Kafka y la muñeca viajera (7 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato, Infantil y Juvenil

BOOK: Kafka y la muñeca viajera
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Se sentía tan estúpido...

Tan ridículo...

Y al mismo tiempo tan bien, a pesar de aquel vacío que le alertaba de que faltaba la última pieza por encajar en la historia.

–Tendrás que bajar al parque a otras horas –apuntó su compañera.

–Además de su cartero soy su amigo.

–Ya no, y lo sabes. Será distinto.

–¿Por qué?

–Si te ve, si habla contigo, el a recordará a Brígida. Lo que necesita es... no diré que olvidarla, pero sí dejarla ahí, en su memoria, tan quieta como pueda mientras la vida continúa.

–Eres toda una intérprete de personalidades infantiles.

–Bastante –admitió Dora–. Dar clases requiere mucha perspicacia. Casi tanto como la que necesita un escritor.

–Todo esto te ha parecido divertido, ¿verdad?

–Fascinante –aseguró convencida–. Nunca te había visto trabajar tan enloquecidamente y tan a gusto.

Franz Kafka se hundió un poco más en la butaca. Dora se inclinó sobre él y le besó en la frente. Después salió de la sala dejándolo solo un momento.

Con sus pensamientos.

Los vacíos.

–Vamos, piensa –musitó para sí.

El cierre de la historia. El broche.

Pero ¿qué podía haber más allá de la boda de Brígida?

Las palabras de Elsi revoloteaban como mariposas de hierro por su mente.

«Brígida estaba sola, y ya no lo está», «Es feliz, estoy contenta», «Me cae bien Gustav».

¿Por qué él no encontró un cartero de muñecas cuando era niño?

¿Por qué tuvo que enfrentarse siempre a su padre?

¿Por qué no había muñecas viajeras en la vida real?

Es en la infancia el tiempo de creer en las muñecas. Y es en la infancia cuando existen los finales felices. Pero mucho más necesarios son en la madurez los carteros capaces de recibir cartas que sólo un loco puede ser capaz de escribir.

Un loco.

Finales felices.

–¿Volverás al manuscrito que tienes encal ado? –oyó la voz de Dora flotando en algún lugar de la casa.

«Los poetas levantan castil os en el aire, los locos los habitan, y alguien, en la vida real, cobra el alquiler».

A veces recordaba frases que no sabía de dónde salían.

–Franz, ¿me has oído?

–Sí, Dora.

–¿Sí me has oído o sí vas a volver a tu libro?

–Las dos cosas.

Un loco.

Finales felices.

¿Cuál era el final feliz de una historia con una muñeca viajera y una niña que había recuperado la paz gracias a tres semanas de cartas maravil osas?

–¿Cuál es el final feliz de una historia con una muñeca viajera y una niña que ha recuperado la paz gracias a tres semanas de cartas mágicas? –exteriorizó sus propios pensamientos en voz alta.

Dora volvió a aparecer por la puerta de la sala.

–Creo que ya lo sabes –se cruzó de brazos al ver que él estaba empezando a sonreír de oreja a oreja.

t

Llegó al parque un poco más tarde, en primer lugar porque la tienda quedaba un tanto retirada, y en segundo lugar porque la carta, aunque muy, muy breve, había surgido de una inspiración final, hacía apenas dos horas.

Se internó en el camino sosteniendo el paquete bajo el brazo y deambuló por aquel os familiares vericuetos sin dejar de mirar a todos lados, en busca de su objetivo. El banco en el que se habían sentado día tras día Elsi y él seguía tan vacío como siempre, sin sol, apartado de los intereses de quienes lo buscaban como lagartijas necesitadas de su calor.

Era un buen banco.

El mejor.

Franz Kafka recordó el paseo que dio tres semanas antes, aquel a mañana en la que el llanto de Elsi había roto su equilibrio, catapultándolo a la historia más increíble de su vida. Rememoró de nuevo las sensaciones, los ecos de sus pensamientos, el balsámico efecto de su paz.

Parejas prematuras, parejas ancladas en el tiempo, parejas que aún no sabían que eran parejas, ancianos y ancianas con sus manos llenas de historias y sus arrugas llenas de pasado buscando los triángulos de sol, soldados engalanados de prestancia, criadas de impoluto uniforme, institutrices con niños y niñas pulcramente vestidos, matrimonios con sus hijos recién nacidos, matrimonios con sus sueños recién gastados, solteros y solteras de miradas esquivas, solteros y solteras de miradas procaces, guardias, jardineros, vendedores...

