La colonia perdida (32 page)

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Authors: John Scalzi

BOOK: La colonia perdida
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La nave aterrizó; Jane, Trujillo y yo salimos a recibirla. Mientras nos acercábamos, una compuerta se abrió. Un pasajero salió, gritando y corriendo hacia Jane, quien se preparó para el impacto. Mal, según resultó, porque tanto ella como Zoë cayeron al suelo. Me acerqué a reírme de ambas; Jane me agarró por un tobillo y me hizo caer al montón. Trujillo se mantuvo a una prudente distancia, tratando de no ser capturado en aquel lío.

—Has tardado bastante —le dije a Zoë, después de que por fin lograra zafarme de su abrazo—. Otro día y medio, y tu madre y yo habríamos tenido que irnos a Fénix acusados de traición.

—No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando —dijo Zoë—. Pero me alegro mucho de verte —me atrapó en otro abrazo.

—Zoë —dijo Jane—. ¿Viste al general Gau?

—¿Que si lo vi? Estuvimos presentes en el intento de asesinato.

—¿Cómo? —dijimos Jane y yo simultáneamente.

Zoë extendió las manos, tranquilizándonos.

—Sobreviví. Como podéis ver.

Miré a Jane.

—Creo que me he hecho pis encima —dije.

—Estoy bien —dijo Zoë—. Y no fue tan mal, de verdad.

—¿Sabes? Incluso para ser una adolescente, puede que seas un poco fastidiosa —dije. Zoë sonrió. La volví a abrazar, con más fuerza.

—¿Y el general? —preguntó Jane.

—Sobrevivió también. Y no sólo eso. Se puso furioso. Está usando el intento de asesinato para convocar a la gente ante él. Para exigirles lealtad.

—¿A él? —dije—. No parece propio de Gau. Me dijo que el Cónclave no era un imperio. Si está exigiendo lealtad, es como si se estuviera nombrando emperador.

—Algunos de sus consejeros más íntimos acaban de intentar asesinarlo —dijo Zoë—. Le vendría bien un poco de lealtad personal ahora mismo.

—No puedo reprochárselo.

—Pero no se ha terminado —dijo Zoë—. Por eso he vuelto. Sigue habiendo un grupo de planetas que se resisten. Los lidera un tal Eser. Nerbros Eser. Son lo que han estado atacando a la Unión Colonial, me dijo.

—Así es —dije, recordando lo que el general Szilard me había contado sobre Eser.

—El general Gau me dio un mensaje para ti. Dice que Eser va a venir hacia aquí. Pronto. Quiere tomar Roanoke porque el general no pudo. Tomar Roanoke, según el general, le dará prestigio. Un modo de demostrar que es más capaz de dirigir el Cónclave.

—Por supuesto. Todos los demás están utilizando a Roanoke como peón. ¿Por qué no ese gilipollas?

—Si ese Eser está atacando a toda la Unión Colonial, entonces no va a tener ningún problema para eliminarnos —dijo Trujillo. Seguía manteniendo la distancia.

—El general dijo que, según sus fuentes, Eser no planea golpearnos desde el espacio —dijo Zoë—. Quiere aterrizar aquí y tomar Roanoke con sus tropas. El general dijo que sólo usaría los suficientes soldados para tomar la colonia. Más o menos lo contrario de lo que hizo el general con su flota. Para recalcar su postura. Hay más detalles en los archivos que me dio el general.

—Así que será una fuerza de ataque pequeña —dije yo. Zoë asintió.

—A menos que venga él solo con un par de amigos, seguimos teniendo un problema —dijo Trujillo, e hizo un gesto hacia Jane y hacia mí—. Ustedes dos son los únicos que tienen entrenamiento militar auténtico. Ni siquiera con nuestras defensas de tierra duraremos mucho contra soldados de verdad.

Jane estuvo a punto de responder, pero Zoë se le adelantó.

—He pensado en eso —dijo.

