—¿Por qué quieres que me quede con los niños? —preguntó suspicaz.
—Porque tienen unos días de vacaciones y estarán en casa.
—No, yo pregunto por qué necesitas que me quede yo con ellos. ¿Tú dónde irás?
—¿Por qué lo preguntas?
—No me contestes con otra pregunta. Todavía eres mi mujer y me gustaría saberlo.
—Voy a Glyndebourne.
Peter lanzó un silbido.
—Glyndebourne. ¡Caramba!
—Bueno, es que nunca he estado —dije, con toda mi intención.
—¿Es eso un reproche? Faith, sabes perfectamente que me habría encantado llevarte, pero nunca nos lo pudimos permitir.
—Pues deberías haber pedido prestado —repliqué, sabiendo que no estaba siendo razonable—. Si nuestro matrimonio te hubiera importado lo suficiente, habrías pedido prestado para poderme dar algún lujo de vez en cuando.
—¿Eso crees? —me espetó él, con una hueca carcajada—. Y si puede saberse, ¿quién te va a llevar a Glyndebourne?
—¿A ti qué te importa?
—Bueno, ya te he dicho que sigo siendo tu marido y creo que tengo derecho a saberlo.
—Peter —dije enfadada—, tú renunciaste a ese derecho al dejarme.
—No tergiverses los hechos. Fuiste tú la que me echaste. Venga, Faith, ¿quién es ese tío? ¿Lo conozco?
—Peter, yo no te pregunto por tu relación con… con esa, así que me gustaría que tú también respetaras mi intimidad.
—No me vengas con esas, Faith. De todas formas, al final me lo dirán los niños. O Graham, que no se calla nada. Dime, ¿quién es? Debe de estar forrado, para llevarte a ese palacio de delicias operísticas y sibaritas.
—No está forrado —repliqué indignada—. Pero le va bastante bien. Es un artista.
—¿Cómo puede permitirse un artista llevarte a Glyndebourne, Faith? ¿Estás segura de que no es un traficante de drogas o algo así?
—Totalmente segura. Es diseñador de ópera y teatro, para que lo sepas. Y además un pintor estupendo. Su especialidad es el trampantojo.
—¿Es heterosexual, Faith? Ahora me has dejado un poco preocupado.
—Es heterosexual. Y mucho —añadí—. Y además es muy atractivo.
—¿De verdad?
—Sí. Y encima es un cocinero excelente.
—¡Aaaaaah! Definitivamente gay.
—De eso nada.
Y entonces la voz de Peter pareció desvanecerse mientras yo recordaba la gloriosa tarde que habíamos pasado en la cama el día anterior. Fue como estar en el cielo. Se me había olvidado lo maravilloso que puede ser el sexo.
—No, Jos es heterosexual a más no poder —dije con intención.
—¡Faith! ¿No habrás…? No, ¿verdad? No es nada propio de ti. ¡Y antes de que nos divorciemos siquiera! No, no te pega nada. Claro que las chicas de colegio de monjas…
—¿Y por qué no iba a hacerlo? Tú lo has hecho —repliqué.
—¡De verdad, Faith! Contéstame. ¿Te has acostado con él?
—Muy bien. Ya que lo preguntas: sí. —Y al decirlo sentí una punzada de placer sádico y algo muy parecido a la venganza—. Me he acostado con él —repetí—. Y fue genial, ya que lo preguntas.
—No lo he preguntado.
—Así que dime, ¿estás dispuesto a quedarte con los niños el jueves que viene?
—No, no puedo.
—¿Cómo que no puedes?
—Pues que no puedo. Que me es imposible, que no puede ser, que tengo otras cosas que hacer. En otras palabras, que estoy ocupado.
—¿En qué?
