Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española (42 page)

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Authors: Amadeo Martínez-Inglés

Tags: #Política, #Opinión

BOOK: Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española
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Resulta meridianamente claro que esto de los golpes militares, históricamente, les va mucho a los Borbones y, además, que han aprendido con el paso del tiempo y ahora manejan mejor y mas expeditivamente a sus militares de cámara. Aunque no por ello, y dado que, como todos sabemos, la Historia, además de maestra de la vida, se repite constantemente, el porvenir del nieto felizmente reinante tenga que ser muy diferente del de su predecesor en el trono…

Mientras espero en pasillos que la Secretaría General del Congreso me devuelva, debidamente firmada, la copia del Informe entregado y quizá impresionado por la majestuosidad del entorno, doy rienda suelta a mis pensamientos más íntimos en relación con el evento que me ha llevado allí. ¡Que actitud más estrafalaria y poco profesional la adoptada por Tejero tras su entrada en este lugar! Había ejecutado hasta entonces (hay que reconocerlo así, por mucho que condenemos siempre su irresponsable proceder antidemocrático) una magistral operación de planificación operativa, control de su tropa, aproximación al objetivo, enlace entre unidades implicadas, incursión sin violencia, neutralización de las personas que conformaban el servicio de seguridad (bien es cierto que ayudado en todo momento por el Estado Mayor de la Guardia Civil y por el propio CESID). Y, sin embargo, una vez dentro del hemiciclo, su proceder personal se degrada por momentos hasta extremos increíbles si tenemos en cuenta sus largos años de experiencia profesional y las estrictas órdenes recibidas.

Sin duda, además de su megalomanía, su egocentrismo, su vanidad y su indudable afán de protagonismo, a Tejero debió de jugarle una mala pasada el denominado, ya por mí en otro lugar del presente libro, «síndrome del golpe de mano», un «subidón» emocional incontrolable, con mucha adrenalina de por medio, que puede atacar a cualquier mando militar en el curso de una arriesgada operación de ese tipo. Eso es algo que los profesionales que tenemos experiencia de guerra y hemos mandado unidades de comandos u operaciones especiales, conocemos pero que muy bien. Todavía me da escalofríos recordar, de vez en cuando, las incursiones nocturnas tras las líneas enemigas que, al mando de una sección de asalto, y siendo un joven teniente, realicé en el frente de Ifni los días 9, 15 y 22 de diciembre de 1958, con el fin de recabar información precisa sobre un supuesto ataque; y en la última de las cuales me topé de manos a boca con una patrulla de «descontrolados» marroquíes. Estuve a punto de desobedecer las precisas órdenes recibidas y atacarles en busca de la gloria… o de un montón de bajas propias. Afortunadamente, el síndrome y la adrenalina no pudieron conmigo, pero reconozco que me faltó poco… Aunque, claro esta, no es lo mismo en una situación de guerra, en defensa de tu patria, que en un estrafalario golpe militar.

Desde luego, sólo afectado por ese mal que nubla la mente del jefe que lidera una acción espectacular (legal o no, esa es otra cuestión) y le hace olvidar las órdenes recibidas y creerse el amo del mundo, puede entenderse medianamente la alocada actuación en el hemiciclo del Congreso de los Diputados del bigotudo guardia civil. Esas patéticas escenas donde lo vimos empujando al vicepresidente para Asuntos de la Defensa, Gutiérrez Mellado, amenazando al presidente Adolfo Suárez y a todas sus señorías; permitiendo después a sus hombres abandonarse a una orgía de fuego (afortunadamente sólo al techo) que no venía en absoluto a cuento, teniendo como tenía controlada la situación ante personas desarmadas.

Pero no sólo pienso en Tejero, que sabía más bien poco de la operación político-militar de altos vuelos en la que estaba involucrado y en la que él solo actuó de
vedette
operativa (con perdón), de tonto útil, mientras deambulo discretamente por los pasillos del regio palacio de la Carrera de San Jerónimo en este nuevo 23-F de 2007. El general Armada pide paso enseguida en mi mente: ¿Por qué fracasó tan estrepitosamente el antiguo secretario general de la Casa del rey en la operación político-militar bautizada con su propio nombre, largamente planificada y con total apoyo regio, acabando en la cárcel con una condena de treinta años? ¿Y por qué a pesar de ello su señor, el rey Juan Carlos, salió triunfante del desaguisado, con todos sus objetivos conquistados?

Me contesto yo mismo: Armada fracasó en su proyecto, autorizado por el rey, porque no supo integrar adecuadamente en el mismo el minigolpe de Tejero (el de «los espontáneos», según los servicios secretos) una vez que Milans le obligara a asumirlo como propio dentro de la «Solución» político-militar que ambos pusieron en marcha en las primeras horas de la tarde del 23 de febrero de 1981; y porque tampoco supo vigilarlo y controlarlo estrechamente para evitar que arruinara por sí solo, como así ocurrió, esa sutil maniobra de «reconducción real». Que, no obstante, al final, curiosamente (sarcásticamente, se podría decir), tras ese aparente fracaso y debido sobre todo al urgente abandono de la misma por parte de su real promotor, conseguiría todos sus objetivos políticos y militares. En particular el primero y principal, fue el desmantelamiento del golpe militar que preparaba la ultraderecha castrense franquista para la primavera de ese mismo año y que amenazaba directamente a la Corona.

