Inquisición (12 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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Y el hecho de que me hubiese lanzado un ultimátum quizá implicase que estaba a punto de darse por vencida. Si yo insistía en seguir adelante con la discusión un poco más, pensé mientras nos mirábamos el uno al otro como muías en un sendero de montaña, ella se rendiría. Con todo, era evidente que Ravenna todavía no confiaba en mí, lo que me llenaba de amargura. Después de todo lo que habíamos vivido en Lepidor, esperaba que habríamos superado esa etapa. Pero no era así, y yo mismo debía admitir que seguía sin confiar del todo en ella y en todo cuanto la rodeaba. Quedaban demasiadas preguntas sin responder, demasiadas cosas sin decir.

Con todo, tras unos incómodos segundos mi resolución se desmoronó, corroída por lo que ya me había traicionado antes y volvería a hacerlo más tarde. Algo que siempre sentí que debía resistir, aunque nunca había podido hacerlo. Y menos lo conseguiría ahora, sabiendo que la pondría en peligro.

— No, no quiero que eso suceda —admití bajando la mirada a mi pesar. Sentí que me rendía, y en efecto eso era lo que estaba haciendo— Aunque deberíamos hablar con Palatina.

Y Palatina me culparía por rendirme. En ocasiones hubiese preferido que fuésemos dos o cuatro. Tres era un número discordante, y de acuerdo con eso siempre seríamos dos contra uno.

Ravenna no parecía conforme, sin embargo. En su rostro se leía la tristeza. Rogué que eso fuese una buena señal, pero no habría podido adivinarlo.

Me incorporé, sin intención de permanecer a su lado, y regresé junto a la ventana. En algún lugar a mi derecha, debajo de las cúpulas, Midian y Sarhaddon estarían sentados en el templo, planeando con toda probabilidad su estrategia para la limpieza del Archipiélago. Vencerían si conseguían matar a las personas suficientes para destruir el corazón de la herejía. Y ya, con sólo desembarcar aquí, me habían forzado a admitir algo: yo no era de ningún modo mejor que los que, movidos por el miedo, toleraban el Dominio y hacían caso omiso de sus actividades. Precisamente por miedo habíamos declinado efectuar nuestro viaje a Qalathar. Por miedo. Que fuese mi miedo, el de Ravenna o el de cualquier otro importaba muy poco. La promesa de un tiempo en el que todo eso se hubiese olvidado (aquella promesa que le había hecho a Ravenna en aquella playa y antes en otra) pareció de repente vacía y carente de significado.

CAPITULO VI

Con la intención de alejarme un poco de Ravenna, decidí realizar mi aplazada visita a los oceanógrafos. Ahora que sabía dónde estaba su estación y, más o menos, cómo llegar, no me llevó mucho tiempo abrirme paso a través de las calles laterales. Aún era media tarde y la mayor parte de la población se encontraba en sus puestos de trabajo, de modo que la ciudad parecía un poco vacía. Quizá más vacía de lo habitual a causa del desembarco de Midian y su tribunal de inquisidores.

Por suerte, en mi recorrido no me topé con ninguno de los sacri, pero cuando alcancé la más concurrida avenida de la costa percibí un aire sombrío y amenazador que no había notado antes. La gente ya no parecía tan amable y distinguí no pocas miradas de sospecha, algunas dirigidas a mí, otras no. Me pregunté cuánto empeoraría la situación en Ral´Tumar. Quizá las cosas no fuesen tan terribles allí como en otros sitios, ya que el clan Turnarían era el más continental de los clanes del Archipiélago, y se le consideraba por lo tanto el menos peligroso.

Decidí pasar por el puerto submarino para comprobar que el buque de Demaratus estuviese donde él dijo que debía estar. Allí me las compuse para sonsacar algunos detalles sobre Midian y su entorno. Habían llegado en tres mantas alquiladas a las grandes familias tanethanas y un área del puerto submarino acababa de ser restringida para uso exclusivo del Dominio, lo que ocasionaba un notable caos para los oficiales navales tumarianos que se apuraban para encontrar embarcaderos libres.

Tres mantas; eso quería decir sin duda que tras su paso por Turnarían el tribunal se dividiría de forma gradual, de manera que sólo Midian y su séquito más próximo irían a Qalathar. Era posible deducir que existían dos grupos más, uno que partiría hacia Mons Ferranis y otro en dirección a Selerian Alastre. Luego ambos se escindirían a su vez.

Me alejé del muelle submarino y caminé a lo largo de la avenida costera pasando frente a multitud de bares y tiendas de navegación. Así llegué al pequeño solar que ocupaba la estación oceanógrafica. A fin de llamar la atención lo menos posible, viajaba fingiendo ser un oceanógrafo y vistiendo la túnica azul claro del instituto, de manera que no hubiese ningún motivo para dudar de mi identidad. Por lo general, los hijos de los líderes de clanes, al menos los continentales, no se hacían oceanógrafos.

