—Muy raro —dijo Frodo, apretándose el cinturón—, teniendo en cuenta que hay bastante menos de mí. Espero que el proceso de adelgazamiento no continúe de modo indefinido, o me convertiré en un espectro.
—¡No hables de esas cosas! —dijo Trancos rápidamente y con una seriedad que sorprendió a todos.
Las colinas estaban más cerca. Eran una cadena ondulante, que se elevaba a menudo a más de trescientas yardas, cayendo aquí y allá en gargantas a pasos bajos que llevaban a las tierras del este. A lo largo de la cresta de la cadena los hobbits alcanzaron a ver los restos de unos muros y calzadas cubiertas de pastos y en las gargantas se alzaban aún las ruinas de unos edificios de piedra. A la noche habían alcanzado el pie de las pendientes del oeste y acamparon allí. Era la noche del cinco de octubre y estaban a seis días de Bree.
A la mañana siguiente y por vez primera desde que habían dejado el Bosque de Chet, descubrieron un sendero claramente trazado. Doblaron a la derecha y lo siguieron hacia el sur. El sendero corría de tal modo que parecía ocultarse a las miradas de cualquiera que se encontrara en las cimas vecinas o en las llanuras del oeste. Se hundía en los valles y bordeaba las estribaciones escarpadas y cuando cruzaba terrenos más llanos y descubiertos tenía a los lados hileras de peñascos y piedras cortadas que ocultaban a los viajeros casi como una cerca.
—Me pregunto quién hizo esta senda y para qué —dijo Merry, mientras marchaban por una de estas avenidas, bordeada de piedras de tamaño insólito, apretadas unas contra otras—. No estoy seguro de que me guste. Me recuerda demasiado la región de los Túmulos. ¿Hay túmulos en la Cima de los Vientos?
—No. No hay túmulos en la Cima de los Vientos, ni en ninguna de estas alturas —dijo Trancos—. Los Hombres del Oeste no vivían aquí, aunque en sus últimos días defendieron un tiempo estas colinas contra el mal que venía de Angmar. Este camino abastecía los fuertes a lo largo de los muros. Pero mucho antes, en los primeros tiempos del Reino del Norte, edificaron una torre de observación en lo más alto de la Cima de los Vientos y la llamaron Amon Sul. Fue incendiada y demolida y nada queda de ella excepto un círculo de piedras desparramadas, como una tosca corona en la cabeza de la vieja colina. Sin embargo, en un tiempo fue alta y hermosa. Se dice que Elendil subió allí a observar la llegada de Gil-galad que venía del Oeste, en los días de la Ultima Alianza.
Los hobbits observaron a Trancos. Parecía muy versado en tradiciones antiguas, tanto como en los modos de vida del desierto.
—¿Quién era Gil-galad? —preguntó Merry, pero Trancos no respondió, como perdido en sus propios pensamientos.
De pronto una voz baja murmuró:
Gil-galad era un rey de los ellos;
los trovadores lamentaban la suerte
del último reino libre y hermoso
entre las montañas y el océano.
La espada del rey era larga y afilada la lanza,
y el casco brillante se veía de lejos;
y en el escudo de plata se reflejaban
los astros innumerables de los campos del cielo.
Pero hace mucho tiempo se alejó a caballo,
y nadie sabe dónde habita ahora;
la estrella de Gil-galad cayó en las tinieblas
de Mordor, el país de las sombras.
Los otros se volvieron, estupefactos, pues la voz era la de Sam.
—¡No te detengas! —dijo Merry.
—Es todo lo que sé —balbució Sam, enrojeciendo—. La aprendí del señor Bilbo, cuando era muchacho. Acostumbraba contarme historias como esa, sabiendo cómo me gustaba oír cosas de los elfos. Fue el señor Bilbo quien me enseñó a leer y escribir. Era muy sabio, el querido viejo señor Bilbo. Y escribía
poesía.
