Los camareros desaparecieron con su vino justo cuando la orquesta atacaba la obertura y empezaba la obra. Focos amarillos bañaron el escenario, para simular el ocaso. El escenario carecía de marcas, decorados y telón. La compañía avanzó y ocupó sus puestos. Jessica estudió los lujosos ropajes, la tela embellecida con espléndidos dibujos mitológicos.
Shaddam no parecía aburrido, pero Jessica imaginó que eso duraría poco. Siguiendo la tradición, los actores esperaron a que el emperador asintiera para iniciar la función.
Detrás del escenario, un técnico activó una hilera de hologeneradores sólidos, y de repente, los decorados se hicieron visibles, la alta pared de un castillo, un trono, una espesa arboleda en la distancia.
—¡Ay, Imperio, glorioso Imperio! —exclamó el protagonista, que encarnaba a Raphael. Portaba un largo cetro coronado por un globo luminoso facetado, y su largo y espeso cabello oscuro colgaba hasta el centro de la espalda. Su cuerpo robusto y musculoso le daba un aspecto autoritario. El rostro poseía una belleza como de porcelana que conmovió a Jessica—. Mis ojos no son lo bastante penetrantes, y mi cerebro no es lo bastante espacioso, para ver y descubrir todas las maravillas que mi padre gobierna.
El actor bajó la cabeza.
—Ojalá pudiera dedicar mi vida al estudio, para poder morir con un punto de comprensión. De esa forma, podría honrar a Dios y a mis antepasados, que han hecho grande el Imperio, que han erradicado la plaga de las máquinas pensantes. —Alzó la cabeza y miró sin pestañear a Shaddam—. Ser un Corrino es más de lo que cualquier hombre merece.
Jessica sintió un escalofrío. El actor hablaba con voz modulada y sonora, pero había alterado levemente las palabras tradicionales. Estaba segura de recordar hasta la última línea del clásico. Si Anirul reparó en la modificación del soliloquio, no lo demostró.
La protagonista, una hermosa mujer llamada Herade, apareció en el escenario para interrumpir las divagaciones del príncipe heredero e informarle de que habían intentado asesinar a su padre, el emperador Padishah Idriss I. El joven Raphael, conmocionado, se postró de hinojos y empezó a llorar, pero Herade aferró su mano.
—No, no, mi príncipe. Aún no ha muerto. Vuestro padre sobrevive, si bien ha sufrido una grave herida en la cabeza.
—Idriss es la luz que hace resplandecer el Trono del León Dorado a lo largo y ancho del universo. He de verle. He de reavivar esa brasa y mantenerle con vida.
—Entonces, démonos prisa —dijo Herade—. El médico Suk ya está con él.
Abandonaron el escenario con solemnidad. Al cabo de pocos momentos, el holoescenario cambió a una habitación interior.
Shaddam se reclinó en la butaca con un profundo suspiro.
En la obra, el emperador Idriss no conseguía recuperarse de la herida o despertar del coma, aunque estaba conectado a una máquina que mantenía sus constantes vitales. Idriss yacía en la cama imperial, atendido día y noche. Raphael Corrino, gobernante de facto y heredero legítimo del trono, lloraba a su padre, pero nunca ocupaba oficialmente su lugar. Raphael nunca se sentó en el trono imperial, sino que siempre ocupó una silla más pequeña. Aunque gobernó el Imperio durante años, nunca se hizo llamar otra cosa que príncipe heredero.
—No usurparé el trono de mi padre, y ¡ay! del parásito que ose pensarlo siquiera.
El actor se acercó más al palco imperial. El globo de luz facetado que coronaba su cetro brillaba como una antorcha geológica fría.
Jessica parpadeó, intentó determinar qué líneas había alterado, y por qué. Vio algo extraño en sus movimientos, cierta tensión. ¿Eran solo nervios? Tal vez había olvidado los diálogos. Pero un Jongleur nunca olvidaba los diálogos…
—La Casa Corrino es más poderosa que la ambición de cualquier individuo. Ningún hombre puede reclamar esa herencia para sí. —El actor golpeó el escenario con el cetro—. Tal arrogancia sería una locura.
Anirul empezó a fijarse en los errores y miró de soslayo a Jessica. Shaddam parecía medio dormido.
El actor que encarnaba a Raphael avanzó un segundo paso, justo bajo el palco del emperador, mientras los demás Jongleurs le cedían todo el protagonismo.
—Todos hemos de interpretar papeles en la gran representación del Imperio.
Entonces, se apartó por completo del texto y recitó un fragmento de una obra de Shakespeare, palabras todavía más antiguas que
La sombra de mi padre
.
—Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres simples actores. Tienen sus mutis y sus entradas, un hombre interpreta muchos papeles en su vida.
Raphael se llevó la mano al pecho y arrancó un broche con un rubí. Habían pulido la joya, de modo que parecía una lente.
—Y, Shaddam, yo soy mucho más que un actor —dijo, y el emperador se despertó al instante.
El Jongleur encajó el rubí facetado en un hueco del cetro, y Jessica comprendió que era una fuente de energía.
