Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (78 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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¡Oh fray Gordo de Salazar,

fator de las diferencias!

Con tus falsas reverencias

engañaste al provincial.

Un fraile de santa vida

me dijo que me guardase

de hombre que así hablase

retórica tan polida.

Dejemos de hablar de libelos, y diré que cuando se despidieron el fator y el veedor de Cortés para se volver a Méjico, con cuántos cumplimientos y abrazos. Y tenía el fator una manera como de sollozos, que parescía que quería llorar al despedirse, y con sus provisiones en el seno, de manera quél las quiso notar. Y el secretario, que se decía Alonso Valiente, que era su amigo, las hizo. Vuelven para Méjico, y con ellos Hernán López de Ávila, questaba malo de dolores e tullido de bubas. Y dejémoslos ir su camino, que no tocaré en esta relación en cosa ninguna de los grandes alborotos y cizañas que en Méjico hobo hasta su tiempo y lugar, desque hobiéremos allegado con Cortés todos los caballeros por mi nombrados con otros muchos que salimos de Guazacualco hasta que hayamos hecho esta tan trabajosa jornada, questuvimos en puntos de nos perder, a según adelante diré, porque en una sazón acaescen dos cosas y por no quebrar el hilo de lo uno por decir de lo otro, acordé de seguir nuestro trabajosísimo camino.

Capítulo CLXXV: De lo que Cortés ordenó después que se volvió el fator y veedor a Méjico, y del trabajo que llevamos en el largo camino, y de las grandes puentes que hicimos, y hambre que pasamos en dos años e tres meses que tardamos en el viaje

