Hermoso Caos (21 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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Y si había algo de lo que ahora era plenamente consciente, y que podía sentir reptando bajo mi piel, igual que los cigarrones reptaban a lo largo del roble, era la culpa.

28 DE SEPTIEMBRE
Peligro

C
uando finalmente llegué a casa era ya bastante tarde.
Lucille
esperaba en el porche delantero, su cabeza ladeada como si estuviera esperando a ver qué es lo que yo iba a hacer. Cuando abrí la puerta y crucé el vestíbulo hacia la habitación de Amma, por fin lo supe. No estaba preparado para enfrentarme a ella, pero necesitaba su ayuda. La Decimoctava Luna de John Breed me venía demasiado grande para poder encargarme de ella yo solo, y si alguien sabía lo que había que hacer, ésa era Amma.

La puerta de su dormitorio estaba cerrada, pero pude escuchar ruidos dentro. Estaba murmurando algo, sin embargo, su voz era tan tenue que no conseguí entender lo que decía.

Llamé suavemente a su puerta, mi cabeza presionando la fría madera.

Por favor, deja que esté bien. Sólo esta noche.

Amma entornó la puerta para asomarse por la rendija. Todavía llevaba su delantal, y tenía una aguja enhebrada en una mano. Miré por encima de ella hacia la débil luz de su dormitorio. Su cama estaba cubierta de retales, carretes de hilo y hierbas. Estaba confeccionando sus muñecas, no había duda. Pero algo desentonaba. Era el olor: esa terrible combinación a gasolina y regaliz que me trajo a la memoria la tienda del bokor.

—Amma, ¿qué está pasando?

—Nada de lo que debas preocuparte. ¿Por qué no subes a tu habitación y haces tus deberes un rato? —No me miró a los ojos ni me preguntó dónde había estado.

—¿Qué es ese olor? —Escruté la habitación buscando su origen. Había una gruesa vela negra sobre su cómoda, del mismo aspecto que la que el bokor había encendido. Y vi pequeños saquitos cosidos a mano apilados a su alrededor—. ¿Qué estás haciendo ahí dentro?

Durante un segundo se quedó confusa, pero entonces se rehízo y cerró la puerta detrás de ella.

—Amuletos, igual que hago siempre. Ahora vete arriba y preocúpate por lo que sucede en ese desastre que llamas dormitorio.

Amma nunca había encendido nada que oliera a productos tóxicos en casa, y menos cuando confeccionaba sus muñecas o alguna clase de amuleto. Pero no podía decirle que sabía de dónde había salido esa vela. Me despellejaría si supiera que había estado en la tienda del bokor, y necesitaba creer que había una razón para todo esto —una que simplemente no comprendía—. Porque Amma era lo más cercano a una madre que tenía y, al igual que mi madre, siempre me había protegido.

Aun así quise que supiera que estaba pendiente de ella, que sabía que algo iba mal.

—¿Desde cuándo enciendes velas que huelen como si estuvieran recién salidas de un laboratorio de ciencias mientras haces tus muñecas? Pelos de caballo y…

Mi mente se quedó en blanco.

No pude recordar qué más ponía dentro de esas muñecas ni qué había dentro de los tarros que llenaban las estanterías. Podía recordar el tarro con pelo de caballo. ¿Pero qué había en los otros?

Amma me observaba atentamente. No quise que notara que no podía recordarlo.

—Olvídalo. Si no quieres contarme lo que estás haciendo, no pasa nada.

Me volví airadamente hacia el vestíbulo y salí por la puerta principal. Me apoyé en una de las barandillas del porche, escuchando el ruido de los cigarrones devorando nuestro pueblo de la misma forma que algo estaba devorando mi mente.

Fuera, en el porche delantero, la creciente oscuridad era a la vez cálida y triste. A través de la ventana abierta me llegó el ruido de cacharros entrechocándose en la cocina, las tablas del suelo quejándose cuando Amma empezó a ordenarla. Debía haber renunciado a los amuletos por esta noche. Sin embargo, el familiar ritmo de sus sonidos no me animó como de costumbre. Me hizo sentir más culpable, y mi corazón palpitó aún más fuerte, haciendo que me pusiera a pasear a toda prisa, hasta que los tablones del suelo del porche crujieron casi tan fuerte como los de la cocina.

A cada lado del muro, los dos estábamos llenos de secretos y mentiras.

Me pregunté si el gastado suelo de madera de Wate's Landing era el único lugar de Gatlin que conocía todos los esqueletos del armario de mi familia. Tendría que pedirle a tía Del que echara un vistazo, si es que sus poderes volvían a funcionar de nuevo.

Se había hecho de noche y necesitaba hablar con alguien. Amma ya no era una opción. Marqué el tres en mi móvil. No quise admitir que no recordaba el número que había marcado cientos de veces.

Ahora las cosas se me olvidaban constantemente, y no sabía por qué. Lo que sí sabía es que no era nada bueno.

Escuché que alguien descolgaba.

—¿Tía Marian?

—¿Ethan? ¿Estás bien? —Parecía sorprendida de oír mi voz al otro lado de la línea.