Yo era verdaderamente afortunado, ya que el dialecto que hablábamos en el noroeste de Océanus era el mismo que en muchas de las islas, además pertenecía por nacimiento al Archipiélago y viajaba junto a dos ciudadanas del Archipiélago. Entre la gente del clan de Ral´Tumar, sólo destacaría por ser sorprendentemente thetiano. Y los thetianos, por regla general, no eran herejes. De cualquier modo, todo eso no hacía que me sintiese menos nervioso respecto a los sacri.

La estación oceanógrafica de Ral´Tumar era más grande que la de Lepidor y construida en un estilo diferente— , pero el ambiente que se respiraba en el edificio era el mismo. Si bien el salón de entrada era más amplio y de mejor calidad, había también equipos dispersos por todos los rincones, impregnados de ese aroma indefinible que tienen los objetos que pasan la mayor parte del tiempo en el agua.

No había nadie en la recepción cuando llegué, pero un par de minutos más tarde un hombre con barba, de unos treinta años, descendió por la escalera llevando una hoja de papel. Se detuvo al verme y pareció ligeramente sorprendido.

— Buenas tardes, ¿qué puedo hacer por ti?

— Estoy de paso en Ral´Tumar y me he preguntado si podría utilizar vuestra biblioteca. Traigo conmigo boletines de la estación noroeste de Océanus, si es que os resultan de utilidad.

— Por favor, pasa. Veré si localizo al ayudante del director. El director no está aquí en este momento; asiste a una conferencia en Sianor. ¿A qué estación perteneces?

— A Lepidor.

— Muy bien. No hemos recibido ningún informe de la isla de Haeden en los últimos tiempos.

Eso me pareció preocupante como oceanógrafo, dado que ambas estaciones estaban dentro del mismo ciclo de corrientes y precisaban estar en contacto.

Me condujo a lo largo del pasillo hasta la oficina del ayudante, una sala mucho más amplia que el despacho del director en Lepidor. El director... Prefería no pensar en él.

La puerta estaba abierta y el ayudante alzó la mirada cuando entramos.

— Ah, Ocusso. ¿Ya has acabado con el presupuesto que te había pedido? ¿Quién es?

Por lo menos, algunas cosas nunca cambiaban: el presupuesto era siempre la prioridad.

— Es un oceanógrafo de Lepidor. Desea utilizar nuestra biblioteca. Si puedes ocuparte de él, iré de inmediato a entregarle el pedido a Amalthea.

El ayudante asintió y mi guía se esfumó con tanta prisa como había llegado.

— Bienvenido a Ral´Tumar... —Cathan— me presenté.

— Soy Rashal, el ayudante principal del director Victorinus, que de viaje.

Con su piel color oliva y sus largos cabellos que le daban un aspecto casi leonino, Rashal podría haber pertenecido a cualquier punto del Archipiélago. En mi opinión, no podía tener más de cuarenta años.

Conversamos cordialmente durante un rato acerca de diversas cuestiones oceanográficas y le ofrecí los boletines de nuestra estación. Era, en esencia, un resumen de las observaciones más importantes durante un cierto período, que podrían ser de interés para otras estaciones. Llevar copias semejantes a las estaciones que se visitaban constituía una cortesía habitual en un oceanógrafo de viaje. Se suponía que toda estación debía enviar un informe similar al Instituto Central, en Selerian Alastre, cada seis meses aproximadamente. Sin embargo, con frecuencia los documentos se perdían en el trayecto o tardaban demasiado en llegar a destino. Era probable que mis boletines llegasen a las oficinas centrales mucho antes que los boletines oficiales.

— ¿Qué deseas consultar? —preguntó Rashal por fin— Tenemos una extensa biblioteca, que supongo que te será de utilidad. Le conté la visita del kraken y le expliqué mis intenciones de investigar las condiciones de las profundidades oceánicas, lo que era cierto, por lo menos en parte. Siempre me habían interesado más las corrientes y el comportamiento del océano como un todo que, por así decirlo, sus habitantes. Los kraken eran una excepción. No había quien no sintiera fascinación por los kraken.

Rashal abrió los ojos de par en par.

— Es un buen campo de estudio en este momento. ¿Has oído hablar de la Misionera?

— ¿Misionera?

Rashal sonrió y sacó de su escritorio un par de hojas de papel.

— Es lo que los estudiosos de las profundidades del océano han estado esperando durante los últimos cuarenta años, desde que se perdió la Revelación. En esencia es una Revelación modernizada. Se trata de una manta de guerra modificada, a la que se le están añadiendo los últimos detalles técnicos en Mare Alastre. Y planean además construir una nave totalmente nueva para emplearla específicamente en tareas de investigación en aguas profundas.

Incluso si todo cuanto me había dicho al principio no me hubiese impresionado, sus últimas palabras me habrían llamado la atención. El instituto sólo había sido capaz en una ocasión de afrontar el coste de convertir una manta para utilizarla en las aguas más profundas del océano. E incluso entonces el imperio y el Dominio habían colaborado aportando fondos. El resultado había sido la Revelación, una nave de exploración cuya labor resolvió numerosos misterios concernientes a las profundidades y que, según pensaban muchos, había batido el récord de profundidad. La Revelación se había perdido junto con toda su tripulación cerca de las costas de Tehama unos cuarenta años atrás, circunstancia que nadie había conseguido aclarar.

