Los días y las noches se sucedían, y las tardes y las mañanas. Está en los libros y en la vida que los trabajos de los hombres siempre fueron más largos y pesados que los de los dioses, véase el caso ya mencionado del creador de los pieles rojas que, en definitiva, no hizo más que cuatro imágenes humanas, y por este poco, aunque con escaso éxito de público interesado, tuvo entrada en la historia de los almanaques, mientras que Cipriano Algor, a quien ciertamente no le espera la retribución de un registro biográfico y curricular en letra de molde, tendrá que desentrañar de las profundidades del barro, sólo en esta primera fase, ciento cincuenta veces más, es decir, seiscientos muñecos de orígenes, características y situaciones sociales diferentes, tres de ellos, el bufón, el payaso y la enfermera, más fácilmente definibles también por las actividades que ejercen, lo que no sucede con el mandarín y con el asirio de barbas, que, a pesar de la razonable información recopilada en la enciclopedia, no fue posible averiguar lo que hicieron en la vida. En cuanto al esquimal se supone que seguirá cazando y pescando. Es cierto que a Cipriano Algor le da lo mismo. Cuando las figurillas comiencen a salir de los moldes, iguales en tamaño, atenuadas por la uniformidad del color las diferencias indumentarias que los distinguen, necesitará hacer un esfuerzo de atención para no confundirlas y mezclarlas. De tan entregado al trabajo, algunas veces se olvidará de que los moldes de yeso tienen un límite de uso, algo así como unas cuarenta utilizaciones, a partir de las cuales los contornos comienzan a difuminarse, a perder vigor y nitidez como si la figura se fuese poco a poco cansando de ser, como si estuviese siendo atraída a un estado original de desnudez, no sólo la suya propia como representación humana, sino la desnudez absoluta del barro antes de que la primera forma expresada de una idea lo hubiese comenzado a vestir. Para no perder tiempo comenzó arrumbando las figuras inservibles en un rincón, pero después, movido por un extraño e inexplicable sentimiento de piedad y de culpa, fue a buscarlas, deformadas y confundidas por la caída y por el choque la mayor parte, y las colocó cuidadosamente en un estante de la alfarería. Podría haber vuelto a amasarlas para concederles una segunda posibilidad de vida, podría haberlas aplanado sin dolor como aquellas dos figuras de hombre y de mujer que modeló al principio, todavía está aquí su barro seco, agrietado, informe, y sin embargo levantó de la basura los mal formados engendros, los protegió, los abrigó, como si quisiese menos sus aciertos que los errores que no había sabido evitar. No llevará esos muñecos al horno, mal empleada sería la leña que para ellos ardiese, pero va a dejarlos aquí hasta que el barro se raje y disgregue, hasta que los fragmentos se desprendan y caigan, y, si el tiempo diera para tanto, hasta que el polvo que ellos serán se transforme de nuevo en arcilla resucitada. Marta ha de preguntarle, Qué hacen ahí esas piezas defectuosas, a lo que él responderá, Ellos me gustan, no dirá Ellas me gustan, si lo hubiera dicho los expulsaría definitivamente del mundo para el que habían nacido, dejaría de reconocerlos como obra suya para condenarlos a una última y definitiva orfandad. Obra suya, y fatigosa obra, también son las decenas de muñecos acabados que todos los días van siendo transferidos a las tablas de secado, ahí fuera, bajo la sombra del moral, pero ésos, por ser tantos y apenas distinguirse unos de los otros, no piden más cuidados y atenciones que los indispensables para que no se lisien a última hora. A Encontrado no hubo más remedio que atarlo para que no se subiese a las tablas, donde sin ninguna duda cometería el mayor estropicio jamás visto en la turbulenta historia de la alfarería, pródiga, como se sabe, en cascotes e indeseables amalgamaciones. Recordemos que cuando los primeros seis muñecos, los otros, los prototipos, fueron puestos a secar aquí, y Encontrado quiso averiguar, por contacto directo, lo que era aquello, el grito y la palmada instantánea de Cipriano Algor bastaron para que su instinto de cazador, aún más excitado por la insolente inmovilidad de los objetos, se retrajese sin llegar a causar daños, pero reconozcamos que sería irrazonable esperar ahora de un animal así que resistiese impávido a la provocación de una horda de payasos y mandarines, de bufones y enfermeras, de esquimales y asirios de barbas, todos malamente disfrazados de pieles rojas. Duró