Escribió lo que acabo de decir.
—No fue él —dijo Trancos—. Es parte de una balada,
La caída de Gil-galad.
Bilbo tiene que haberla traducido. Yo no estaba enterado.
—Hay todavía más —dijo Sam—, todo acerca de Mordor. No aprendí esa parte, me da escalofríos. ¡Nunca supuse que yo también tomaría ese camino!
—¡lr a Mordor! —gritó Pippin—. ¡Confío en que no lleguemos a eso!
—¡No pronuncies ese nombre en voz tan alta! —dijo Trancos.
Era ya mediodía cuando se acercaron al extremo sur del camino y vieron ante ellos, a la luz clara y pálida del sol de octubre, una barranca verde-gris que llegaba como un puente a la falda norte de la colina. Decidieron trepar hasta la cima en seguida, mientras había luz. Ya no era posible ocultarse y sólo esperaban que ningún enemigo o espía estuviera observándolos. Nada se movía allá en lo alto. Si Gandalf andaba cerca, no se veía ninguna señal.
En el flanco occidental de la Cima de los Vientos encontraron un hueco abrigado y en el fondo una concavidad con laderas tapizadas de hierba. Dejaron allí a Pippin y Sam con el poney, los bultos y el equipaje. Los otros tres continuaron la marcha. Al cabo de media hora de trabajosa ascensión, Trancos alcanzó la cima; Frodo y Merry llegaron detrás agotados y sin aliento. La última pendiente había sido escarpada y rocosa.
Encontraron arriba, como había dicho Trancos, un amplio círculo de piedras trabajadas, desmoronadas ahora o cubiertas por un pasto secular. Pero en el centro había una pila de piedras rotas, ennegrecidas como por el fuego. Alrededor el pasto había sido quemado hasta las raíces y en todo el interior del anillo las hierbas estaban chamuscadas y resecas, como si las llamas hubieran barrido la cima de la colina; pero no había señal de criaturas vivientes.
Mirando de pie desde el borde del círculo de ruinas se alcanzaba a ver abajo y en torno un amplio panorama, en su mayor parte de tierras áridas y sin ninguna característica, excepto unas manchas de bosques en las lejanías del sur y detrás de los bosques, aquí y allá, el brillo de un agua distante. Abajo, del lado sur, corría como una cinta el Viejo Camino, viniendo del oeste y serpenteando en subidas y bajadas, hasta desaparecer en el este detrás de una estribación oscura. Nada se movía allí. Siguiéndolo con la mirada, vieron las montañas: las elevaciones más cercanas eran de un color castaño y sombrío; detrás se alzaban formas grises y más altas y luego unos picos elevados y blancos que centelleaban entre nubes.
—¡Bueno, aquí estamos! —dijo Merry—. Qué triste e inhospitalario parece todo. No hay agua ni reparo. Y ninguna señal de Gandalf. Pero no lo acuso de no habernos esperado, si es que vino por aquí.
—No estoy seguro —dijo Trancos, mirando pensativo alrededor—. Aunque hubiera llegado a Bree un día o dos después de nosotros, ya podría haber estado aquí. Puede cabalgar muy rápidamente cuando es necesario. — Calló de pronto y se inclinó a mirar la piedra que coronaba la pila; era más chata que las otras y más blanca, como si hubiera escapado al fuego. La recogió y la examinó mirándola por un lado y por otro.— Esta piedra ha sido manipulada hace poco —dijo—. ¿Qué piensas de estas marcas?
En la base chata Frodo vio unos rasguños. —Parece ser un trazo, un punto y tres trazos —dijo.
—El trazo de la izquierda podría ser una G runa ramificada —dijo Trancos—. Quizá sea una señal que nos dejó Gandalf, aunque no podemos estar seguros. Los trazos son finos y sin duda recientes. Pero estas marcas podrían tener un significado completamente distinto y sin ninguna relación con nosotros. Los montaraces usan runas también y a veces vienen aquí.
