La búsqueda del Jedi (8 page)

Read La búsqueda del Jedi Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: La búsqueda del Jedi
5.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿A qué ha venido todo eso? —preguntó Wedge—, ¿Has hecho algo?

Luke sonrió.

—Acabo de reforzar una teoría que se me ha ocurrido. Ahora estamos mucho más cerca de conseguir el resurgimiento de los Caballeros Jedi que antes.

4

«Bueno, por lo menos el impacto no ha hecho estallar la nave...»

Eso fue lo primero que pensó Han Solo al recobrar el conocimiento entre nubes de dolor. Parpadeó y escuchó el siseo de la atmósfera que se escapaba por las brechas abiertas en el casco del
Halcón Milenario
. No sabía muy bien cómo lo habían hecho, pero se las habían arreglado para sobrevivir a un aterrizaje forzoso. Han se preguntó en qué planeta estaban.

¡Kessel!

Sus ojos se desorbitaron al ver manchas rojas sobre los paneles de control. Su sangre... Su pierna parecía estar ardiendo, y sintió un sabor a estaño en la boca. Tosió, y nuevas manchas de sangre aparecieron sobre los paneles. Han no había conseguido ponerse el arnés de seguridad antes de que se estrellaran contra la superficie de Kessel. Era una suerte que no se hubiera quedado en el pozo artillero. Su cuerpo estaba inclinado en el sillón, y podía ver que la nave había girado debido al impacto y que la estructura del pozo había quedado aplastada debajo de ellos.

Esperaba que Chewbacca hubiera salido mejor librado. Han volvió la cabeza y sintió como si le estuvieran frotando la columna vertebral con trocitos de cristal. El wookie estaba inmóvil en el sillón del copiloto, con el pelaje apelmazado por la sangre incolora que brotaba de heridas que quedaban ocultas por su espesa capa de vello.

—¡Chewie! —logró graznar—. Di algo, ¿quieres?

Han oyó la detonación ahogada de una pequeña carga explosiva en la escotilla principal, y un instante después alguien logró hacer un puente en los circuitos de la rampa desde el exterior y la activó. El aire que quedaba dentro del
Halcón
salió disparado hacia la tenue atmósfera de Kessel.

—Estupendo —farfulló Han.

El terrible dolor de sus costillas ya había estado haciendo que le costara mucho respirar.

Oyó pasos que subían por la rampa. Han quería desenfundar su desintegrador, o por lo menos derribar a unos cuantos enemigos en una pelea a puñetazos, pero apenas si podía levantar la mirada. Esperó una columna de armaduras blancas de soldados de las tropas de asalto avanzando ordenadamente, sería el final perfecto para un día como aquel.

Pero los intrusos llevaban armaduras improvisadas con piezas de distintas procedencias: algunas habían sido modificadas después de sacarlas de los uniformes de los guardias de la prisión, y otras eran antiguas placas del equipo de las tropas de asalto. Todo aquello no tenía ningún sentido para Han, pero a esas alturas su mente ya estaba llena de cosas que no tendrían que haber ocurrido. ¿Un caza TIE y un caza X luchando codo a codo? ¿Contra él?

Los miembros del grupo de abordaje llevaban máscaras de oxígeno ajustadas a la cara que les permitían respirar la tenue atmósfera de Kessel. Sus voces quedaron ahogadas por los respiradores cuando empezaron a gritarse órdenes los unos a los otros.

Un hombre cuyas piernas, brazos y cuello imposiblemente largos le daban el aspecto de un espantapájaros entró en la cabina de pilotaje del
Halcón
. Han sintió agitarse en su interior la sombra del reconocimiento, pero no logró unir un nombre a aquella apariencia. El hombre llevaba brazales de una prisión imperial, pero de su cadera colgaba un desintegrador modificado de doble cañón que era flagrantemente ilegal en la gran mayoría de planetas. El espantapájaros volvió sus ojos, muy separados y tan duros y relucientes como dos bolitas de pedernal, hacia Han.

—Han Solo... —dijo. El respirador cubría la mitad inferior de su rostro, pero aun así Han pudo darse cuenta de que estaba sonriendo de oreja a oreja—. Vas a desear no haber sobrevivido al descenso hasta la superficie de Kessel.

El nombre del espantapájaros volvió a la mente de Han traído por un destello de memoria. Skynxnex. ¡Sí, era él! Pero Skynxnex había estado confinado en la Institución Penitenciaria Imperial, después de haber escapado por los pelos a una sentencia de muerte. Las Preguntas acababan de empezar a formarse en la boca de Han cuando Skynxnex descargó un puño acorazado sobre su cabeza, enviándole de vuelta a la inconsciencia...

Kessel. Especia. Los pensamientos se confundieron unos con otros convirtiéndose en pesadillas mientras Han luchaba por recuperar el conocimiento.

Han siempre se había enorgullecido de poder proclamar que el
Halcón
había hecho el trayecto hasta Kessel en un tiempo récord, pero rara vez contaba toda la historia, en realidad, cuando fue descubierto por los navíos aduaneros del Imperio Han había estado huyendo de Kessel con todo un cargamento de especia escondido en los compartimentos secretos que había debajo de la cubierta.