una hora la privación de libertad. Impresionada por la sentida expresión, incluso melindrosa, con que Encontrado se sometió al castigo, Marta le dijo al padre que la educación tendría que servir para algo, aunque se tratase de perros, La cuestión es adaptar los métodos, declaró, Y cómo vas a hacer eso, Lo primero que hay que hacer es soltarlo, Y después, Si intenta subir a las tablas, se ata otra vez, Y después, Se suelta y se ata tantas veces cuantas sean necesarias, hasta que aprenda, A primera vista, puede dar resultado, en todo caso no te dejes engañar si te parece que ya ha aprendido la lección, claro que no se atreverá a subir estando tú presente, pero, cuando se encuentre solo, sin nadie que lo vigile, temo que tus métodos educativos no tengan suficiente fuerza para disciplinar los instintos del abuelo chacal que está al acecho en la cabeza de Encontrado, El abuelito chacal de Encontrado ni siquiera se tomaría la molestia de oler los muñecos, pasaría de largo y seguiría su camino a la búsqueda de algo que realmente pudiera ser comido, Bueno, sólo te pido que pienses en lo que sucederá si el perro se sube a las tablas, la cantidad de trabajo que vamos a perder, Será mucho, será poco, ya veremos, pero, si eso ocurre, me comprometo a rehacer las figuras que se estraguen, tal vez sea ésa la manera de convencerlo para que me deje ayudarle, De eso no vamos a hablar ahora, vete ya a tu experiencia pedagógica. Marta salió de la alfarería y, sin decir una palabra, soltó la correa del collar. Luego, tras dar unos pasos hacia la casa, se paró como distraída. El perro la miró y se tumbó. Marta avanzó algunos pasos más, se detuvo otra vez, y a continuación, decidida, entró en la cocina, dejando la puerta abierta. El perro no se movió. Marta cerró la puerta. El perro esperó un poco, después se levantó y, despacio, se fue aproximando a las tablas. Marta no abrió la puerta. El perro miró hacia la casa, dudó, volvió a mirar, después asentó las patas en el borde de la tabla donde estaban secándose los asirios de barbas. Marta abrió la puerta y salió. El perro bajó rápidamente las patas y se quedó parado en el mismo sitio, a la espera. No había motivos para huir, no le acusaba la conciencia de haber hecho mal alguno. Marta lo agarró por el collar y, nuevamente sin pronunciar palabra, lo prendió a la correa. Después volvió a entrar en la cocina y cerró la puerta. Su apuesta era que el can se hubiese quedado pensando en lo sucedido, pensando, o lo que él suela hacer en una situación como ésta. Pasados dos minutos lo liberó otra vez de la correa, convenía no darle tiempo al animal de olvidar, la relación entre la causa y el efecto tenía que instalarse en su memoria. El perro empleó más tiempo en poner las patas sobre la tabla, pero por fin se decidió, se diría que con menos convicción que la de antes. En seguida estaba nuevamente atado. A partir de la cuarta vez comenzó a dar señales de comprender lo que se pretendía de él, pero continuaba subiendo las patas a la tabla, como para acabar de tener la certeza de que no las debería poner allí. Durante todo este atar y desatar, Marta no había proferido una sola palabra, entraba y salía de la cocina, cerraba y abría la puerta, a cada movimiento del perro, el mismo siempre, respondía con su propio movimiento, siempre el mismo, en una cadena de acciones sucesivas y recíprocas que sólo acabaría cuando uno de ellos, merced a un movimiento distinto, rompiese la secuencia. A la octava vez que Marta cerró tras de sí la puerta de la cocina, Encontrado avanzó de nuevo hacia las tablas, pero, llegado allí, no levantó las patas simulando que quería alcanzar los asirios de barbas, se puso a mirar hacia la casa, inmóvil, a la espera, como si estuviese desafiando a la dueña a ser más osada que él, como si le preguntase Qué respuesta tienes tú ahora para contraponer a esta genial jugada mía, que me va a dar la victoria, y a ti te derrotará. Marta murmuraba satisfecha consigo misma, He ganado, estaba segura de que ganaría. Fue hacia el perro, le hizo unas caricias en la cabeza, dijo gentil, Encontrado bonito, Encontrado simpático, el padre se asomó a la puerta de la alfarería para presenciar el feliz desenlace, Muy bien, sólo falta saber si será definitivo, Pongo las manos en el fuego por que nunca más subirá a las tablas, dijo Marta. Son poquísimas las palabras humanas que los perros consiguen incorporar a su vocabulario propio de roznidos y ladridos, sólo por eso, por no entenderlas, Encontrado no protestó