Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
—Sí, soy consciente de ello. Pero, por la información que me proporcionó la Unión Colonial, no era consciente de que eso formara parte del perfil psicológico del general ni de sus tácticas militares.
—Desconoce muchas cosas del general —dijo Butcher.
—Estoy de acuerdo. Y por eso decidí seguir mi propia intuición sobre su carácter. Pero creo recordar que el general dijo que había supervisado tres docenas de eliminaciones de colonias antes de llegar a Roanoke. La información sobre esos incidentes y sobre cómo actuó el general con esas colonias sería instructiva en lo relativo a su honor y su postura hacia la crueldad. ¿Tienen esa información?
—La tenemos —dijo Butcher—. No estamos en disposición de ofrecérsela, ya que ha sido retirado temporalmente de su cargo administrativo.
—Comprendo —dije—. ¿Tenían esa información antes de que me retiraran del cargo?
—¿Está dando a entender que la Unión Colonial le ocultó información? —preguntó Berkeley.
—No estoy dando a entender nada. Estaba haciendo una pregunta. Y mi argumento es que en ausencia de información proporcionada por la Unión Colonial, sólo puedo guiarme por mi juicio para complementar la información que tengo —miré directamente a Szilard—. Según mi juicio, por lo que sé del hombre, el general Gau es honorable.
Szilard reflexionó sobre esto.
—¿Qué habría hecho, administrador Perry, si Gau hubiera aparecido en su cielo antes de que la Unión Colonial hubiera terminado de forjar su plan de ataque?
—¿Me está preguntando si habría entregado la colonia?
—Le estoy preguntando qué habría hecho.
—Habría aprovechado el ofrecimiento de Gau —dije—. Le habría dejado llevar a los colonos de Roanoke de vuelta a la Unión Colonial.
—Así que habría entregado la colonia —dijo Butcher.
—No. Me habría quedado atrás para defender Roanoke. Sospecho que mi esposa se habría quedado conmigo. Todos los demás que hubieran deseado quedarse podrían haberlo hecho.
«Con la excepción de Zoë», pensé, aunque no me gustó la idea de Zoë siendo arrastrada por Hickory y Dickory, gritando y pataleando, hasta un transporte.
—Eso es una distinción sin diferencia —dijo Berkeley—. No hay colonia sin colonos.
—Estoy de acuerdo. Pero un colono es suficiente para que la colonia resista, y un colono es suficiente para morir por la Unión Colonial. Mi responsabilidad es hacia mi colonia y mis colonos. Me habría negado a rendir la colonia de Roanoke. También habría hecho todo lo que estuviera en mi poder para mantener a los colonos con vida. Desde un punto de vista práctico, dos mil quinientos colonos no son más capaces de enfrentarse a una flota entera de naves de combate que un solo colono. Mi muerte sería suficiente para recalcar el argumento que la UC pretendía esgrimir. Si creen que obligaría a todos los demás colonos de Roanoke a morir para satisfacer alguna leyenda de lo que significa la destrucción de una colonia, coronel Berkeley, entonces es usted un maldito imbécil.
Berkeley me miró como si estuviera a punto de lanzarse contra mí desde el otro lado de la mesa. Szilard se quedó allí sentado con la misma maldita expresión inescrutable que había mantenido durante todo el interrogatorio.
—Bien —dijo Butcher, tratando de recuperar el control de la situación—. Creo que tenemos todo lo que necesitábamos de usted, administrador Perry. Puede marcharse y esperar nuestra resolución. No se le permitirá abandonar la Estación Fénix antes. ¿Comprende?
—Comprendo —dije—. ¿Tengo que buscar algún tipo de alojamiento?
—No espero tardar mucho —dijo Butcher.
* * *
—Comprenda que todo lo que he oído es
off the record —
dijo Trujillo.
—A estas alturas, no creo que me fiara de información que no lo fuera —contesté.
Trujillo asintió.
—Amén a eso —dijo.
—¿Qué ha oído?
—Es malo. Y está empeorando.
Trujillo, Kranjic, Beata y yo estábamos sentados en mi restaurante favorito de Fénix, el único que servía hamburguesas realmente espectaculares. Todos habíamos pedido una; pero todas las hamburguesas se enfriaban, olvidadas, mientras hablábamos en el rincón más apartado que pudimos encontrar.
—Defina «malo».
—Hubo un ataque con misiles contra la Estación Fénix la otra noche —dijo Trujillo.
—Eso no es malo, es estúpido. Fénix tiene la red de defensa planetaria más avanzada de todos los planetas humanos. Ni un misil del tamaño de una canica conseguiría pasar.
—Cierto —dijo Trujillo—. Y todo el mundo lo sabe. No ha habido ataques de ningún tipo contra Fénix en más de cien años. Este ataque no pretendía tener éxito. Pretendía advertir de que ningún planeta humano debe considerarse a salvo de la venganza. Es una declaración bastante importante.
Pensé en esto mientras le daba un mordisco a mi hamburguesa.