—Pues en la conferencia de ventas de Bishopsgate, para que lo sepas. Voy a estar en un hotel de Warwickshire arengando a las tropas. Comprenderás que es bastante importante, sobre todo porque tengo un contrato de prueba y de momento me están vigilando de cerca. Así que lo siento, de verdad, pero no es posible. Y aunque me hubieras avisado con tres meses de antelación, lo cual es imposible porque hace tres meses todavía estábamos felizmente casados y tú no tenías ninguna intención de ir a Glyndebourne y mucho menos de tirarte a otro tío, pues eso, que aunque me hubieras avisado con tres meses de antelación te habría dicho que no. Lo siento, Faith, pero no puedo. ¿Por qué no te conformas con oír el CD?
—No digas tonterías, Peter. Me gustaría mucho ir.
—Pues tendrás que pagar a una niñera. ¿Se lo has preguntado a mi madre?
—No, por lo de la tienda.
—¿Y a tus padres? Ahora que los niños están casi criados tal vez no les importe quedarse con ellos de tarde en tarde. Bueno, eso si los pillas en casa, claro.
Lo cual no fue posible, por supuesto. No es posible nunca. Lo intenté, pero no hubo respuesta. Tenía la vaga idea de que estaban observando pájaros en Tobago, o remando en canoa en Colorado. ¿O era que estaban navegando por las Seychelles en su Indian Ocean Odyssey? La verdad es que no lo sabía. Pero justo cuando iba a llamarlos otra vez sonó el teléfono y me llevé una sorpresa: era mi madre.
—¿Qué tal estás, cariño? —me preguntó sin aliento.
—Bueno… así así —comencé—. La verdad es que me alegro de que me llames porque quería saber si papá y tú podríais…
—Espera, Faith, que se acaban las monedas. ¡Gerald! ¡Necesito otros cincuenta peniques! Gracias. Perdona, cariño, es que estamos en el aeropuerto de Heathrow, a punto de embarcar, así que no puedo hablar mucho tiempo.
—¿Y adónde vais ahora? —pregunté con cansancio—. ¿Pero no acababais de llegar?
—A ver ballenas. En Noruega.
—¿Pero no estuvisteis el año pasado en Cape Cod, viendo ballenas?
—Sí, pero eran distintas, cariño. Se ve que las de Noruega dan unos saltos increíbles en el agua. Luego nos vamos quince días a Laponia, a cuidar renos.
—Ah, qué bien.
—Sí. Y lo mejor es que ya no hay radiactividad.
—Estupendo.
—Hace mucho tiempo que no hablamos, Faith. ¿Alguna noticia en particular?
—Sí. Ya que lo preguntas, Peter y yo nos divorciamos.
—¿Ah, sí? ¡Gerald, no pierdas de vista las maletas!
—De hecho ya se ha ido de casa. Ahora vive en Pimlico, no muy lejos de su nuevo trabajo. Es director ejecutivo de Bishopsgate. Pero yo tengo novio. Se llama Jos…
—¿Sí?
—Y es un gran escenógrafo.
—Magnífico.
—Y la semana que viene me va a llevar a Glyndebourne.
—Qué suerte.
—Peter está con Andie.
Mi madre soltó una exclamación.
—No, no, mamá. Andie es una mujer.
—Ah, menos mal.
—Bueno, los niños se lo han tomado todo con mucha filosofía.
—Estupendo. Matt es un niño muy listo, ¿verdad? —comentó con orgullo—. Le va de maravilla.
—Sí. Katie también. Pero estoy un poco preocupada por Graham.
¡Ding-dong!
—Ah, nos llaman a la puerta de embarque. Tengo que dejarte, cariño. ¿Dices que estás preocupada por Graham?
—Sí. No se ha tomado muy bien lo del divorcio.