No estoy bien. Estoy asustado y confuso. Y estoy casi seguro de que ninguno de nosotros va a estar bien.

Obligué a que las palabras salieran de mi cabeza, y bajé la voz.

—Sí. Estoy bien. ¿Qué tal te las arreglas?

Sonaba cansada.

—¿Sabes, Ethan? Tu madre estaría orgullosa de este pueblo. Han venido más personas a ofrecerse voluntarias para reconstruir la biblioteca de las que he visto nunca en todo el tiempo que estuve allí.

—Sí, bueno. Supongo que eso es lo que ocurre con los libros quemados. Todo depende de quien los queme.

Bajó la voz.

—¿Has tenido suerte buscando esa respuesta? ¿Quién los quemó? —Por la forma en que lo dijo pude advertir que sólo pensaba en eso, y eso que, por esta vez, sabía que la señora Lincoln no era la culpable.

—Por eso te he llamado. ¿Podrías hacerme un favor?

¿Podrías conseguir que las cosas volvieran a ser como antes, cuando mi mayor problema era quedarme atrapado leyendo revistas de coches con los chicos en el Stop & Steal?

—Lo que quieras.

Lo que quieras siempre que no me involucre en algo que no pueda ser.
Es lo que quería decir.

—¿Podrías reunirte conmigo en Ravenwood? Necesito hablar con Macon y contigo, y con todo el mundo, supongo.

Silencio. El sonido de Marian pensando.

—¿Sobre esto?

—En cierto modo.

Nuevo silencio.

—Las cosas ahora mismo no pintan bien para mí, EW. Como el Consejo del Custodio Lejano considere que he violado las reglas otra vez…

—Vas a visitar a un amigo a su casa. Eso no puede ir contra las reglas. —¿Podría?—. No te lo pediría si no fuera importante. Se trata de algo más que la biblioteca, el calor, lo que está sucediendo en el pueblo. Se trata de la Decimoctava Luna.

Por favor. Tú y Amma sois todo lo que tengo, y ella se ha vuelto más oscura que nunca. No puedo hablar con mi madre. Así que tienes que ser tú.

Supe la respuesta antes de que dijera una palabra. Si había algo que me gustaba de Marian, era que siempre escuchaba lo que se decía, incluso si no lo estabas diciendo.

—Dame unos minutos.

Cerré mi móvil y lo dejé en el escalón junto a mí. Era el momento para otra llamada que no necesitaba teléfono. Levanté la vista al cielo. Las estrellas empezaban a distinguirse, la luna ya estaba esperando.

¿L? ¿Estás ahí?

Hubo una larga pausa, y pude sentir cómo Lena relajaba poco a poco su mente en la mía hasta que estuvimos conectados de nuevo.

Aquí estoy, Ethan.

Tenemos que encontrar una explicación. Después de lo sucedido en la Residencia del Condado, no podemos perder ni un minuto. Busca a tu tío. Yo ya he llamado a Marian, y recogeré a Link de camino hacia allí.

¿Y qué pasa con Amma?

Deseaba contarle lo que había sucedido esta noche, pero me dolía demasiado.

Ahora mismo está en un mal sitio. ¿Puedes pedírselo a tu abuela?

No está aquí. Pero la tía Del sí. Y sería un poco fuerte dejar a Ridley fuera.

Eso no mejoraría la situación, pero si Link venía, iba a ser imposible mantenerla al margen.

Nunca se sabe, tal vez tengamos suerte. Tal vez Rid esté demasiado ocupada clavando alfileres en muñequitas vudú de animadoras.

Lena se rio, pero yo no. No podía imaginar muñecas que no olieran como el veneno que ardía en la habitación de Amma. Sentí un beso en mejilla, a pesar de que estaba solo en el porche.

En marcha.

No quise mencionar el nombre de la otra persona que estaría allí. Y una vez más, tampoco lo hizo Lena.

Cuando volví a entrar, tía Grace y tía Mercy estaban viendo el concurso
¡Jeopardy!,
y confié en que fuera una buena distracción, dado que Amma conocía todas las respuestas y fingía no saberlas, mientras que las Hermanas no sabían ninguna e insistían en que sí.

—¿Qué duerme durante tres años? Bueno,
conchashima
Grace. Estoy segura de que ésta la sabes, y no pienso decirte la respuesta. —
Conchashima
era una expresión inventada por la tía Mercy que se reservaba para las ocasiones en que realmente quería irritar a una de sus hermanas, dado que se negaba a decirles lo que significaba. Yo estaba convencido de que ella tampoco lo sabía.

Tía Grace dio un sorbetón.


Conchashima
para ti, Mercy. ¿Qué hacían todos los maridos de Mercy cuando se suponía que debían estar ganándose la vida? Ésa es la respuesta que están buscando.

—En serio, Grace Ann, creo que lo que de verdad están preguntando es cuánto tiempo estuviste dormida durante el sermón del último Domingo de Pascua. Babeando bajo mi bonito sombrero color rosa calabaza.