contra la irresponsable satisfacción de que sus dueños estaban dando muestras, pues cualquier persona competente en estas materias y capaz de apreciar de manera objetiva lo sucedido diría que el vencedor de la contienda no es Marta, la dueña, por muy convencida que de eso esté, mas sí el perro, aunque también debamos reconocer que dirían precisamente lo contrario aquellas personas que sólo por las apariencias saben juzgar. Presuma cada uno de la victoria que supone haber alcanzado, incluso los asirios de barbas y sus colegas, ahora felizmente a salvo de agresiones. En cuanto a Encontrado, no nos resignaremos a dejarlo por ahí con una injusta reputación de perdedor. La prueba probada de que la victoria fue suya es que se convirtió, a partir de aquel día, en el más cuidadoso de los guardianes que alguna vez protegieron monigotes de barro. Había que oírlo ladrar llamando a los dueños cuando un inesperado golpe de viento tumbó media docena de enfermeras.
La primera hornada fue de trescientas estatuillas, o mejor de trescientas cincuenta, contando ya con la posibilidad de estragos. No cabían más. Sucedió que era el día de descanso de Marcial, sucedió por tanto que para Marcial fue un duro día de trabajo. Paciente, solícito, ayudó al suegro a colocar los muñecos en los estantes interiores, se encargó de la alimentación del horno, tarea para gente robusta, tanto por el esfuerzo físico de transportar e introducir la leña en el fogón como por las horas que tenía que durar, pues un horno como éste, antiguo, rudimentario a la luz de las nuevas tecnologías, necesita bastante tiempo para alcanzar el punto de cochura, sin olvidar que, tras alcanzarlo, será necesario mantenerlo lo más estable posible. Marcial va a trabajar hasta bien entrada la noche, hasta la hora en que el suegro, terminada la obra que se impuso a sí mismo adelantar en la alfarería, pueda venir a sustituirlo. Marta llevó la cena al padre, después trajo la de Marcial y, sentados ambos en el banco que ha servido para las meditaciones, comió con él. Ninguno de los dos tenía apetito, cada cual por sus motivos. No te veo comer, debes de estar muy cansado, dijo ella, Bastante, sí, perdí el hábito del esfuerzo, por eso me cuesta más, dijo él, La idea de la fabricación de estas estatuillas fue mía, Ya lo sé, Fue mía, pero en estos últimos días me está atormentando una especie de remordimiento, a todas horas me pregunto si habrá valido la pena que nos metamos a elaborar figuras, si no será todo esto patéticamente inútil, En este momento lo más importante para tu padre es el trabajo que hace, no la utilidad que tenga, si le quitas el trabajo, cualquier trabajo, le quitas, en cierto modo, una razón de vivir, y si le dices que lo que está haciendo no sirve para nada, lo más probable, aunque la evidencia del hecho esté estallando ante sus ojos, será que no lo crea, simplemente porque no puede, El Centro dejó de comprarnos cacharrería y consiguió aguantar el choque, Porque tú tuviste en seguida la idea de hacer las figurillas, Presiento que están a punto de llegar días malos, todavía peores que éstos, Mi ascenso a guarda residente, que ya no tardará mucho, será un día malo para tu padre, El dijo que se vendría con nosotros al Centro, Es verdad, pero lo dijo de esa misma manera que decimos todos que un día tendremos que morir, hay parte de nuestra mente que se niega a admitir lo que sabe que es el destino de todos los seres vivos, hace como si no fuera con ella, así está tu padre, nos dice que se vendrá a vivir con nosotros, pero, en el fondo, es como si no lo creyera, Como si estuviese esperando que le apareciera en el último instante un desvío que le lleve por otro camino, Debería saber que para el Centro sólo existe un camino, el que lleva del Centro al Centro, trabajo allí, sé de lo que hablo, Habrá quien diga que la vida en el Centro es un milagro a todas horas. Marcial no respondió de inmediato. Dio un trozo de carne al perro, que desde el principio había esperado pacientemente que algún resto de comida sobrase para él, y sólo después manifestó, Sí, como a Encontrado debe de haberle parecido obra de milagro, a estas horas de la noche, la carne que le acabo de dar. Pasó la mano por el espinazo del animal, dos veces, tres veces, la primera por simple y habitual cariño, las otras con insistencia angustiada, como si fuese indispensable sosegarlo sin pérdida de tiempo, pero era a él mismo a quien necesitaba tranquilizar, apartar una idea que le surgiera de pronto del lugar de la memoria