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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (37 page)

BOOK: Inquisición
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— Sí, lo es —respondí con decisión— Haz hincapié en las desventajas cuanto quieras. ¿Es que todo tiene que acabar relacionado con la política?

— ¿Y serás capaz de permanecer sentado y ver cómo suceden las cosas, observar cómo se levanta o cae el Dominio? ¿Presenciar otra cruzada en el Archipiélago, más inquisidores? ¿Ser un testigo distante cuando Orosius envíe sus tropas y se desencadene la guerra? ¿Te convertirás en otro asistente al funeral de un nuevo líder republicano asesinado por los hombres del emperador en la Asamblea? ¿Qué sucederá cuando te enteres de la muerte de la última faraona de Qalathar?

— ¿Acaso todo el mundo tiene que verse involucrado?

— Todos en el Archipiélago lo están y, sea como sea que los hayas obtenido, tus poderes no son nada comunes. No me gusta contarle a nadie todo lo que he hecho para lograr el cambio político. Y mucho menos a los thetianos. Ellos necesitan una restauración, un renacimiento. Nosotros, la liberación. No tenéis necesidad de hacer esto por vuestra cuenta, y tampoco podéis llevarlo a cabo. Pero dado lo que sois, sí podríais colaborar.

Persea hablaba de un modo muy racional e incluso con calma. Su razonamiento era la cara opuesta de la catarata verbal que Ravenna me habría dado en su lugar, y quizá no me hubiese venido mal que alguien me arrancase de golpe de mi estado de autocompasión. Pero Ravenna me había abandonado. Aunque yo la habría seguido con todo gusto, ella no había confiado en mí lo suficiente para llevarme a su lado.

— ¿Colaborar siguiendo el plan de Mauriz y Telesta? Si vencen, mi vida acabará siendo una sucesión de ceremonias y rituales vacíos para asegurar su república.

— Ayúdanos realizando lo que has venido a hacer aquí —propuso Persea con ingenuidad— Sigue tus ideas, tu propio plan, no los de Mauriz, Telesta, Sagantha ni ningún otro. Ravenna no podrá encontrar ella sola el Aeón, y Palatina está demasiado ocupada intrigando de nuevo con los republicanos.

Persea se puso otra vez seria y prosiguió:

— Laeas te ayudará y encontraremos más personas en las que confiar y que quizá sepan algo. Oceanógrafos, marinos y cualquiera que pueda ser útil.

— ¿Encontrar el Aeón? —repetí, atontado. Laeas debía de habérselo comentado a Persea, pues yo se lo había mencionado en mi carta.

— Sí. Si lo encuentras, te dará independencia. Será complicado utilizarlo y mucho más difícil dar con él, pero nadie que tenga en sus manos algo como el Aeón podrá convertirse jamás en una marioneta.

Sonaba sencillo; una vía alternativa. Pero una vez más podía ver a los lobos acechándome y apoderándose del Aeón en cuanto lo encontrase, regodeándose en mi debilidad y falta de decisión. Sólo haría subir las apuestas.

— ¡No, eso no sucederá! —sentenció ella en cuanto se lo comenté— ¿Cómo puedes ser tan negativo? Esa nave representa todo lo que amas y no podrá comprometerte con nadie ni inmovilizarte. Por otra parte, en este preciso momento no tienes ninguna oportunidad de hacer valer tus opiniones; siempre dependes del poder de alguien más. Ni Mauriz ni Telesta se opondrán de ningún modo al Aeón. Y antes de que lo sugieras, te aseguro que no lo harán. Te lo ruego, Cathan, reemprende tu búsqueda. De todos modos planeabas hacerlo, pero hazlo por tu propio bien, y por el de todos nosotros.

Persea se detuvo, casi desesperada ante la ambigua expresión de mi rostro.

— Lo siento —añadió— Lamento sonar como otro político, pero...

