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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los conquistadores (16 page)

BOOK: La aventura de los conquistadores
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Llegamos a Mactán tres horas antes del alba. El capitán no quería que se luchase en aquel momento, pero envió un mensaje a los nativos… a fin de que, si obedecían al rey de España, reconocían al rey cristiano (el de la isla de Cebú) como su soberano y nos pagaban un tributo, él sería su amigo; pero si querían que fuese de otra forma ellos verían cómo herían nuestras lanzas. Ellos replicaron que si nosotros tenemos lanzas, también ellos las tenían de caña de bambú, así como dardos endurecidos al fuego. (Nos pidieron) no les atacásemos inmediatamente, sino que esperáramos hasta la mañana. Esto lo dijeron para que fuésemos nosotros quienes fuéramos a buscarles, porque habían hecho algunos fosos entre las casas y así caeríamos en ellos. Cuando llegó la mañana, cuarenta y nueve de los nuestros saltaron al agua cubiertos hasta la cintura, y fueron nadando por ella a lo largo de más de dos disparos de ballesta antes de alcanzar la orilla. Los botes no se podían acercar más dado que había rocas debajo del agua. Los otros once hombres quedaron guardando los botes. Cuando llegamos a tierra los hombres de ellos formaban tres divisiones, sumando más de tres mil quinientos. Cuando nos vieron cargaron sobre nosotros, con tremendos gritos, dos divisiones en nuestros flancos y la otra contra nuestro frente. Cuando vio esto el capitán, nos formó en dos divisiones, y así comenzamos a luchar… Cuando disparábamos nuestros mosquetones, los nativos se movían de aquí para allá sin estar un momento quietos, y se cubrían con sus escudos. Tiraban muchas flechas y lanzaban tantos dardos de bambú (algunos de ellos con punta de hierro) contra nuestro capitán-general, además de dardos afilados y endurecidos al fuego, así como piedras y barro y apenas podíamos defendernos…

Fue tanta la carga que efectuaron sobre nosotros que hirieron al capitán en una pierna, la derecha, con una flecha envenenada. Debido a ello él ordenó que nos retirásemos ordenadamente, pero los hombres empezaron a huir, excepto seis u ocho de nosotros que quedamos con el capitán. Los morteros, que estaban emplazados en los botes, no podían ayudarnos dado que estaban ya demasiado lejos; así continuamos la retirada en una distancia como el disparo de una ballesta desde la orilla, siempre luchando con el agua hasta las rodillas. Los nativos continuaron persiguiéndonos y, recogiendo la misma lanza cuatro o seis veces seguidas, nos la volvían a arrojar una y otra vez. Cuando reconocieron quién era nuestro capitán fueron tantos los que se abalanzaron sobre él que le arrebataron el casco de la cabeza en dos ocasiones, pero él siempre siguió resistiendo con firmeza como un buen caballero, acompañado de otros varios. Así seguimos luchando por más de una hora, negándonos a retirarnos un paso más. Un indio lanzó una lanza de bambú a la cara del capitán, pero éste mató a aquél en el acto con su lanza, dejándola clavada en el cuerpo del indio. A renglón seguido quiso desenvainar su espada, pero solamente pudo hacerlo en la mitad de su recorrido porque acababa de quedar herido con otra lanza de bambú en el brazo. Cuando vieron esto los nativos, todos se abalanzaron sobre él. Uno le hirió en la pierna izquierda con un machete grande, parecido a una cimitarra, aunque más ancho. Ello hizo que el capitán cayera de bruces y los nativos sobre él con lanzas de hierro y de bambú, así como con machetes, así que acabaron dando muerte a nuestro espejo, nuestra luz, nuestra fuerza y nuestro verdadero guía. Mientras lo estaban hiriendo, varias veces se volvió para ver si ya estábamos todos en los botes. Por ello, y viéndolo ya muerto, y estando también nosotros heridos, nos retiramos hasta los botes como pudimos, ya que los botes habían empezado a alejarse. El rey cristiano pudo habernos ayudado, pero nuestro capitán le había ordenado antes de que desembarcáramos que no se moviera de su balanghai sino que observara cómo luchábamos… De no haber sido por este desgraciado capitán, ninguno de nosotros se hubiese salvado en los botes, porque mientras estaba luchando, los demás pudieron irse retirando hasta los mismos. Yo espero… que la fama de tan noble capitán no quedará borrada en nuestros días. Entre las muchas virtudes que poseía, el capitán era más constante que ningún otro hombre lo fuera en las mayores adversidades. Sufrió el hambre con más hombría que los demás y entendió las cartas marinas y supo de navegación más que nadie en el mundo. Y que esto era verdad se veía con toda claridad, porque ningún otro tuvo tanto talento natural, ni tuvo la valentía, como el capitán la tuvo, de circunnavegar el mundo, cosa que él estuvo a punto de conseguirlo.

