Inquisición (41 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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— Entretanto yo hablaré con Tanais para pedirle que lidere un golpe militar contra el emperador y me coloque en el trono en su lugar —añadió Palatina— ¿Crees que este plan tiene alguna posibilidad de éxito?

— ¿Qué podemos hacer si no? Si ignoramos a Thetia, estaremos construyendo castillos en el aire, que tarde o temprano terminarán por caer. Estaría bien si pudiésemos aducir neutralidad, pero no creo que Orosius admita tal cosa. Intervendrá para recuperar su reputación y, quizá, también para capturarnos.

— Lo pensaré mientras duermes —repuso tras una larga pausa— No le contaremos a los demás lo que ha sucedido ni lo que planeamos. Y, hagas lo que hagas, Ravenna y tú tenéis que veros tan pronto como sea posible, antes de que entre ambos se interpongan más obstáculos. Yo he sido tan culpable como cualquiera de vosotros, pero tenemos que confiar los unos en los otros. Lo siento, sé que lo que digo no es muy sólido, pero aún estoy pensando.

Me pasó el sedante, que por una vez no tuvo mal sabor, y esperó a que me lo acabase.

— Si te sirve de algo, creo que deberías tener más confianza en ti mismo —me soltó y, tras un silencio, abrió la puerta— Creo que con el Aeón podrás equiparar tu poder con el de Orosius. Y será un gran privilegio ver cómo se ha de enfrentar a alguien igual de poderoso, en especial si eres tú. Buenas noches.

Palatina apagó la luz antes de marcharse, y oí el sonido de la puerta al cerrarse. Por segunda vez en aquel día me había quedado a oscuras, pero la presente ocasión no era comparable a la primera y, además, ahora estaba medio dormido.

Pese al efecto de la droga, soñé. Soñé que el Aeón pendía de las sombras, una masa negra contra la profunda negrura del océano, siempre oculto, invisible a los ojos.

CAPITULO XX

En el nombre de Ranthas, su gracia ordena la entrega de estos fugitivos y pecadores a la justicia, para que expíen sus pecados contra Ranthas y contra las autoridades del Dominio, sus sirvientes en la tierra. Son culpables de los crímenes de herejía, blasfemia y negativa a reconocer la autoridad de su santidad Lachazzar, tres veces bendecido por Ranthas. Se hace efectivo según la autoridad conferida a sus sirvientes del Dominio por el edicto universal y a petición del Dómine Abisamar, capitán inquisidor de la provincia e islas de Sianor, en la tercera hora después del crepúsculo del sexagésimo tercer día invernal del año de Ranthas 2775 —leyó Laeas— Eso es más o menos lo que dice, aunque no creo que sean novedades para vosotros. —Volvió a enrollar la carta y la arrojó sobre la mesa que tenía enfrente— Como no hay nadie capacitado para actuar en ausencia del virrey, no puedo hacer nada al respecto.

— Por desgracia no aceptarán un no por respuesta —advirtió el tribuno, de pie a un lado, junto a la amplia ventana de la sala de recepción de Sagantha.

— ¡Pues deberán hacerlo, por Ranthas! —respondió Laeas reclinándose en el espacioso sillón y mirando a Mauriz y Telesta, agregó— : Vosotros nos habéis metido en este problema. ¿Tenéis algo útil que decir?

Mauriz no estaba habituado a que nadie le hablase de esa manera, especialmente cuando el que se dirigía a él no era thetiano y, además, era mucho más joven que él.

— Tu deber es supervisar nuestra seguridad, nada más.

— ¡Gran ayuda! La palabra diplomacia parece ser desconocida para ti pese a que sólo eres el enviado de otro. Por cierto que os protegeremos, aunque si los sacri invaden este palacio, dudo que pueda garantizar vuestra seguridad. Por ahora no tengo más que decir —repuso Laeas, y golpeó el puño contra la mesa aparentando, en mi opinión, mucha autoridad. Había tratado ese tema Laeas porque era capaz de imponer su carácter con mayor firmeza que Persea o la secretaria de Sagantha. Hasta esa mañana no me percaté de lo reducido que era el personal del virrey. Al parecer muchos de sus integrantes habían sido enviados a las colinas o regresaron a sus hogares cuando se presentaron los inquisidores.

— Quiero asegurarme de que podré contactar con el cónsul Scartaris en cualquier momento del día.

— Habla con el tribuno, que es quien está a cargo de las comunicaciones.

Mauriz y Telesta se volvieron y empezaron a avanzar, mirándonos a Palatina y a mí. Los había visto muy poco desde nuestra llegada y era evidente que estaban resentidos porque teníamos más aliados y amistades que ellos en Qalathar. Supongo que habían esperado tener que protegernos, y no lo contrario.

Tras una fugaz discusión con Laeas sobre la marcha de los guardias, también se fue el tribuno. Laeas dejó el escritorio con expresión de alivio.

— ¡Maldita mi suerte! ¡Es la primera vez que Sagantha se marcha y me deja con estos dos! Persea, has estado fuera. Dime ¿qué ocurre en la ciudad?