—¿Qué podrían significar, aun si las hubiera hecho Gandalf?
—Diría —respondió Trancos— que representan G3, e indican que Gandalf estuvo aquí el tres de octubre, esto es hace tres días. Pueden indicar también que tenía prisa y que el peligro no estaba lejos, de modo que no pudo escribir algo más largo o más claro, o no se atrevió. Si es así, hay que estar alerta.
—Quisiera tener la certeza de que fue él quien dejó estas marcas, aunque no sepamos qué significan —dijo Frodo—. Sería un alivio saber que está en camino, delante o detrás de nosotros.
—Quizá —dijo Trancos—. Para mí, estuvo aquí y en peligro. Ha habido un fuego que quemó las hierbas y me viene ahora a la memoria la luz que vimos hace tres días en el cielo del este. Sospecho que atacaron a Gandalf en esta misma cima, pero no podría decir con qué resultado. Ya no está aquí y ahora tenemos que ocuparnos de nosotros mismos y encaminarnos a Rivendel del mejor modo posible.
—¿A qué distancia está Rivendel? —preguntó Merry, mirando alrededor desanimadamente; el mundo parecía vasto y salvaje visto desde lo alto de la Cima de los Vientos.
—No sé si el camino ha sido alguna vez medido en millas más allá de
La Posada Abandonada
, a una jornada de marcha al este de Bree —respondió Trancos—. Algunos dicen que está a tal distancia Y otros a tal otra. Es una ruta extraña y las gentes se alegran de llegar a destino, tarde o temprano. Pero sé cuánto me llevaría a mí, a pie, con tiempo bueno y sin contratiempos: doce días desde aquí al Vado de Bruinen, donde el camino cruza el Sonorona que nace en Rivendel. Nos esperan por lo menos dos semanas de marcha, pues no creo que nos convenga tomar el camino.
—¡Dos semanas! — dijo Frodo —. Pueden ocurrir muchas cosas en ese tiempo.
—Así es —dijo Trancos.
Permanecieron un momento en silencio, junto al borde sur de la cima. En aquel sitio solitario Frodo tuvo conciencia por primera vez del desamparo en que se encontraba y de los peligros a que estaba expuesto. Deseó con ardor que el destino le hubiera permitido quedarse en la Comarca apacible y bienamada. Observó desde lo alto el odioso camino, que llevaba de vuelta al oeste, hacia el hogar. De pronto advirtió que dos puntos negros se movían allí lentamente, en el oeste, y mirando de nuevo vio que otros tres avanzaban en sentido contrario. Dio un grito y apretó el brazo de Trancos.
—Mira —dijo, apuntando hacia abajo.
Trancos se arrojó inmediatamente al suelo detrás del círculo de ruinas, tirando de Frodo. Merry se echó junto a ellos.
—¿Qué es eso? —preguntó en voz baja.
—No sé —dijo Trancos—, pero temo lo peor.
Se arrastraron de nuevo lentamente hasta el borde del anillo y miraron por un intersticio entre dos piedras dentadas. La luz ya no era brillante, pues la claridad de la mañana se había desvanecido y unas nubes que venían del este cubrían ahora el sol, que comenzaba a declinar. Todos veían los puntos negros, pero Frodo y Merry no distinguían ninguna forma; aunque algo les decía sin embargo que allí abajo, muy lejos, los Jinetes Negros estaban reuniéndose en el camino, más allá de las estribaciones de la colina.
—Sí —dijo Trancos, que tenía ojos penetrantes y para quien no había ninguna duda—. ¡El enemigo está aquí!
Arrastrándose por el flanco sur de la colina, descendieron rápidamente a reunirse con los otros.