—Es de suponer que Fénix no ha sido el único planeta en ser atacado con misiles —dije.
—No —respondió Trujillo—. Mi gente me dice que todas las colonias han sido atacadas.
Casi me atraganté.
—¿Todas?
—Todas.
Las colonias establecidas nunca estuvieron en peligro: sus redes de defensa planetarias desviaron los ataques. Algunas de las colonias más pequeñas sufrieron algunos daños. La colonia de Sedona vio cómo borraban del mapa un asentamiento entero. Diez mil personas muertas.
—¿Está seguro de eso? —dije.
—Información de segunda mano —contestó Trujillo—. Pero de una fuente en la que confío, y que habló con un representante sedoniano. Confío en mi fuente tanto como confío en cualquiera.
Me volví hacia Kranjic y Beata.
—¿Eso encaja con lo que han oído ustedes?
—Sí —dijo Kranjic—. Manfred y yo tenemos fuentes distintas, pero lo que he oído es lo mismo.
Beata asintió también.
—Pero nada de eso aparece en los noticiarios —dije, mirando mi PDA, que estaba sobre la mesa. La había abierto y activado, esperando la decisión tras el interrogatorio.
—No —dijo Trujillo—. La Unión Colonial ha prohibido la información sobre los ataques. Usan el Acta de Secretos de Estado. La recordará.
—Sí —di un respingo al recordar los hombres lobo y a Gutiérrez—. A mí no me sirvió de mucho. Dudo que a la UC le vaya mucho mejor.
—Los ataques explican el caos que estamos viendo aquí —dijo Trujillo—. No tengo ninguna fuente de las FDC (no consienten en abrir la boca), pero sé que todos los representantes de las colonias se parten el culo por recibir protección directa de las FDC. Están llamando y reasignando las naves. Pero no hay suficientes para todas las colonias. Por lo que he oído, las FDC están seleccionando, intentando decidir qué colonias proteger y qué colonias pueden permitirse perder.
—¿Dónde encaja Roanoke en esa selección?
Trujillo se encogió de hombros.
—Cuando llega el caso, todo el mundo quiere prioridad en la defensa —dijo—. Sondeé a los legisladores que conozco para aumentar las defensas de Roanoke. Todos dijeron que les encantaría hacerlo… después de haberse encargado de sus propios planetas.
—Nadie habla ya de Roanoke —dijo Beata—. Todo el mundo está concentrado en lo que sucede en sus propios planetas. No pueden informar de ello, pero es lo que les ocupa.
Nos concentramos en nuestras hamburguesas después de eso, perdidos en nuestros propios pensamientos. Yo estaba tan preocupado que no me di cuenta de que tenía alguien de pie al lado hasta que Trujillo alzó la cabeza y dejó de masticar.
—Perry —dijo, y miró significativamente por encima de mi hombro. Me volví y vi al general Szilard.
—También me gustan las hamburguesas de aquí —dijo—. Me uniría a usted, pero dada la experiencia de su esposa, dudo que esté dispuesto a comer en la misma mesa que yo.
—Ahora que lo menciona, general, tiene usted toda la razón.
—Entonces venga conmigo, administrador Perry —dijo Szilard—. Tenemos mucho que discutir, y el tiempo es breve.
—Muy bien —dije.
Recogí mi bandeja, mirando a mis compañeros de mesa. Todas sus expresiones eran cuidadosamente neutras. Dejé el contenido de la bandeja en el receptáculo más cercano y me encaré al general.
—¿Adónde vamos?
—Venga —dijo Szilard—. Vamos a dar un paseo.
* * *
—Allí —dijo Szilard. Su lanzadera personal flotaba en el espacio, con Fénix visible a babor y la Estación Fénix lejos a estribor. Señaló ambas—. Bonita vista, ¿verdad?
—Muy bonita —dije, preguntándome por qué demonios Szilard me había llevado allí. Una parte paranoica de mí se preguntó si planeaba abrir la escotilla de acceso y lanzarme al espacio, pero no tenía traje espacial, así que eso parecía un poco improbable. Pero claro, era miembro de las Fuerzas Especiales. Tal vez no necesitaba traje espacial.
—No tengo planeado matarlo —dijo Szilard.
Sonreí a mi pesar.
—Parece que puede leer la mente.
—La suya no —dijo Szilard—. Pero puedo deducir bastante bien lo que está pensando. Relájese. No voy a matarlo, aunque sólo fuera porque entonces Sagan me perseguiría y me mataría a mí.
—Ya está en su lista.
—De eso no tengo duda. Pero fue necesario, y no pienso pedir disculpas por ello.
—General, ¿por qué estamos aquí?
—Estamos aquí porque me gusta la vista, y porque quiero hablar sinceramente con usted, y porque esta lanzadera es el único lugar en el que estoy completamente seguro de que nada de lo que le diga será oído por nadie.
El general extendió la mano hacia el panel de control de la lanzadera y pulsó un botón: la vista de Fénix y la Estación Fénix desaparecieron y fueron sustituidas por una oscuridad absoluta.