— Nada bueno —se incorporó de la silla y se colocó cerca de donde había estado el tribuno— Los inquisidores no han capturado mucha gente, de modo que emitieron otro decreto afirmando que negarían su bendición a las flotas pesqueras si no cooperaban totalmente. Y pueden extender el significado de la palabra cooperación a lo que se les antoje.

— Superstición —murmuró Laeas— Los pescadores no zarparán sin la bendición de un sacerdote y el augurio de que estarán a salvo de las tormentas. En realidad lo importante es lo último, pero son muy supersticiosos.

— ¡Venga ya! ¡Hablas como si tú no lo fueras! —dijo Persea.

— Sólo hasta cierto punto —respondió él, enfadado— La idea de que la palabrería de un sacerdote que no tiene nada que ver con el mar pueda protegerlos y facilitarles una buena pesca es ridicula.

— Tú mismo lo has dicho. Eso no es lo importante. Deben consultar a los oceanógrafos para saber cómo estará el mar, y al Dominio para conocer el tiempo. Y en este aspecto es donde el Dominio basa su poder. Se trata de una tradición tan vieja como el Dominio, y sólo un milagro podría cambiarla. Persea me miró antes de añadir: Quizá tú seas nuestro milagro. Lo dijo con tanta seriedad que no supe qué responder. Persea poseía un sentido del humor muy directo y era fácil detectar cuándo bromeaba. Pero no parecía ser el caso.

— Les conté lo que habías pensado ayer, tras el escape de éter —dijo Palatina en tono de disculpa— Necesitaremos más ayuda.

Me pregunté qué más les habría revelado para justificar el osado comentario de Persea. Pero los demás no parecían considerarlo ridículo. —¿Está sucediendo lo mismo también en el resto de las islas?— Sabemos tanto como tú, pero supongo que sí. En todos los puntos del Archipiélago se trabaja con los mismos principios generales, salvo en las ciudadelas, donde la gente todavía no debe de haberse enterado de nada, ¡viven en las nubes!

— ¡Eso será en la Ciudadela del Viento! —señaló Laeas relajando el ambiente, y no pude evitar reírme. Había tan pocos motivos para bromear en los últimos tiempos...

— ¿Qué opina el pueblo de los inquisidores? —preguntó Palatina un momento más tarde, rompiendo el fugaz instante de distensión.— No son muy populares —respondió Persea— Todos detestan sus métodos, pero por lo general tienen demasiado miedo para decirlo abiertamente. La ciudad ha cambiado mucho en las últimas semanas, la conozco lo suficiente para notar la diferencia. Ah, y otra cosa que debí mencionar antes: circulan muchos rumores. En su mayoría se refieren al Dominio, a lo que hará Midian, pero también corren otros, y bastante consistentes, que dicen que la faraona ha vuelto.

Palatina y yo nos miramos con alarma un instante, pero la preocupación pasó cuando Persea declaró:

— Ahora sabemos que es cierto porque Ravenna ha ido a reunirse con ella.

— ¿Qué es lo que comentan por las calles? —preguntó Laeas de repente, con más vivacidad de la que había mostrado en toda la mañana. Su aparente agotamiento se había desvanecido en un instante.— En realidad, lo que tú esperabas. La faraona ha regresado a la isla, se oculta en algún lugar y volverá para enfrentarse al Dominio, aunque no está reuniendo ningún ejército. Ya he oído antes noticias parecidas, de modo que es muy pronto para afirmar si se trata de un rumor falso difundido de forma deliberada, o no. Pero la gente quiere creerlo. Desea pensar que la joven a la que han esperado durante veinticuatro años aparecerá por fin, seguirá los pasos de su abuelo y expulsará al Dominio.

— A ti también te gustaría —dijo Palatina.

— Es una idea totalmente irracional teniendo en cuenta lo mal que están las cosas, pero tienes razón. Deseo con todo mi corazón que sea verdad. Mauriz y Telesta no lo comprenderían.

— Pero ¿crees en la figura de la faraona o sólo en alguien que os libre del Dominio? Supongo que lo último es lo que desea la mayoría, echar a los inquisidores de las islas y que no regresen jamás. Creo que para lograr eso se enfrentarían incluso a las tormentas. Aquí el clima no es tan terrible como en los Continentes, e incluso se podría predecir en cierta manera.

— En teoría, nosotros, los habitantes de Qalathar, podríamos expulsar al Dominio por nuestra propia cuenta. Pero entonces sólo seríamos una masa de gente desorganizada. Aquí nos hemos criado todos con lo que nos contaban nuestros padres sobre lo brillante que era Orethura, cómo mantuvo al Dominio bajo control durante tanto tiempo, cómo resistió hasta el fin. Nuestros mayores vivieron la cruzada y son los que nos han hablado de su nieta.

