Inquisición (8 page)

Read Inquisición Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
10.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

Palatina se veía muy satisfecha cuando al fin nos pusimos de pie para ir a dormir, supongo que sobre todo porque al fin íbamos a hacer algo. Me habría agradado esperar un poco más, pero se había decidido que en un lapso de dos días partiríamos rumbo a la capital de Océanus, Pharassa, a bordo del buque mercante costero Parasur. Desde Pharassa cogeríamos una nave en dirección a Ral´Tumar, la mayor ciudad del Archipiélago a excepción de Qalathar. Allí embarcaríamos hacia ésta.

Ya no me quedaba tiempo para esperar a Tañáis. De todos modos no deseaba confirmar mi parentesco cercano con el emperador, ya que en el fondo conocía la respuesta. Y esa certeza me producía más terror que el que había sentido seis semanas atrás, cuando estuve a punto de morir quemado en la hoguera.

Aquella noche sufrí una de las terribles pesadillas que me habían acosado siendo niño y de las cuales ni siquiera el Visitante había conseguido librarme del todo. La mayor parte era demasiado escalofriante para recordarla, pero, al despertar, la fría y demente risa de Orosius retumbaba aún en mi cerebro.

CAPITULO IV

Ral´Tumar fue la primera ciudad del Archipiélago que visité y no le encontré ningún parecido a nada que hubiese contemplado antes. Entre los edificios que se extendían junto a la ladera de una colina, en medio de bosques tropicales, se veían decenas de cúpulas brillando por esporádicos rayos de sol. Por un instante, la pintura blanca de las casas se fundía en un destello que cegaba la vista; luego un conjunto de nubes grises volvía a taparlo todo. Pese a su cielo encapotado, la capital de la provincia de Turnarían en el Archipiélago presentaba un paisaje imponente.

Incluso los aromas eran distintos, pensé mientras aspiraba profundamente el aire cálido y húmedo, recibido con alivio tras el ambiente seco y esterilizado de la manta y la humedad helada de Lepidor. Incluso en invierno, con Aquasilva cubierta de nubes, Ral´Tumar seguía siendo gratamente templada, pues la corriente tropical del norte impedía que se diluyese el calor.

— Al fin volvemos a encontrar una temperatura apropiada —dijo Palatina con la mirada puesta en la ancha calle principal de la ciudad, que comunicaba con la entrada al puerto submarino. No había sido diseñada del mismo modo que las avenidas de Taneth; la calle se curvaba alrededor de un ramal donde el terreno era ligeramente más alto y luego avanzaba serpenteando hasta llegar al palacio situado en la cima de la colina.

— ¿Qué son esas pequeñas torres que hay por todas partes? —pregunté, desconcertado, mientras ascendíamos por la calle, repleta a ambos lados de los puestos del mercado. El tiempo no parecía afectar lo más mínimo a los mercaderes.

— Minaretes —respondió Palatina— Todas las casas tienen uno. Algunos son lo bastante grandes para contener habitaciones, por ejemplo aquél.

Seguí la dirección que marcaba su brazo y vi una torre circular, cuya cúpula en forma de cebolla exhibía un balcón con plantas y flores en cada uno de sus dos niveles. También había unos cuantos jardines superiores, pero la mayor parte del verde estaba en las mismas calles y al parecer había un parque cada veinticinco metros.

— El clima es tan caluroso en verano que tienen parques para mantenerlo todo más fresco —explicó Palatina— Ahora será mejor que nos pongamos en camino.

— ¿Por qué?

La respuesta fue un ensordecedor estruendo detrás de nosotros. Seguí a Palatina y a Ravenna y nos apiñamos en el estrecho espacio existente entre dos de los puestos. Miré a mi alrededor para averiguar qué había ocasionado semejante ruido, y mis ojos se abrieron de par en par cuando dos elefantes comenzaron a abrirse paso por la calle. Más que una howdah, llevaban un verdadero arnés amarrado al lomo, donde habían sido dispuestos múltiples cofres y cajas con distintos tipos de objetos.