—Ahí dice tres años, y no tres horas. Y si al bueno del reverendo no le gustara tanto oír su propia voz, tal vez al resto de nosotros nos sería más fácil oírle. Ya sabes que no puedo ver nada salvo plumas y flores sentada detrás de Dot Jessup con ese viejo sombrero de Pascua.

—Caracoles. —Giraron sus ojos hacia Amma sin comprender. Ella se desató el delantal—. ¿Cuánto tiempo puede dormir un caracol? Tres años. ¿Y cuánto tiempo van a tenerme estas chicas esperando para comerse mi cena? ¿Y adónde en los verdes pastos de Dios crees que vas, Ethan Wate?

Me quedé paralizado junto a la puerta. No había forma de distraer nunca a Amma.

De acuerdo con sus normas, Amma no tenía intención de dejarme salir solo de noche: no después de lo de Abraham, el incendio en la biblioteca y la tía Prue. Me arrastró hasta la cocina con tanta fuerza que uno hubiera pensado que yo la había contestado mal.

—No creas que no sé cuando estás tramando algo. —Escudriñó por la cocina buscando la Amenaza Tuerta, pero yo llegué primero y la guardé en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Y tampoco tenía un lápiz a mano, así que estaba desarmada.

Hice mi jugada.

—Amma, no pasa nada. Le dije a Lena que cenaría con su familia. —Deseé poder contarle la verdad, pero no podía. No hasta que averiguara qué se traía entre manos con ese bokor de Nueva Orleans.

Ladeó una cadera, dispuesta a soltarme toda su artillería.

—¿La noche que toca cerdo a la barbacoa? Mi plato tres veces ganador de la Banda Azul Carolina Gold, ¿y esperas que me crea esa patraña? —Sorbió y sacudió la cabeza—. ¿Prefieres tomar empanada de pavo en un plato de oro a mi cerdo? —Amma no tenía buen concepto de la comida de Cocina y no andaba muy desencaminada.

—No. Pero lo olvidé. —Era verdad, a pesar de que había mencionado el menú esa mañana.

—Hmmm. —No me creía. Lo cual era comprensible, considerando que en una noche normal esa cena sería lo más parecido a mi idea del paraíso.

—S.I.M.U.L.A.C.I.Ó.N. Diez horizontal. Tú estás tramando algo, Ethan Wate, y no es precisamente una cena.

También ella estaba tramando algo. Pero no encontré la palabra para definirlo.

Me incliné y la rodeé con mis brazos.

—Te quiero, Amma. Ya lo sabes. —Y era verdad.

—Oh, de sobra lo sé. Sé qué estás tan lejos de la verdad como la madre de Wesley lo está de una botella de whisky, Ethan Wate. —Me apartó, pero esta vez la había ablandado. Amma plantada en la sofocante cocina, regañándome lo mereciera o no y lo pretendiera o no.

—No tienes que preocuparte por mí. Ya sabes que siempre vuelvo a casa.

Se aplacó durante un momento, posando su mano en mi cara, y sacudiendo la cabeza.

—Ese melocotón que me estás vendiendo sin duda huele muy bien, pero aun así no te lo compro.

—Volveré a las once. —Cogí las llaves del coche de la encimera y le di un pellizco en la mejilla.

—Ni un pelo más tarde de las diez o tendrás que bañar a
Harlon James
mañana. ¡Y quiero decir a todos ellos! —Salí por la puerta de atrás antes de que pudiera detenerme. Y antes de que advirtiera que me había llevado a la Amenaza Tuerta.

—Compruébalo. —Link estaba colgando por fuera en la ventanilla del Volvo, y el coche empezó a ladearse hacia su lado—. ¡Guau!

—Siéntate.

Se dejó caer en su asiento.

—¿Ves esas zanjas negras? Parece como si alguien hubiera hecho estallar napalm o disparado con un lanzallamas a lo largo de toda la carretera, llegando directamente hasta Ravenwood. Y luego se hubiera detenido.

Link tenía razón. Incluso a la luz de la luna, pude ver los profundos surcos de más de un metro de ancho a ambos lados de la carretera de tierra. A pocos metros de las rejas de Ravenwood, desaparecían.

Ravenwood permanecía intacto, pero la magnitud del ataque a la casa de Lena la noche en que Abraham soltó a los Vex debió haber sido considerable. Nunca me dijo hasta qué punto había sido violento, ni yo se lo pregunté. Estaba demasiado preocupado por mi propia familia y mi casa, y la biblioteca. Mi pueblo.

Ahora contemplaba los daños, y deseé que eso fuera la peor parte. Aparqué a un lado de la carretera y ambos salimos del coche. Las pirotecnias a esta escala merecían un examen más detenido.

Link se agachó junto al reguero negro enfrente de la reja.

—Es más espeso cuando te acercas a la casa. Justo antes de que desaparezca.

Levanté una rama ennegrecida, que se deshizo en mi mano.

—Este no era el aspecto que tenía la casa de tía Prue. Aquello era más como un tornado. Y esto es como una especie de fuego, más parecido a lo de la biblioteca.

—No sé, tío. Tal vez los Vex hagan cosas distintas en personas diferentes, o lo que sean.

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