movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano.— En este frasco —dijo ella— he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará más en la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel y el espejo!
Frodo tomó el frasco y la luz brilló un instante entre ellos y él la vio de nuevo erguida como una reina, grande y hermosa, pero ya no terrible. Se inclinó, sin saber qué decir.
La Dama se puso entonces de pie y Celeborn los guió de vuelta al muelle. La luz amarilla del mediodía se extendía sobre la hierba verde de la Lengua y en el agua había reflejos plateados. Todo estaba listo al fin. La Compañía ocupó los puestos de antes en las barcas. Mientras gritaban adiós, los elfos de Lórien los empujaron con las largas varas grises a la corriente del río y las aguas ondulantes los llevaron lentamente. Los viajeros estaban sentados y no hablaban ni se movían. De pie sobre la hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura de la Dama Galadriel se erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella los viajeros se volvieron y miraron cómo iba alejándose lentamente sobre las aguas. Pues así les parecía: Lórien se deslizaba hacia atrás como una nave brillante que tenía como mástiles unos árboles encantados; se alejaba navegando hacia costas olvidadas, mientras que ellos se quedaban allí, descorazonados, a orillas de un mundo deshojado y gris.
Miraban aún cuando el Cauce de Plata desapareció en las aguas del Río Grande, y las embarcaciones viraron y fueron hacia el sur. La forma blanca de la Dama fue pronto distante y pequeña. Brillaba como el cristal de una ventana a la luz del sol poniente en una lejana colina, o como un lago remoto visto desde una cima montañosa: un cristal caído en el regazo de la tierra. En seguida le pareció a Frodo que ella alzaba los brazos en un último adiós, y el viento que venía siguiéndolos les trajo desde lejos pero con una penetrante claridad, la voz de la Dama, que cantaba. Pero ahora ella cantaba en la antigua lengua de los Elfos de Más Allá del Mar y Frodo no entendía las palabras; bella era la música, pero no le traía ningún consuelo.
Sin embargo, como ocurre con las palabras élficas, los versos se le grabaron en la memoria y tiempo después los tradujo como mejor pudo: el lenguaje era el de las canciones y hablaba de cosas poco conocidas en la Tierra Media.
Ai! laurië lantar lassi súrinen!
Yéni únótime ve rámar aldaron,
yéni ve linte yuldar vánier
mi oromardi lisse-miruvóreva
Andúne pella Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar í eleni
ómaryo airetári-lírínen.
Sí rnan i yulna nin enquantuva?
An sí Tintalle Varda Oiolossëo
ve fanyar máryat Elentári ortane
ar ilye tier unduláve lumbule,
ar sindanóriello carta mornië
i falmalinnar imbe met, ar hísië
untúpa Calaciryo míri oiale.
Sí vanwa na, Rómello vanwa, Valimar!
Namárië Nai biruvalye Valimar.
Nai elye hiruwa. Namárië!
"¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento! E innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos y dulces de hidromiel blanco en las salas de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda, donde las estrellas tiemblan cuando oyen el sonido de esa voz, bienaventurada y real. ¿Quién me llenará de nuevo la copa? Pues ahora la Hechicera, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha alzado las manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende sobre las olas espumosas que nos separan, y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya. Ahora se ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar! ¡Adiós! Quizás encuentres a Valimar. Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!" Varda es el nombre de la Dama que los elfos de estas tierras de exilio llaman Elbereth.
De pronto el río describió una curva y las orillas se elevaron a los lados, ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país.
Los viajeros volvieron la cabeza y miraron adelante: el sol se levantaba ante ellos, encegueciéndolos, y todos tenían lágrimas en los ojos. Gimli sollozaba.
—Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso —le dijo a su compañero Legolas—. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un regalo de ella.