Inquisición (35 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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— ¿Oléis las especias? —preguntó Palatina justo antes de que la puerta volviera a abrirse y una fragante corriente de aire cálido nos llegase. Aparecieron más guardias, que nos ayudaron a quitarnos los empapados impermeables. No sentí mucha diferencia, ya que el resto de mi ropa parecía estar igualmente mojada. Con todo, fue un alivio librarme al menos de su peso. A juzgar por las manchas de tinte que había en la tela, la lluvia debía de haber eliminado lo que quedase de mi disfraz. Deseé intensamente no necesitarlo otra vez, ya que Matifa seguía en Ilthys.

Entonces fuimos conducidos a través de la amplia puerta a una antecámara de iluminación brillante y suelo de mármol.

«¿Por qué el comité de bienvenida?», me pregunté mientras aceptaba el paño que me tendía alguien para secarme la cara. Al entrar allí parecía que nos hubiésemos sumergido en un mundo completamente diferente y, que resultaba casi sobrecogedor de tan inesperado.

Por un momento me sentí mareado, probablemente debido al cansancio, y volví a frotarme la cabeza con el paño. Me recuperé casi tan de prisa como me había encontrado mal, y eché una mirada a todos los demás, quienes, con excepción de Mauriz, parecían aliviados de estar allí. Éste, por cierto, se comportaba sólo como si eso fuese lo esperable.

Al retirarse los sirvientes, aparecieron dos personas más desde uno de los pasillos, y los miré absorto por un momento. Sólo por un momento, ya que uno de ellos gritó «¡Cathan!, ¡Palatina!», y se lanzó a darme un fuerte abrazo de oso. Después, tras sobrevivir al entusiasmo de Laeas, Persea me dio un abrazo igualmente cálido pero menos doloroso. Era más que sorprendente ver allí a nuestros dos viejos compañeros de la Ciudadela, aunque quizá era de prever dadas sus relaciones. ¡Qué maravilloso, de todos modos, estar de nuevo entre caras amigas!

— ¿Qué hacéis aquí? —preguntó Persea con una sonrisa de satisfacción— ¡Hemos venido de parte del virrey para conocer a ese peligroso thetiano de alto rango y acabamos topándonos con vosotros!

— Ése es el peligroso thetiano —repuso Palatina señalando a Mauriz, que nos miraba con una sonrisa de desconcierto, la primera que le veía en mucho tiempo.— Discúlpeme, lord Mauriz —dijo Laeas volviéndose hacia éste— Os doy la bienvenida de parte del virrey. —No muy sincera, dados los inconvenientes que estoy ocasionando.

— Quizá, pero él desea verlo sin demora. Laeas y Persea llevaban ropa qalathari con el color blanco que caracterizaba al virrey, y su aspecto era muy formal. —Me alegra volver a veros— declaró Laeas dirigiéndose a nosotros— El virrey estará encantado. —¿Por qué?— preguntó Palatina, pero se encargó de responderle el virrey en persona, que apareció bajo el pasillo abovedado enfrente de nosotros. Parecía fatigado, pero su rostro se iluminó al vernos y se abalanzó hacia nosotros con una sonrisa. Al igual que sus hombres, el virrey llevaba un uniforme sin ningún adorno, con excepción de las estrellas de almirante (estrellas del Archipiélago, no cambresianas). La segunda sorpresa de esa noche fue casi demasiado grande para que mi agotada mente pudiese asimilarla. Quizá uno de los Elementos nos tuviese bajo su protección después de todo, pues nos había conducido al final de aquel viaje junto a un alto representante del Archipiélago a quien conocíamos y en quien, hasta cierto punto, podíamos confiar.

— Mauriz —dijo saludando al alto comisionado. La tensión de su voz desapareció cuando se dirigió hacia nosotros— : Cathan, Palatina, me alegro de veros.