— No suenas en absoluto como ellos —afirmé armándome de valor y recordando las vagas y breves descripciones del Aeón, la joya del océano— Lo intentaré.

Y, dicho eso, deseé creer que había traspasado una nueva barrera, que por primera vez en varios meses había tomado por mi cuenta una decisión. Sólo el tiempo diría si sería capaz de mantenerla, pero, al menos, lo habría intentado.

— Y todos en Lepidor y en la Ciudadela te ayudaremos tanto como podamos. Respecto a Sagantha, será tu decisión contárselo o no.

Persea se levantó de la cama y se puso de pie, mirándome con la duda en los ojos.

— ¿Podrías quedarte conmigo esta noche? —le pregunté, sin importarme ya si mi comportamiento era el adecuado.— Por supuesto —asintió Persea regalándome esa media sonrisa que conocía tan bien. Se quitó las sandalias y se dirigió a apagar la antorcha.

CAPITULO XVIII

A la mañana siguiente, Sagantha se había marchado. Según nos contó Laeas, había sido llamado para resolver un conflicto en las montañas, pero todos conocíamos la verdadera razón. Deseaba que Mauriz enfriase sus ánimos al verse forzado a esperar una nueva audiencia con el virrey en un momento que conviniese más a Sagantha.

— ¿Cómo se lo ha tomado Mauriz? —preguntó Palatina mientras los cuatro desayunábamos en un pequeño salón con forma de colmena en la parte de los huéspedes. Persea nos había hecho un favor al aclararle a los otros thetianos que se trataba de un reencuentro y no una reunión a la que estuviesen invitados.

— Se lo ha tomado sorprendentemente bien, supongo —dijo Laeas mientras partía un gigantesco melón— ¿Sabes si tiene otros planes?

— Creo que se lo esperaba. Le dará tiempo para pensar.

— Perdóname, Palatina, pero no me había dado cuenta de que los thetianos fuesen tan arrogantes —declaró Persea frunciendo el ceño— Mauriz es increíble. Telesta también rezuma arrogancia, pero él parece pensar que todos los demás son sus criados.

— El clan Scartaris se comporta de ese modo —señaló Palatina— Pero Mauriz no es tan malo cuando lo conoces.

— Por supuesto que no, porque tú eres thetiana, tonta condescendiente.

Persea ya estaba enfadada por eso cuando hablamos la noche anterior, pero yo no me había atrevido a defender a Mauriz.

— El es bastante malo es ese sentido —admitió Palatina— , y no atraviesa su mejor momento. Las cosas se empeñan en salir mal y Mauriz no está habituado a eso.

— Pues lo lamento por él —sentenció cortante Laeas— Espero que no empeore durante la ausencia del virrey.

Yo escuchaba sin decir nada, aprovechando la ocasión de disfrutar otra vez un plato de comida fresca tras varias semanas en aquel galeón, cuyos víveres eran más bien provisiones de emergencia y no se adecuaban a un viaje tan largo. En particular, gocé del delicioso pan recién horneado que Persea había traído de las cocinas.

— ¿Sagantha pasa aquí la mayor parte del tiempo?

— Sólo ha sido virrey desde nuestro regreso. Su excusa es, en realidad, bastante legítima pues hasta ahora no había podido dejar la ciudad. Demasiados problemas, y ahora además tiene que tratar con el Dominio. Midian ordenó que la mitad de los edificios de Sagantha fueran destinados a albergar a los sacri. —Sí, dejar a Sagantha gobernando Qalathar con cerca de doscientas personas y una manta...— repuso Persea con disgusto— Intentaron quitarnos todos los buques, pero pudimos conservar el Esmeralda. No lo tendrán ni aunque logren apoderarse de él.

Laeas intercambió con ella una rápida mirada.

— ¿Por qué? ¿Qué le habéis hecho exactamente?— No lo diré por si alguien estuviese oyéndonos, pero incluso si lo supiesen, no podrían detenerlo.— ¿Es que tus amigos intentan ponernos en mayores aprietos?

