Flinto Kinnis ya había oído bastante.
—Tonterías, nos llamaron para consultar…
—Estoy seguro de que todo está en mis notas —añadió Balt, pero luego frunció el ceño.
—¿Recuerdas la cantera? —preguntó Rund—. ¿Las mujeres que nos interrogaron? Intentaron borrarnos los recuerdos.
El impaciente inventor contó todo lo que podía recordar, sin soltar la tarjeta de dictado. Una multitud de curiosos empezó a congregarse en el pasillo, y mientras Rund recreaba imágenes de su memoria recuperada, Kinnis y Balt no podían dejar de escuchar. Cada detalle hacía mella en sus dudas, pero aún no podían recordar.
Rund, obsesionado, pedía más tarjetas de dictado. Habló durante horas, se negó a tomar comida o agua, hasta que al final se desplomó en el suelo del pasillo, exhausto. Su trabajo solo acababa de empezar.
El que ríe de noche a solas lo hace sumido en la contemplación de su propia maldad.
Sabiduría fremen
Como el agua era el bien más preciado de Arrakis, las fábricas de extracción de humedad de Rondo Tuek en el casquete antartico le habían convertido en un rico mercader de agua. Contaba con los medios necesarios para comprar todo cuanto un hombre pudiera desear.
Pero vivía sumido en el terror, y dudaba que alguna vez volviera a sentirse seguro, fuera a donde fuese.
Tuek se había refugiado en su mansión de Carthag, una casa elegante llena de objetos de arte que había ido adquiriendo poco a poco. Había gastado una gran cantidad de dinero en instalar un sistema de seguridad de alta tecnología, y en comprar una amplia gama de armas defensivas personales. Como guardias, había contratado a mercenarios extraplanetarios sin vínculos familiares con las víctimas de su traición.
Tendría que haberse sentido seguro.
Después de revelar el emplazamiento de la base de contrabandistas, la vida de Tuek había dado un brusco giro. Durante muchos años había guardado el secreto de Dominic Vernius, aceptado sobornos y ayudado a sus contrabandistas a adquirir objetos que necesitaban. No se había sentido culpable en ningún momento por jugar a dos bandas, siempre que los beneficios se fueran acumulando. Más tarde, al ver la oportunidad de ganar un montón de solaris, Tuek había denunciado al fugitivo ante el conde Hasimir Fenring. Tropas Sardaukar armadas hasta los dientes habían atacado la base de los contrabandistas.
Jamás había sospechado que los renegados hubieran acumulado armas atómicas. Dominic Vernius, acorralado, había activado un quemapiedras, vaporizado su base, a sus hombres y a todo un regimiento de soldados del emperador…
Tras considerar la posibilidad de que enviaran tras él a una bella asesina, Tuek se había desprendido de sus concubinas y dormía solo. Siempre alerta a los venenos, se preparaba la comida él mismo y analizaba cada bocado con los mejores detectores de venenos de Kronin. Ya no andaba sin protección por la ciudad, pues temía un ataque por sorpresa.
Ahora, los impredecibles fremen, sin más explicaciones, habían concluido su relación comercial con él, y ya no le utilizarían como intermediario con la Cofradía Espacial. Durante años, había trabajado como mensajero, y entregado los sobornos de especia de los fremen a la Cofradía.
¿Sospechaban los fremen lo que había hecho? Por otra parte, ¿por qué iban a preocuparse por una banda de contrabandistas? De todos modos, si insistían en acabar con su participación, Tuek denunciaría sus actividades ilegales a Kaitain sin el menor remordimiento. Tal vez Shaddam IV le recompensaría con generosidad, como había hecho el conde Fenring.
Pero el miedo mantenía al mercader acorralado en su casa.
Me he ganado demasiados enemigos.
Intentaba encontrar consuelo en los mullidos almohadones y sedas que le rodeaban. El hipnótico zumbido de las costosas fuentes tendría que haberle adormilado, pero no era así. Se dijo por milésima vez que sus preocupaciones eran infundadas.
Liet-Kynes y Stilgar, junto con otros tres guerreros fremen, burlaron con facilidad los sistemas de seguridad. Eran capaces de atravesar grandes extensiones de arena sin dejar el menor rastro. Esto no suponía ninguna dificultad para ellos.
Después de degollar a dos de los guardias mercenarios, los fremen entraron en la mansión del mercader de agua y recorrieron los pasillos bien iluminados.
—Tuek tendría que haber contratado a hombres mejores —susurró Stilgar.
Liet había desenfundado su criscuchillo, pero la hoja de color lechoso todavía no había probado la sangre aquella noche. Intentaba reservarla para el hombre que más merecía su caricia.
Años antes, el joven Liet se había unido a Dominic Vernius y sus contrabandistas en el polo sur. Dominic había sido un gran amigo y maestro, muy querido por sus hombres. Pero después de que Liet regresara al sietch, Rondo Tuek había traicionado a los renegados. El mercader de agua era un hombre sin honor.