— No creo que consigas ganar esta discusión, Palatina. Orethura fue el primer faraón nacido en el Archipiélago en trescientos años. Algo similar sucede con su nieta —señalé desde mi sillón en un rincón, frente al escritorio. Me sentía como un anciano, necesitando ayuda todavía para desplazarme. La magia de Orosius había resultado ser mucho más dañina de lo que yo pensaba y seguía ejerciendo su efecto. Sentía dolor hasta en los huesos, sobre todo en los brazos y las piernas, y me compadecí de Carausius, atacado de la misma forma durante la última batalla de la guerra. Habia quedado tan tullido que creyó que no sería capaz de volver a usar la magia en toda su vida. Lo logró una última vez, para poner a Sanction fuera del alcance de Valdur y borrarse a sí mismo del mapa. Me resultaba difícil pensar que hubiese sobrevivido.

— Comprendo lo que quieres decir —admitió Palatina— Pero si ella ha regresado, ¿qué hará entonces? Ninguno de vosotros parece haberlo pensado. Midian controla el puerto, casi todos los militares, las murallas de la ciudad y las poblaciones. Por no mencionar a un importante número de magos. La faraona no tiene fuerzas que luchen con ella. ¿Y qué se puede decir de Sagantha? —Si la faraona vuelve, Sagantha no tiene por qué asumir ninguna responsabilidad— intervine— Mantendrá su cargo, pero ya no será el cabeza de turco al mando. ¿Qué fue lo que le llevó a asumir semejante cargo? Ya sabía que era un campo minado.

— Sagantha florece en los campos minados —sostuvo Persea— Es un superviviente nato.

Según Ravenna, eso sólo se debía a que sabía bien cuándo convenía cambiar de bando.

Midian había dejado a varios sacri ante los portales para recordarnos su exigencia, pero todos se marcharon dos días después cuando una fuerte tormenta cayó sobre la ciudad. Las nubes eran tan espesas y oscuras que anocheció muchas horas antes de lo acostumbrado. Durante unos momentos observé la llegada de la lluvia desde la ventana de mi habitación, deteniendo la mirada en el gris oscuro del mar y en las cargadas nubes de lúgubre color que iban cubriendo el cielo y oscurecían el horizonte. El único contraste era él reflejo y el blanco de las olas rompiendo contra el acantilado, pero incluso esa imagen desapareció hacia el final del crepúsculo.

Era imposible distinguir ninguna otra cosa que no fuese la tormenta en la que estábamos inmersos. Veía muy mal, tanto por los nubarrones como por la llegada de la noche. Se trataba de una tormenta ciclónica, pues se desplazaba en círculos. El viento no corría en paralelo con el eje este— oeste del frente de la borrasca, sino que provenía del norte.

Peor que no poder decirlo era no contar con nadie con quien comentarlo. Los oceanógrafos temían demasiado al Dominio, y la única persona que parecía haber investigado el tema llevaba muerta no se sabía cuánto. En realidad no tenía ni idea de la fecha en que había muerto Salderis: no se sabía nada de ella desde su exilio cuarenta años atrás. Ni siquiera tenía un ejemplar de Fantasmas del paraíso. El que había leído pertenecía a Telesta y no tenía deseos de hablar con ella ni con Mauriz. Por primera vez en varias semanas sentí que tenía una misión entre manos y que sabía hacia dónde me encaminaba. Hablar con cualquiera de los dos thetianos habría acabado con esa sensación.

En todo caso, Telesta no era oceanógrafa. Quizá ella tuviese cierto interés en la historia de la oceanografía, no podía afirmarlo con certeza, pero no era científica en absoluto. ¿Tétricus? Era una pena que no me hubiese acompañado, no era leal a ninguno de los que se interponían en mi camino. Pero la verdad es que no me hubiese gustado nada involucrarlo en una situación semejante.

Si Sarhaddon hubiese sido oceanógrafo... Se apoderó de mí una aguda punzada de lamento y tristeza. Tanta inteligencia y astucia... y se había convertido en un fanático y un inquisidor.

No conocía a más oceanógrafos, lo que no era sorprendente dado que había pasado la mayor parte de mi vida en Lepidor. Unos pocos conocidos de un grupo que visitó Lepidor y Kula en una ocasión... Me parecía recordar que provenían de Liona, en el norte del Archipiélago, dentro del mismo sistema de corrientes que mi tierra. Si alguna vez conseguía encontrar el Aeón, necesitaría ayuda. Ayuda para conocerlo, para comprender lo que me indicaban los ojos del Cielo, para reaprovisionarlo. E incluso para algo más que no había tomado en consideración. De algún modo, la nave se retroalimentaba energéticamente, aunque suene extraño. Pero lo más probable era que, tras dos siglos, cualquier cosa que hubiese en su interior ya se había descargado o muerto.

Y Ravenna... Ravenna era maga, no oceanógrafa, aunque tras solicitarlo había recibido algunas lecciones por parte del director de la estación oceanográfica de Lepidor poco antes de nuestra partida. La echaba de menos con locura, sobre todo sabiendo que durante nuestro último encuentro me había visto como a un rival, una amenaza para su sucesión. Persea y Laeas habían enviado mensajes a través de sus contactos con la esperanza de dar con ella tarde o temprano. Pensaban aún que Ravenna era sólo una ayudante de la faraona. Y yo rogaba para mis adentros que no se hubiese vuelto en mi contra como lo había hecho en Lepidor.

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