Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
—Ya sabes que siempre se atraen más abejas con la miel, cariño. Cruzar de un lado al otro no te ha ayudado demasiado a mejorar tus modales, Ethan Wate. ¡Mira que dar órdenes a una mujer mayor!
Estaba empezando a perder la paciencia con mi tía.
—Ya te he dicho que lo siento. Soy nuevo en esto, ¿recuerdas? ¿Puedes ayudarme, por favor? ¿Sabes algo sobre cómo llegar de aquí a Ravenwood?
—¿Y tú sabes que estoy empezando a hartarme de esta conversación?
—¡Tía Prue!
Cerró la boca con fuerza sacando la barbilla, igual que hacía Harlon James cuando tenía un hueso en la boca.
—Tiene que haber una forma de poder verla. Mi madre vino dos veces a visitarme. Una vez fue en un fuego prendido por Amma y Twyla en el cementerio, y otra vez en mi cuarto.
—Cruzar así son palabras mayores. Pero, una vez más, eso demuestra que tu madre siempre ha sido más fuerte que la mayoría de la gente. ¿Por qué no le preguntas a ella? —Parecía irritada.
—¿Cruzar?
—Sí, cruzar al otro lado. Algo no apto para los débiles. Para la mayoría de nosotros no se puede llegar allí desde aquí.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Significa que no puedes hacer conservas hasta que no aprendas a hervir agua, Ethan Wate. Todo requiere un tiempo, hay que acostumbrarse al agua antes de saltar. —¡Y que me lo dijera precisamente la tía Prue, quien, según Amma, no sabía preparar nada en conserva que no causara un agujero en el pan!
Crucé los brazos irritado.
—¿Y por qué iba a querer saltar en agua hirviendo?
Me miró furiosa, abanicándose con una hoja de papel igual que hacía los domingos cuando la llevaba a la iglesia.
La mecedora se detuvo en seco. Una mala señal.
—Quiero decir, tía Prue. —Contuve el aliento hasta que la mecedora volvió a balancearse. Y esta vez bajé la voz—: Si sabes algo, ayúdame. Dijiste que fuiste a ver a la tía Grace y a la tía Mercy. Y sé que te vi cuando estaba en tu funeral.
La tía Prue retorció la boca como si le doliera la dentadura. O como si estuviera tratando de guardar sus pensamientos para sí misma.
—Entonces tenías una buena tropa de almas rotas al otro lado. Podías ver toda clase de cosas que un mortal se supone que no puede ver. Yo misma no he conseguido ver a Twyla desde aquel día, y eso que fue ella la que me ayudó a cruzar al principio.
—No soy capaz de descubrirlo por mí mismo.
—Pues claro que lo eres. Lo que no puedes pretender es aparecer por aquí y hacer lo que te dé la gana, tan fácil como si fueras una mala tarta en una caja. Todo forma parte de cruzar. Es como ir de pesca. ¿Por qué debería entregarte un pez cuando tendría que estar enseñándote a pescar?
Enterré la cabeza entre mis manos. En ese momento concreto, me hubiera conformado de buena gana con una mala tarta en una caja.
—¿Y dónde puede un chico aprender a pescar siluros por aquí?
No hubo respuesta.
Levanté la vista y descubrí que la tía Prue se había quedado dormida en la mecedora. El papel doblado con el que había estado abanicándose descansaba en su regazo. No había forma de despertar a la tía Prue cuando se echaba una de sus siestas. Al menos antes y, probablemente, tampoco ahora.
Suspiré, retirando el improvisado abanico de su mano. Se desdobló parcialmente, revelando el borde de un dibujo. Se parecía a uno de sus mapas, a medio dibujar, más bien un garabato que otra cosa. La tía Prue no era capaz de sentarse mucho rato sin empezar a dibujar su entorno, ni siquiera en el Más Allá.
Entonces me di cuenta de que no era un mapa del Jardín de la Paz Perpetua, o, si lo era, el mundo del cementerio era mucho más grande de lo que había imaginado.
Éste no era un mapa cualquiera.
Era un mapa de la Lunae Libri.
* * *
—¿Cómo puede haber una Lunae Libri en el Más Allá? No es un sepulcro, ¿verdad? Allí no murió nadie, ¿no?
Mi madre no levantó la vista de su libro de Dante, como tampoco la había alzado cuando abrí la puerta principal de golpe. Cuando estaba sumida en una de sus lecturas, era incapaz de oír una palabra de lo que nadie dijera. Leer era para ella su propia versión de Viajar.
Introduje la cabeza entre su cara y las páginas amarillentas, agitando los dedos.
—¿Mamá?
—¿Qué? —Mi madre parecía tan sorprendida como podía estarlo cualquiera cuando alguien aparece sin anunciarse.
—Déjame que te ahorre tiempo. Vi la película. El edificio de oficinas se incendia. —Cerré el libro y le mostré la hoja doblada de la tía Prue. Mi madre la cogió, alisándola con las manos.
—Sabía que Dante era un adelantado de su tiempo. —Sonrió, girando el papel.
