Geary aguardó un momento, pero la capitana no añadió qué era lo que le parecía tan evidente. Intuía que, si iniciaba una discusión al respecto, no sacaría nada en claro, así que optó por no seguir profundizando en aquella cuestión.
—De acuerdo, pero… —Se preguntó si debería sacar un tema que le inquietaba, y decidió que no encontraría una mejor ocasión que esa para hablarlo con Desjani—. Me preocupa cómo pueda reaccionar. Creo que, en realidad, no me ha afectado, hasta cierto punto. Cuando desperté del sueño de supervivencia, me quedé aturdido y, cuando supe lo que había ocurrido y el tiempo que había permanecido así, me costó encajarlo.
—Parecía un zombi —convino Desjani, cuya voz sonaba ahora mucho menos tensa—. Recuerdo que me preguntaba si Black Jack seguiría vivo de verdad.
—Black Jack no lo sé, pero yo sí. —Geary bajó la vista hasta sus manos y respiró hondo para poder seguir hablando—. Sin embargo, tuve que olvidarme de todo eso cuando asumí el mando de la flota. Me olvidé de ello, pero no creo que lo asimilara del todo. ¿Qué sucederá cuando lleguemos a casa, cuando la realidad, el hecho de que todas las personas que conocía estén muertas, se imponga en el momento en que vea todos los cambios que se habrán producido y me dé cuenta de que estoy solo?
Desjani habló con un hilo de voz, pero Geary pudo oírla con claridad.
—No estará solo.
La respuesta de la capitana rozó una cuestión de la que nunca se permitían hablar, tan solo hacer como si no existiera. Sorprendido, Geary levantó la vista y la miró a los ojos.
Desjani giró la cabeza.
—Necesitaba oírme decírselo. —Se puso de pie y se irguió hasta adoptar la postura de firme—. Con su permiso, señor, si hemos terminado, tengo algunos asuntos de los que encargarme.
—Por supuesto. Gracias, capitana Desjani.
Cuando la oficial abandonó el camarote, Geary consultó la hora. Todavía faltaban cinco horas para saltar hacia Varandal.
El amasijo de restos del último crucero de batalla síndico del sistema estelar Atalia iba quedando cada vez más lejos de la flota de la Alianza, a medida que esta se acercaba al punto de salto hacia Varandal.
—¡Capitana! —El rostro del oficial de seguridad de sistemas del
Intrépido
apareció en una ventana ante Desjani—. Se han registrado algunas transmisiones no clarificadas procedentes de nuestra nave.
—¿Transmisiones no clarificadas? —repitió Desjani sin alterarse.
—Sí. Emisiones no codificadas que se pueden captar desde cualquier punto de este sistema estelar. Estoy intentando determinar en qué sección del
Intrépido
se originaron.
—¿La información facilitada en esas transmisiones es confidencial?
El oficial de seguridad de sistemas pestañeó mientras pensaba la respuesta.
—No, capitana, a juzgar por los datos de los que dispongo. No está sujeta a una clasificación determinada, y los escáneres de análisis de seguridad no relacionan el contenido de los mensajes con ningún tipo de información confidencial.
—En ese caso, no veo motivo para darle prioridad —concluyó Desjani—. Tenemos que asegurarnos de que todos los sistemas de la nave estén todo lo optimizados que sea posible cuando lleguemos a Varandal.
—Pero… capitana, está prohibido transmitirle cualquier tipo de información al enemigo.
—Por supuesto —reconoció Desjani—. Pero, dado que no se están facilitando datos confidenciales, el daño derivado de este incidente nos lleva a clasificarlo como asunto de baja prioridad. Concentrémonos en prepararnos para la batalla, comandante.
—Ehh… sí, capitana.
Una vez que la imagen del oficial de seguridad se hubo desvanecido, Desjani se giró hacia Geary con una mirada enigmática en los ojos.
—Me pregunto qué dirían esos mensajes.
—Probablemente nada importante, como usted ha dicho —supuso Geary.
La capitana estaba revisando la información que le había entregado el oficial de seguridad de sistemas.
—Los registros de Lakota ya emitidos por esta flota, una descripción de algo situado en Kalixa, además de una especie de esquema de algún equipo y una historia. No consta ningún código que autorice la transmisión. —Desjani pulsó algunos mandos—. Nada que suponga ningún peligro para mi nave ni para la flota. Tengo asuntos más importantes de los que ocuparme.
—Estoy de acuerdo. —Se preguntó cómo se las habría apañado Rione para que el sistema de comunicaciones del
Intrépido
emitiese un mensaje sin la correspondiente autorización. A pesar de todas las cosas que Rione había dicho que podía hacer en los sistemas supuestamente seguros con los que contaba la flota, Geary sospechaba que la copresidenta tenía más libertad de acción de la que reconocía.