Por el contrario, el golpe «primorriverista» de Milans sí consiguió Armada diluirlo en el suyo, aunque tuvo que garantizarle a su promotor, el entonces capitán general de Valencia, la PREJUJEM (Presidencia de la Junta de Jefes de Estado Mayor), el más alto puesto operativo de las FAS. Pero en lo de Tejero, sin duda Alfonso Armada se confió demasiado y no se decidió a frenarlo por tres razones principales:

1º Porque, tal como estaba pactado con Milans, él iba a actuar en el Congreso como el bueno de la película, como el carismático policía que controla la situación y «salva a la chica» (a todos los diputados y miembros del Gobierno secuestrados en el hemiciclo), apareciendo milagrosamente en el Congreso minutos después del asalto.

Debía ser una situación personal y política inmejorable, para presentar a sus señorías su apuesta por un Gobierno de concentración/unidad nacional que, con el apoyo del rey y, en su caso, el de la mayoría de los presentes en la sala, pudiera solucionar todos los problemas pendientes en cuestión de minutos: la peligrosa situación en la que se debatían los allí congregados y los males de una transición democrática estancada, cuestionada por los militares y en trance de naufragio absoluto en el corto plazo.

2º Porque el general Milans del Boch nunca se avino a eliminar de la maniobra político-militar planifica por ambos, la ya muy adelantada operación de Tejero. Con el fin, por una parte, de humillar a la clase política a la que odiaba; de deslumbrar después a sus pares castrenses, que veían en él un futuro caudillo militar (un capital que podía suponer mucho para el carismático militar si la maniobra de Armada no salía bien); y, en tercer lugar, de ganar puntos ante unas Fuerzas Armadas, expectantes y nerviosas, que él iba a dirigir muy pronto como jefe de la JUJEM.

3º Porque Tejero había dejado muy claro, en sus negociaciones con Armada y con Milans, que si se frenaba su operativo de copo del Congreso (una acción espectacular a lo «Edén Pastora» en Managua, que él ansiaba realizar sobre todas las cosas) por mor de una «Solución Armada» más civilizada y presentable ante la opinión pública española (y, por supuesto, mundial), no dudaría en ponerlo en marcha a título individual, cayera quien cayera, y sin importarle para nada la maniobra político-militar patrocinada por sus superiores.

En resumen, ni a Armada ni a Milans les convino en su día frenar a Tejero en su particular y arriesgado operativo. Y esa permisividad culposa sería al final el detonante del fracaso de ambos.

***

En las numerosas conferencias sobre el 23-F que he impartido a lo largo de los años (desde que en 1983, alertado por muchos compañeros de las Fuerzas Armadas, decidí ponerme a trabajar con todas mis fuerzas para poder clarificar algún día la famosa asonada) y en multitud de entrevistas con diferentes medios de comunicación (muchas de las cuales ni se han publicado ni salido al aire por cuestiones obvias), casi nunca me he podido librar de una pregunta recurrente, formulada siempre por algún «leído» espectador o periodista, que en determinados momentos de la investigación ha llegado a quitarme el sueño: ¿Qué podría haber pasado en el Congreso de los Diputados de haber sido otra la actuación de Tejero o de no haber existido ésta? Lo digo porque ya casi nadie discute que fue la impresentable puesta en escena del susodicho teniente coronel de la Guardia Civil lo que provocó que la llamada «Solución Armada» fuera abandonada por sus altos promotores.

A esta pregunta de política/ficción siempre me he permitido contestar de la misma manera después de que, tras la primera vez que la escuché, tuviera que hacer frente a un profundo debate intelectual: Si en lugar de aparecer el teniente coronel Tejero en el Congreso de los Diputados, pistola en mano, dando gritos cuarteleros, empujando y humillando a las más altas autoridades del Estado y capitaneando unos hombres excesivamente nerviosos, que no dudaron en ametrallar el techo del hemiciclo, hubiera aparecido en el mismo, incluso acompañado también de hombres armados, un alto oficial (un teniente coronel, por ejemplo, para seguir con la misma categoría de empleo militar), a poder ser diplomado de Estado Mayor y destinado en el Cuartel General del Ejército, educado, parsimonioso, culto, inteligente, con don de gentes y perfectamente enterado de todos los entresijos del operativo regio en marcha (aspecto este último que nunca estuvo al alcance del incauto Tejero), que se hubiera dirigido con todo respeto a los señores diputados y miembros del Gobierno allí presentes, explicándoles la situación creada y dando paso enseguida a la alta autoridad («militar, por supuesto») que tenía que llegar (Armada, que era «el elefante blanco») para presentarles un proyecto político, ya consensuado con los partidos políticos mayoritarios y autorizado por La Zarzuela, que salvara la penosa situación político-militar en la que se debatía el país… no le puede caber la menor duda a nadie, pero especialmente a ningún experto o investigador de aquellos hechos, que los acontecimientos en el palacio de la Carrera de San Jerónimo hubieran discurrido por un cauce muy distinto al que tomaron con el belicoso jefe de la Guardia Civil como director de orquesta. Es más, creo que la «Solución Armada» se habría consolidado en cuestión de minutos y España, como estaba previsto en La Zarzuela, habría dispuesto durante un par de años de un Gobierno «de autoridad», aunque pseudoconstitucional, pero admitido por la mayoría como mal menor, nacido con evidentes defectos de forma pero capaz de dar el «golpe de timón» que demandaban los militares, muchos políticos y una parte importante de la sociedad española.