— Te has hecho con una buena posición —dijo Mauriz, repitiendo casi las palabras que Ravenna había dirigido a este hombre cuando lo conocimos por primera vez, unos pocos meses atrás— ¡Nada menos que virrey de Qalathar!

— Y con todo un montón de problemas —replicó Sagantha Karao— Pero pasad, por favor.

Caminamos a su lado por el pasillo y luego pasamos otro de brillante iluminación. Todavía me resultaba difícil creer que Sagantha fuese virrey de Qalathar. Ravenna había dicho que él era un auténtico político, alguien que sabía cuándo cambiar de chaqueta y cuya cordialidad hacia los herejes era una herramienta flexible. De haber muerto Ravenna y yo, especialmente ella, en Lepidor, Sagantha jamás habría podido perdonar al Dominio ni mantener la esperanza en la protección de la ciudad. Pero eso no habría cambiado realmente su orientación política, y dudé que hubiese llegado siquiera a plantearse una venganza.

Pero ¿cómo era de flexible su moral? Cambress, notoriamente laica, era una de las dos enemigas mortales de Thetia, y aquí estaba un almirante y ex juez de Cambress de virrey thetiano de un Archipiélago controlado por el Dominio. Era necesaria la retorcida lógica de un filósofo para justificar eso.

Al menos habíamos llegado sanos y salvos a Qalathar, y en el palacio del virrey podría haber habido gente mucho peor.

Sagantha nos guió en dirección a una puerta lateral que conectaba con una sala de recepción, gratamente amueblada con sillas y sofás en lugar de divanes, aunque el mobiliario era de estilo qalathari. Era una sala de recepción diplomática, sin duda un gesto dirigido a Mauriz. Y la pintura que cubría las paredes se trataba, sin lugar a dudas, de oro auténtico.

— Sentaos —dijo Sagantha y ordenó a uno de los sirvientes que trajese bebidas. Sagantha no se sentó, sino que permaneció de pie junto a una de las ventanas para tener a la vista a todo el grupo. También Mauriz siguió de pie.

— Seré muy franco, comisionado Mauriz, para que todo quede claro ahora. Luego veremos qué hacemos —dijo el virrey, sin esperar a que llegase el vino— Vuestra presencia es indeseada, perturba la política imperial y se enfrenta de modo expreso con los deseos de la faraona.

— Como he dicho antes, almir... lord virrey —intervino Mauriz, sin que yo estuviese seguro de si su desliz había sido intencionado— Soy ciudadano thetiano y oficial del clan Scartaris. Puedo viajar adonde me plazca.

— Sin duda, pero planificar una rebelión por lo general no está muy bien visto.

— ¿Estás sugiriendo que soy un revolucionario? Mis ideas republicanas son bien conocidas, pero sólo un sacerdote podría obviar la diferencia.

— No estoy sugiriendo, Mauriz. Lo sé con certeza —respondió Sagantha con frialdad.

Noté la expresión de incomodidad de Laeas y Persea cuando tomaban asiento cerca de nosotros, siguiéndonos con las miradas. Rogué que tuviésemos ocasión de reunimos en condiciones más relajadas, tan pronto como fuese posible. No deseaba lo más mínimo involucrarme en nada, aunque sabía que ese deseo era una vana esperanza.