Geary consultó su visualizador para revisar por última vez la situación de Atalia. El destacamento especial
Ilustre
, que ahora quedaba a más de dos horas luz por detrás del grueso de la flota, seguía recogiendo cápsulas de escape. Los supervivientes de la Intratable no se encontraban lejos del grueso, pero recogerlos sería imposible a la velocidad a la que viajaba la flota; tendrían que esperar a que la
Ilustre
y sus compañeras llegasen aquí.
Los niveles de las reservas de células de combustible se mantenían en torno al veinte por ciento en la mayoría de los buques de guerra, aunque el de algunos, como el de la Fusil, se encontraba muy por debajo. En toda la flota solo había tres misiles espectro, y los inventarios de metralla estaban al sesenta por ciento.
En la periferia del sistema estelar Atalia, las naves de caza asesinas síndicas, las naves mensajeras y los buques mercantes seguían avanzando hacia los puntos de salto, bien para escapar o bien para avisar de los movimientos de la flota de la Alianza. La mayoría recibirían las transmisiones del
Intrépido
antes de saltar.
Las autoridades síndicas de Atalia no habían emitido ningún tipo de comunicación. No se había transmitido ninguna orden de rendición. Nada. Geary se preguntó si los directores generales de la cúpula de aquel sistema estelar estarían al tanto de la misión de la flotilla de reserva, si alguien les habría informado de lo de Kalixa. Ahora lo sabrían.
—Cinco minutos para el salto.
Geary pulsó algunos mandos.
—Capitán Badaya, estamos a punto de saltar hacia Varandal. Lo veremos allí. Buena suerte. —No se le ocurría nada que añadir y, de todos modos, Badaya no recibiría el mensaje hasta dentro de casi dos horas.
—Cuatro largos días —Desjani cerró los ojos resignada.
—Sí. Van a ser los cuatro días más largos que he pasado nunca en el espacio de salto —convino Geary. La flotilla síndica de reserva todavía se encontraba allí, rumbo a Varandal, así como los buques de guerra de la Alianza que iban por delante de los síndicos. Ahora la flota se uniría a ellos. El sistema de maniobras emitió una alerta y Geary envió otro mensaje.
—A todas las naves, procedan a saltar a las dos cero cuatro nueve. Nos reuniremos en Varandal. Prepárense para entrar en combate inmediatamente después del salto.
Minutos más tarde, las estrellas desaparecieron y Geary volvió a perder la mirada en el gris monótono del espacio de salto. Mientras pensaba en la misión de la flotilla de reserva síndica y su superioridad numérica, y en el estado en que se hallaba la flota de la Alianza, se preguntó si aquel sería su último salto.
Cuatro interminables días después volvieron a ocupar sus asientos en el puente del
Intrépido
, desde donde empezaron a contar los minutos que quedaban para completar el salto. Geary respiraba hondo una y otra vez para relajarse, y retorcía los hombros como si se preparase para luchar cuerpo a cuerpo. Desjani estaba sentada con la mirada fija en su visualizador, con el gesto tranquilo y los ojos iluminados por la emoción. En el fondo del puente, Rione permanecía en silencio, pero la tensión que irradiaba podía percibirse a distancia. Los consultores ocupaban sus puestos. Toda la tripulación del
Intrépido
estaba lista para entrar en acción.
—Preparen todas las armas. Configúrenlas para disparar automáticamente —ordenó Desjani con una serenidad que resultó inquietante, dado el nerviosismo que se respiraba en el ambiente.
Ante ellos, en el oscuro vacío del espacio de salto, floreció una de las luces misteriosas. Podría haber estado cerca o a una distancia descomunal, pero, por un momento, permaneció allí en medio, como si estuviera esperando al
Intrépido
. Geary sintió que no era el único a quien se le cortaba la respiración por ser testigo de aquel presagio tan desconcertante.
—Saliendo del espacio de salto.
El eterno gris y la enigmática luz desaparecieron para dar paso a las estrellas.
El
Intrépido
dio una guiñada para evitar las minas y los disparos con los que el enemigo pudiera pretender recibirlos.
Desjani, abrochada en previsión de la sacudida, seguía con la mirada puesta en su visualizador.
—No están en el punto de salto.
Geary miró su pantalla, incapaz de hablar mientras examinaba el sistema estelar Varandal.
Al fin, después de tantos saltos, después de haber recorrido tantos años luz, después de haber atravesado tantos sistemas estelares controlados por los síndicos, la flota había llegado al territorio de la Alianza. En Varandal se encontraba la sede de una flota regional, así como numerosas instalaciones provistas de sólidas defensas. Después de consultar la base de datos del
Intrépido
, Geary observó que aquellas instalaciones y defensas se habían multiplicado desde la última vez que visitó Varandal, cien años atrás. Verlas con sus propios ojos le causó una profunda impresión; el lugar le resultaba familiar, pero, al mismo tiempo, lo encontraba muy distinto.