— ¿Colaboran otra vez el imperio y el Dominio?

Rashal asintió.

— Lee esto —me dijo extendiéndome el papel— Es todo cuanto sé por el momento.

Era una circular del jefe de investigaciones del instituto de Selerian Alastre, anunciando que dicho organismo había dado de baja la manta de guerra Despina para reconvertirla en un buque de exploración de grandes profundidades. El emperador y el Dominio habían accedido gentilmente a financiar el proyecto a cambio de recibir detalles de todos los descubrimientos realizados y de tener derecho a emplear el buque durante todo un mes una vez al año. ¿Para qué pretendía utilizarlo el Dominio? Seguían a continuación los detalles técnicos, el nuevo nombre que se le daría a la nave y una petición de sugerencias acerca del equipo especializado que debería montarse a bordo. Hacia el final, tres líneas especificaban que los financiadores habían acordado diseñar también una manta especializada para trabajar a grandes profundidades, cuya construcción comenzaría al cabo de unos pocos meses.

— Gracias —le dije— Todavía no nos habíamos enterado de eso.

— Buenas noticias, ¿verdad? —exclamó Rashal radiante de alegría.

— Sobre todo considerando que hasta ahora no parecía haber nadie interesado en hacer algo semejante.

Rashal negó con la cabeza y su expresión se puso seria de pronto.

— El emperador está demasiado ocupado exterminando a sus súbditos, y es un verdadero milagro que el Dominio demuestre interés, máximo considerando la situación actual. —Sus palabras no dejaban en claro ninguna opinión personal, representaban más bien un discurso prudente ante un casi completo desconocido. Por lo general, los oceanógrafos no eran fanáticos, pero no estaba de más asegurarse— En todo caso —concluyó— , no querrás perder más tiempo, supongo. Te conduciré a la biblioteca y allí te dejaré trabajar por tu cuenta. ¿Estás de acuerdo?

— Por supuesto.

Me guió a lo largo de un pasillo descendente en dirección a un amplio salón dotado de varias hileras de libros y archivos ubicados en el subsuelo. En el centro se veían un par de mesas un poco desgastadas y unas pocas sillas. No había nadie más allí.

— Les diré a todos los demás que estás aquí, y, por favor, avísame cuando te vayas. Los libros sobre las profundidades del océano se encuentran en aquella esquina.

No había demasiadas obras en dicha sección, ya que tampoco se sabía mucho al respecto. La Revelación era la única nave de la que se sabía que había descendido a más de trece metros de profundidad (o al menos ésa era la versión oficial), y se conservaba el registro de sus exploraciones junto a dos gruesos volúmenes que reunían sondeos e información. A su lado había un delgado libro sobre los kraken, escrito por alguien que se había pasado la vida persiguiéndolos y había llegado a ver cuatro en el curso de cincuenta años. Encontré también una teoría sobre lo que podía suceder debajo de la superficie y, por fin, un detallado análisis de las cavernas submarinas existentes bajo las islas de Turnarían.

La verdad es que me sentí bastante decepcionado. Tenían allí algo más que en Lepidor, pero, dado que en Lepidor lo único que había era el relato de los viajes de la Revelación, eso no era muy sorprendente.

El libro sobre la teoría era seco y técnico, con ocasionales raptos de humor cuando el autor olvidaba por un instante la mecánica de las corrientes para ocuparse de alguna otra cuestión. El autor thetiano de dicha obra parecía haber sido también un músico, ya que se extendía durante diez páginas enteras en una digresión sobre la canción de la ballena. Ningún libro de un autor thetiano que hubiese leído en toda mi vida carecía de divagaciones. Se trataba sin duda de un pueblo singular.

Leí tanto de ese libro como me lo permitió la paciencia y luego me sumergí en el estudio de las cavernas. Todas las islas tenían sistemas de cavernas bajo la superficie. Algunas eran apenas agujeros en la roca, pero otras, como las que había bajo la isla de Hanmar en Thetia, se extendían cientos de kilómetros y tenían cuevas lo suficientemente grandes para albergar una pequeña flota. Según podía recordar, eso había llegado a suceder en al menos una ocasión, durante la guerra de Thetia contra Tuonetar: uno u otro de los bandos escondió un escuadrón en aquellas cavernas y luego emboscó a los desprevenidos enemigos.

Sin embargo, mi interés sólo fue pasajero, ya que el Aeón era con mucho demasiado grande para ocultarlo en cualquier sistema de cavernas. Aunque no tenía idea del aspecto del Aeón, aparentemente había sido construido a escala gigantesca, más como una ciudad móvil que como una nave. La imagen mental que yo me había creado a partir de referencias y descripciones escritas en la Historia de la Guerra de Tuonetar presentaba más dudas que certezas. Dicha obra, escrita por un líder thetiano, había sido prohibida por el Dominio.

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