Fernando Magallanes murió el 27 de abril de 1521, se hallaba entonces a menos de mil millas al noroeste de las Molucas. Si hubiera vivido para recorrer mil quinientas millas más al oeste, habría llegado a Malaya (donde había estado unos doce años antes), con lo que se hubiera convertido en el primer hombre que circunnavegara el globo. Estando así las cosas, esa distinción recaería sobre uno de los asiáticos que acompañaban a la expedición como intérprete. El fracaso de los españoles en su intento de aplastar a los hombres de Mactán les desacreditó a los ojos de los isleños filipinos. El jefezuelo de Cebú recién convertido invitó a tierra a varios de los principales oficiales de la flota y con la mayor tranquilidad les hizo dar muerte. Los desvalidos supervivientes de la expedición se hicieron entonces a la mar y, después de obtener provisiones en algunas islas próximas, pusieron proa a las Molucas. Pero de los doscientos setenta hombres que componían la expedición no quedaban ahora más que ciento quince. En resumen, no había suficiente número de gente para tripular tres naves. Así que decidieron dar fuego a la
Concepción
, el menos marinero de los tres barcos. ¿Quién asumiría ahora el mando en aquella dramática empresa?

Finalmente, a primeros de noviembre de 1521, las dos naves restantes se dirigieron a Témate y Tidor, las ricas islas de las Especias a las que Francisco Serrão —ya fallecido— había animado a Magallanes a que acudiera. Aquí, los exhaustos hombres de la
Trinidad
y la
Victoria
fueron recibidos con espléndida hospitalidad: descansaron, compraron suministros y cargaron especias. Sin embargo, cuando llegó el momento de zarpar, advirtieron que la
Trinidad
se encontraba en tan lamentable estado que no podía hacerse a la vela. Las reparaciones necesarias llevarían meses y se acordó que la
Victoria
, sin más demora, saliera sola. Su capitán, que había llegado a ocupar ese puesto a la muerte de otros oficiales, era en ese momento Juan Sebastián Elcano.

La consumación de una proeza

El ilustre marino al que le cupo el honor de completar la primera circunnavegación por el globo terráqueo nació en 1476 en la hermosa localidad guipuzcoana de Guetaria. Su familia provenía de una antiquísima tradición marinera que el joven Elcano dignificó aún más si cabe, gracias a su magnífica proeza. Sus comienzos en la mar se inscriben dentro de capítulos dedicados a las artes de pesca. Desde 1509 prestó servicio de armas en diversas campañas mediterráneas bajo mandos tan insignes como el cardenal Cisneros o Gonzalo Fernández de Córdoba —el Gran Capitán—. Durante las campañas de Orán y Trípoli fue capitán de su propio navío al servicio de la corona española, pero ésta, en aquellos tiempos, tenía sus arcas prácticamente esquilmadas y, por este motivo, tardaba mucho tiempo en pagar los servicios prestados por los buques que la servían. En esa situación quedó Elcano, quien, para poder afrontar la creciente deuda contraída con su tripulación, se vio obligado a pedir un préstamo a unos mercaderes que traficaban bajo la jurisdicción del duque de Saboya, entregando como garantía la propiedad de su barco. Cuando cumplieron los plazos el navegante vasco no había recibido el dinero prometido por la corona y no tuvo más remedio que desprenderse de su nave. Este asunto lo llevó a sufrir la cárcel, pues la ley prohibía tajantemente la entrega de buques a potencias extranjeras. Y, por injusto que pueda parecer, Elcano fue acusado de traición a los suyos, aunque el monarca Carlos I, enterado de la historia, amnistió al bravo navegante permitiéndole seguir con su carrera de marino.

En 1519, como ya sabemos, se encontraba en Sevilla, donde conoció a Magallanes y se alistó en la flota que se preparaba para viajar a las Molucas. Fue uno de los muchos oficiales españoles que se amotinaron ante las decisiones aparentemente equívocas del portugués, si bien logró evitar el castigo que se aplicó a los cabecillas de la revuelta. Más tarde, tras la muerte de Magallanes, el destino quiso que fuera Elcano y no otro el que asumiera la digna misión de conducir la nao
Victoria
hasta España. El guipuzcoano bien pudiera haber recorrido a la inversa la ruta de Magallanes, pero, a esas alturas, la menguada tripulación no quería, ni por ensalmo, someterse a otra travesía por el Pacífico, a un nuevo paso del estrecho de Magallanes y a otro, más que posible, invierno en Patagonia.

Tras meditar sobre la situación optó, con acierto, por navegar en dirección oeste, cruzar el estrecho de Malaca, surcar el océano Índico, doblar el cabo de Buena Esperanza y enfilar proa hacia el norte hasta llegar a España. El único obstáculo residía en los diferentes puertos y barcos portugueses con los que se podría encontrar, pero los riesgos implicados en la navegación hacia el oeste parecían infinitamente menores que los que suponían navegar con rumbo este. Sorteando, pues, toda ruta trillada, la nao
Victoria
inició la travesía de la segunda mitad del globo.

