La búsqueda del Jedi (34 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—¿Puedo poner burbujas dentro? —preguntó Jaina.

—Si te metes en el agua, podrás añadir las burbujas.

Jaina se apresuró a meterse en el agua y extendió las manos. Leia le entregó una estera ambarina que se disolvería en la suave agitación del baño ondulatorio. Jacen saltó al agua.

—¡Ahora yo pongo las burbujas!

—Demasiado tarde —dijo—. La próxima vez te tocará a ti.

—Quizá deberíamos dejar que añadieran otra esfera de burbujas —dijo Cetrespeó, inclinándose sobre el agua para situar a los niños en los dos extremos de la bañera.

Jaina usó las dos manos para lanzar agua al rostro del androide.

—¡Quiero volver a casa!

—Ésta es tu casa, Jacen. Ahora vives aquí. Soy tu madre.

—No. ¡Quiero volver a casa!

Leia empezó a preguntarse por qué todas sus habilidades diplomáticas parecían haberse vuelto tan inútiles de repente. Los gemelos empezaron a salpicarse el uno al otro. Al principio el combate de salpicaduras pareció un juego, pero de repente los dos se echaron a llorar sin que hubiese ninguna razón aparente para ello. Leia pensó que aquello quizá fuese una buena preparación para recibir al embajador de Carida.

Cerró los ojos. Los dos gemelos seguían llorando y chillando. Cetrespeó, cada vez más nervioso y confuso, hacía frenéticos esfuerzos para averiguar en qué consistía exactamente el problema.

«Ah, si al menos supiera dónde está Han... », pensó Leia.

17

La lanzadera robada se precipitó en el abismo de las Fauces. Torbellinos de gases recalentados chocaron con el casco bamboleándoles de un lado a otro mientras Kyp intentaba guiar a Han por su tenue curso. La ruta que podía sacarles de allí era tortuosa, y se volvía terriblemente traicionera en los puntos donde las singularidades gravitatorias se anulaban entre sí.

Las Fauces eran uno de los prodigios de la galaxia. La misma existencia de un cúmulo de agujeros negros parecía una imposibilidad astrofísica, y había provocado muchas conjeturas acerca de sus orígenes. Los científicos de la Vieja República habían recurrido a los argumentos de probabilidad, afirmando que dado el número cuasi infinito de estrellas existente en el universo algo como las Fauces tenía que surgir por lo menos en una ocasión. Otras especulaciones, las de los contrabandistas más supersticiosos entre ellas, sugerían que las Fauces habían sido construidas por una antigua raza enormemente poderosa que había creado los agujeros negros colocándolos en una configuración que siempre estaba rozando la inestabilidad para abrir puertas de acceso a nuevas dimensiones.

En esos momentos a Han Solo sólo le importaba una cosa, y era la probabilidad de que las Fauces fueran la causa de su muerte.

El interior de la lanzadera estaba oscuro, y hacía tanto calor que apenas se podía respirar. Los colores deslumbrantes y la luz cegadora creaban fuegos artificiales psicodélicos fuera de la nave, y sombras extrañas dentro de ella. Todos los sistemas de iluminación, apoyo vital y regulación de la temperatura habían sido desconectados para proporcionar más energía a los debilitados escudos.

Han sudaba en el sillón de pilotaje mientras contemplaba los controles de navegación que había dejado en manos de Kyp. Durante la última semana apenas había existido un momento en el que no tuviera que luchar por su vida, pero aun así había echado muchísimo de menos a Leia. Su esposa no tenía ni idea de lo que le había ocurrido, y debía de estar terriblemente preocupada..., pero sin duda su orgullo le impedía mostrar su preocupación. Aun así, había algo que resultaba todavía más doloroso para Han, y era el saber que sus hijos por fin habían vuelto del planeta-santuario en el que habían estado refugiados y que él no había estado allí para darles la bienvenida.

Pero si la lanzadera no sobrevivía a la travesía de las Fauces. Han nunca volvería a ver a ninguno de sus seres queridos. Todo dependía de las misteriosas capacidades de Kyp Durron.

Kyp luchaba con los controles, guiando la lanzadera a través de algunas de las maniobras más difíciles y complicadas que Han había visto ejecutar en toda su vida..., ¡y Kyp mantenía los ojos cerrados! El joven parecía estar viendo por un conjunto de órganos oculares totalmente distinto, como si estuviera contemplando una ruta que no podía ser percibida mediante la visión normal. Han clavó la mirada en los letales agujeros negros esparcidos alrededor de la lanzadera, y sintió un deseo casi incontenible de imitar a Kyp y cerrar los ojos.

Kyp seguía abriéndose paso por aquella implacable carrera de obstáculos dejándose guiar por su intuición, avanzando a través de una sucesión de frágiles puntos de estabilidad. Chewbacca permanecía totalmente inmóvil en su puesto, paralizado por la tensión y temiendo romper la concentración del joven si se movía.