Las alarmas del puente empezaron a sonar; y los pilotos, a parpadear. El visualizador de Geary comenzó a llenarse rápidamente de actualizaciones mientras los sensores de la flota evaluaban todo lo que alcanzaban a ver.
—Llegamos a tiempo.
La puerta hipernética seguía activa, a poco menos de seis horas luz de distancia.
A tres horas luz de ellos, la flotilla síndica de reserva orbitaba alrededor de la estrella Varandal. A siete minutos luz de la caja formada por los buques de guerra enemigos se encontraba una pequeña formación de buques de la Alianza, los supervivientes de los ataques contra Atalia, que había partido dispuesta a defender Varandal.
—Dos acorazados, un crucero de batalla, seis cruceros pesados, un crucero ligero y nueve destructores —leyó Desjani—. Es todo lo que queda.
Geary, cada vez más nervioso, miró el visualizador.
—¿Por qué los síndicos no lo han arrasado todo? Muchas de las defensas de este sistema han sido atacadas mediante bombardeos cinéticos; sin embargo, los síndicos han obviado muchas otras cosas. Todas las demás instalaciones parecen estar intactas.
—¿Qué es lo que pretenden? —murmuró Desjani.
—¡Flota de la Alianza! —La transmisión entrante sobresaltó a Geary, que hasta ese instante no reparó en que un destructor se había posicionado cerca del punto de salto para reconocer la zona. La nave de la Alianza avanzaba solitaria entre los enjambres formados por los buques de guerra que acababan de llegar. En ese momento se escuchó la voz del oficial al mando de la Obús.
—¡Por el amor de las mismísimas estrellas!
Desjani miró a la consultora de operaciones.
—Que ese destructor le envíe un informe completo de todo lo que ha sucedido aquí desde que llegaron los síndicos. Tenemos que verlo ahora mismo.
—Enlazando con sus sistemas de combate —informó la consultora—. Lo tiene en su visualizador.
—Obús, mantenga la posición —ordenó Geary antes de concentrarse en su visualizador, que iba mostrando a gran velocidad todo el historial de acontecimientos. Las defensas de la Alianza opusieron resistencia a media hora luz del punto de salto, donde perdieron otro crucero de batalla y un acorazado, además de numerosos escoltas.
—A pesar de tener tan pocas posibilidades, volvieron a cargar contra el enemigo —gruñó Geary.
El almirante Tethys encabezó esa operación, pero murió cuando la Animosa fue destruida. El capitán Deccan, de la Retorcida, asumió entonces el mando, hasta que su nave cayó hecha pedazos a causa de una pasada ofensiva de los síndicos. Después, el capitán Barrabin, de la Castigadora, quedó al cargo, pero el núcleo energético de su nave se sobrecargó durante otro enfrentamiento que tuvo lugar a más de dos horas luz de la salida del salto.
Según los registros de la Obús, desde la destrucción de la Castigadora, los buques de guerra que quedaban en Varandal los había comandado la capitana Jane Geary, de la
Impertérrita
. Además de esta nave, solo el acorazado Cumplidora, el crucero de batalla Desmesurada y los escoltas que habían aguantado continuaban resistiéndose al enemigo.
Entre unos sucesos y otros, la flotilla síndica de reserva aprovechó para realizar varios bombardeos cinéticos, lo que redujo en gran medida las defensas que la Alianza tenía en el sistema estelar. Así y todo, los bombardeos cesaron y la flotilla de reserva no atacó a los pocos buques de guerra con los que la Alianza todavía podía protegerse, aunque Geary sospechaba que habían tenido la oportunidad de hacerlo.
¿Por qué los síndicos no habían rematado a los defensores? ¿Por qué no habían seguido destruyendo las instalaciones que la Alianza tenía en aquel sistema? Por supuesto, las imágenes que estaban viendo del enemigo tenían tres horas de antigüedad. Cabía la posibilidad de que se hubiera producido otro enfrentamiento en ese intervalo de tiempo.
—¿Qué demonios…? —Desjani, que no había apartado los ojos de su visualizador, movió rápidamente las manos para reproducir una parte del registro—. Fíjese en esto: después del último enfrentamiento con las defensas de la Alianza que tuvo lugar aquí.
Geary observó el fragmento que la capitana había resaltado y amplió la sección ocupada por la flotilla síndica de reserva. Los sensores ópticos de la flota tenían la suficiente precisión para captar pequeños detalles a grandes distancias en el vacío espacial.
—¿Transbordadores? ¿Qué están haciendo?
—Se dirigen desde los cruceros pesados hasta las otras naves —murmuró Desjani. A continuación, introdujo más comandos para seguir ampliando la vista y mostrar los puntos de acceso por donde los transbordadores se habían acercado a uno de los cruceros pesados—. Tripulantes. ¿Lo ve? Están sacando a los tripulantes de los cruceros pesados.