De eso no le cabe la menor duda a este historiador, después de pensar largo y tendido sobre tan espinoso hecho histórico. Aunque sí me ha asaltado una, y muy insistente por cierto, respecto a lo que hubiera podido ocurrir en este país después de la entronización del Gobierno de emergencia que patrocinaba Armada. ¿Hubiera durado ese Gobierno de «salvación nacional» (o «salvación monárquica», puesto que lo que estaba en primer lugar en juego en aquellos momentos era la propia Corona) los dos años previstos por sus planificadores o el general Milans, dueño del Ejército desde su nuevo cargo de PREJUJEM, hubiera dado, antes de finalizar ese plazo, con la puerta en las narices a su flamante presidente, instaurando después la dictadura militar que siempre contempló su plan «primorriverista»?

Siempre controlé esa importante duda, que afortunadamente los españoles no tuvimos ocasión de despejar por la vía de los hechos, reafirmándome en la convicción, muy personal mía pero nacida del profundo conocimiento del personaje, de que esa hipótesis de deslealtad del general Milans hacia su subordinado Armada (que, en caso de concretarse, hubiera supuesto un trauma nacional y un evidente retroceso en las libertades y derechos de millones de españoles) nunca se habría producido. Y aunque, obviamente, no me atreví a plantear esa hipotética cuestión en las charlas que mantuve con el antiguo capitán general de Valencia, a principios de 1990, en la prisión militar de Alcalá de Henares (y que fueron ya plasmadas parcialmente en un anterior libro mío), pues el mero hecho de hacerlo hubiera significado una grave impertinencia y hasta un insulto para el anciano (y todavía golpista para muchos) militar ya fallecido, esa convicción ha ido ganando puntos en mí con el paso del tiempo. Y en estos momentos estoy absolutamente seguro que, por lo que respecta al general Milans, la hoja de ruta de la llamada «Solución Armada» hubiera sido respetada en todos sus extremos. Aunque eso no quiere decir, ni mucho menos, que aún contando con la lealtad del nuevo presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el éxito habría estado garantizado para ese Gobierno de unidad nacional presidido por el marqués de Rivadulla. Bastantes militares franquistas que, cogidos por sorpresa y sin un claro liderazgo, no se atrevieron a dar el paso al frente el 23 de febrero de 1981, le habrían puesto, sin duda, las cosas muy difíciles…

***

El educado funcionario que me ha ayudado en la tarea de registrar mi nuevo Informe sobre el 23-F, dirigido al presidente del Congreso, aparece de pronto y me entrega la copia del documento debidamente firmada. Aparco definitivamente mis pensamientos, le agradezco su colaboración e inmediatamente procedo a retirarme del soberbio edificio de la Carrera de San Jerónimo de Madrid, la Casa de todos los españoles demócratas, que me ha acaba de brindar unos intensos momentos de emoción y recuerdos. Le he dejado al señor Marín, puesto que no se ha dignado contestar a la primera, una segunda denuncia personal mía sobre el presuntamente ilegal e inconstitucional proceder del rey Juan Carlos en la tarde/noche del 23 de febrero de 1981. Denuncia de la que también disponen el presidente del Senado (la única institución que hasta el momento se ha dignado acusar recibo a la misma) y los presidentes de los más altos organismos del Estado español. Veremos qué hacen con ella. Lo más seguro es que sigan sin darse por aludidos…

Soy profundamente escéptico sobre una posible y deseable actuación positiva de todas estas autoridades públicas en relación con mi «políticamente incorrecto» escrito, pero no me cansaré por ello de insistir en él. Si los engreídos jerarcas de la democracia española a los que me he dirigido, en uso de un derecho constitucional no conviene olvidarlo, siguen mirando para otro lado, si continúan ignorando las propuestas que en él se incluyen, creyendo que el tiempo acabara enterrándolas, cometerán sin duda un profundo error. Es el mismo que cometieron en el año 1990 otras muy altas autoridades del Estado (esta vez militares, los retrógrados generales componentes del Consejo Superior del Ejército), cuando arremetí públicamente contra un servicio militar obligatorio que causaba más de doscientas víctimas mortales por suicidios y accidentes profesionales entre los jóvenes españoles que acudían a filas y, además, impedía que la nación española pudiera disponer de unas Fuerzas Armadas modernas, profesionales y operativas; pero con el resultado (traumático para el mensajero, pero muy beneficioso para la sociedad) que todos los españoles, especialmente los jóvenes, conocen muy bien…

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