¿Qué le habría contado Ravenna a Sagantha sobre los planes thetianos? Probablemente, ella había estado allí. No había ninguna otra forma de que Sagantha llegase a sospechar siquiera lo que Mauriz se traía entre manos. Por un segundo me vi suplicando en mi interior que se lo hubiese contado todo, que Sagantha cortara toda la conspiración de raíz. Pero eso implicaba para mí más que una complicación indeseable, pues era una oportunidad de derrocar al Dominio y a mi hermano. —¿Te han informado tus numerosos espías?— desafió Mauriz, intentando sin duda llevar el asunto tan lejos como fuese posible— Tú mismo estás implicado en un juego peligroso, virrey, y corres aún más peligro que yo de traicionar tus lealtades. —Ésa no es la cuestión. Actualmente, yo soy la autoridad en este territorio y sólo Ranthas y el emperador pueden deponerme— replicó Sagantha y fijó la mirada en Mauriz— Mi posición puede no ser muy segura, pero el emperador representa en este momento la menor de mis preocupaciones. Y me conviene mantener las cosas de ese modo. —De ningún modo me atreveré a cuestionarme el nombramiento de un rebelde y un extranjero en el cargo de virrey...— Como vosotros sois tan aficionados a decir en Selerian Alastre, Cambress es parte del imperio. Y eso tiene su utilidad, igual que las leyes de Qalathar y de Thetia, que son bastante específicas en lo que concierne a la traición. —¿Qué pruebas tienes?— preguntó Mauriz con una mueca, recostado en el mismo sofá en el que yo estaba y con una copa de vino en la mano. También yo sostenía una, pero apenas me había percatado y no me apetecía beber. Me sentía demasiado cansado— ¿Me acusas acaso de traicionar a la faraona de Qalathar? De ser así, caminarías sobre terreno inestable, incluso en caso de que yo fuese qalathari. Por lo que respecta a Thetia, ser republicano no es ningún crimen.

— Comparto por completo tu opinión sobre este último punto, pero existen diferencias entre republicanismo y revolución. —Te lo repito, ¿dónde están las pruebas? ¿Quién te ha informado de semejante cosa?— preguntó Mauriz intensamente y señalando a Sagantha con el dedo. —Me lo ha dicho la faraona— respondió Sagantha tras una breve pausa— Ella considera que su informante es veraz, y en tanto regente suyo, actúo en su defensa. Mauriz Scartaris, la legítima gobernante de Qalathar te ha acusado de alta traición y conspiración..

— Debemos agradecérselo a vuestra amiga —murmuró Mauriz volviéndose hacia mí.

— No fui yo quien le permitió oírlo todo —repuse sin inmutarme— Ella no ha traicionado a nadie. Vosotros no habéis tomado ninguna precaución ni os habéis molestado en constatar quién era ella. Suponía que la astucia era el sexto sentido de todo thetiano.

— ¿Insinúas que soy incompetente? —preguntó Mauriz, con la tensa expresión que ponía estando furioso— Tú lo sabías desde el principio.

— Sí, es cierto, y es evidente que no te lo conté. Tengo por ella mucho mayor respeto y consideración de los que jamás tendré por ti. Has creído que sólo tu arrogancia y tu jerarquía bastarían para librarte de cualquier inconveniente. Pero ninguna de las dos cosas funcionará ni aquí ni en ningún otro sitio que no pertenezca a tu clan.

Mauriz estaba a punto de estallar de ira pero me mantuve firme, consciente de que allí, al contrario que Mauriz, contaba con el apoyo de todos los demás.

— Tace, tace —intervino Sagantha, interponiéndose entre nosotros con auténtica autoridad, muy distinta de la fuerza de carácter que empleaba Mauriz para salirse con la suya— Calmaos. Mauriz, responde a mis acusaciones.

— ¿Qué acusaciones? Discúlpame por pensar que ésta era una sala de recepción y no un juzgado. Se me acusa de conspirar para reemplazar a la faraona —afirmó Mauriz, ignorándome por completo al volverse hacia Sagantha— Virrey, careces de caso, no tienes testigos, ni prueba alguna de que esté conspirando contra nadie. Me sentiré mucho más feliz si podemos poner punto final a esta discusión inútil y nos ponemos a hablar de cuestiones más fructíferas.

Sin moverme del sitio, observé cómo ambos se enfrentaban. El desafío de Mauriz flotaba en el aire. Quería forzar a Sagantha a acusarlo de forma oficial, a poner a Ravenna de testigo y verla confrontarse con el Dominio.

Y Sagantha era plenamente consciente de ello. Cuando hablaba sus palabras eran muy suaves y calculadas.

