La Casa Corrino (29 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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—Jessica escribió esta segunda nota —dijo Leto, aliviado, al tiempo que sacaba otra hoja de papel. La leyó y entregó a Thufir, indiferente a que el mentat leyera los pensamientos privados de su concubina.

Leto sentía un nudo en el estómago. El sudor perló su frente. Contra toda razón, había llegado a quererla, y había depositado grandes esperanzas en su nuevo hijo.

—Estoy seguro de que hay gato encerrado, pero es evidente que Jessica no era el objetivo del atentado, mi duque —indicó Hawat—. Si algún asesino hubiera querido matarla, habría tenido muchas más oportunidades. La seguridad era mucho mayor con el emperador presente… No, vuestra dama estaba allí… por pura casualidad.

—Pero no estaría menos muerta si hubiera recibido una descarga de una pistola láser. —Leto estaba enfermo de dolor y furia—. Lady Anirul solicitó…, no, exigió, que Jessica residiera en Kaitain durante el resto de su embarazo. ¿Tendría que haberme preocupado por su vida si se hubiera quedado en el castillo de Caladan?

—No lo creo —dijo Duncan, como si prometiera su propia protección.

El trabajo se reanudó en el hangar. Leto se sentía impotente, a punto de estallar.
¡Jessica podría haber muerto!
Lucharía con ferocidad para defenderla.
Perderla me destrozaría.

Su primer instinto fue ir de inmediato al Crucero que esperaba en órbita, y subir al primer transporte disponible a Kaitain. Solo por estar a su lado, abandonaría estos preparativos militares, dejando que los demás se encargaran de terminarlos, con la intención de liquidar a todos los asesinos que se interpusieran en su camino.

Pero cuando se dio cuenta de que Rhombur le estaba mirando, Leto recordó el complejo entramado de sus planes secretos, así como lo que Thufir y Gurney le habían contado sobre los horrores de Ix. Sí, Leto era un ser humano, un hombre, pero antes que nada era el duque. Pese a la angustia y añoranza que Jessica despertaba en él, no podía olvidar su deber y abandonar a su amigo Rhombur, así como a los millones de habitantes de Ix.

—El emperador Padishah tiene muchos enemigos, y se gana nuevos cada día. Aprieta las clavijas, se apodera de depósitos de especia, amenaza con destruir otros planetas, tal como hizo con Zanovar —dijo Rhombur—. Continúa oprimiendo a sus subditos. Tessia adoptó una expresión pensativa.

—El poder de Shaddam procede de su linaje. Tiene el trono, pero… ¿es merecedor de él?

Leto meneó la cabeza, pensó en todas las víctimas inocentes que ya sembraban el retorcido camino del emperador.

—Creo que su Gran Guerra de la Especia se va a volver contra él.

40

Las leyes son peligrosas para todo el mundo, inocentes y culpables por igual, porque su texto y lo que de él se desprende quedan fuera de la comprensión humana. Han de ser interpretadas.

Opinión Bene Gesserit sobre los estados

Bajo el habitual cielo azul despejado, otra fiesta tenía lugar en los jardines del palacio imperial. La brisa transportaba los chillidos de los niños y la charla plácida de los cortesanos.

Jessica pensaba que aquella gente vivía una existencia irreal. Su mayor peligro parecía ser el aburrimiento. Hasta la decadencia debía ser insulsa al cabo de un tiempo. Se preguntó cómo era posible gobernar así. Como dama de compañía, no tenía nada que hacer, si bien daba la impresión de que las Bene Gesserit de la corte siempre la estaban vigilando.

De haber estado en Caladan con Leto, Jessica podría haberse dedicado a controlar las finanzas de la Casa, observar los preparativos de las flotas pesqueras, seguir la evolución de las condiciones meteorológicas que se formaban al otro lado de los inmensos océanos.

Mientras Jessica caminaba por un sendero de gravilla que serpenteaba entre buganvillas escarlata y dondiegos en forma de trompeta, los delicados perfumes le recordaron Caladan. En el planeta Atreides, espesos prados de azucenas se extendían al norte del castillo. Un día caluroso, lejos de los ojos de Thufir Hawat, Leto la había llevado a un claro aislado, elevado sobre la abrupta costa. Allí, sobre una almohada de azucenas, le había hecho el amor, y después habían pasado media hora mirando las nubes. Cuánto añoraba al duque…

Pero debía esperar otros cuatro meses y medio a que el niño naciera. Jessica no estaba autorizada a cuestionar tales cosas, pero podía hacerse preguntas…

Mohiam, la profesora que la conocía tan bien, se llevaría una gran decepción cuando descubriera el secreto de la rebelión de la joven. Jessica temía ver el rostro de la reverenda madre cuando ayudara a nacer al niño varón. ¿Matarían al hijo del duque, por puro afán de desquite?

Pero enderezó los hombros y continuó andando.
Siempre puedo tener una hija después, tantas como la Hermandad desee.