Trujillo pareció sofocar una sonrisa.

—No me digas.

Zoë se puso seria.

—Señor Trujillo, su hija es mi mejor amiga. No quiero que muera. No quiero que usted muera. Estoy en situación de ayudar. Por favor, no se muestre condescendiente conmigo.

Trujillo se irguió.

—Te pido disculpas, Zoë. No pretendía ser irrespetuoso. Es que no esperaba que tuvieras un plan.

—Ni yo tampoco —dije.

—¿Recuerdas que hace mucho tiempo me quejé de que ser objeto de adoración de una raza entera ni siquiera servía para librarme de hacer los deberes?

—Vagamente —respondí.

—Bueno, pues mientras he estado fuera he averiguado para qué servía.

—Sigo sin pillarlo.

Zoë me cogió la mano, y luego tomó la de Jane.

—Vamos —dijo—. Hickory y Dickory están todavía dentro de la nave. Están vigilando algo por mí. Quiero enseñároslo.

—¿Qué es? —preguntó Jane.

—Una sorpresa —contestó Zoë—. Pero creo que os va a gustar.

14

Jane me despertó tirándome de la cama.

—¿Qué demonios? —dije, aturdido, desde el suelo.

—La conexión con el satélite acaba de caerse —contestó Jane. Jane se levantó, cogió un par de binoculares de la cómoda, y salió. Yo me desperté rápidamente y la seguí.

—¿Qué ves?

—El satélite no está. Hay una nave no demasiado lejos de donde debería estar el satélite.

—El tal Eser no se anda con sutilezas —dije.

—No cree que tenga que ser sutil. No encajaría con sus propósitos.

—¿Estamos preparados para esto?

—No importa si lo estamos o no —dijo Jane, y soltó los binoculares para mirarme—. Llegó la hora.

* * *

Para ser justos, después de que Zoë regresara, hicimos saber al Departamento de Colonización que creíamos hallarnos bajo una inminente amenaza de ataque y que nuestras defensas contra semejante ataque eran casi nulas. Suplicamos más apoyo. Lo que obtuvimos fue una visita del general Rybicki.

—Ustedes dos deben de haberse tragado un puñado de píldoras —dijo Rybicki, sin más preámbulos, mientras entraba en el despacho del administrador—. Estoy empezando a lamentar haberlos propuesto como líderes de la colonia.

—Ya no somos los líderes de la colonia —dije, y señalé a Manfred Trujillo, que estaba sentado detrás de mi antigua mesa—. Es él.

Esto pilló desprevenido a Rybicki. Miró a Trujillo.

—No tiene usted autorización para ser líder de la colonia.

—Los colonos estarían en desacuerdo con usted —dijo Trujillo.

—Los colonos no tienen derecho a voto —dijo Rybicki.

—También estarían en desacuerdo con eso.

—Entonces han tragado píldoras de estupidez junto con ustedes tres —dijo Rybicki, y luego se volvió hacia Jane y hacia mí—. ¿Qué demonios está pasando aquí?

—Creí que nuestro mensaje al Departamento de Colonización estaba bastante claro —respondí—. Tenemos motivos para creer que vamos a ser atacados, y los que van a atacarnos planean aniquilarnos. Necesitamos defensas o vamos a morir.

—Envió el mensaje
en abierto —
dijo Rybicki—. Cualquiera podría haberlo captado.

—Lo mandé en clave —dije—. En clave militar.

—Era un código que seguía un protocolo poco seguro —contestó Rybicki—. Hace años que se considera poco seguro —miró a Jane—. Usted más que nadie tendría que haberlo sabido, Sagan. Es responsable de la seguridad de esta colonia. Sabe qué código utilizar.

Jane no dijo nada.

—Así que está diciendo que ahora cualquiera que se moleste en escuchar sabe que somos vulnerables —dije.

—Estoy diciendo que sólo les faltaba haberse puesto beicon en la cabeza antes de meterse en la jaula del tigre —dijo Rybicki.