Y es verdad. Se le ve muy alicaído. Se le nota en muchos detalles. Por ejemplo, cuando un perro se va a tumbar, normalmente describe unos círculos, ¿no? No me pregunten por qué, pero es verdad. Pues bien, Graham se pasa una eternidad dando vueltas y vueltas, y luego se tumba con un gran suspiro. Además, se pasa muchísimo tiempo mirando por la ventana. Lo sé porque deja la marca del morro por todo el cristal. Otra cosa: se pasa el rato intentando cazar moscas, lo cual le da un aire vagamente imbécil. Y no está relajado y tranquilo como antes. En los ocho días que han pasado desde que hablé con mi madre ha empeorado. Lo noté otra vez el jueves por la tarde, mientras esperaba a Jos. Lily había tenido el detalle de ofrecerse para cuidar de los niños, e iba a llegar a las dos. Jos me recogería en su coche a las dos y cuarto. El trayecto hasta Glyndebourne dura unas dos horas. Luego tomaríamos unas copas en el jardín; la ópera empezaba a las cinco. Lily estaba loca de emoción con todo el asunto y había sido una enorme ayuda. No solo se ofreció de inmediato para cuidar a los niños —incluso se tomó la tarde libre para eso—, sino que además me prestó un vestido precioso de seda de Armani, largo hasta el tobillo, color rosa pálido, con una estola a juego. Yo estaba tan nerviosa que me arreglé demasiado temprano, como hacía cuando era pequeña. Así que para pasar el tiempo se me ocurrió hacerle una pruebas de obediencia a Graham.
—¡Sentado! —le ordené en la cocina. Para mi sorpresa, Graham se me quedó mirando con expresión desafiante—. ¡Sentado! —Nada—. ¡Siéntate! ¡Abajo! —Graham bostezó—. ¡Sentado!
Matt alzó la vista del periódico.
—Graham —dijo muy serio—, sentado. —Nada—. Sentado. —Nada—. Siéntate, por favor —pidió.
Graham bajó despacio el trasero hasta el suelo.
—Nunca se lo habíamos tenido que pedir por favor —observé—. Por lo general es muy obediente. Últimamente está bastante terco.
—Simplemente está poniendo a prueba los parámetros de tu autoridad, mamá —explicó Katie, que estaba echando comida en la pecera de Siggy—. Es un comportamiento habitual en niños durante un divorcio. Habiendo un solo progenitor al cargo, los hijos comienzan a salirse de los límites, básicamente probando suerte. Menos mal que no es más que una etapa.
—Yo no estoy de acuerdo con ese análisis —replicó Matt—. Yo diría que Graham está deprimido sencillamente porque sabe que va a venir Jennifer Aniston. Él la considera una bruja.
—Pues yo no sé qué le pasa —dije—. Ojalá se animara un poco. Graham, cariño. —Le acaricié las sedosas orejas—. No querrás que Jos piense que eres un cachorrito malo, ¿verdad? Que ya tienes tres años y eres mayor.
—Mamá, no le hables así —advirtió Katie—. Graham es un perro, no un niño.
—¿Has oído eso, Graham? —pregunté con una mueca—. Tu hermana mayor cree que eres un perro.
—Es un perro —insistió Katie.
—No es… un perro. Me parece que eso es muy injusto.
—¡Es un perro, mamá! Es un perro. Sin embargo —añadió suavizando la voz—, es un perro con una inteligencia y un grado de comprensión casi humanos, así que tienes razón al preocuparte por su salud mental. Es el divorcio —explicó—. Se siente vulnerable. Puede que hasta se sienta culpable, como si la ruptura fuera culpa suya. Básicamente está confuso —concluyó—. Tal vez deberíamos llevarle a un psicólogo canino.
De pronto oímos la voz cristalina de Lily.
—¡Holaaaaaa! ¡Abrid! —gritó—. ¡Ya estamos aquí! Las niñeras han llegado. ¡Cariño, estás divina! —exclamó nada más entrar—. ¡Ay, sí! Ese vestido es un sueño. Faith, ¿qué miras?
—No, nada —mentí. De hecho me había quedado mirando a Jennifer, que llevaba una diminuta camiseta en la que ponía «¡Preciosa!», y una gorra de béisbol de rayas y estrellas. Las orejas, que le llegan al suelo, salían por dos aberturas a ambos lados de la gorra.
—¿Verdad que es un conjunto preciooooso? —dijo Lily encantada—. Lo compramos en Crufts y Jennifer ha querido ponérselo especialmente hoy, ¿verdad, cariño? Pensaba que podríamos ir al parque —resolló—. Siempre que Graham no sea demasiado bruto.
—No, de hecho está bastante alicaído. Ha perdido su alegría habitual. Creemos que está deprimido por el divorcio.
