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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (12 page)

BOOK: Herejes de Dune
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—Querida, si estamos tratando con los tleilaxu, y no pongo en duda tu juicio, entonces eso se convierte inmediatamente en una cuestión de melange.

Dama Janet asintió suavemente con la cabeza. Por supuesto, incluso Miles sabía de la conexión de los tleilaxu con la especia. Era una de las cosas que le fascinaban de los tleilaxu. Por cada miligramo de especia producida en Rakis, los tanques de la Bene Tleilax producían varias toneladas. La utilización de la melange había crecido para adaptarse a la nueva oferta, e incluso la Cofradía Espacial doblaba la rodilla ante este poder.

—Pero el arroz… —aventuró Loschy Teg.

—Mi querido esposo, la Bene Tleilax no necesita tanto arroz pongi en nuestro sector. Lo necesitan para comerciar. Debemos descubrir quién necesita realmente el arroz.

—Quieres que retrase el asunto —dijo él.

—Exactamente. Eres magnífico en lo que ahora necesitamos. No le des a ese Comerciante Libre la posibilidad de decir sí o no. Alguien adiestrado por los Danzarines Rostro apreciará tal sutileza.

—Atraeremos a los Danzarines Rostro fuera de su nave mientras tú inicias indagaciones por otro lado.

Dama Janet sonrió.

—Eres encantador cuando pasas de este modo por delante de mis pensamientos.

Una mirada de comprensión cruzó entre los dos.

—No puede acudir a otro proveedor en este sector —dijo Loschy Teg.

—Deseará evitar una confrontación de si–no —dijo Dama Janet, palmeando la mesa—. Dilaciones, dilaciones y más dilaciones. Debes sacar a los Danzarines Rostro de su nave.

—Se darán cuenta, por supuesto.

—Sí, querido, y eso es peligroso. Siempre debes permanecer en tu terreno y con nuestros guardias cerca.

Miles Teg recordaba que su padre, de hecho, había atraído a los Danzarines Rostro fuera de su nave. Su madre había llevado a Miles al visor, desde donde él pudo contemplar la estancia recubierta de cobre en la cual su padre cerró el trato que le valió las mayores alabanzas de la CHOAM y una alta comisión.

Fueron los primeros Danzarines Rostro que viera nunca Miles: dos hombres de baja estatura, tan parecidos como unos gemelos. Unos rostros redondos sin apenas barbilla, narices respingonas, bocas pequeñas, ojos como botones negros, y un pelo blanco muy corto que se erguía sobre sus cabezas como las cerdas de un cepillo. Los dos iban vestidos del mismo modo que el Comerciante Libre… túnicas negras y pantalones.

—La ilusión, Miles —dijo su madre—. La ilusión es su especialidad. Modelan la ilusión para conseguir objetivos reales, así es como trabajaban los tleilaxu.

—¿Como el mago de la Representación de Invierno? —preguntó Miles, su mirada clavada en el visor y las figuras como muñecos en la escena al otro lado.

—Exactamente igual —confirmó su madre. Ella también contemplaba el visor mientras hablaba, pero uno de sus brazos rodeó protectoramente el hombro de su hijo.

—Estás contemplando el mal, Miles. Estúdialo atentamente. Los rostros que estás viendo pueden cambiar en un instante. Pueden hacerse más altos, parecer más corpulentos. Pueden imitar a tu padre de tal modo que sólo yo reconozca la sustitución.

La boca de Miles Teg formó una muda «O». Se quedó contemplando el visor, escuchando a su padre explicar que el precio del arroz pongi de la CHOAM había vuelto a subir de forma alarmante.

—Y lo más terrible de todo —dijo su madre—. Algunos de los nuevos Danzarines Rostro pueden, tocando la carne de una víctima, absorber algunas de las memorias de dicha víctima.

—¿Leen las mentes? —Miles alzó la vista hacia su madre.

—No exactamente. Creemos que toman una impresión de las memorias, algo así como un proceso de holofoto. Ellos todavía no saben que nosotros hemos averiguado todo esto.

Miles comprendió. No tenía que hablar de aquello a nadie, ni siquiera a su padre o a su madre. Ella le había enseñado la vía del secreto de la Bene Gesserit. Observó con desafío las figuras en la pantalla.

Los Danzarines Rostro no traicionaron ninguna emoción ante las palabras de su padre, pero sus ojos parecieron brillar un poco más intensamente.

—¿Cómo llegaron a ser tan malvados? —preguntó Miles.

—Son seres comunales, educados para no ser identificados con ninguna forma o rostro. La apariencia que presentan ahora es en mi honor. Saben que estoy observándoles. Se han relajado a su natural forma comunal. Obsérvalos más atentamente.

Miles inclinó la cabeza hacia un lado y estudió a los Danzarines Rostro. Parecían tan blandos e ineficaces.

—No tienen ningún sentido del yo —dijo su madre—. Poseen solamente el instinto de preservar sus propias vidas a menos que se les ordene morir por sus Maestros.

—¿Harían realmente eso?

—Lo han hecho ya muchas veces.