Como siempre, Han había obtenido el cargamento de Moruth Doole, el hombre con muchos rasgos de rana que se dedicaba a sustraer especia de las cuotas de producción imperiales para distribuirla en el mercado negro. Doole tenía un cargo en el gigantesco complejo de la prisión imperial, de la que procedían casi todos los trabajadores de las minas de especia. El Imperio mantenía un control muy estricto sobre la distribución de la especia, pero Doole se las había arreglado para establecer un pequeño mercado particular. Han Solo y Chewbacca habían hecho contrabando de especia para él, burlando a las patrullas imperiales y llevando los cargamentos hasta los canales de distribución controlados por gángsters como Jabba el Hutt.

Pero Moruth Doole tenía la costumbre de exprimir al máximo a sus colaboradores hasta que llegaba el momento en que decidía que podía obtener mayores beneficios entregándolos a las autoridades. Han nunca había podido demostrarlo, pero sospechaba que Doole había informado a las naves del servicio de aduanas de que el
Halcón
había salido de Kessel, y que les había proporcionado las coordenadas exactas del punto que Han había elegido para entrar en el hiperespacio.

Han se había visto obligado a lanzar al vacío todo su cargamento de especia brillestim, que valía una fortuna, antes de que los aduaneros imperiales subieran a su nave. Después intentó volver allí para recuperar el cargamento que flotaba en el espacio, pero los imperiales habían perseguido al
Halcón
. Durante la persecución su situación había llegado a ser tan desesperada que Han no había tenido más remedio que acercarse a la influencia gravitatoria del inmenso cúmulo de agujeros negros bastante más de lo que las cartas de navegación afirmaban que podía llegar a hacerse. Una nave del servicio de aduanas se había perdido en el torbellino de gases calientes que se precipitaban en una singularidad carente de fondo, pero el
Halcón
había sobrevivido, saltando al hiperespacio y huyendo sin sufrir ningún daño, pero al huir Han sólo había conseguido escapar de una situación apurada para meterse en otra todavía peor. El cargamento de especia perdido valía 12.400 créditos, y Jabba el Hutt ya había entregado toda esa suma. Jabba no se había mostrado nada complacido...

Pensar en todos aquellos meses que había pasado inmóvil y congelado en la carbonita hizo que Han se estremeciera. El frío era una negrura sólida a su alrededor, y no podía ver nada. Sus dientes castañeteaban...

—¡Basta de convulsiones térmicas! —ordenó secamente una chirriante voz metálica que hacía pensar en una sierra de plasma abriéndose paso a través de la roca—. La temperatura del centro médico ha sido disminuida para minimizar los efectos del shock quirúrgico sobre tu metabolismo.

Han abrió los ojos y se encontró contemplando el rostro en forma de bala de un mediandroide. Casi todo el metal era de color verde, pero había una especie de capucha negra extendida sobre los sensores ópticos del mediandroide. Brazos mecánicos segmentados se extendieron hacia él sosteniendo una amplia gama de instrumentos médicos bastante anticuados. Todos estaban muy afilados.

—Soy el mediandroide de la prisión. No he sido programado para operaciones anestésicas ni para perder el tiempo con tonterías como la comodidad del paciente. Si no cooperas, sólo conseguirás que tu tratamiento resulte todavía más desagradable.

Han puso los ojos en blanco. La programación de aquel modelo no podía estar más alejada de la de los mediandroides normales, que tenían como objetivo prioritario asegurar que el paciente estuviera lo más cómodo y a gusto posible.

Han intentó moverse. El centro médico de la prisión le rodeaba por todas partes con su fría blancura, el brillo del equipo médico y las hileras de tanques bacteriológicos vacíos instalados en las paredes. Han fue vagamente consciente de la presencia de varios guardias inmóviles junto a las puertas. Cuando volvió la cabeza, el mediandroide alargó sus frías manos metálicas hacia él y se la sujetó por las sienes.

—Debes permanecer inmóvil. Esto te dolerá, y mucho. Ahora relájate... ¡inmediatamente!

Chewbacca, invisible al otro extremo de la sala, dejó escapar un ensordecedor ruido de dolor. Han sintió un gran alivio al saber que el wookie seguía con vida... antes del tratamiento, por lo menos.

El mediandroide empezó a trabajar en él, y Han torció el gesto.

Chewbacca le despertó con un entusiástico y peludo abrazo de gratitud. Han gimió y parpadeó, pero la habitación estaba tan oscura que tuvo que forzar la vista durante unos minutos antes de poder ver algo. Parecía como si todo su cuerpo hubiera recibido una paliza en vez de un tratamiento curativo. Chewbacca dejó escapar un gimoteo, y volvió a abrazarle.

—¡Tómatelo con más calma. Chewie, o conseguirás enviarme de vuelta con ese mediandroide! —exclamó Han. El wookie le soltó de inmediato.