— No, intentamos establecer un equilibrio. Sagantha no tiene por qué saberlo y no habrá ningún problema mientras el Esmeralda siga en nuestras manos.

— Cuidado, Persea, uno de estos días irás demasiado lejos.— No estamos cometiendo ningún crimen.

Yo miraba a uno y a otra, inquieto por las consecuencias de lo que estaban diciendo. ¿Incluso dentro del palacio existían divisiones?, ¿incluso entre ellos dos? Daba la impresión de que Sagantha no tenía control sobre nada.

— Ya sabes qué cosas son consideradas herejías por el Dominio; igual de generoso es al juzgar qué es y qué no es un crimen. Hay gente que no tiene tu sensatez —dijo Laeas, preocupado. Era fácil llegar a esa conclusión al observar su expresión, y supuse que ése era el tema de la discordia entre ellos.— ¿Qué es lo que ha hecho que te conviertas en la razón desde nuestro regreso? —replicó Persea— No irás a decirme que estás siempre de acuerdo con Sagantha. Es una buena persona, pero ¿se rebelará alguna vez por fin contra el Dominio?

Aunque Sagantha era un buen compañero, no resultaba difícil estar de acuerdo con Persea en ese punto. Había llegado a virrey gracias a no generar nunca una oposición demasiado fuerte, y yo sabía que había sido elegido juez cambresiano dos años atrás debido a su reputación de mantener las cosas como estaban. Quizá, incluso, porque aceptaba sobornos. Dalriadis, el almirante de mi padre en Lepidor, lo había insinuado en más de una ocasión, y Sagantha podía permitírselo sin duda de vez en cuando. No es que eso tuviese mucha importancia, ya que por lo general las elecciones de Cambress se decidían de ese modo.

— Sagantha podrá lograr mucho más si tú no lo pones en aprietos —respondió Laeas— Cuanto mayores sean los problemas del Dominio, mayor será la presión que Midian ejerza sobre Sagantha.

— No vamos a enfrentarnos por este asunto —repuso Persea— Déjalo así. Puedes confiar en mi gente, que al igual que yo no desea que se aplace el momento de actuar. Pero algunos grupos tienen amigos en sitios demasiado elevados para que pueda negociar con ellos.

Como yo, Palatina permanecía en silencio, pero no parecía igual de preocupada. Quizá viese en todo esto una oportunidad.

— ¿Sabe Sagantha que existen esos grupos? —preguntó entonces.

— Es probable que tenga noticia de algunos, pero no lleva el tiempo suficiente aquí para contar con un conocimiento cabal de la situación actual. Ni siquiera ha llegado a convocar a todas las personas que conoce. Las cosas podrían mejorar cuando lleguen algunos aliados.

— ¿Las personas de las que hablas incluyen cambresianos?

— ¡Que Thetis no lo permita! —exclamó Persea en seguida— ¡Seria otra fuente de problemas!

— Contar con algunas naves de guerra cambresianas no nos haría ningún mal —señaló Laeas— Cambress no se quedará quieta para ver cómo el Dominio se apodera de todo.

— ¿Y el emperador permitirá sin más que intervengan los cambresianos? —interrumpió Palatina— ¡Venga ya! ¡Podría traer más niales que beneficios! Orosius los detesta y si aparecen por aquí, se pondrá furioso.

— ¿Cuándo ha reaccionado realmente ese inútil que ni siquiera merece ser llamado emperador? —estalló Persea— No se revuelve ante nada; le asusta demasiado que los militares decidan ignorarlo algún día.

¿Es eso lo que te han dicho? ¿Que le asusta ser ignorado? —respondió Palatina, que, al igual que Persea y Laeas, ya casi había olvidado su desayuno. Como yo no había participado en la conversación, ya había acabado el mío.