—¿Quiénes son sus Maestros?

—Hombres que muy raramente abandonan los planetas de la Bene Tleilax.

—¿Tienen hijos?

—No los Danzarines Rostro. Son híbridos, estériles. Pero sus Maestros pueden procrear. Hemos cogido a algunos de ellos, pero sus descendientes son extraños. Pocos son mujeres, e incluso entonces no podemos sondear sus Otras Memorias.

Miles frunció el ceño. Sabía que su madre era una Bene Gesserit. Sabía que las Reverendas Madres llevaban consigo una maravillosa reserva de Otras Memorias que retrocedían a lo largo de todos los milenios de la Hermandad. Incluso sabía algo de los planes genéticos de la Bene Gesserit. Las Reverendas Madres elegían a hombres en particular y tenían hijos de tales hombres.

—¿Cómo son las mujeres tleilaxu? —preguntó Miles.

Era una pregunta perspicaz que llevó una oleada de orgullo a Dama Janet. Sí, era casi seguro que allí tenía a un Mentat en potencia. Las amantes procreadoras habían estado en lo cierto respecto al potencial genético de Loschy Teg.

—Nadie fuera de sus planetas ha informado jamás haber visto a una mujer tleilaxu —dijo Dama Janet.

—¿Existen, o son simplemente los tanques?

—Existen.

—¿Son mujeres algunos de los Danzarines Rostro?

—Pueden ser hombres o mujeres a voluntad. Obsérvalos cuidadosamente. Saben lo que está haciendo tu padre, y eso les encoleriza.

—¿Van a intentar hacerle daño a mi padre?

—No se atreverán. Hemos tomado precauciones, y ellos lo saben. Mira como al de la izquierda se le encaja la mandíbula. Este es uno de sus signos de irritación.

—Has dicho que eran seres com… comunales.

—Como los insectos sociales, Miles. No tienen imagen propia. Sin un sentido del yo, van más allá de la amoralidad. No puede confiarse en nada de lo que digan o hagan.

Miles se estremeció.

—Nunca hemos sido capaces de detectar en ellos un código ético —dijo Dama Janet—. Son carne convertida en autómata. Sin un yo, no tienen nada que estimar o siquiera dudar. Son educados únicamente para obedecer a sus Maestros.

—Y estos les han dicho que vengan aquí y compren el arroz.

—Exactamente. Se les ha dicho que lo consigan, y no hay ningún otro lugar en el sector donde puedan hacerlo.

—¿Deberán comprárselo a padre?

—Es su única fuente. En este momento precisamente, hijo, están pagando con melange. ¿Lo ves?

Miles vio las tabletas color naranja amarronado de especia cambiar de manos, un buen montón de ellas, que uno de los Danzarines Rostro fue sacando de una caja en el suelo.

—El precio es mucho, mucho más alto de lo que nunca hubieran anticipado —dijo Dama Janet—. Este será un rastro fácil de seguir.

—¿Por qué?

—Alguien va a arruinarse adquiriendo este cargamento. Creemos saber quién es el comprador. Sea quien sea, oiremos hablar de él. Entonces sabremos qué es lo que pretende realmente comerciando aquí.

Entonces Dama Janet empezó a señalar las incongruencias identificables que traicionaban a un Danzarín Rostro a unos ojos y oídos adiestrados. Eran signos sutiles, pero Miles los captó inmediatamente. Su madre le dijo entonces que él podía llegar a convertirse en un Mentat… quizá incluso más.

Poco antes de cumplir los trece años, Miles Teg fue enviado a la escuela avanzada de la ciudadela de la Bene Gesserit en Lampadas, donde las suposiciones de su madre sobre él fueron confirmadas. La comunicación le llegó escuetamente a ella:

«Nos habéis dado el Guerrero Mentat que esperábamos.»

Teg no vio esta nota hasta el día en que revisó los efectos de su madre después de su muerte. Las palabras escritas en una pequeña lámina de cristal riduliano con el sello de la Casa Capitular debajo lo llenaron con una extraña sensación de desplazamiento en el tiempo. Sus recuerdos lo llevaron bruscamente de vuelta a Lampadas, donde el amor–admiración que había sentido por su madre fue diestramente transferido a la propia Hermandad, tal como se pretendía originalmente. No llegó a comprender esto sino hasta su posterior adiestramiento como Mentat, pero el comprenderlo cambió muy poco las cosas. Si acaso, lo ligó aún más fuertemente a la Bene Gesserit. Confirmó que la Hermandad debía ser una de sus fortalezas. Sabía ya que la Hermandad de la Bene Gesserit era una de las más poderosas fuerzas en aquel universo… igual como mínimo a la Cofradía Espacial, superior al Consejo de las Habladoras Pez que había heredado el núcleo del antiguo Imperio Atreides, superior con mucho a la CHOAM, y de alguna forma equilibrada con los Fabricadores de Ix y con la Bene Tleilax. Una pequeña medida de la gran autoridad de la Hermandad podía deducirse del hecho de que habían mantenido esa autoridad pese a la fabricación de melange en los tanques tleilaxu, que había roto el monopolio rakiano de la especia, del mismo modo que las máquinas de navegación Ixianas habían roto el monopolio de la Cofradía sobre el viaje espacial.