donde se había escondido, En el Centro no admiten perros. Es cierto, no admiten perros en el Centro, ni gatos, sólo aves de jaula o peces de acuario, e incluso éstos se ven cada vez menos desde que fueron inventados los acuarios virtuales, sin peces que tengan olor a pez ni agua que sea necesario cambiar. Ahí dentro nadan graciosamente cincuenta ejemplares de diez especies diferentes que, para no morir, tendrán que ser cuidados y alimentados como si fueran seres vivos, la calidad de la inexistente agua hay que vigilarla, también hay que fiscalizar la temperatura, además, para que no todo sean obligaciones, el fondo del acuario podrá ser decorado con varios tipos de rocas y de plantas, y el feliz poseedor de esta maravilla tendrá a su disposición una gama de sonidos que le permitirá, mientras contempla sus peces sin tripas ni espinas, rodearse de ambientes sonoros tan diversos como una playa caribeña, una selva tropical o una tormenta en el mar. En el Centro no quieren perros, pensó nuevamente Marcial, y notó que esta preocupación estaba, por momentos, ocultando la otra, Le hablo de esto, no le hablo, comenzó inclinándose por el sí, después pensó que sería preferible dejar la cuestión para más tarde, cuando tenga que ser, cuando no haya otro remedio. Tomó pues la decisión de callarse, pero, qué verdad es ésa de la fluctuación inconstante de la voluntad en el acuario virtual de nuestra cabeza, un minuto después le estaba diciendo a Marta, Me acabo de dar cuenta de que no podemos llevarnos a Encontrado al Centro, no aceptan perros, va a ser un problema serio, pobre animal, tenerlo que dejar por ahí abandonado, Quizá se consiga encontrar una solución, dijo Marta, Concluyo que ya habías pensado en el asunto, se sorprendió Marcial, Sí, había pensado, hace mucho tiempo, Y esa solución, cuál sería, Pienso que a Isaura no le importaría hacerse cargo de Encontrado, incluso creo que sería para ella una gran alegría, además ya se conocen, Isaura, Sí, Isaura, la del cántaro, te acuerdas, la que nos trajo el bizcocho, la que vino a hablar conmigo la última vez que fuimos a almorzar a casa de tus padres, La idea me parece buena, Para Encontrado será lo mejor, Falta saber si tu padre estará de acuerdo, Ya se sabe que una mitad de él protestará, dirá que no señor, que una mujer sola no es buena compañía para un perro, imagino que es capaz de inventarnos una teoría de diferencias como ésta, qué seguramente habrá otras personas que no tendrán inconveniente en acoger al animal, pero también sabemos que la otra mitad deseará, con todas las fuerzas del deseo, que la primera no gane, Cómo van esos amores, preguntó Marcial, Pobre Isaura, pobre padre, Por qué dices pobre Isaura, pobre padre, Porque está claro que ella lo quiere, pero no consigue traspasar la barrera que él ha levantado, Y él, Él, él es una vez más la historia de las dos mitades, hay una que probablemente no piensa nada más que en eso, Y la otra, La otra tiene sesenta y cuatro años, la otra tiene miedo, Realmente las personas son muy complicadas, Es verdad, pero si fuéramos simples no seríamos personas. Encontrado no estaba allí, recordó de repente que no había en casa nadie más para hacerle compañía al dueño viejo, solo en la alfarería y ya ocupado con los segundos trescientos muñecos de la primera entrega de seiscientos, un perro ve estas cosas y le provocan una confusión enorme, las percibe pero no consigue comprenderlas, tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanto sudor, y ahora no me estoy refiriendo a la cantidad de dinero que se acabe ganando en el negocio, será poco, será así así, mucho no será ciertamente, es sobre todo por lo que Marta ha dicho hace un poco si no será todo esto patéticamente inútil. Como ya se había visto antes, y ahora, gracias al extenso y profundo diálogo mantenido entre Marta y Marcial, tuvimos ocasión de confirmar, el banco de piedra justifica ampliamente el grave y ponderoso nombre que le pusimos, el banco de las meditaciones, pero he aquí que la necesidad obliga, es tiempo de volver las atenciones al horno, meter más leña por la bocaza del fogón, con cuidado, Marcial, no te olvides de que la fatiga entorpece los reflejos de defensa, aumenta el tiempo que necesitan para actuar, no sea que te salte otra vez desde dentro, como sucedió en aquel maldito día, la víbora de fuego sibilante que te marcó la mano izquierda para siempre. Fue también esto, más o menos, lo que Marta dijo, Voy a lavar los platos y a acostarme, ten tú cuidado, Marcial.