Un escudo se derrumbó y un chorro de chispas salió disparado de un panel de control. Chewbacca soltó un gruñido mientras dejaba caer sus largos dedos sobre los controles, modificando y difundiendo la protección restante de una manera igualada alrededor del casco. Una sola abertura en los escudos bastaría para que los rayos X y los gases llameantes les hicieran pedazos.

Kyp no se inmutó.

—Estamos llegando al final de este tramo del trayecto —dijo sin abrir los ojos—. Hay una isla gravitacional en el centro del cúmulo. Es como el ojo de una tempestad, y allí estaremos a salvo.

Han sintió cómo una inmensa oleada de alivio se iba extendiendo por todo su ser.

—Será mejor que nos escondamos en ese lugar durante algún tiempo —dijo—. Recargaremos las fuentes de energía y haremos unas cuantas reparaciones rápidas.

Chewbacca indicó que estaba de acuerdo con un gruñido.

—Y disfrutaremos de un largo descanso reparador —dijo Kyp. Han se fijó en la reluciente capa de transpiración que se había acumulado sobre su frente. A pesar de su calma exterior. Kyp parecía haber estado manteniendo una enorme concentración que debía de haber exigido el máximo a sus todavía incipientes capacidades—. Ya sabéis que todavía tenemos que encontrar un camino que nos permita salir de aquí, ¿no?

Los torbellinos de gases ionizados se abrieron ante ellos como un cortinaje apartado por una mano para revelar el oasis gravitatorio escondido en el núcleo del cúmulo, un refugio donde podrían recuperarse antes de volver a Coruscant.

—¡Lo conseguimos! —susurró Han.

Pero alguien más había encontrado el escondite antes que ellos.

Orbitando una pequeña isla rocosa en el centro de las Fauces había cuatro gigantescos Destructores Estelares imperiales erizados de armamento.

Un instante después de su llegada los hangares de los Destructores Imperiales escupieron enjambres de cazas TIE en una demostración de fuerza realmente impresionante.

Han no apartaba los ojos de las gigantescas naves, y se sentía incapaz de hablar. Acababan de escapar a la ejecución a manos de Skynxnex, al ataque de la araña que se alimentaba de energía en las minas de especia, a una batalla con toda la flota espacial de Kessel y a la destrucción en el laberinto gravitacional de las Fauces. Los escudos de la lanzadera dejarían de funcionar de un momento a otro, no tenían armas..., y además los Destructores Estelares habían lanzado toda una armada de cazas imperiales contra ellos.

—Tal como están yendo las cosas, acabaremos consiguiendo destruir la galaxia sin querer antes de que sea hora de cenar —dijo Han—. ¡Conecta todos los motores, Chewie! Vamos a dar la vuelta a este trasto... ¡Encuentra una ruta de salida para que nos larguemos, Kyp!

—No hay muchas rutas entre las que escoger —dijo Kyp.

La nave se estremeció como si un pie gigantesco acabara de golpearla por detrás, y las chispas brotaron de los controles un instante después. Chewbacca dejó escapar un gemido de consternación.

Han echó un vistazo a las lecturas.

—Todos nuestros escudos han dejado de funcionar. —Contempló los cuatro Destructores Estelares y las oleadas de cazas e interceptores TIE que avanzaban hacia ellos—. Tengo la sensación de que alguien acaba de pintar una gigantesca diana encima de nuestro casco... —dijo—. Pueden borrarnos del espacio con sólo una andanada.

Miró a su alrededor buscando algo lo suficientemente duro para poder darle una patada, encontró un mamparo y le dio bien fuerte.

El comunicador emitió un chisporroteo y por un instante Han esperó oír otro mensaje amenazador de Moruth Doole, pero los gases ionizados y las distorsiones creadas por los agujeros negros harían ininteligible cualquier transmisión que lograse atravesar el caparazón exterior de las Fauces.

Una voz seca y gutural surgió de repente de las rejillas del sistema de altavoces interior.

—¡Bienvenida, lanzadera imperial! Ha pasado mucho tiempo desde que recibimos noticias del exterior... Transmita su código de acceso de seguridad. Nuestro escuadrón TIE va hacia ustedes para proporcionarles escolta.

Han se envaró, y un instante después se acordó que habían robado una vieja lanzadera imperial. Dispondrían de unos cuantos segundos antes de que los hicieran volar en pedazos. Pero... ¿Un código de acceso de seguridad? Tendría que pensar deprisa.

Movió el interruptor del circuito de comunicación.

—Aquí la lanzadera imperial... eh..., Endor en vector de aproximación. Hemos tenido un viaje bastante movido por las Fauces, y casi todos nuestros ordenadores han dejado de funcionar. Solicitamos ayuda. —Hizo una breve pausa, y después tragó saliva—. Oigan, ¿cuánto tiempo llevan sin recibir noticias del exterior?

Un ruidoso chasquido llegó del otro extremo de la línea. Los cazas TIE seguían avanzando hacia ellos. Han se removió nerviosamente en el sillón de pilotaje sabiendo que su farol no iba a dar resultado, y que eran un blanco desprotegido que iba a ser volado en pedazos de un momento a otro por los dedos de los pilotos imperiales, que ya se estarían removiendo impacientemente sobre sus gatillos.