Después de despedidos el fator y veedor a Méjico, lo primero que mandó Cortés fue escrebir a la Villa Rica a un su mayordomo que se decía Simón de Cuenca, que cargasen dos navíos que fuesen de poco porte de biscocho de maíz, que en aquella sazón no se cogía pan de trigo en Méjico, y seis pipas de vino, y aceite, y venagre, y tocinos, y herraje, y otras cosas de bastimento. Y mandó que se fuese costa a costa del Norte, y quél le escribiría y le haría saber dónde había de aportar; y quel mismo Simón de Cuenca viniese por capitán. Y luego mandó que todos los vecinos de Guazacualco fuésemos con él, que no quedaron sino los dolientes. Ya he dicho otras veces questaba poblada aquella villa de los conquistadores más antiguos Méjico, y todos los más hijosdalgo, que se habían hallado en las conquistas pasadas de Méjico, y en el tiempo que habíamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjerías, nos manda ir jornada de más de quinientas leguas, y todas las más tierras por donde íbamos de guerra, y dejamos perdido cuanto teníamos, y estuvimos en el viaje más de dos años e tres meses. Pues, volviendo a nuestra plática, ya estábamos todos apercebidos con nuestras armas y caballos, porque no le osábamos decir de no, e ya que alguno se lo decía, por fuerza lo hacia ir, y éramos por todos, ansí los de Guazacualco como los de Méjico, sobre docientos y cincuenta soldados, y los ciento y treinta de a caballo, y los demás escopeteros y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente venidos de Castilla. Y luego me mandó a mí que fuese por capitán de treinta españoles con tres mill indios mejicanos a unos pueblos questaban de guerra, que se decían Zimatán, e que en aquellos mantuviese los tres mill indios mejicanos, y [si] los naturales de aquella provincia estuviesen de paz o se viniesen a someter al servicio de Su Majestad, que no les hiciese enojo ni fuerza ninguna, salvo mandar dar de comer aquellas gentes; y si no quisiesen venir, que los enviase a llamar tres veces de paz, de manera que lo entendiesen por muy bien, e por ante un escribano que iba conmigo y testigos; y si no quisiesen venir, que les diese guerra. Y para ello me dio poder y sus instrucciones, las cuales tengo hoy día firmadas de su nombre y de su secretario Alonso Valiente. Y ansí hice aquel viaje como lo mandó, quedando de paz aquellos pueblos; mas dende a pocos meses, como vieron que quedaban pocos españoles en Guazacualco e íbamos los conquistadores con Cortés, se tornaron alzar; y luego salí con mis soldados españoles e indios mejicanos al pueblo donde Cortés me mandó que saliese, que se decía Iquinuapa. Volvamos a Cortés y a su viaje, que salió de Guazacualco y fue a Tonola, que hay ocho leguas, y luego pasó un río en canoas y fue a otro pueblo que se dice El Ayagualulco y pasó otro río en canoas, y desde El Ayagualulco, siete leguas de allí, pasó un estero que entra en la mar, y le hicieron una puente que había de largo cerca de medio cuarto de legua, cosa espantosa como lo hicieron en el estero, porque siempre Cortés enviaba adelante dos capitanes de los vecinos de Guazacualco, y uno dellos se decía Francisco de Medina, hombre diligente que sabía muy bien mandar a los naturales desta tierra. Pasada aquella gran puente, fue por unos poblezuelos hasta llegar a otro gran río que se dice Mazapa, ques el que viene de Chiapa, que los marineros llaman Río de Dos Bocas. Allí tenía muchas canoas atadas de dos en dos. Y pasado aquel gran río, fue por otros pueblos adonde yo salí con mi compañía de soldados, que se dice Iquinuapa, como dicho tengo. Y desde allí pasó otro río en puentes que hicimos de maderos; y luego un estero, y llegó a otro gran pueblo que se dice Copilco, y desde allí comienza la provincia que llaman la Chontalpa, y estaba toda muy poblada y llena de huertas de cacao, y muy de paz. Y desde Copilco pasamos por Nacajujuyca, y llegamos a Zaguatán, y en el camino pasamos otro río por canoas. Aquí se le perdió a Cortés cierto herraje. Y este pueblo, cuando a él llegamos, estaba de paz; y luego de noche se fueron huyendo los moradores dél y se pasaron de la otra parte de un gran río, entre unas ciénegas; y mandó Cortés que les fuésemos a buscar por los montes, que fue cosa bien desconsiderada e sin provecho aquello que mandó. Y los soldados que los fuimos a buscar pasamos aquel gran río con harto trabajo, y trujimos siete principales con gente menuda; mas poco aprovecharon, que luego se volvieron huir, y quedamos solos y sin guías. En aquella sazón vinieron allí los caciques de Tabasco con cincuenta canoas cargadas de maíz y bastimento. También vinieron unos indios de los pueblos de mi encomienda, que en aquella sazón yo tenia, y trujeron cargas ciertas canoas de bastimentos, los cuales pueblos se dicen Teapa y Tecomajayaca. Y luego fuernos camino