—Entonces aún hay más motivo para que la Unión Colonial nos defienda —intervino Trujillo.

Rybicki lo miró.

—No voy a seguir hablando con él delante —dijo—. No importa qué tipo de extraño acuerdo tengan ustedes aquí, la cuestión es que ustedes dos son los encargados de la colonia, no él. Es hora de ponerse serios, y lo que tenemos que hablar está clasificado. Él no está autorizado para oírlo.

—Sigue siendo el líder de la colonia —dije yo.

—No me importa si lo han coronado rey de Siam —replicó Rybicki—. Tiene que irse.

—Usted decide, Manfred —dije.

—Me iré —dijo Trujillo, poniéndose en pie—. Pero le voy a decir una cosa, general Rybicki. Sabemos cómo nos ha utilizado la Unión Colonial, y que ha jugado con nuestro destino y con las vidas de todos nosotros. Nuestras vidas, las vidas de nuestras familias y las vidas de nuestros hijos. Si la Unión Colonial no nos defiende ahora, sabremos quién nos ha matado realmente. No otra especie ni el Cónclave. La Unión Colonial. Pura y simplemente.

—Bonito discurso, Trujillo —dijo Rybicki—. Pero eso no lo convierte en verdad.

—General, en este momento no puede decirse que usted sea ninguna autoridad en materia de verdad —dijo Trujillo. Nos saludó a Jane y a mí con un gesto con la cabeza y se marchó antes de que el general pudiera replicar.

—Vamos a contarle todo lo que nos diga —dije, después de que Trujillo se marchara.

—Entonces será un traidor además de incompetente —respondió Rybicki, sentándose a la mesa—. No sé qué piensan ustedes dos que están haciendo, pero sea lo que sea, es una locura. Usted —miró a Jane—, sé que sabe que el código que siguieron para cifrar ese mensaje no era seguro. Sin duda sabía que estaba difundiendo su vulnerabilidad. Pero no soy capaz de imaginar por qué lo ha hecho.

—Tengo mis motivos —dijo Jane.

—Bien. Cuéntemelos.

—No.

—¿Cómo?

—He dicho que no —respondió Jane—. No me fío de usted.

—¡Oh, lo que faltaba! —dijo Rybicki—. Acaba de pintar un blanco enorme en su colonia y yo no soy de fiar.

—Hay un montón de cosas que la Unión Colonial ha hecho con Roanoke y no se ha molestado en contarnos —dije yo—. Donde las dan, las toman.

—Cristo —dijo Rybicki—. No estamos en un maldito patio de colegio. Están jugando ustedes con la vida de esos colonos.

—¿Y en qué se diferencia de lo que hizo la UC?

—En que ustedes no tienen la autoridad —dijo Rybicki—. No tienen el derecho.

—¿La Unión Colonial sí tiene el derecho de jugar con las vidas de estos colonos? —pregunté—. ¿Tiene el derecho de ponerlos en el camino de un enemigo militar que pretende destruirlos? Estos colonos no son soldados, general. Son civiles. Algunos de los nuestros son pacifistas religiosos.
Usted
se aseguró de que así fuera. La Unión Colonial puede haber tenido la
autoridad
para, poner a esta gente en peligro. Pero desde luego no tenía ningún
derecho.

—¿Ha oído hablar alguna vez de Coventry? —preguntó Rybicki.

—¿La ciudad inglesa?

Rybicki asintió.

—Durante la segunda guerra mundial, los británicos descubrieron a través de sus servicios de inteligencia que sus enemigos iban a bombardear la ciudad. Descubrieron cuándo iba a suceder. Pero si evacuaban la ciudad revelarían que conocían el código secreto del enemigo y, por lo tanto, perderían la capacidad de conocer sus planes. Por el bien de todo el Reino Unido, dejaron que el bombardeo tuviera lugar.

—Está diciendo que Roanoke es el Coventry de la Unión Colonial —dijo Jane.