—Pues yo desde luego no —saltó Lily—. Vaya, quiero decir que lo estoy superando —se corrigió—. Es verdad que es muy triste, pero en fin, la vida continúa. Vamos a ver, ¿dónde está ese novio tan encantador que te has echado? ¡Me muero de ganas de conocerle!
Dos minutos más tarde se cumplió su deseo. Se oyó el ruido de un coche, luego unos pasos en el camino y por fin Jos apareció en el recibidor. Parecía un dios. No, un dios no, un ángel. Sí, eso es. Su pelo rubio se ondulaba suavemente sobre el cuello de su chaqueta. Irradiaba una especie de calor magnético, como un fuego lejano en una noche helada. Estaba tan guapo que casi me desmayo de deseo.
—Gracias, Dios —recé—. Muchísimas gracias por enviarme a Jos.
Lily estaba fuera de sí cuando le estrechó la mano.
—No sabes cómo me alegro de conocerte —decía—. ¡He oído hablar tanto de ti! Y muy bien, por cierto. Tienes que dejar que te hagamos una entrevista para el
Moi!
—añadió con entusiasmo—. Nuestras páginas de arte son las mejores.
—Muchas gracias, Lily —contestó él—. Yo también he oído decir maravillas de ti. Y me encanta tu revista. Es muchísimo mejor que el
Vogue
.
A estas alturas Lily ya le había dado un diez.
—Y tú eres Katie, ¿no? —Jos le dedicó una sonrisa encantadora.
—Sí —replicó ella con un sofisticado aire de indiferencia.
—Y supongo que tú eres el genio, Matt.
—Hola —dijo Matt, que se había puesto como un tomate.
Jos nos sonrió a todos, irradiando belleza y encanto.
—¿Dónde está Graham? —preguntó por fin.
¡Vaya! Era verdad, ¿dónde estaba Graham? Había desaparecido. Matt fue por él y volvió al cabo de un momento, arrastrándolo por el collar. Graham traía una expresión de miedo y desdén que normalmente reserva para el veterinario.
—Graham, di hola a Jos —le animó. Jos fue a acariciarlo, pero Graham enseñó los dientes y le dio un leve mordisco.
—¡Ay! —exclamó Jos, sacudiendo la mano. Pareció consternado, luego irritado, pero por fin se echó a reír—. Es culpa mía. Le habré asustado.
—No, no es verdad —repliqué—. ¡Graham! Eso ha estado muy mal. Mamá está muy, muy enfadada contigo. —El pobre se encogió—. Lo siento, Jos. ¿Quieres una tirita? —Él negó con la cabeza—. Graham suele ser muy bueno, pero últimamente está un poco… confuso.
—No, no está confuso, mamá —terció Katie—. Está celoso.
—¿Celoso?
—Sí, de Jos.
—¡Ja ja ja! ¡Ay, cariño! ¡Qué tontería! A Katie le encanta psicoanalizar a todo el mundo —expliqué—. Así que ten cuidado, Jos, porque como te descuides la va a tomar contigo. ¿A que sí, Katie?
—Que no os quepa duda —replicó ella.
Entonces se produjo uno de esos silencios embarazosos, hasta que Jos sonrió y dijo:
—A mí también me interesa bastante la psiquiatría. De hecho soy amigo de Anthony Clare.
—¡Vaya! —exclamó Katie, encendiéndose como unos fuegos artificiales—. Yo creo que es genial, aunque no estoy de acuerdo con sus teorías sobre Freud.
—¿Te gustaría conocerle? Si quieres te lo presento.
A Katie se le salían los ojos de las órbitas.
—Me encantaría.
—Pues ya lo arreglaré —contestó él con una sonrisa. A continuación cogió mi cesta de picnic y nos despedimos.
—Estás preciosa —me dijo mientras salíamos de Chiswick en su MGF descapotable. Me acarició la rodilla.
—Tú también. Estás guapísimo. —Le miré el dedo un momento. Gracias a Dios Graham no le había hecho sangre—. Siento mucho lo de Graham.