Por aquel entonces Miles Teg conocía bien la historia. Los Navegantes de la Cofradía ya no eran los únicos que podían llevar una nave a través de los pliegues del espacio… en esta galaxia en un determinado momento, en una de las galaxias más alejadas al siguiente latido del corazón.

Las Hermanas Enseñantes le ocultaron muy pocas cosas, revelándole por primera vez el hecho de sus antepasados Atreides. Esa revelación era necesaria debido a las pruebas que le efectuaron. Obviamente estaban sondeándole en busca de indicios de presciencia. ¿Podía él, como un Navegante de la Cofradía, detectar obstrucciones fatales? Fracasó. La siguiente vez lo probaron con no–estancias y no–naves. Era tan ciego a tales artilugios como el resto de la humanidad. Para esta prueba, sin embargo, le dieron enormes dosis de especia, y sintió el despertar de su Auténtico Yo.

—La mente en su principio —lo llamó una Hermana profesora cuando él le pidió una explicación de aquella extraña sensación.

Durante un tiempo, el universo fue algo mágico mientras lo contemplaba a través de su nueva consciencia. Su consciencia era un círculo, luego un globo. Formas arbitrarias se hicieron transitorias. Empezó a caer en estado de trance sin advertencia previa, hasta que las Hermanas le enseñaron cómo controlarlo. Le proporcionaron relatos de santos y místicos, y le obligaron a trazar un círculo a pulso con ambas manos, siguiendo la línea con su consciencia.

Al final del plazo establecido, su consciencia admitió su toque según etiquetas convencionales, pero el recuerdo de la magia nunca lo abandonó. Halló en ese recuerdo una fuente de fuerzas en los momentos más difíciles.

Tras aceptar su misión como Maestro de Armas del ghola, Teg descubrió que su memoria mágica se incrementaba con él. Le resultó especialmente útil durante su primera entrevista con Schwangyu en el Alcázar de Gammu. Se encontraron en el estudio de la Reverenda Madre, un lugar de brillantes paredes de metal y numerosos instrumentos, la mayor parte con el sello del Ix en ellos. Incluso la silla en la que ella se sentaba, con el sol de la mañana entrando a través de una ventana tras ella, de modo que su rostro resultaba difícil de ver, incluso aquella silla era una de las sillas automoldeables Ixianas. El se vio obligado a sentarse en una silla–perro, dándose cuenta de que ella debía saber que él detestaba el uso de cualquier forma de vida para una tarea tan degradante.

—Fuisteis elegido porque realmente poseéis una respetable figura de abuelo —dijo Schwangyu. La brillante luz del sol formaba una corona en torno a su encapuchada cabeza.
¡Deliberado!
—. Vuestro buen juicio enseñará al muchacho amor y respeto.

—No es posible que yo pueda representar una figura paterna.

—Según Taraza, poseéis las características precisas que ella requiere. Conozco vuestras honorables cicatrices y su valor para nosotras.

Aquello no hacía más que confirmar su anterior recapitulación Mentat:
Llevan largo tiempo planeando esto. Ellas fueron educadas para ello. Yo fui educado para ello. Formo parte de un largo plan.

Todo lo que dijo fue:

—Taraza espera que este niño se convierta en un temible guerrero cuando sea restaurado a su auténtico yo.

Schwangyu simplemente lo miró por un momento, y luego:

—No debéis responder a ninguna de sus preguntas acerca de gholas, aunque él seguramente os planteará el tema. Ni siquiera debéis utilizar la palabra hasta que yo os dé mi autorización. Os proporcionaré todos los datos del ghola que requiere vuestra tarea.

Espaciando fríamente sus palabras para darles mayor énfasis, Teg dijo:

—Quizá la Reverenda Madre no esté informada de que estoy bien versado en la ciencia de los gholas tleilaxu. He conocido bien a los tleilaxu en batalla.

—¿Creéis que sabéis lo suficiente acerca de la serie Idaho?

—Los Idaho son reputados como unos brillantes estrategas militares —dijo Teg.

—Entonces quizá el gran Bashar no esté informado de las otras características de nuestro ghola.

No había ninguna duda acerca de la burla en su voz, algo más también: celos, y una gran irritación pobremente ocultada. La madre de Teg le había enseñado formas de leer a través de sus máscaras, una enseñanza prohibida, que él siempre había ocultado. Fingió disgusto y se alzó de hombros.

Era obvio, sin embargo, que Schwangyu sabía que él era el Bashar de Taraza. Los límites habían sido fijados.

—A petición de la Bene Gesserit —dijo Schwangyu—, los tleilaxu han efectuado una alteración significativa en la actual serie Idaho. Su sistema nervioso muscular ha sido modernizado.

—¿Sin cambiar la persona original? —Teg formuló la pregunta blandamente, preguntándose hasta cuán lejos iba a llegar ella en su revelación.

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