de otros pueblos que se dicen Tepititán e Iztapa y en el camino había un río muy caudaloso que se dice Chilapa, y estuvimos cuatro días en hacer balsas. Y yo dije a Cortés quel río arriba sabía por relación había un pueblo que se dice Chilapa, ques el nombre del mesmo río, y que sería bien enviar cinco indios de los que traíamos por guías en una canoa quebrada que allí hallamos, y les enviase a decir trujesen canoas, y con los cinco indios fuese un soldado, y como lo dije a Cortés, ansí lo mandó. Iban el río arriba, toparon dos caciques que traían seis grandes canoas y bastimento, y con aquellas canoas y balsas pasamos, y estuvimos cuatro días en el pasaje. Y desde allí fuimos a Tepetitán, y hallámosle despoblado y quemadas las casas, y según supimos, habíanles dado guerra otros pueblos y llevado mucha gente cautiva; y quemado el pueblo de pocos días pasados; y en todos los caminos que en tres días anduvimos después de pasado el río de Chilapa era muy cienegoso y atollaban los caballos hasta las cinchas, y había muy grandes sapos. Y desde allí fuimos a otro pueblo que se dice Iztapa, y de miedo se fueron los indios y se pasaron de la otra parte de otro río muy caudaloso. Y fuímoslos a buscar, y trujimos los caciques y muchos indios con sus mujeres e hijos; y Cortés les habló con halagos y les mandó que les volviésemos cuatro indias y tres indios que les habíamos tomado en los montes. Y en pago dello, y de buena voluntad, trujeron presentado a Cortés ciertas piezas de oro de poca valía. Y estuvimos en este pueblo tres días, porque había buena yerba para los caballos y mucho maíz, y decía Cortés que era buena tierra para poblar allí una villa, porque tenía nuevas que en los alrededores había poblazones para servicios de tal villa. Y en este pueblo de Iztapa se informó Cortés de los caciques mercaderes de los naturales del mesmo pueblo el camino que habíamos de llevar, y aun les mostró un palio de henequén que traía de Guazacualco, donde venían señalados todos los pueblos del camino por donde habíamos de ir hasta Guayacala, que en su lengua se dice la Gran Acala, porque había otro pueblo que se dice Acala la chica; y allí dijeron que todo lo demás de nuestro camino había muchos ríos y esteros, y para llegar a otro pueblo que se dice Temaztepeque había otros tres ríos y un gran estero, y que habíamos destar en el camino tres jornadas. Y desque aquello entendió Cortés e supo de los ríos, le rogó que fuesen todos los caciques hacer puentes y llevasen canoas, y no lo hicieron. Y con maíz tostado y otras legumbres hicimos mochila para los tres días, creyendo que era como lo decían. Y por echarnos de sus casas dijeron que no había más jornada, y había siete jornadas, y hallamos los ríos sin puentes ni canoas, y hobimos de hacer una puente de muy gordos maderos por donde pasaron los caballos. Y todos nuestros soldados y capitanes fuimos en cortar la madera y acarrearla, y los mejicanos ayudaban lo que podían. Y estuvimos en hacella tres días, que no teníamos qué comer sino yerbas y unas raíces de unas que llaman en esta tierra quequexque montesinas, con las cuales se nos abrasaron las lenguas y bocas. Pues ya pasado aquel estero, no hallábamos camino ninguno, y hobimos de abrirle con las espadas a manos, y anduvimos dos días por el camino que abríamos, creyendo que iba derecho el pueblo, y una mañana tomamos al mismo camino que abríamos. Y desque Cortés lo vio, quería reventar de enojo; y desque oyó el murmurar del mal que decían dél, y aun de su viaje con la gran hambre que había, y que no miraba mas de su apetito, sin pensar bien lo que hacía, y que era mejor que nos volviésemos que no morir todos de hambre. Pues otra cosa había, que eran los montes muy altos con demasía y espesos, y a mala vez podíamos ver el cielo. Pues ya que quisiesen subir en algunos de los árboles para atalayar la tierra, no vían cosa ninguna, según eran muy cerradas todas las montañas, y las guías que traíamos, las dos se huyeron, y otra que quedaba estaba malo que no sabia dar razón de camino ni de otra cosa. Y como Cortés en todo era diligente y por falta de solicitud no se descuidaba, traíamos una aguja de marear, y a un piloto que se decía Pedro López, y con el dibujo del paño que traía de Guazacualco, donde venían señalados los pueblos, mandó que fuésemos con el aguja por los montes, y con las espadas abríamos camino hacia el Este, que era la señal del paño donde estaba el pueblo. Y aun dijo Cortés que si otro día estábamos sin dar en poblado, que no sabia qué hiciésemos; y muchos de nuestros soldados, y aun todos los demás, deseábamos volvernos a la Nueva España. Y todavía seguimos nuestra derrota por los montes, y quiso Dios que vimos unos árboles antiguamente cortados, y luego una vereda chica. E yo y el Pedro López, piloto, que íbamos delante abriendo