— Podría haberte llevado inmediatamente ante el Dominio, que estaría muy feliz de hablar contigo tras las escenas que protagonizaste en Ilthys. Su caso no tendría ninguna base legal, pero podrían hacerte la vida muy difícil. Recuerda, yo soy la última corte de apelaciones en Qalathar. Sólo la Asamblea o el emperador pueden revocar mis decisiones.

De modo que Sagantha lo sabía. Estaba invitando a Mauriz a jugar su carta vencedora y a utilizarme para subir la apuesta. Pero el thetiano era demasiado inteligente para caer en la trampa. —El Dominio no es el único que hace la vida difícil. Así que sugiero que dejemos de amenazarnos, virrey, y conversemos sobre otros asuntos.

— No me parece conveniente —afirmó Sagantha midiendo cada palabra— Aquí yo tengo todas las cartas. El Dominio desea vengar la humillación que sufrió en Ilthys. Yo soy el único que puede protegerte del Dominio. Los cónsules de los clanes no pueden hacerlo por sus propios medios. Aquí no. Discutiremos lo que yo quiera discutir. Á

— ¿Y qué es exactamente? —interrumpió Telesta. Casi nos habíamos olvidado de que estaba allí, sentada en un rincón sin hablar.— ¿A qué has venido? —preguntó Sagantha— Nadie creerá que sea un viaje de negocios, no con la compañía que llevas. ¿Scartari y Polinskarn juntos? No, no lo creo. Sé lo que estáis haciendo, quiénes son vuestros compañeros de travesía. No guardo hacia ellos ningún sentimiento de enemistad y me alegra considerarlos mis amigos. Tampoco deseo que tú o lord Mauriz sufráis en absoluto. —Entonces, si sabes tantas cosas, ¿por qué nos acusas? Aún no has mostrado ninguna prueba—¿dijo Mauriz acabando su vino y apoyando la copa sobre la mesa.

— No tengo tiempo para eso —anunció el virrey, cansado— Me reuní con el emperador hace apenas unas semanas. Por el bien de todos los espías que infestan este lugar, donde quiera que estén en este momento, no diré nada más. Tú no tienes el monopolio de la inteligencia.

Cualquiera que hubiese visto alguna vez al emperador notaría nuestro parecido.

— ¿Y entonces? —preguntó Mauriz, sin confirmar ni negar lo que sugería el virrey— ¿Qué hacemos?

— Hay que ponerle fin —sostuvo Sagantha con la voz cargada de una gran fatiga. El cansancio ya había sido notable en Lepidor, conseguí recordar, oculto bajo la fachada del político— Tú deseas desplazar a la faraona y poner a tu propio líder para que sirva a los intereses de Thetia. No, miento. Ni siquiera de Thetia. A los intereses del movimiento republicano.

— Si existiese ese complot, no amenazaría en lo más mínimo a tu faraona. Existe un emperador legítimo y un jerarca legítimo. El jerarca fue, y es, un líder religioso.

— ¡Basta, Mauriz! —lo interrumpió Telesta— No estás honrando a Thetia esta noche y en cambio cavas tu propia tumba cada vez más profundamente.

A propósito, ¿qué papel tienes tú en esto? —preguntó Sagantha centrando la atención en ella e ignorando al furioso Mauriz— , ¿el de veleta local?

Telesta alzó levemente una ceja.

— Si vamos a hablar de veletas, puedo proponer candidatos mucho mejores que yo. No soy republicana y tampoco me agrada el emperador. Sin embargo, por motivos personales, quiero expulsar al Dominio del Archipiélago. En los dos años desde que llegó a la mayoría de edad, la faraona no se ha dignado a mostrarse siquiera y Qalathar no ha hecho nada. En caso contrario, os habríamos ayudado.

El rostro de los tres ciudadanos del Archipiélago se tiñó de desprecio.

— Por supuesto —comentó Laeas con ironía— , del mismo modo que vosotros hace veinticuatro años. Tan sólo liberaos de vuestro inútil emperador y ayudadnos cuando estéis listos.

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