Jessica vio a la joven princesa Irulan, vestida con un elegante traje negro que destacaba su largo cabello rubio. Estaba sentada en un banco de piedra pulida, absorta en un videolibro abierto sobre su regazo. Irulan alzó los ojos y la vio.

—Buenas tardes, lady Jessica. ¿Os han eliminado de los torneos?

—Temo que no soy muy aficionada a los juegos.

—Yo tampoco. —Irulan hizo un gesto elegante con la mano—. ¿Queréis sentaros?

Anirul, pese a su retraimiento Bene Gesserit, prestaba mucha atención a su hija mayor. La princesa era seria e inteligente, aun más que sus hermanas pequeñas.

Irulan levantó el libro.

—¿Habéis leído
Vidas de los héroes de la Jihad
?

Parecía mayor de lo que era, ávida de saber. Se decía que la princesa aspiraba a ser escritora algún día.

—Por supuesto. La reverenda madre Mohiam fue mi maestra. Me obligó a aprender de memoria todo el libro. Hay una estatua de Raquella Berto-Anirul en los terrenos de la Escuela Materna.

Irulan enarcó las cejas.

—Serena Butler siempre fue mi favorita.

Jessica se sentó en el banco, recalentado por el sol. Pasaron unos niños que daban patadas a una pelota roja. La princesa dejó a un lado el libro y cambió de tema.

—Debéis encontrar Kaitain muy diferente de Caladan.

Jessica sonrió.

—Kaitain es hermoso y fascinante. Cada día aprendo cosas nuevas, veo cosas asombrosas. —Hizo una pausa—. Pero no es mi hogar —admitió.

La belleza clásica de Irulan recordaba a Jessica el aspecto que tenía a su edad. Solo era once años mayor que la princesa. Las dos habrían podido pasar por hermanas.
Es el tipo de mujer con el que mi duque debería casarse, con el fin de elevar la categoría social de su Casa. Debería odiarla, pero no puedo.

La esposa del emperador, ataviada con un vestido largo de tela malva, un collar de oro y mangas adornadas con filigranas, apareció en el sendero que había detrás de Jessica.

—Ah, estás ahí, Jessica. ¿Qué estáis conspirando las dos?

—Estábamos hablando de lo asombroso que es Kaitain —contestó Irulan.

Anirul se permitió un momentáneo destello de orgullo. Observó el videolibro, y comprendió que Irulan había estado estudiando mientras los demás jugaban.

—Irulan parece más interesada que mi marido en estudiar los entresijos del liderazgo —dijo a Jessica en tono conspiratorio—. Ven, hemos de hablar.

Jessica siguió a la esposa del emperador a través de un jardín ornamental, cuyos matorrales habían sido esculpidos en forma de soldados. Anirul sacudió una ramita del uniforme de un soldado.

—Jessica, tú eres diferente de los gorrones habituales de la corte, que no paran de cuchichear y buscarse una posición social. Te considero estimulante.

—Rodeada de tanto esplendor, debo parecer bastante sencilla.

Anirul lanzó una risita.

—Tu belleza no necesita más aditamentos. De mí, se espera que vista de una manera determinada. —Exhibió los anillos de sus dedos—. Sin embargo, esta piedra soo azul es algo más que un anillo.

Apretó la joya y un diario resplandeciente apareció ante ella, con páginas de apretada escritura. Antes de que Jessica pudiera leer una palabra, Anirul desactivó la proyección.

—Como la privacidad es algo que no abunda en la corte, he descubierto que mi diario es una herramienta utilísima para la contemplación. Me permite analizar mis pensamientos y ahondar en la Otra Memoria. Cuando seas reverenda madre, Jessica, te darás cuenta.

Jessica la siguió por senderos que cruzaban un pequeño jardín acuático, donde flotaban lirios de gran tamaño y nenúfares. Anirul continuó.

—Considero mi diario una responsabilidad, en caso de que ocurriera algo que impidiera mi transferencia de memoria al final de mi vida.

Sus palabras no lo decían todo. En estos críticos últimos días del programa secreto de reproducción, ella, como madre Kwisatz, necesitaba una crónica escrita que legar a aquellos que la seguirían. No quería correr el peligro de que su vida y experiencias cayeran en un abismo de historia no documentada.

Anirul acarició su anillo.

—Me gustaría regalarte un diario, Jessica. Un libro encuadernado, como en los viejos tiempos. En él podrás plasmar tus pensamientos y observaciones, tus sentimientos más personales. Llegarás a comprenderte mejor, y también a los que te rodean.

Mientras caminaban alrededor de una fuente, Jessica sintió una neblina sobre su piel, como el aliento de un niño. Se tocó el estómago de manera inconsciente, y notó la vida que crecía en su interior.

—Mi regalo ya está en tu apartamento. Encontrarás un viejo libro en blanco dentro del pequeño escritorio de tapa corredera que perteneció a mi querida amiga Lobia. Escribe en tu diario. Podría ser un nuevo amigo para ti en nuestro solitario y concurrido palacio.