— ¿Nunca habías visto un elefante, Cathan? —preguntó Ravenna ofreciéndome una de sus cada vez más infrecuentes Sonrisas.

Negué con la cabeza y luego palidecí cuando el olor de los elefantes invadió el ambiente. Era desagradable, sobre todo por la enorme cantidad de elefantes que integraban la comitiva.

Según me había informado alguien, la gente del Archipiélago empleaba elefantes con mucha frecuencia, algo que nadie hacía en el continente, debido a la falta de bosques y que dichos animales no se adaptaban a climas fríos y secos. Como Palatina, los elefantes sólo estaban a gusto en el húmedo calor de las islas, que, debo admitirlo, siempre me pareció muy placentero. Quizá porque tampoco yo era thetiano de nacimiento y el clima de Lepidor jamás me había gustado.

Había otro motivo por el que me sentí cómodo en Ral´Tumar. Mi estatura era baja incluso para ser originario del Archipiélago, pero aquí la mayor parte de la gente no era mucho más alta que yo, y mi físico armonizaba más que destacaba. Eso, por cierto, comparado con los pobladores locales, ya que las populosas calles estaban salpicadas de todo tipo de personas, desde rubios como Oltan Canadrath hasta grupos de hombres altos de piel oscura que llevaban armaduras reforzadas con la misma ligereza que si llevasen túnicas de seda. Quizá fuesen de Mons Ferranis, pero no me parecía del todo probable. Mons Ferranis, en la ruta occidental en dirección al Archipiélago, era una próspera ciudad comercial y sus hombres no se sometían a entrenamiento militar si podían evitarlo. Estos guerreros podían ser de cualquier sitio en los ignotos confines del Archipiélago, que eran mucho más extensos de lo que indicaban los mapas. Quizá de algún lugar del sur de Equatoria, al filo de Desolación, donde hacía demasiado calor para que alguien pudiese resistirlo.

— ¿Dónde creéis que se compran los billetes para zarpar? —le pregunté a Palatina mientras retomábamos el ascenso siguiendo la huella de los elefantes, con cuidado de no pisar las inmensas pilas de excrementos que habían dejado en el camino.

— Tu padre nos advirtió que sería en un sitio inesperado, no en los muelles ni en palacio. Al menos, Ral´Tumar es pequeña y no una inmensidad monstruosa como Taneth.

No le faltaba razón, pensé mientras doblábamos la esquina y entrábamos en una amplia manzana llena de palmeras, que albergaba en su extremo más lejano el templo de la ciudad. Con sus muros pintados de rojo y su arquitectura haletita, parecía claramente fuera de lugar en medio de las blancas casas con cúpulas que caracterizaban Ral´Tumar.

— Disculpe, ¿podría decirme dónde está la agencia portuaria? —le preguntó Palatina a una mujer que pasaba por la calle. Llevaba un vestido verde y tenía aspecto de ser comerciante.

— Cruzando el parque y girando a la izquierda, luego se debe rodear el muro.

El dialecto de Turnarían era mucho más seco que el habitual del Archipiélago, aunque resultaba comprensible para quien hubiese sido criado en Océanus. La mayor parte de los habitantes del mundo conocido hablaban una u otra variante de la lengua del Archipiélago, con ocasionales excepciones, como, sobre todo, los de Thetia, cuyo lenguaje no tenía raíces comunes con ningún otro.

— Gracias —dijo Palatina. La mujer asintió con elegancia y se alejó cruzando el parque en dirección a una taberna que tenía el frente adornado con palmeras.

— Al menos me alegra estar de nuevo en una región civilizada del planeta —comentó Ravenna mientras seguíamos las indicaciones de la mujer.

— Sin duda alguna, Ral´Tumar es muy diferente de Taneth.