—¿Por qué estaba la tía Prue dibujando esto? —pregunté. Pero no me respondió. Continuó mirando fijamente el papel.
—Si vas a empezar a preguntarte por qué hace tu tía las cosas que hace, entonces creo que vas a estar ocupado para el resto de la eternidad.
—¿Por qué necesitaría un mapa? —pregunté.
—Lo que tu tía necesita es encontrar a alguien más con quién hablar, aparte de ti.
Eso fue todo lo que dijo. Entonces asintió, levantándose y pasando su brazo alrededor de mis hombros.
—Vamos. Te lo mostraré.
Seguí a mi madre hasta la calle que no era calle, hasta que llegamos a una sepultura que no era exactamente una sepultura, y a una tumba familiar que no era siquiera una tumba. Dejé de andar en cuanto comprendí dónde estábamos.
Mi madre posó una mano en la lápida de Macon, una sonrisa melancólica asomó su rostro. Empujó la piedra hasta que se abrió. El vestíbulo de Ravenwood apareció ante nosotros, fantasmal y desierto, como si nada hubiera cambiado, salvo porque la familia de Lena se hubiera marchado a Barbados o algo parecido.
—¿Y bien? —No era capaz de adentrarme allí. ¿Qué sentido tenía Ravenwood sin Lena o su familia? Casi me hacía sentir peor estar aquí en su casa y, a la vez, tan lejos.
—Bueno —suspiró mi madre—. Tú eras el que quería ir a la Lunae Libri.
—¿Te refieres a la escalera secreta hacia los Túneles? ¿Me llevará hasta la Lunae Libri?
—Desde luego, no me refería a la Biblioteca del Condado de Gatlin. —Mi madre sonrió.
Pasé por delante de ella hasta el vestíbulo y eché a correr. Para cuando ella me alcanzó, ya casi había llegado a la antigua habitación de Macon. Levanté la alfombra y tiré de la trampilla para abrirla.
Allí estaban.
Los escalones invisibles que llevaban a la oscuridad Caster.
Y más allá, la biblioteca Caster.
P
or lo visto, la oscuridad es igual de tenebrosa no importa en el mundo en el que estés. Los invisibles peldaños bajo la trampilla —los mismos en los que había tropezado y trepado, medio cayéndome al bajarlos tantas veces antes— seguían siendo tan invisibles como siempre.
¿Y la
Lunae Libri
?
Nada había cambiado en los empedrados pasadizos cubiertos de musgo que llevaban hasta allí. Las largas filas de libros antiguos, rollos y pergaminos eran evocadoramente familiares. Las antorchas aún proyectaban titilantes sombras a través de las estanterías.
La biblioteca Caster tenía el mismo aspecto de siempre, a pesar de que yo ahora estaba lejos, muy lejos, de cualquier Caster vivo.
Especialmente de aquel al que más quería.
Cogí una antorcha de la pared, agitándola delante de mí.
—Todo es tan real.
Mi madre asintió.
—Es exactamente como la recordaba. —Me tocó el hombro—. Un buen recuerdo. Adoro este lugar.
—Yo también. —Éste era el único lugar que me había ofrecido una esperanza cuando Lena y yo tuvimos que enfrentarnos a la descorazonadora situación de su Decimosexta Luna. Eché la vista atrás, hacia mi madre, medio oculta entre las sombras.
—Nunca me lo dijiste, mamá. No sabía nada sobre que fueras una Guardiana. No sabía nada sobre toda esa parcela de tu vida.
—Lo sé. Y lo siento. Pero ahora que estás aquí, podré enseñártelo todo. —Me cogió de la mano—. Por fin.
Nos abrimos paso en la oscuridad de las estanterías, sólo con la antorcha entre nosotros.
—Ahora ya no soy la bibliotecaria, pero conozco el camino entre estas estanterías. Entre los manuscritos. —Me miró de reojo—. Espero que nunca tocaras ninguno de éstos. Al menos sin los guantes puestos.
—Sí. Ya me di cuenta, la primera vez que me quemé la piel. —Sonreí. Se me hacía raro estar allí con mi madre, pero ahora que lo estaba, podía comprender que la
Lunae Libri
tenía mucho de ella, lo mismo que de Marian.
—Supongo que eso ya no es un problema. —Me devolvió la sonrisa.
—Supongo que ya no. —Me encogí de hombros.
Señaló a la estantería más cercana, con ojos brillantes. Era agradable volver a ver a mi madre de vuelta en su hábitat natural. Alargó el brazo para coger un manuscrito.
—C, de cruzar.
* * *
Después de lo que parecieron horas, seguíamos sin hacer ningún progreso.
—¿No puedes explicarme cómo se hace? —gruñí—. ¿Por qué tengo que buscarlo por mi cuenta? —Estábamos rodeados por una montaña de manuscritos, apilados alrededor de nosotros en una mesa de piedra en el mismísimo centro de la
Lunae Libri
.
Hasta mi madre parecía frustrada.