—Nanomalla —dije.
—En efecto. Ninguna señal entra, ninguna señal sale. Debería saber que estar aislado es increíblemente claustrofóbico para las Fuerzas Especiales: estamos tan acostumbrados a estar en contacto permanente con los demás a través de nuestros CerebroAmigos que perder la señal es como perder tres de nuestros sentidos.
—Lo sabía —contesté. Jane me había contado la misión en la que ella y otros miembros de las Fuerzas Especiales dieron caza a Charles Boutin; éste había diseñado un modo de cortar la señal del CerebroAmigo de las Fuerzas Especiales, matando a la mayoría de ellos y volviendo a algunos de los supervivientes completamente locos.
Szilard asintió.
—Entonces comprenderá lo difícil que es una cosa como ésta, incluso para mí. Sinceramente, no tengo ni idea de cómo Sagan pudo dejarlo atrás cuando se casó con usted.
—Hay otros modos de conectar con alguien.
—Si usted lo dice… El hecho de que esté dispuesto a hacer esto debería indicarle la seriedad de lo que voy a decirle.
—Muy bien. Estoy preparado.
—Roanoke tiene serios problemas —dijo Szilard—. Los tenemos todos. La Unión Colonial había previsto que destruir la flota del Cónclave lo lanzaría a una guerra civil. En eso no se equivocó. Ahora mismo el Cónclave se está haciendo pedazos. Las razas leales al general Gau luchan contra otra facción que ha encontrado un líder en un miembro de la raza arris llamado Nerbros Eser. Y sólo hay una cosa que impide que esas dos facciones del Cónclave se destruyan del todo mutuamente.
—¿Y cuál es?
—Algo que la Unión Colonial no previo —dijo Szilard—. Y es que todas las razas miembros del Cónclave están ahora dispuestas a destruir a la Unión Colonial. No sólo a contenerla, como el general Gau se contentaba con hacer. Quieren erradicarla por completo.
—Porque aniquilamos su flota —dije.
—Esa es la causa principal. La Unión Colonial olvidó que al atacar la flota no estábamos golpeando solamente al Cónclave, sino a todos sus miembros. Las naves de la flota eran a menudo las naves insignia de sus razas. No sólo destruimos una flota: destruimos símbolos raciales. Pateamos duro y en los huevos a cada raza del Cónclave, Perry. No van a perdonar eso. Pero aparte de eso hemos estado intentando usar la destrucción de la flota del Cónclave como punto de reclutamiento de otras razas no afiliadas. Estamos intentando que se conviertan en nuestros aliados. Y los miembros del Cónclave han decidido que la mejor forma de conseguir que esas razas sigan sin comprometerse es dar un escarmiento a la Unión Colonial. A toda la Unión.
—No parece sorprendido —dije.
—No lo estoy. Cuando se consideró por primera vez destruir la flota del Cónclave, hice que el cuerpo de inteligencia de las Fuerzas Especiales estudiara las consecuencias de esa acción. Éste fue siempre el resultado más probable.
—¿Y por qué no hicieron caso?
—Porque los modelos de la FDC le dijeron a la Unión Colonial lo que ésta quería oír —respondió Szilard—. Y porque en el fondo la Unión Colonial siempre da más crédito a la inteligencia generada por humanos de verdad que a la inteligencia proporcionada por los monstruos de Frankenstein que crea para hacer su trabajo sucio.
—¿Cómo destruir la flota del Cónclave? —dije, recordando al teniente Stross.
—Sí —dijo Szilard.
—Si creía que ése iba a ser el resultado, tendría que haberse negado a hacerlo. No debería haber permitido que sus soldados destruyeran la flota.
Szilard sacudió la cabeza.
—No es tan sencillo. Si me hubiera negado, me habrían sustituido como comandante de las Fuerzas Especiales. Los miembros de las Fuerzas Especiales no son menos ambiciosos y venales que el resto de seres humanos, Perry. Puedo nombrar a tres generales a mis órdenes que habrían estado dispuestos a ocupar mi puesto al simple coste de seguir órdenes estúpidas.
—Pero usted también siguió órdenes estúpidas.
—Lo hice. Pero poniendo algunas condiciones. Como, por ejemplo, colocarlos a usted y a Sagan como líderes de la colonia de Roanoke.
—¿
Usted
me colocó a mí? —dije. Eso era nuevo.
—Bueno, en realidad coloqué a Sagan —dijo Szilard—. Usted simplemente formaba parte del paquete. Fue aceptable porque parecía improbable que estropeara las cosas.
—Es agradable sentirse valorado.
—Facilitó las cosas para proponer a Sagan —dijo Szilard—. Sabía que tenía usted una historia con el general Rybicki. En el fondo, nos vino usted al pelo. Pero de hecho ni usted ni Sagan eran la clave de la ecuación. Era su hija, administrador Perry, quien realmente importaba. Su hija fue el motivo por el que los elegí a los dos para dirigir Roanoke.
Traté de entenderlo.
—¿A causa de los obin? —pregunte.