La agencia portuaria era un edificio palaciego, evidentemente construido merced a la lucrativa y fiel clientela de los tumarianos. Al capitular de inmediato, Ral´Tumar había conseguido sobrevivir a la cruzada, aunque había estado en medio de la ruta de los cruzados. Ese plan demostró la eficiencia de Ral´Tumar, una ciudad que siempre había ocupado un deslucido tercer lugar en el Archipiélago detrás de Selerian Alastre y Poseidonis, la devastada capital de Qalathar. Ahora Mons Ferranis, situada en la ruta occidental entre Thetia y Taneth, comenzaba poco a poco a superarla.

— ¡Ni siquiera en sus propias mentes consiguen decidir de parte de quién están! —exclamó Palatina con disgusto señalando la cerrada entrada principal del edificio. Allí, la bandera de Turnarían flameaba entre el delfín imperial y la balanza dorada de Taneth.

— ¿Y dónde está la bandera del Archipiélago? ¡Como si no lo supiera! —replicó Ravenna. Era una pregunta retórica, pues aunque Turnarían era nominalmente parte del Archipiélago y territorio de Thetia, la bandera del Archipiélago había sido prohibida.

La entrada de la agencia comunicaba con un patio lleno de tamariscos. Una fuente con forma de cabeza de león vertía agua sobre un extenso canal que recorría todo el borde del patio. La ciudad podría haber sido una justa rival de Thetia, pero los agudos arcos y los diseños geométricos pertenecían al mismo estilo arquitectónico que había visto en imágenes de Selerian Alastre.

Esto era el Archipiélago, y así el propio patio constituía el centro de la actividad. A la sombra de los arcos porticados podían verse las oficinas, protegidas de las inclemencias del tiempo. Sin embargo, no era allí donde tenía lugar la auténtica vida social. Diseminados por el patio había pequeños grupos de gente conversando a toda voz, mientras que unas pocas personas permanecían solas o en parejas, esperando la llegada de potenciales clientes.

A pesar de que nuestro aspecto no prometiera probablemente grandes riquezas, una regordeta mujer envuelta en vaporosas sedas se nos acercó antes de que atinásemos a decir una sola palabra.

— Que la paz sea con vosotros —dijo. Se trataba de una de las bienvenidas tradicionales del Archipiélago.

— Y que la paz también sea contigo —correspondió Palatina.

— ¿Pasajeros o transporte de carga? —indagó la mujer. La expresión aguda y alerta de su rostro disimulaba su apariencia maternal.

— Pasajeros con destino a Qalathar.

Por un instante los ojos de los demás nos enfocaron, pero su interés se diluyó en seguida.

— ¿Lleváis dinero, verdad? Desde aquí tenéis un viaje muy caro, salvo que estéis planeando coger una de las lentas barcazas de superficie.

— Eso nos demoraría demasiado.

— Sí, pero nadie revisa las barcazas de superficie. El trayecto entre Ral´Tumar y Qalathar es muy largo, y nadie lo realiza si no es por un motivo muy específico. De hecho, no conviene en absoluto ir a Qalathar si no es por alguna razón concreta.

Clavé los ojos en Ravenna, que se encogió de hombros de forma casi imperceptible y miró a su vez a Palatina. Se suponía que nuestros motivos debían ser secretos, y los sacri controlaban las salidas y entradas de Qalathar. Tres ciudadanos del Archipiélago como nosotros que llegasen en manta sin ningún motivo aparente despertarían sospechas.

— ¿Alguien cubre el trayecto hasta Ilthys? —preguntó Palatina.

— ¿Pasajeros de cubierta en una manta?

Palatina asintió y la mujer llamó a un hombre de bigotes que conversaba con un colega en medio de la multitud.

— Te debo un favor, Demaratus —le dijo la mujer mientras él se acercaba a nosotros. Pese a su bigote, que le daba el aire de cabecilla de una banda de ladrones, tenía porte militar y su paso era más parecido a una marcha que a un pavoneo. En su cinturón llevaba grabada la espiral verde y gris que constituía el emblema del clan Turnarían.