—Ya te lo he dicho. Yo sólo imagino adónde quiero ir, y estoy allí. Si eso no funciona contigo, entonces no sé cómo ayudarte. Tu alma no es la misma que la mía, especialmente desde que se fracturó. Necesitas ayuda, y para eso están los libros.
—Estoy casi seguro de que los libros no están pensados para… visitantes desde el Más Allá. —La miré—. O no es eso lo que la señora English diría.
—Nunca se sabe. Los libros están aquí por diferentes razones. Igual que la señora English. —Posó otra pila de manuscritos en su regazo—. Aquí. ¿Qué me dices de éste? —Abrió un polvoriento manuscrito, alisándolo con la mano—. No es un hechizo. Es más como una meditación. Para ayudar a tu mente a concentrarse, como si fueras un monje.
—No soy un monje. Y no se me da bien la meditación.
—Eso es evidente. Pero no te hará daño intentarlo. Vamos, céntrate. Escucha.
Se inclinó sobre el manuscrito, leyendo en alto. Leí, al mismo tiempo, por encima de su hombro.
En la muerte, yace.
En la vida, llora.
Llévame a casa
para recordar
y ser recordado.
Las palabras flotaron en el aire, como una extraña burbuja plateada. Alargué el brazo para tocarlas, pero se desvanecieron de mi vista tan rápido como aparecieron.
Miré a mi madre.
—¿Has visto eso?
Mi madre asintió.
—Los hechizos son diferentes en este mundo.
—¿Por qué no está funcionando?
—Inténtalo en el latín original. Aquí. Léelo tú mismo. —Sostuvo el papel cerca de la antorcha, y yo me incliné hacia la luz.
Mi voz se estremeció mientras decía las palabras.
Mortus iace.
Vivus, fle.
Ducite me domum
ut meminissem
ut in memoria tenear.
Cerré los ojos, pero lo único en lo que pude pensar fue en lo lejos que estaba de Lena. En cómo su rizado cabello oscuro se ondulaba bajo la brisa Caster. En cómo las motas verdes y doradas iluminaban sus ojos, como Luminosa y Oscura que era.
En cómo probablemente nunca volvería a verla.
—Ah, vamos, EW.
Abrí los ojos.
—Es inútil.
—Concéntrate.
—Estoy concentrado.
—No lo estás —repuso—. No pienses en donde estás ahora. No pienses en lo que has perdido, ni en el depósito de agua o en nada de lo que vino después. Mantén tu cabeza en el juego.
—La tengo.
—No, no la tienes.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque si las tuvieras, no estarías aún aquí. Estarías a medio camino de casa, con un pie de vuelta en Gatlin.
¿Lo estaría? Era difícil imaginarlo.
—Cierra los ojos.
Los cerré, obediente.
—Repite lo que te diga —susurró.
En el silencio, escuché sus palabras dentro de mi mente, como si las estuviera pronunciando en voz alta.
Mi madre y yo estábamos hablando en kelting. En la muerte, desde la tumba, en un mundo lejano. Resultaba tan natural entre nosotros, como algo de hacía mucho tiempo, algo que habíamos perdido.
—Llévame a casa.
—Llévame a casa
—repetí.
—Ducite me domum.
—Ducite me domum
—dije.
—Para recordar.
—Ut meminissem
—dije.
—Y ser recordado
.
—Ut in memoriam tenear
—dije.
—Recuerdas, hijo mío.
—Recuerdo
—dije.
—Tú recordarás.
—Siempre recordaré —
dije.
—Yo soy el Uno
—dije.
—Tú quieres…
—Quiero…
—Recordar…
A
brí los ojos.
Estaba en el vestíbulo de la casa de Lena. Lo había conseguido. Había cruzado. Estaba de vuelta en Gatlin, en el mundo de los vivos. Me sentía abrumado por el alivio; la casa aún estaba en pie.
Gatlin seguía ahí. Lo que significaba que Lena seguía ahí. Lo que, a su vez, significaba que todo lo que había perdido —todo lo que había hecho— no había sido en balde.
Me apoyé contra la pared de detrás. La habitación dejó de dar vueltas, y pude levantar la cabeza y echar un vistazo a las viejas paredes de escayola.
A la familiar escalera en voladizo. A los brillantes suelos barnizados.
Ravenwood.
El verdadero Ravenwood. Mortal, sólido y pesado bajo mis pies. Había vuelto.
Lena
.
Cerré los ojos tratando de contener el escozor de mis lágrimas.
Estoy aquí, L. Lo he conseguido.
No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil, esperando una respuesta, como si creyera que ella iba a aparecer corriendo a la vuelta de alguna esquina para abalanzarse en mis brazos.
No lo hizo.
Ni siquiera podía sentir mi kelting.
Inhalé profundamente. La enormidad de todo aquello aún me sobrepasaba.
Ravenwood parecía diferente desde la última vez que había estado allí. Lo que tampoco resultaba muy sorprendente —Ravenwood siempre estaba cambiando—, pero aun así, podía adivinarse por las sábanas negras que colgaban de todos los espejos y ventanas que esta vez las cosas habían cambiado para peor.