— Y así es. Está asustado —afirmé de repente permitiendo que las palabras salieran de mi boca sin pensar. No tenía intención de que los demás supiesen hasta qué punto estaba más enterado que ellos de la cuestión— El resto del mundo dice que es un emperador de papel: los militares no lo respetan y por lo tanto siente que debe intervenir en persona para que no lo olviden. —La última vez que lo vi estaba escoltado por militares.

— Vosotros decíais lo contrario en Ral´Tumar, y todo lo que he presenciado en las últimas semanas lo confirma. La única persona a la que todos seguirían es Tanais.

— ¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Palatina, fijando en mí la mirada de un modo mucho más autoritario y magnético como jamás había logrado Ravenna.— He escuchado las discusiones entre tú y los thetianos. Orosius tiene sus agentes, es verdad, pero son las únicas personas en las que confía. Quizá eso fuese cierto, pero su miedo a ser olvidado era algo de lo que sólo me había percatado en los últimos días. La idea de tener un gemelo, alguien tan parecido a él como yo, clamando por la misma distinción, le hacía temer ser desdeñado.— Los militares están hasta la coronilla de que se hable de su debilidad. Han recibido muy bien la oportunidad de imponer su autoridad.— ¿Por qué harían tal cosa? —insistí— La gente teme a la Marina, pero los almirantes saben que no son tan capaces como en otros tiempos. Si la flota pasa a la acción, todo debería salirles a la perfección si no desean destruir su renombre.— El emperador no iniciará una guerra —sostuvo Laeas en tono confidencial— Si enviase naves contra los cambresianos, eso significaría la guerra, y Orosius sabe bien que podría ser derrotado.

— Creo que nos subestimas —dijo Palatina mirándonos a los tres alternativamente— Cambress jamás derrotaría a Thetia. Creéis que estamos en decadencia, y eso puede ser cierto en algunos casos. Pero los marinos son reclutados entre los clanes, y cada uno de ellos es mejor navegante que cualquier cambresiano. Cambress nunca podría ganar una guerra naval en el Archipiélago porque su poder es terrestre. Tan sencillo como eso.

Palatina exhibía la misma confianza en sí misma que siempre había poseído, esa confianza que la había hecho importante en la Ciudadela y que justificaba con su talento.

— Son discípulos de nuestros marinos —opuso Laeas con tono débil tras un momentáneo silencio— Han aprendido lo mismo...

— Pero no son nosotros. Sólo han unido lo que les enseñamos a la experiencia que ya tenían. Son de la tierra y nosotros gente de mar.

Recordé a Palatina diciendo exactamente lo mismo en Lepidor. Según había explicado Telesta en una ocasión, la idea de ser «de mar» era la más antigua creencia del Archipiélago y la que más diferenciaba a sus habitantes de los otros pueblos. Quizá los continentales fuesen tres o cuatro veces más numerosos que los habitantes del Archipiélago, pero el mar los mantenía a raya. Quizá fuese esa misma creencia lo que daba arrogancia a los thetianos.

O quizá así fuese en otros tiempos. Pero los miles de kilómetros que separaban Equatoria de Qalathar no habían impedido el inicio de la cruzada. Cualquiera que tuviese mantas podía cruzar el océano, sin importar de dónde proviniese.

Lo comenté y recibí una mirada hostil de Palatina. —Quizá puedan cruzar el océano, pero eso no implica que nos derroten.

Parecía decepcionada. Supongo que esperaba que finalmente coincidiese con ella.

— Palatina, deja de pensar por un momento —le pedí— Cambress y Taneth siguen en proceso de expansión, todavía amplían sus fronteras. En caso contrario, no estaríamos aquí. Todo el Archipiélago, incluida Thetia, vive en el pasado, y el emperador lo sabe. En la actualidad lo único que puede hacer es mantener la fachada del poder imperial y no actuar hasta que tenga la certeza de que vencerá.

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