Un regalo.

Y él, absorbiéndolo como una esponja, viajando con sus ojos, arrebatando energías con el alma, persiguiendo sonrisas entre los árboles. Uno más entre tantos, solitario, lleno de pasos perdidos bajo el manto de la mañana, con su mente volando libre de espaldas al tiempo, que allí se mecía con la languidez de la calma y se columpiaba alegre en el corazón de los paseantes.

Todo igual que tres semanas antes.

Igual pero muy distinto.

Elsi estaba en la zona en la que jugaban los niños con dos amigas recuperadas tras el paréntesis de las cartas. No notó su presencia hasta que una de sus compañeras lo miro, sorprendida por verlo tan quieto. Entonces sí volvió la cabeza.

Los ojos de la niña se iluminaron.

–¡Señor cartero!

Corrió hacia él abandonando el juego. Franz Kafka se agachó para recoger su abrazo y detener el ímpetu de su carrera. Lo hizo con una mano, porque la otra seguía sosteniendo aquel bulto de regulares proporciones envuelto en un brillante papel de colores.

–Hola, Elsi.

–¡Hola! ¿Ha venido a traerle una carta a alguien?

–Sí, a ti.

–¿A mí?

–Una carta y este paquete –se lo mostró.

–¿Qué hay en él? –el rostro de la pequeña reflejó su pasmo.

–No lo sé. Ha llegado esta mañana.

–¿De quién es?

–De Brígida.

La luz regresó a su mirada, y la sonrisa se hizo mayor en sus labios. Tomó el paquete, grande para sus manos, y se sentó allí mismo, sobre la hierba. Franz Kafka también se arrodilló.

–Creía que ya no me escribiría más –vaciló Elsi.

–Pues ya ves.

–¿Qué hago?

–Ábrelo.

Rasgó el papel que lo envolvía. Su compañero se encargó de recoger los restos del nervioso destrozo. Poco a poco fue apareciendo una caja de cartón debajo de aquel vistoso papel de colores. E impreso en la caja...

–¡Señor cartero! –balbució Elsi.

Era la muñeca más bonita que había encontrado en la tienda.

De porcelana, cabello rubio, ojos vivos, labios de ensueño y un vestidito exquisitamente rojo.

–Vaya –fingió sorpresa.

–Es... preciosa –Elsi apenas podía hablar.

–Sí que lo es.

La escena se congeló un instante. La niña mirando aquel a hermosa muñeca y Franz Kafka contemplándola a ella. El tiempo se detuvo para arroparlos.

Luego él le entregó la carta.

La última carta de Brígida.

Ahora sí.

–Yo te la sostengo –hizo ademán de coger la muñeca.

–No –la apretó contra sí–. Abra usted el sobre.

Lo hizo. Rasgó la solapa con cuidado y extrajo la hoja de papel en la que había apenas unas líneas escritas. Dejó que un cierto halo de misterio acompañara aquel os segundos finales.

El final feliz digno de un loco.

Elsi, te quiero mucho. Gracias por darme la vida, y la libertad para vivirla. Sé feliz.

Firmado:

Brígida

–¿Me la ha regalado?

–Eso parece.

La cara de Elsi era un poema, una canción. Toda la fascinación de la infancia flotaba en sus rasgos, y toda la inocencia de sus años, quizás los mejores, estallaba en aquella sinfonía de color y enorme alegría. Se abrazó a su nueva muñeca, fuerte, y le dio un primer beso de amor que aseguraba también su exclusiva propiedad.

–Hay algo más –dijo él.

–¿Qué es?

–Una posdata. Dice:

Se lama Dora

–¡Dora!

En unos segundos terminaría todo. En unos segundos Elsi se iría para siempre, con Dora en su vida. En unos segundos él se quedaría solo.

En unos segundos.

A veces el tiempo era generoso.

u, v, w, x, y, z...

Durante muchos días, y algunas semanas, la vio de lejos por el parque Steglitz, siempre con Dora, jugando, sin perderla de vista, tan feliz como lo habían sido ambos en aquel os momentos en que las cartas de Brígida los unieron.

A veces sus ojos se encontraron. A veces el a agitaba su mano saludándolo. A veces se sentían cómplices de un gran secreto. A veces él buscaba en el fondo de sus sueños todas aquel as esperanzas que necesitaba para mantenerse en pie.

Y Dora, su propia Dora, de carne y hueso, le hacía ver que las estrellas del cielo seguían allí arriba, vivas para todos.

Después llegó el otoño, y el invierno.

Y ya no la vio más.