Sam y Peregrin no habían perdido el tiempo y habían explorado la cañada y las pendientes vecinas. No muy lejos, en el flanco mismo de la colina, encontraron un manantial de agua clara y al lado unas huellas de pisadas que no tenían más de un día o dos. En la cañada misma había señales de un fuego reciente y otros signos que indicaban un campamento apresurado. Había algunas piedras caídas al borde de la cadena, en el flanco de la colina. Detrás de esas piedras Sam tropezó con una ordenada pila de leña.
—Me pregunto si el viejo Gandalf estuvo aquí —le dijo a Pippin—. Quien haya amontonado esta madera parece que tenía la intención de volver.
Trancos se interesó mucho en estos descubrimientos.
—Ojalá me hubiese quedado aquí un rato a explorar yo mismo el terreno —dijo yendo de prisa hacia el manantial a examinar las pisadas.
—Tal como lo temía —dijo al volver—. Sam y Pippin han pisoteado el suelo blando, arruinando o confundiendo las huellas. Unos montaraces han estado aquí últimamente. Son ellos quienes dejaron la leña para el fuego. Pero hay también muchas huellas nuevas que no pertenecen a montaraces. Marcas de botas pesadas de hace un día o dos. Un día por lo menos. No estoy seguro, pero creo que ha habido muchos pies calzados con botas.
Trancos calló, sumido en inquietos pensamientos.
Cada uno de los hobbits tuvo una imagen mental de los Jinetes, calzados con botas, envueltos en capas. Si ya habían descubierto la cañada, cuanto antes se alejaran de allí, mejor que mejor. Sam contempló la concavidad con mucho desagrado, sabiendo ahora que los enemigos estaban en camino, a unas pocas millas de allí.
—¿No sería mejor que nos alejáramos en seguida, señor Trancos? —preguntó con impaciencia—. Se está haciendo tarde y no me gusta este agujero. Me encoge el corazón, de algún modo.
—Sí, es de veras necesario que nos decidamos enseguida —respondió Trancos alzando los ojos para observar la hora y el estado del tiempo—. Bueno, Sam —dijo al fin—, a mí tampoco me gusta este sitio, pero no conozco ninguno mejor al que podamos llegar antes de la caída de la noche. Al menos aquí estamos al resguardo de todas las miradas y si nos movemos sería muy posible que los espías nos descubrieran en seguida. Todo lo que podemos hacer es retroceder hacia el norte por este lado de los cerros, donde el terreno es bastante parecido al de aquí. El camino está vigilado, pero tendremos que atravesarlo para ocultarnos así en las espesuras del sur. Del lado norte del camino, más allá de las colinas, la tierra es desnuda y llana en una extensión de muchas millas.
—¿Los Jinetes pueden ver? —preguntó Merry —. Quiero decir, parece que se sirven comúnmente más de la nariz que de los ojos y que nos olfatean desde lejos, si olfatear es la palabra exacta, al menos durante el día. Pero tú hiciste que nos echáramos al suelo, cuando los vimos allá abajo y ahora dices que podrían vernos si nos movemos de aquí.
—No tomé bastantes precauciones en la cima —respondió Trancos—. Estaba ansioso por encontrar alguna señal de Gandalf, pero fue un error que subiéramos los tres y que estuviéramos de pie allí arriba tanto tiempo. Pues los caballos negros ven y los Jinetes pueden utilizar hombres y otros seres como espías, como comprobamos en Bree. Ellos mismos no ven el mundo de la luz como nosotros: nuestras formas proyectan sombras en las mentes de los Jinetes, sombras que sólo el sol del mediodía puede destruir, y perciben en la oscuridad signos y formas que se nos escapan y es entonces cuando son más temibles. Y olfatean en cualquier momento la sangre de las criaturas vivientes, deseándola y odiándola; y hay otros sentidos, además de la vista y el olfato. Nosotros mismos podemos sentir la presencia de estos seres; ha perturbado nuestros corazones desde que llegamos aquí y aun antes de verlos; y ellos nos sienten a nosotros más vivamente aún. Además —añadió, bajando la voz hasta que fue un murmullo— el Anillo los atrae.