—Un emperador debería amar a su pueblo, servirle y trabajar para protegerle. En cambio, tú has preferido ser el Verdugo de Zanovar. —El globo de luz adquirió un brillo intensísimo—. Si querías matarme, Shaddam, habría dado gustoso mi vida por toda la gente de Zanovar.
Los Sardaukar avanzaron hacia el borde del escenario, sin saber qué hacer.
—Soy tu hermanastro Tyros Reffa, hijo de Elrood IX y lady Shando Balut. Soy el hombre al que intentaste asesinar cuando destruíste un planeta, matando a millones de inocentes, ¡y pongo en entredicho tu derecho a la Casa Corrino!
El cetro brilló como un sol.
—¡Es un arma! —aulló Shaddam, al tiempo que se levantaba—. ¡Detenedle, pero cogedle con vida!
Los Sardaukar corrieron hacia delante, con las armas desenfundadas. Reffa pareció sorprenderse.
—¡No, no quería que sucediera así! —Los Sardaukar estaban a punto de apoderarse de él, y dio la impresión de que Reffa tomaba una repentina decisión. Ajustó la joya—. Solo quería expresar mi opinión.
Un rayo surgió del cetro, y Jessica se lanzó a un lado. Lady Anirul derribó su butaca y se arrojó al suelo. El globo de luz había emitido un rayo láser mortífero. Un guardia Sardaukar se precipitó hacia la butaca del emperador, apartó a Shaddam de un empujón y recibió el impacto en pleno pecho, que se desintegró al instante.
El público chilló. Los actores huyeron hacia la parte posterior del escenario, mientras miraban a Reffa estupefactos.
Tyros Reffa se agachó detrás del decorado para esquivar el fuego Sardaukar e hizo girar el globo de luz de múltiples facetas, utilizando el láser como si fuera un cuchillo. De pronto, la luz cegadora se apagó, cuando la fuente de energía se agotó.
Los guardias Sardaukar rodearon al hombre que había afirmado ser hijo de Elrood. Los criados arrastraron al tembloroso aunque ileso emperador hasta la parte posterior del destruido palco. Un joven portero del teatro ayudó a Anirul, sus hijas y Jessica. Equipos de emergencia se apresuraron a apagar los diversos incendios.
Un Sardaukar se acercó a Shaddam con rostro sombrío.
—Le hemos capturado, señor.
Shaddam parecía atónito y descompuesto. Un par de camareros cepillaron su capa imperial, mientras otro le alisaba el pelo. Los ojos del emperador adquirieron un brillo gélido, más irritado que asustado por su roce con la muerte.
—Bien.
Shaddam se ajustó las diversas medallas que se había concedido por pasadas hazañas.
—Ocúpate de detener a todos los cómplices. Alguien cometió un tremendo error con estos Jongleurs.
—Así se hará, señor.
El emperador miró por fin a su esposa y a Jessica, que estaban cerca de sus hijas, todas ilesas. No demostró alivio, sino que procesó la información.
—Bien… En cierta forma, debería recompensar a ese hombre —musitó el emperador, con la esperanza de aliviar la tensión—. Al menos, ya no tendremos que seguir viendo ese aburrimiento de obra.
En una cultura tecnológica, el progreso puede ser considerado un intento de avanzar con más rapidez hacia el futuro, con el fin de conocer lo desconocido.
Madre superiora H
ARISHKA
La misteriosa Escuela Materna Bene Gesserit había constituido una experiencia peculiar para los tres inventores richesianos, pero Haloa Rund no sabía muy bien por qué. Por algún motivo, el viaje a Wallach IX se le antojaba irreal.
La lanzadera de regreso se acercó al satélite laboratorio de Korona. Rund estaba sentado mansamente en su asiento, mientras se preguntaba si la Bene Gesserit encargaría el proyecto a su tío, el conde Ilban Richese. No cabía duda de que la Hermandad podía permitirse pagar la ayuda técnica para sus sistemas de energía. El trabajo sería un alivio para la economía richesiana.
Sin embargo, Rund no podía recordar qué habían hecho sus compañeros y él en Wallach IX. Había sido un viaje agotador, con muchas reuniones. Habían trazado detallados planos para las hermanas…, ¿o no? El director Kinnis y el pedante Talis Balt debían guardar todavía los planos en sus tableros de cristal. Kinnis, siempre obsesionado por los horarios, controlaba las actividades de todos sus empleados al nanosegundo, y utilizaba las tarjetas de dictado que siempre llevaba en el bolsillo. Lo que el burócrata no conservara en sus tableros de cristal, Talis Balt lo recordaría.
Pero había algo escurridizo en la mente de Rund. Cada vez que intentaba recordar una conversación concreta o una propuesta en particular, se le escapaban. Nunca le había sucedido. De hecho, su mente siempre estaba concentrada, gracias en parte a una mínima formación mentat.
Mientras la nave amarraba en el satélite, recuperó un vago recuerdo de haber visto instalaciones en Wallach IX. Sus colegas y él habían entrado en la famosa escuela, y tenía que haber prestado atención. Recordaba un suntuoso banquete que las hermanas le habían ofrecido, la mejor comida que había probado en su vida. Pero no recordaba los platos del menú.