— ¿Intentas quitarme de en medio sin esfuerzo, Atossa? —preguntó Demaratus, pero su tono era amigable.

— Supongo que ya habrá sucedido otras veces... —comentó Palatina bromeando.

— Desean viajar a Calatos —afirmó Atossa. Supuse que Calatos sería la capital del clan Ilthys.

— ¿Sólo vosotros tres? —preguntó Demaratus— ¿No tenéis equipaje?

Palatina negó con la cabeza.

— Costará trescientas coronas —señaló tras una breve pausa— Cada uno.

— ¿A quién intentas estafar? ¡Eso es ridículo! Ciento cincuenta.

— ¡Eso es impensable! ¡Por ciento cincuenta no conseguiríais llegar ni hasta Thetia. ¿Queréis que me arruine?

— En ese caso, ¿cuánto te costaría llevarnos? Prácticamente nada.

— Puedo llenar mis camarotes con gente dispuesta a cubrir el trayecto por hasta cuatrocientas coronas incluso.

— ¿Y dónde está esa gente? —inquirió Palatina extendiendo las manos para indicar el espacio vacío que nos rodeaba. Atossa sonrió con aprobación; luego vio a dos posibles clientes acercándose por el portal detrás de nosotros y se dirigió en su busca.

— La gente llegará hacia el momento de zarpar, pero puedo rebajaros el precio a doscientas cincuenta coronas por cabeza, y supongo que no esperaréis tener camarotes individuales.

— Doscientas coronas, y dos de nosotros compartiremos un camarote.

Cada manta, tanto si pertenecía a un clan o a Taneth, contaba con unos pocos camarotes para los pasajeros que pagaban el viaje. Las autoridades del clan decidían qué cargamento sería transportado, pero el capitán y la tripulación podían realizar pequeños negocios; en este caso, el capitán llevaba pasajeros.

— Eso dependerá de lo llena que tenga la nave. Recordad que viajáis como pasajeros de cubierta. Si deseáis comodidades debéis pagar por ellas. Doscientos cuarenta.

— La cubierta ya está bien. Doscientos veinte.

— Doscientos treinta —espetó Demaratus de mala gana— Y no Sigamos o esperaré a otros pasajeros.

— De acuerdo —aceptó Palatina, y se estrecharon las manos para sellar el contrato.

— La mitad en el momento de zarpar y la otra mitad en Calatos —advirtió Demaratus sin mediar una pausa— Son las reglas del dan y no puedo modificarlas. Mi manta es el Sforza, amarradero 'Once del puerto del clan. Zarparemos dentro de cuatro días a la hora séptima. Nos detendremos en Mare Alastre y Urimmu. Lleudaremos a Calatos en unos doce o trece días. Es invierno, así que "afrontaremos fuertes tormentas.

Ambos intercambiaron las fórmulas de cortesía al despedirse y "pronto nos marchamos de la agencia. Atossa no notó nuestra partida, ya que por entonces regateaba furiosamente con un grupo de hombres macizos y de baja estatura, cuyas voces sonaban como si no estuviesen hablando la lengua del Archipiélago.

— Creo que hemos tenido bastante suerte —dijo Palatina— Cuatro días no representan una espera demasiado grande y la ruta que tomará la manta es bastante directa. Mi duda ahora es qué haremos hasta entonces. Encontrar un sitio para dormir no será difícil y podemos aprovechar al máximo nuestra estancia aquí. ¿Recordáis si había alguien procedente de Ral´Tumar en la Ciudadela?

Other books

Get Out or Die by Jane Finnis
Here Comes a Chopper by Gladys Mitchell
Turn It Up by Arend, Vivian
Dying on the Vine by Peter King
Un día de cólera by Arturo Pérez-Reverte
Shadowrise by Tad Williams
Dark Lies the Island by Kevin Barry
Lovely by Strider, Jez