Su último invierno.

Franz Kafka le dijo a Dora por los albores de Navidad:

–Brígida está en el Polo Norte.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó el a.

–Porque me ha escrito una carta deseándonos un feliz 1924 –respondió él–. Dice que este año la nieve será de color verde y las nubes muy rojas.

Colorario

Franz Kafka murió en el sanatorio Kierling, cerca de Viena, un año después de que sucediera esta historia, el 3 de junio 1924, a los 41 años de edad. El nombre de la niña que perdió la muñeca nunca se ha sabido, y las cartas que le escribió él durante tres semanas nunca han sido leídas por ninguna otra persona ni encontradas. Dora Dymant, que vivía con el escritor por entonces, fue la que explicó los hechos: «Aquel día, entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba frente a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal». Kafka escribió la primera carta con absoluta seriedad y entrega, y después, también todas las demás, tan volcado en el as como lo habría estado por una de sus novelas o relatos. No se sabe por qué le contó a la llorosa niña tan increíble ocurrencia. Y tampoco por qué mantuvo tan singular historia durante tres semanas. Pero según dice César Aira, «Kafka fue el más grande descubridor de signos en la vida moderna», y Richard Stach afirma: «Para un escritor no se trata sólo de saber observar, sino que es preciso descubrir los signos ocultos en lo que se observa. La elogiada precisión quirúrgica de la mirada de Kafka se hacía escritura en la transmutación de lo visible en signo».

Durante años, Klaus Wagenbach, un estudioso de Kafka, buscó a la niña por los alrededores del parque, casa por casa, interrogó a vecinos, puso anuncios en los periódicos, y todo el o sin éxito. Nunca perdió la esperanza, y continuó yendo al parque muchos más años, hasta el presente, siempre soñando con el milagro de dar con el a y preguntarle si conservaba aquel as cartas que constituían uno de los documentos más importantes de uno de los más importantes creadores del siglo XX.

Una obra de Kafka exclusiva para una sola persona, una niña.

Y posiblemente la más bel a y lúcida de sus incursiones literarias.

En aquel as tres semanas epistolares, la muñeca le enviaba su amor a la niña día a día, le contaba que sus viajes y aventuras en el extranjero la retenían lejos. Al final, su noviazgo, compromiso, y matrimonio, pusieron el broche de oro a tan notable peripecia. Para entonces la niña ya se había reconciliado con la pérdida de su muñeca.

No se sabe tampoco si Kafka y el a siguieron encontrándose en el parque hasta el prematuro final del escritor meses después. Cuando le sobrevino el fatal desenlace, su amigo Max Brod no cumplió con su última voluntad, destruir todos sus textos inéditos. Gracias a él se publicaron en los años siguientes
El proceso
en 1925,
El castillo
en 1926 y
América
en 1931, convirtiendo al escritor en uno de los más grandes referentes del siglo XX.

Por mi parte, me he permitido la transgresión: inventar esas cartas, terminar la historia, darle un final imaginario. Pudo ser este u otro cualquiera, y no creo que importe demasiado. Lo sucedido es tan bello en sí mismo que el resto carece de importancia. Lo único evidente es que aquellas cartas debieron de ser mucho mejores y más lúcidas que las recreadas por mí.

Agradecimientos

En primer lugar, gracias a César Aira, cuyo artículo «La muñeca viajera», publicado en la contraportada de «Babelia»,
El País
, de 8 de mayo de 2004, me lanzó a escribir esta historia.

En segundo lugar, gracias a la anónima niña y al autor de
La metamorfosis
por tan singular hecho; a Dora Dymant (o Diamant según algunas obras), que lo contó; y a Klaus Wagenbach, que lo convirtió en leyenda buscándola incesantemente, así como a cuantos lo han narrado hasta el presente.

Jordi Sierra i Fabra,

Vallirana, agosto de 2004, a los 80 años

de la muerte de Franz Kafka

JORDI SIERRA I FABRA, (Barcelona, 26 de julio de 1947) es un escritor español, que destaca por la variedad de temáticas y registros en su narrativa, ya que aborda todos los géneros, y porque refleja como ningún otro el castellano que se habla en las zonas del catalán. En los últimos 25 años sus obras de literatura infantil y juvenil se han publicado en España y América Latina. También ha sido un notable estudioso de la música rock desde fines de los años 60. Fue fundador y/o director de numerosas revistas, El Gran Musical, Disco Exprés, Popular 1, Top Magazine, Extra o Súper Pop, la última, ya en 1977, cuando había dejado la música por la literatura.

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