Ni Balt ni Kinnis parecían preocupados, y ya estaban hablando de un trabajo muy diferente. Los hombres no habían mencionado a la Bene Gesserit en ningún momento, y se habían concentrado en mejorar las técnicas de fabricación de los valiosos espejos richesianos en el laboratorio orbital.
Cuando sus colegas y él desembarcaron en la zona de investigaciones de Korona, Rund experimentó la sensación de que estaba despertando de un mal sueño. Miró a su alrededor, desorientado, y se dio cuenta de que ninguno llevaba maletas o artículos personales. Ahora no, al menos. ¿Se habían llevado equipaje?
Contento de estar de vuelta en el satélite, y ansioso por sumergirse en su trabajo, sintió la tentación de olvidar todo lo relacionado con la Hermandad. Lamentaba el tiempo perdido…, pero no sabía cuánto. Tendría que comprobarlo.
Plinto Kinnis y Talis Balt, que recorrían los pasillos metálicos al lado de Rund, parpadearon debido a la luz cegadora. Rund se esforzó por volver a pensar en el banquete, percibió fragmentos de pensamientos que se filtraban en el borde de su conciencia, como agua que se escapara por la grieta de un dique. Procuró utilizar algunas técnicas mentat que había intentado aprender, mucho tiempo antes, pero cada vez era como aferrar una piedra cubierta de musgo. Quería saber más. Si la grieta se ensanchaba, tal vez el dique que obstruía sus recuerdos se desmoronaría.
Una fría sensación de miedo se apoderó de él, y empezó a sentirse mareado. Era absurdo. Le zumbaban los oídos.
¿Nos han hecho algo las brujas?
Empezó a perder el equilibrio, como si sus piernas fueran de goma. Antes de que sus compañeros pudieran ayudarle, Rund cayó sobre el frío suelo de metal. Sus oídos seguían zumbando.
Talis Balt se agachó sobre el hombre caído y arrugó su frente lisa.
—¿Qué te pasa, Haloa? ¿Quieres que llame a un médico? Kinnis se humedeció los labios.
—¿Tal vez unas vacaciones, Rund? Estoy seguro de que tu tío te daría permiso. —Daba la impresión de que estaba repasando horarios en su mente—. En cualquier caso, dudo que las Bene Gesserit hablaran en serio sobre lo de contratar nuestros servicios.
Rund, confuso y alarmado, se aferró al comentario.
—Nuestros servicios ¿para qué, director?
—Los días pasados eran sombras neblinosas. ¿Cómo podía haber olvidado tantas cosas en tan poco tiempo? ¿Os acordáis?
El burócrata resopló.
—Pues para su… proyecto, por supuesto. ¿Qué más da? Un esfuerzo vano, créeme.
Rund tuvo la impresión de que sus ojos se habían vuelto hacia dentro, revelaban destellos de una mujer Bene Gesserit, cuyos labios formulaban enérgicas preguntas que resonaban en su cabeza. Vio que la boca de la mujer se abría y cerraba con lentitud, pronunciaba palabras extrañas, mientras sus largos dedos se movían de una manera hipnótica.
Utilizó técnicas de memorización mentat. Por momentos, la grieta del dique mental se iba ensanchando. Recordó un precipicio, una cantera de roca…, una nave accidentada, un comentario concreto.
Eran amigos de Chobyn.
De pronto, el bloque mental se desmoronó y lo reveló todo.
Decidnos lo que sepáis de este invento. ¿Cómo podemos recrearlo?
Todavía sentado en el pasillo, Rund empezó a gritar órdenes.
—Traedme una holograbadora, ya. Necesito tomar nota de estos detalles.
—Se ha vuelto loco —gimió el director Kinnis—. Ha perdido el juicio.
Pero Talis Balt le arrebató una tarjeta de dictado del bolsillo y la tendió a su colega. Rund la cogió.
—¡Esto es importante! No hay tiempo para preguntas, antes de que pierda el contacto.
Sin mirar a sus compañeros, activó el micrófono y habló sin aliento.
—Tenu Chobyn… Sus proyectos secretos interesaban mucho al primer ministro Calimar. Desapareció… Se pasó a la Casa Harkonnen. Demasiadas lagunas en la documentación que abandonó. ¡Ah, ahora sabemos en lo que estaba trabajando! Un generador de un campo de invisibilidad.
Balt se arrodilló a su lado con el ceño fruncido. A juzgar por su expresión, Kinnis parecía dispuesto a pedir un médico y fármacos, hasta una nave hospital que trasladara al inventor a Richese. A Kinnis no le gustaban los problemas que inquietaban a los trabajadores, pero debía tratar con guante blanco al sobrino del conde.
Más imágenes desfilaron por la mente de Rund, y escupió a toda prisa las palabras.
—Utilizó su generador de campo para hacer invisible una nave de guerra… Los Harkonnen la estrellaron en la Escuela Materna. Por eso nos llamaron a Wallach IX, para ayudarlas a comprender aquella increíble tecnología…