camino con otros soldados, volvimos a decir a Cortés que se alegrase, que había estancias, con lo cual todo nuestro ejército tomó mucho contento. Y antes de llegar a las estancias estaba un río y ciénega; mas con harto trabajo pasamos de presto y dimos en el pueblo, que aquel día se había despoblado, y hallamos muy de comer, maíz y fríjoles y otras legumbres. Y como íbamos muertos de hambre, dímonos buena hartazga, y aun los caballos se reformaron; y por todo dimos muchas gracias a Dios. Ya en el camino se había muerto el volteador que llevábamos, ya por mi nombrado, y otros tres españoles de los recién venidos de Castilla; pues indios de los mechuacán y mejicanos morían, otros muchos caían malos y se quedaban en el camino como desesperados. Pues como estaba despoblado aquel pueblo y no teníamos lengua ni quién nos guiase, mandó Cortés que fuésemos dos capitanías por los montes y estancias a los buscar. Y en unas canoas que en un gran río que junto al pueblo estaba fueron otros soldados y dieron con muchos vecinos de aquel pueblo, y con buenas palabras y halagos vinieron sobre treinta dellos, y todos los más caciques y papas. Y Cortés les habló amorosamente con doña Marina, y trujeron mucho maíz y gallinas y señalaron el camino que habíamos de llevar hasta otro pueblo que se dice Ziguatecad, el cual estaba tres jornadas, que serían hasta diez y seis leguas; y antes de llegar a él estaba otro poblezuelo sujeto deste Tematespeque donde salimos. Antes que más pase adelante quiero decir que con la gran hambre que traíamos, ansí españoles como mejicanos, paresció que ciertos caciques de Méjico apañaron dos o tres indios de los pueblos que dejábamos atrás y traíanlos escondidos con sus cargas a manera y traje como ellos, y, con la hambre, en el camino los mataron y los asaron en hornos que para ello hicieron debajo de tierra, y con piedras, como en su tiempo lo solían hacer en Méjico, y se los comieron; y ansimismo habían apañado las dos guías que traíamos, que se fueron huyendo, y se los comieron. Y alcanzólo a saber Cortés, y, por consejo de Guatemuz, mandó llamar los caciques mejicanos y riñó malamente con ellos: que si otra tal hacían, que los castigaría; y pedricó un fraile francisco de los que traíamos, ya por mi otra vez memorado, cosas muy santas y buenas. Y desque hubo acabado el sermón, mandó Cortés por justicia quemar a un indio mejicano por la muerte de los indios que comieron, puesto que supo que todos eran culpables en ello, por que pareciese que hacía justicia y que él no sabía de otros culpantes sino el que quemó. Dejemos de contar muy por extenso otros muchos trabajos que pasábamos y cómo las chirimías y sacabuches y dulzainas que Cortés traía, que otra vez he hecho memoria dello, como en Castilla eran acostumbrados a regalos e no sabían de trabajos, y con la hambre habían adolescido, y no le daban música, ecepto uno, y renegábamos todos los soldados de lo oír, y decíamos que parescía zorros y adives que ahullaban, y que valiera más tener maíz que comer que música. Volvamos a nuestra relación, y diré cómo algunas personas me han preguntado que cómo habiendo tanta hambre como dicho tengo por qué no comíamos la manada de los puercos que traían para Cortés, pues a la necesidad de hambre no hay ley, aunque fueran para el rey, viendo la hambre que había, que Cortés lo mandara repartir por todos en tales tiempos. A esto digo que ya había echado fama uno que venía por despensero y mayordomo de Cortés, que se decía Guinea, y era hombre doblado, y hacia en creyente que en los ríos, al pasar dellos, los habían cornido los tiburones y lagartos, y por que no los viésemos venían siempre cuatro jornadas atrás rezagados; y demás desto, para tantos soldados como éramos, para un día no había con todos ellos; y a esta causa no comieron dellos, y demás desto por no enojar a Cortés. Dejemos esta plática, y diré que siempre por los pueblos y caminos por donde pasábamos dejábamos puestas cruces donde había buenos árboles para se labrar, en especial ceibas, y quedaban señaladas las cruces, y son más fijas hechas en aquellos árboles que no de maderos, porque crece la corteza y quedan más perfectas; y quedaban cartas en partes que las pudiesen leer, y decía en ellas: «Por aquí pasó Cortés en tal tiempo»; y esto se hacía porque si viniesen otras personas en nuestra busca, supiesen cómo íbamos adelante. Volvamos a nuestro camino, para ir a Ziguatepecad: que fueron con nosotros sobre veinte indios de aquel pueblo de Temaztepeque, y nos ayudaron a pasar los ríos en balsas y en canoas, y aun fueron por mensajeros a decir a los caciques del pueblo donde íbamos que no hobiesen miedo, que no les haríamos ningún enojo; y ansí aguardaron en sus casas muchos dellos. Y lo que allí pasó diré adelante.

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