Corrieron en silencio por los pasillos de piedra, fundidos con las sombras, y se acercaron a los aposentos del mercader. Había sido tarea fácil obtener planos detallados de la mansión gracias a antiguos criados fremen de la ciudad, que seguían siendo leales a sus sietches.
Aunque no había conocido a Dominic Vernius, Stilgar seguía a Liet, que ahora era el Abu Naib de todos los fremen. Cualquier fremen habría participado de buen grado en esta misión. Los fremen estaban muy familiarizados con el concepto de venganza.
En la oscuridad, irrumpieron en el dormitorio de Tuek y cerraron la puerta a su espalda. Llevaban los cuchillos desenvainados, sus pasos eran tan silenciosos como aceite resbalando sobre una roca. Liet podría haber traído su pistola maula y liquidado al traidor en su cama, pero su intención no era asesinar al hombre. En absoluto.
Tuek despertó sobresaltado y respiró hondo para chillar, pero Stilgar saltó sobre él como un lobo. Los dos se debatieron sobre las delicadas sábanas. Stilgar apretó la garganta y los labios del hombre para impedir que pidiera auxilio.
Los ojos del mercader se movían de un lado a otro, llenos de terror. Se resistió, pero los guerreros inmovilizaron sus piernas y manos, para impedir que disparara alarmas o buscara armas escondidas.
—No tenemos mucho tiempo, Liet —susurró Stilgar.
Liet-Kynes miró al cautivo. Años antes, enviado como emisario de los fremen, Liet había viajado a las instalaciones mineras para entregar el soborno mensual de especia, pero estaba claro que Tuek no lo reconocía.
Para facilitar las cosas, Stilgar cortó simbólicamente la lengua de Tuek, con el fin de que la sangre que se acumulaba en su boca redujera sus chillidos a sonidos gorgoteantes.
Cuando el hombre tuvo náuseas y escupió gotas escarlata, Liet pronunció la sentencia fremen.
—Rondo Tuek, tomamos tu lengua por las palabras de traición que pronunciaste.
Con la hoja de su cuchillo, Liet le sacó los ojos, uno a uno, y dejó las órbitas sobre la mesilla de noche.
—Tomamos tus ojos por presenciar cosas que no deberías haber visto.
Tuek se retorció, presa del horror y la agonía más atroces, intentó chillar, pero solo consiguió escupir más sangre. Dos guerreros fremen fruncieron el ceño al ver tanta humedad desperdiciada.
Con la hoja del cuchillo, Liet cortó la oreja izquierda del traidor, y después la derecha, que depositó junto a la lengua y los globos oculares sobre la mesilla de noche.
—Tomamos tus orejas por escuchar secretos que no te concernían.
Todos los guerreros participaron en la fase final: cercenar las manos de Tuek con un ruido hueco de huesos rotos.
—Tomamos tus manos, con las que recogiste sobornos y vendiste a un hombre que confiaba en ti.
Por fin, dejaron al mercader que se desangrara sobre su cama, vivo, pero tal vez habría estado mejor muerto…
Antes de partir, los fremen bebieron del agua que manaba de la fuente decorativa instalada en el dormitorio de Tuek. Después, salieron en silencio a las calles tenebrosas de Carthag.
Desde aquel momento, Liet-Kynes trataría con la Cofradía Espacial sin intermediarios, e impondría sus condiciones.
Un pensamiento derivado de la intensidad de los sentimientos se localiza en el corazón. El pensamiento abstracto ha de localizarse en el cerebro.
Aforismo Bene Gesserit,
Los principios del control
Rhombur vestía un uniforme hecho a medida y una capa púrpura espectacular forrada de seda mehr rojiza. Ya había conseguido controlar sus movimientos, y las prendas estaban tan bien confeccionadas que solo una detenida inspección habría podido descubrir su cuerpo cyborg. Tessia, orgullosa de ir a su lado, le tomó del brazo y le acompañó a los hangares militares situados en la zona periférica del espaciopuerto municipal de Cala.
Allí se encontraron con Leto y Thufir. El ruido producido por las cuadrillas de mantenimiento resonaba en todo el edificio.
—El primer paso está casi concluido, príncipe Rhombur —anunció Hawat—. Hemos comprado pasaje en un crucero para vos y Gurney, pero seguiréis una ruta tan larga y tortuosa que nadie podrá averiguar vuestro punto de partida.
Duncan corrió a su encuentro, al tiempo que se secaba la grasa de las manos y guardaba un tablero de datos en el bolsillo.
—Leto, nuestra flota está casi lista para la inspección. Hemos llevado a cabo una verificación total de veintiséis fragatas de guerra, diecinueve transportes de tropas, cien tópteros de combate y cincuenta y ocho cazas individuales.
Thufir Hawat tomó nota mental de las cifras, calculó el número de solaris que la Cofradía Espacial cobraría por transportar a todas las fuerzas, y lo comparó con las reservas disponibles de la Casa Atreides.