Han hizo un examen mental de su estado. Se irguió, flexionó las brazos y se puso en pie. Dos costillas, no, tres, así como su pierna izquierda, no paraban de experimentar los molestísimos aguijonazos indicadores de los puntos en que los soldadores de huesos habían reparado fracturas. Han seguía estando bastante débil, pero las soluciones nutritivas y de sustitución probablemente le habían hecho recuperar un nivel mínimo de salud.

Chewbacca también tenía aspecto de haberlo pasado bastante mal. Le habían afeitado el vello en varias partes del cuerpo, y Han pudo ver abultadas cicatrices allí donde los mediandroides habían llevado a cabo un rápido trabajo de remiendo sin ninguna delicadeza. Después del tratamiento, los dos habían sido arrojados a aquel lugar oscuro y húmedo.

Han acabó tragando ama honda bocanada del aire de la cámara.

—¿Qué se ha muerto aquí dentro?

Un instante después comprendió que su pregunta era algo más que un comentario jocoso.

Chewbacca respondió señalando la enorme silueta que ocupaba un tercio del espacio de la celda. Han volvió a parpadear para asegurarse de que sus ojos se habían adaptado a la penumbra.

La criatura era tan gigantesca como horrible. Aquel ser era en parte crustáceo y en parte arácnido y, a juzgar por las hileras de dientes afilados como cuchillos, totalmente carnívoro. Sus manosgarras eran tan grandes como un ser humano, y el blindaje corporal segmentado estaba cubierto de bultos que parecían costras. Lo único bueno que se podía decir de él era que estaba muerto. Los despojos apestaban.

La primera vez que estuvo cerca de un rancor, Han sufría la ceguera resultado de la enfermedad de la hibernación después de haber sido descongelado en el palacio de Jabba. Jabba alimentaba al monstruo que estaba prisionero debajo de su sala del trono con sus enemigos... o con quien se le pusiera por delante. Han había visto muchos rancors más en el planeta Dathomir cuando estaba cortejando a la princesa Leia. Una de las bestias había muerto en la Institución Penitenciaria Imperial. El rancor había llegado hasta el final del proceso de putrefacción, y después se había ido momificando poco a poco.

Por lo que Han sabía de ella, la prisión era un cruce entre zoológico y penitenciaría, lo cual era debido a que las distintas formas de vida tenían distintos grados de inteligencia. El único factor en común era la tendencia a la violencia que todas compartían.

Para las dimensiones que solían tener las celdas, la suya era gigantesca, era lo bastante grande para haber contenido al rancor y haberle proporcionado el espacio suficiente para moverse de un lado a otro. Huesos enmohecidos de aspecto frágil y quebradizo yacían esparcidos sobre el suelo, como si el rancor que se moría de hambre hubiera hecho un intento desesperado para encontrar más alimento. Retazos verdes y azules de una sustancia viscosa rezumaban de las paredes e iban deslizándose lentamente por ellas. Los únicos sonidos que pudo oír eran goteos tan débiles que resultaban casi imperceptibles.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí dentro, Chewie? —preguntó—. ¿Lo sabes?

Chewbacca no lo sabía.

Han hizo un repaso mental de los acontecimientos. Habían llegado a Kessel y se habían identificado por el nombre y mediante una señal de identificación de la Nueva República. Después una abigarrada flota de naves compuesta por cazas TIE, cazas X y muchos otros aparatos distintos había despegado del planeta para atacarles. Estaba claro que quienes mandaban en Kessel andaban tramando algo sucio, y no querían que la Nueva República se enterara de ello.

Un instante después se acordó de Skynxnex, el hombre-espantapájaros, que había entrado en el
Halcón
después de que se estrellaran. Skynxnex había sido un ladrón y un asesino, y cumplía la función de contacto entre Moruth Doole y los contrabandistas de especia. Skynxnex había conseguido un puesto como guardia de prisión en la institución penitenciaria, pero al parecer acababa de cambiar de empleo...

Han oyó el chasquido y el zumbido del campo de desactivación alrededor de las puertas de la celda, y un instante después hubo un ronroneo chirriante cuando los ascensores hidráulicos hicieron que la enorme puerta empezara a ascender. A medida que iba subiendo, una áspera claridad blanca inundó la habitación. Han se tapó los ojos con una mano. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que la celda estuviera tan oscura.

—¡Prepárate, Chewie! —murmuró.

Si no había demasiados guardias podrían lanzarse sobre ellos, dominarlos y escapar. Pero un momento después sintió una punzada de dolor en las costillas que se había fracturado hacía tan poco tiempo, y una oleada de mareo y aturdimiento se extendió por todo su ser. Chewbacca se había apoyado en una de las húmedas paredes de la celda del rancor como si apenas pudiera tenerse en pie, y dejó escapar un débil gemido.

Other books

Affair with an Alien by Jennifer Scocum
The Blood Will Run by E.A. Abel
The Triad of Finity by Kevin Emerson
Nora and Liz by Nancy Garden
Hero of Rome by Douglas Jackson
The Black Echo by Michael Connelly
Alive on Opening Day by Adam Hughes
Mama Gets Hitched by Deborah Sharp