Según iban avanzando hacia el oeste, disminuían las provisiones de alimentos y agua, con lo que los hombres empezaron a morir de hambre, fatiga y escorbuto. A mediados de mayo de 1522, en medio de una tormenta que destrozó uno de sus mástiles, la
Victoria
dobló el cabo de Buena Esperanza y a primeros de julio llegaba a las islas de Cabo Verde. El archipiélago estaba bajo dominio portugués y hacer escala en dichas posesiones constituía un serio peligro para la empresa; no olvidemos que el rey luso Manuel I no quería bajo ningún concepto que la expedición emprendida por Magallanes culminara en éxito.

No obstante, Elcano estaba obligado por las circunstancias a una forzosa escala, pues debía abastecerse de comida y agua. Aquí entró en juego la astucia del marino español, el cual consiguió hacer creer a las autoridades locales que su barco regresaba del Nuevo Mundo. Los portugueses, que no abrigaban la menor sospecha de la verdad, dieron al capitán vasco lo que necesitaba e hicieron así posible la terminación de un viaje que habían tratado de impedir a toda costa. El sábado 6 de septiembre de 1522, la maltrecha
Victoria
llegó por fin al puerto de Sanlúcar de Barrameda con su preciosa carga de especias y su tripulación exhausta. Dos días después, tras remontar el Guadalquivir, recalaba en el puerto de Sevilla.

De aquel cascarón semihundido por mil averías y grietas desembarcaron dieciocho hombres famélicos y enfermos, pero orgullosos por la hazaña que habían protagonizado. Con devoción se postraron ante la imagen de la Virgen y le dieron gracias por haberlos librado de la muerte. Eran héroes que, sin pretenderlo, habían certificado la esfericidad del planeta en el que moraban y de paso su singular travesía también había constatado la certeza de que Cristóbal Colón descubrió el cuarto continente de la Tierra. Por fin el sueño albergado por el genovés treinta años antes se confirmaba: era posible viajar a Asia por la ruta occidental. Con ello se cerraba un capítulo fundamental en la era de las exploraciones. Elcano y los tripulantes de la
Victoria
navegaron en total catorce mil cuatrocientas leguas (setenta y nueve mil quinientos kilómetros). En el camino quedaron cuatro navíos y doscientos treinta y cuatro hombres y, aunque parezca inverosímil, en las bodegas del buque se encontraban intactas veinticinco toneladas de especias cuyo valor permitió sufragar todos los gastos de la expedición.

El rey Carlos I recibió a los supervivientes en Valladolid y concedió a Elcano una renta anual vitalicia de quinientos ducados en oro y un escudo de armas, cuya cimera era un globo terráqueo con la leyenda
Primus circumdedisti me
(El primero en rodearme). Además nombró al guipuzcoano comisionado real en la juntas de Badajoz y Yelbes, convocadas con el objeto de resolver los litigios entre España y Portugal sobre la posesión de las Molucas.

Después de llegar a Oriente navegando hacia Occidente, aquellos marineros habían vuelto al punto del que partieran. El coste resultó altísimo, pero se había demostrado que el empeño era factible. Aunque murió antes de que llegara a ultimarse el primer viaje alrededor del mundo, a Magallanes corresponde en realidad la gloria de la histórica gesta, pues fue él, en verdad, quien la hizo posible. Pero aún transcurrirían algunos años antes de que el mundo honrara al ilustre portugués por el notabilísimo viaje que le había supuesto la propia vida. Tengamos en cuenta que cuando la
Victoria
llegó a Sevilla en 1522, los oficiales amotinados del
San Agustín
ya habían regresado hacía tiempo con los nefastos informes sobre su capitán general y Juan Sebastián Elcano, que se había visto implicado en el frustrado motín de puerto San Julián, se sintió obligado a dar por buena la narración de sus rebeldes compañeros. Con lo que el éxito del viaje quedó momentáneamente soterrado.

Entre tanto, la primera circunnavegación del globo trajo interesantes consecuencias para la ciencia. Según la tripulación del
Victoria
y el libro de navegación de la nave, la fecha de su regreso fue el sábado 6 de septiembre. Sin embargo, según todos los calendarios de tierra, fue el domingo 7 de septiembre. La razón de esta aparente inconsistencia, por supuesto, residía en el hecho de que la
Victoria
había cruzado lo que hoy se llama Línea Internacional del Cambio de Fecha. Pero, hasta aquel momento, a nadie pudo ocurrírsele que hubiera tenido que establecerse semejante línea.

Por extraño que parezca, el viaje no produjo resultados inmediatos para la navegación. En 1519, cuando zarpó la flota, las posesiones americanas de España no parecían tener gran valor en comparación con la posibilidad de una ruta que por el oeste llevara hasta las islas de las Especias. Pero para cuando regresó la
Victoria
, ya había completado Cortés la conquista de México y el oro mexicano había empezado a viajar incontenible hacia España. Esta afortunada ventura provocó que decreciera el interés del rey Carlos I por las especias o por la fundación de un imperio oriental. En cualquier caso, por fin llegó a determinarse que las Molucas pertenecían al dominio jurisdiccional de Portugal y no de España, por lo que la ruta occidental de Magallanes que llevaba a las islas de las Especias no volvió a utilizarse durante muchos años.

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