La voz volvió a hablar, esta vez en un tono más seco y tenso que antes.

—Repetimos la pregunta, lanzadera imperial Endor... ¿Cuál es el código de acceso de seguridad? ¡Transmítalo inmediatamente!

Han se volvió hacia su copiloto.

—¿Cuánto tiempo tardarán en poder funcionar esos escudos, Chewie? —preguntó.

El wookie había sacado los paneles de acceso de los compartimentos de energía laterales y estaba extrayendo de ellos grandes masas de cables que deslizaba entre sus dedos intentando ordenar las conexiones. Chewbacca olisqueó el aire para localizar los circuitos quemados. Pasaría mucho tiempo antes de que aquellos sistemas pudieran volver a funcionar aunque sólo fuese en parte, y mucho más antes de que volvieran a ser plenamente operativos.

Han volvió a abrir el circuito de comunicaciones.

—Oh... Bueno, como ya le he dicho hemos sufrido daños muy graves en los sistemas de ordenadores. No podemos...

—¡Excusa inaceptable! La frase de código es verbal.

—Calma, no era más que una comprobación —dijo Han—. La frase de código es...

Se volvió hacia Kyp y le lanzó una mirada llena de desesperación como si esperase que el joven sería capaz de sacar el código de la nada, pero las probabilidades de hacer algo semejante hubieran sido minúsculas incluso teniendo a Luke Skywalker a bordo. Kyp se limitó a encogerse de hombros.

—Eh... La última frase de código de que disponemos es RJ-dos barra ZZ barra ocho mil. Aguardamos su confirmación. —Desconectó el circuito, miró a Chewbacca y a Kyp y extendió las manos en un gesto de impotencia—. Bueno, había que intentarlo, ¿no?

—Respuesta inadecuada —dijo secamente la voz ronca y gutural.

—Menuda sorpresa... —murmuró Han.

La transmisión seguía llegando.

—Está claro que no han sido enviados por el Gran Moff Tarkin, lanzadera Endor. Serán hechos prisioneros y traídos inmediatamente a bordo del Destructor Estelar imperial
Gorgona
para ser sometidos a un concienzudo interrogatorio. Cualquier intento de huir o de oponer resistencia dará como resultado su destrucción inmediata.

Han se preguntó si debía tomarse la molestia de enviar un acuse de recibo de la transmisión, y acabó decidiendo que no era necesario. La mención del Gran Moff Tarkin, el brutal gobernador que construyó la primera
Estrella de la Muerte
, le había dejado bastante perplejo. Tarkin había sido destruido junto con su arma apocalíptica diez años antes. ¿Sería posible que aquellas personas llevaran tanto tiempo sin mantener ninguna clase de contacto con el exterior?

La lanzadera tembló como si acabara de ser asida por una gigantesca mano invisible. Han pudo oír el chirrido quejumbroso de las placas metálicas cuando la presión empezó a oprimir el casco exterior.

—Es un haz de tracción —dijo.

La gigantesca punta de flecha del Destructor Estelar insignia de la flotilla acababa de aparecer sobre ellos. Chewbacca dejó escapar un gruñido, y Han asintió. Aquello tampoco le gustaba nada.

—No te molestes en intentarlo, Chewie —dijo—. Nunca podremos escapar de ese haz de tracción, y aun suponiendo que lo consiguiéramos nunca podríamos salir de aquí lo bastante deprisa... Ah, y tampoco podríamos sobrevivir a otra travesía de las Fauces.

Un escuadrón de cazas TIE rodeó la lanzadera secuestrada, formando un capullo de naves a su alrededor y haciendo imposible que se desviaran de la trayectoria seguida por el haz de tracción. El Destructor Estelar
Gorgona
abrió las puertas de su enorme hangar de recepción para engullir a los prisioneros. Los cazas TIE les siguieron a toda velocidad, entraron en la cavernosa boca metálica y salieron disparados hacia arriba.

Han se acordó de cómo había sido capturado y llevado a bordo de la primera
Estrella de la Muerte
de una manera muy parecida, flanqueado por cazas estelares imperiales mientras intentaba resistirse a un potente haz de tracción. Pero en esa ocasión estaba pilotando su propia nave, y habían podido ocultarse en uno de los compartimentos secretos de almacenamiento del
Halcón
. Esta vez ni siquiera tenían uniformes robados que ponerse, y sólo contaban con los trajes calefactores que los prisioneros utilizaban para trabajar en las minas de especia de Kessel.

—No vamos a causar muy buena impresión —dijo Kyp.

Los cuatro Destructores Estelares flotaban sobre un amasijo de cuerpos rocosos interconectados suspendido en el mismísimo centro de las Fauces. Otras estructuras y restos esqueléticos se movían en una lenta órbita baja alrededor del archipiélago de asteroides.

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