—Para una operación de tal trascendencia, será necesario solicitar un préstamo al Banco de la Cofradía, mi duque.
Leto desechó sus preocupaciones con un ademán.
—Mi solvencia es sólida, Thufir. Hace tiempo que tendríamos que haber llevado a cabo esta inversión.
—Y yo te devolveré hasta el último solari, Leto…, a menos que no consiga recuperar Ix para la Casa Vernius, en cuyo caso estaré arruinado o muerto. —Al observar el destello en los ojos sepia de Tessia, se apresuró a añadir—: Temo que aún es difícil desprenderme de mi antigua manera de pensar, pero ya he esperado bastante. Ojalá Gurney y yo pudiéramos irnos mañana. Nos espera mucho trabajo en la ciudad subterránea.
Leto solo tenía ojos para las formas esbeltas de sus naves militares. Pasaron junto a cuadrillas que estaban probando motores, repostando, comprobando paneles de control. Los hombres de la guardia se pusieron firmes y saludaron a su duque.
—¿Por qué tantos tópteros y cazas individuales, Duncan? No vamos a librar batalla en el suelo o en el aire. Tendremos que llegar a la ciudad subterránea por los túneles.
Duncan señaló las diversas naves.
—Nuestro ataque depende en gran medida de que las fragatas y transportes de tropas desplieguen casi una legión de hombres con la mayor rapidez posible. Sin embargo, los tópteros y cazas individuales serán los primeros en atacar, para neutralizar las torres sensoras Sardaukar y abrir las compuertas que les permitirán abrirse paso a través de las paredes de los riscos. —Examinó el grupo de veloces cazas en forma de dardo—. Si nuestras tropas son incapaces de neutralizar las defensas de la superficie con celeridad, la rebelión en el subsuelo está condenada al fracaso.
Leto asintió. Thufir Hawat llevó a cabo un cuidadoso inventario mental de los escudos, explosivos, fusiles láser, armas manuales, víveres, combustible y uniformes. Este tipo de ataque por sorpresa planteaba tantos problemas logísticos como tácticos. Tal como estaban las cosas, requeriría la mayor parte de las fuerzas que defendían Caladan. Era preciso alcanzar un equilibrio.
No obstante, si el emperador decidía desquitarse de los Atreides y enviar a sus Sardaukar, ninguna defensa sería suficiente. Desde la advertencia del emperador sobre las reservas ilegales de especia y su desalmado ataque contra Zanovar, muchas Casas estaban aumentando su seguridad. Algunas familias nobles habían entregado de manera voluntaria sus reservas de especia, mientras otras negaban con vehemencia su implicación en el contrabando de especia.
Leto había enviado un mensaje a Kaitain para anunciar que estaba dispuesto a someterse a una auditoría de la CHOAM, pero la oferta no había recibido respuesta. La inocencia no era una garantía de seguridad, puesto que la documentación (e incluso las mismas reservas) podían falsificarse. Thufir citaba el ejemplo de la Casa Ecaz, a la que consideraba inocente de las acusaciones que pesaban sobre ella a raíz de un reciente enfrentamiento. Después de que un infiltrado destruyera un almacén clandestino de especia en Grumman, el vizconde Hundro Moritani había acusado a Ecaz, su archienemigo. Poco después, se descubrió otro depósito de especia, esta vez en Ecaz. El archiduque Armand Ecaz, indignado, afirmaba que había sido introducido subrepticiamente por la Casa Moritani para perjudicar a los ecazi. Como prueba, ofrecía varios «saboteadores» grumman ya ejecutados. El emperador estaba investigando, mientras ambas partes se lanzaban acusaciones e insultos.
Una Correo con librea asomó la cabeza en el hangar. Entró corriendo, casi sin aliento, y preguntó a un mecánico, que señaló al duque y sus acompañantes. Leto se puso tenso, al recordar momentos del pasado en que Correos agotados le habían entregado mensajes urgentes. Nunca le habían entregado buenas noticias.
La mujer se acercó a Leto a toda prisa, hizo una reverencia y le pidió ver su sello ducal para verificar su identidad. Satisfecha, le entregó el mensaje, tras lo cual el duque la despidió con el mínimo de cortesía obligado. Rhombur y Tessia retrocedieron, para que el duque pudiera leer el comunicado con tranquilidad. Duncan y Thufir le miraron fijamente.
—Es un aviso oficial de Kaitain. Han intentado asesinar al emperador —dijo Leto en voz baja, y luego palideció—. ¡Y Jessica se encontraba en la línea de fuego! —Sus nudillos se pusieron blancos cuando apretó el cilindro. Sus ojos grises se movieron de un lado a otro mientras asimilaba los detalles—. Según esto, un demente enloqueció durante una representación.
Rhombur miró a Tessia, desolado.
—¡Infiernos carmesíes! En teoría, Jessica fue a Kaitain para estar protegida.
—¿Ha resultado herida? —preguntó Duncan.