—Estoy diciendo que tenemos un enemigo implacable que nos quiere a todos muertos —contestó Rybicki—. Y que tenemos que valorar qué es lo mejor para la humanidad. Para
toda
la humanidad.

—Eso es dar por hecho que la Unión Colonial hace lo que es mejor para toda la humanidad —dije.

—No es que quiera insistir, pero lo que hace es mejor que lo que nadie más ha planeado hacer por la humanidad —dijo Rybicki.

—Pero
usted
no cree que lo que la Unión Colonial hace sea lo mejor para toda la humanidad —dijo Jane.

—No he dicho eso.

—Lo está pensando.

—No tiene ni idea de lo que estoy pensando.

—Sé exactamente lo que está pensando —dijo Jane—. Sé que ha venido aquí a decirnos que la Unión Colonial no tiene naves ni soldados para defendernos. Sé que usted sabe que hay naves y soldados para nuestra defensa, pero que han sido asignados a roles que le parecen redundantes y no esenciales. Sé que se supone que debe ofreceros una mentira convincente al respecto. Por eso ha venido, para darle a la mentira un toque personal. Y sé que le disgusta que le hayan obligado a hacerlo, pero le disgusta aún más haber accedido.

Rybicki miró a Jane boquiabierto. Lo mismo hice yo.

—Sé que piensa que la Unión Colonial está actuando de manera estúpida al sacrificar Roanoke ante el Cónclave. Sé que sabe que se planea utilizar nuestra pérdida para reclutar soldados entre las colonias. Sé que piensa que reclutar soldados entre las colonias las hará más vulnerables a los ataques, no menos, porque ahora el Cónclave tendrá motivos para atacar a poblaciones civiles con el fin de reducir el número de soldados potenciales. Sé que usted considera esto el final de la Unión Colonial. Sé que piensa que la Unión Colonial perderá. Sé que teme por mí y por John, por esta colonia, por usted mismo y por toda la humanidad. Sé que cree que no hay salida.

Rybicki permaneció en silencio durante un largo instante.

—Parece que sabe mucho —dijo por fin.

—Sé suficiente —contestó Jane—. Pero ahora necesitamos que nos lo diga usted.

Rybicki me miró a mí y luego a Jane. Se agitó, incómodo.

—¿Qué puedo decir que ya no sepan? —dijo—. La Unión Colonial no tiene nada para ustedes. Intenté que les dieran algo, cualquier cosa —miró a Jane para ver si reconocía la verdad de eso, pero ella tan sólo lo siguió mirando, impasible—, pero han tomado la decisión de defender las colonias más desarrolladas. Me dijeron que era un uso más estratégico de nuestra fuerza militar. No estoy de acuerdo, pero no es un argumento indefendible. Roanoke no es la única colonia reciente que queda expuesta.

—Sólo somos la colonia que saben que será el objetivo —dije.

—Se supone que debo ofrecerles una historia razonable sobre la falta de defensas. Lo que se acordó fue que les dijera que enviar ayuda habiendo utilizado mensajes en una clave poco segura pondría a nuestras naves y soldados en peligro. Eso tiene la ventaja de ser posiblemente cierto —miró bruscamente a Jane—, pero sobre todo es una tapadera. No he venido sólo a darle el toque convincente. He venido porque me sentía obligado a decírselo cara a cara.

—No sé qué opinar ante el hecho de que se sienta más cómodo mintiéndonos de cerca que de lejos —dije.

Rybicki sonrió amargamente.

—En retrospectiva, no parece haber sido una de mis mejores decisiones —se volvió hacia Jane—. Sigo queriendo saber cómo sabe todo esto.

—Tengo mis fuentes —respondió Jane—. Y nos ha contado usted lo que necesitamos saber. La Unión Colonial se desentiende de nosotros.

—No fue decisión mía —dijo Rybicki—. Yo no creo que sea lo correcto.

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