Jessica no supo qué contestar.

—Gracias, mi señora. Esta noche escribiré mi primera anotación.

41

Algunos hombres se niegan a reconocer la derrota, sean cuales sean las circunstancias. ¿La historia les juzgará como héroes, o como locos?

Emperador S
HADDAM
IV,
Historia imperial oficial revisada
(borrador)

En los gloriosos días del pasado, Cammar Pilru había sido el embajador ixiano en Kaitain, un hombre importante cuyos deberes le conducían desde las ciudades subterráneas hasta la sede del Landsraad y la corte imperial. Pilru, un hombre distinguido y en ocasiones seductor, había buscado sin descanso concesiones que favorecieran a los productos industriales ixianos, a base de sobornos a uno u otro funcionario.

Después, los tleilaxu habían invadido su planeta. La Casa Corrino había hecho caso omiso de sus súplicas de auxilio, y el Landsraad no quiso escuchar sus quejas. Su mujer había muerto en el ataque. Su mundo y su vida quedaron destruidos.

En lo que se le antojaba otra existencia, el embajador había ejercido una considerable influencia en círculos financieros, comerciales y políticos. Cammar Pilru había hecho amistades que ocupaban altos cargos, y guardaba muchos secretos. Aunque no era propenso a servirse del chantaje, la mera suposición de que podía utilizar determinada información contra otra persona le proporcionaba un considerable poder. Incluso después de tantos años, recordaba cada detalle; otros también se acordaban. Ahora, había llegado el momento de usar tal información.

La alcaide de la prisión imperial de Kaitain, Nanee McGarr, era una ex contrabandista y bribona. A juzgar por su apariencia, algunos deducían que era un hombre, y muy feo. Nacida en un planeta de alta gravedad del sistema Unsidor, era achaparrada y tan musculosa como un luchador de anbus. McGarr había cumplido condena durante casi un año en una prisión ixiana, antes de sobornar a un guardia para que la dejara escapar. Oficialmente, continuaba fugada.

Años más tarde, tras ver fugazmente a McGarr en la ciudad imperial, el embajador Pilru la había reconocido gracias a un informe confidencial ixiano. Después de que le revelara en privado lo que sabía, se puso a la alcaide en el bolsillo. Durante veinte largos años, Pilru había vivido en Kaitain, un embajador exiliado de una Casa renegada, y no había necesitado pedir que le devolvieran el favor.

Entonces, un actor había intentado asesinar al emperador, tras lanzar sorprendentes afirmaciones acerca de su linaje. Dichas aseveraciones habían sembrado la semilla de la duda en la mente del embajador Pilru. Necesitaba desesperadamente ver al prisionero, que tal vez fuera hijo de Elrood IX y la concubina imperial Shando Balut, una mujer que más tarde se había convertido en la esposa del conde Dominic Vernius.

De ser cierto, Tyros Reffa no solo era el hermanastro de Shaddam IV, sino también del príncipe Rhombur Vernius. Era un pensamiento estremecedor, una doble revelación. ¡Un príncipe Corrino y Vernius encerrado en una prisión, aquí en Kaitain! Rhombur pensaba que era el último superviviente de su Gran Casa, y creía que su linaje terminaría con él.

Ahora, existía una mínima posibilidad, al menos por línea materna…

Shaddam jamás le permitiría ver a Reffa, de modo que el embajador se decantó por otra opción. Pese al declive de la Casa Vernius, la alcaide McGarr no querría que sus antiguos delitos fueran aireados. Solo podía conducir a investigaciones más minuciosas. Al final, el embajador ni siquiera tuvo que insinuar esa amenaza, ella se encargó de allanarle el camino…

Cuando la oscuridad empezó a caer sobre la metrópoli de Corrinth, Pilru se internó por una pista forestal que seguía el perímetro occidental de los terrenos del palacio. Cruzó un puente de marfil que salvaba un riachuelo y desapareció en las sombras del otro lado. Llevaba en los bolsillos cierto instrumental médico, frascos para recoger muestras y una pequeña holograbadora, todo escondido en una bolsa de nulentropía sujeta con una cuerda sobre su estómago.

—Por aquí —dijo una voz cavernosa desde el riachuelo.

En la penumbra, Pilru vio al barquero con quien debía encontrarse, una figura encorvada de ojos claros y brillantes. El motor emitía un tenue zumbido, para que la barca resistiera el empuje de la corriente.

Después de que Pilru subiera a bordo, la barca surcó el agua. El barquero utilizaba un timón alto para guiar la embarcación por el laberinto de canales fluviales. A su alrededor, se alzaban altos setos, que al recortarse contra el cielo oscurecido formaban ominosas siluetas. Había muchos callejones sin salida en aquellos canales laberínticos, trampas para los incautos. Pero el piloto encorvado conocía la ruta.

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