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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

Hasta luego, y gracias por el pescado (16 page)

BOOK: Hasta luego, y gracias por el pescado
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- Mire, estamos en el exterior del Asilo - dijo Wonko el Cuerdo, señalando de nuevo al ladrillo visto, a los ángulos y canalones, para después indicar la primera puerta por la que habían entrado -. Si cruza esa puerta, estará en el Asilo. He intentado decorarlo bien para tener contentos a los internos, pero no se puede hacer mucho. Ahora ya no entro. Si alguna vez me dan tentaciones de hacerlo, y últimamente apenas las tengo, me limito a mirar el letrero que hay encima de la puerta y escapo asustado.

- ¿Ese? - preguntó Fenchurch señalando, un poco confusa, una placa de color azul que tenía unas instrucciones escritas.

- Sí. Estas son las palabras que finalmente me convirtieron en el ermitaño que ahora soy, fue muy repentino. Las vi y supe lo que tenía que hacer.

El letrero decía:

Sujete el palillo por la mitad. Humedezca con la boca el extremo puntiagudo. Introdúzcalo en el espacio interdental, con el extremo romo cerca de la encía. Muévalo suavemente de dentro a afuera.

- Me pareció - dijo Wonko el Cuerdo - que una civilización que hubiera perdido la cabeza hasta el punto de incluir una serie de instrucciones detalladas para utilizar un paquete de palillos de dientes ya no era una civilización en la que yo pudiera vivir y seguir cuerdo.

Volvió a mirar al Pacífico, como desafiándole a rabiar y farfullar contra él, pero el mar se quedó tranquilo y jugando con las aves lavanderas.

- Y en el caso de que se le pase por la cabeza, cosa que es muy posible, le diré que estoy completamente cuerdo. Por eso es por lo que me llamo a mí mismo Wonko el Cuerdo, para tranquilizar a la gente sobre ese punto. Wonko es como me llamaba mi madre cuando era niño y tiraba torpemente las cosas al suelo. Y Cuerdo es lo que soy ahora - añadió con una de sus encantadoras sonrisas - porque así pretendo seguir. Bueno, ya está bien. ¿Vamos a la playa a ver de qué tenemos que hablar?

Fueron a la playa, y allí empezó a hablar de los ángeles de doradas barbas, alas verdes y sandalias del Doctor Scholl.

- De los delfines... - dijo Fenchurch con voz queda y esperanzada.

- Les puedo enseñar las sandalias - sugirió Wonko el Cuerdo.

- Me preguntaba, sabe usted...

- ¿Quieren que les enseñe las sandalias? - insistió Wonko el Cuerdo -. Las tengo. Voy a buscarlas. Son de la marca del Doctor Scholl y los ángeles afirman que resultan especialmente adecuadas para el terreno en que tienen que trabajar. Dicen que tienen licencia para explotar una representación. Cuando les digo que no sé qué significa eso, contestan no, no lo sabes, y se echan a reír. Bueno, voy por ellas de todas formas.

Cuando volvió adentro, o afuera, depende de cómo se mire, Arthur y Fenchurch se miraron con expresión confusa y un tanto desesperada, para luego encogerse de hombros y dibujar caprichosas figuras en la arena.

- ¿Cómo están hoy tus pies? - preguntó Arthur en voz baja.

- Muy bien. En la arena no me dan esa extraña sensación. Ni en el agua. El agua los toca perfectamente. Sólo que creo que éste no es nuestro mundo.

Se encogió de hombros.

- ¿A qué crees que se refería con lo del mensaje? - le preguntó.

- No sé - contestó Arthur, aunque el recuerdo de un hombre llamado Prak, que se reía continuamente de él, no dejaba de molestarle.

Cuando Wonko volvió, traía algo que dejó perplejo a Arthur.

No se trataba de las sandalias, que eran chanclos de madera, completamente normales.

- Pensé que les gustaría ver el calzado que llevan los ángeles. Sólo por curiosidad. No intento demostrar nada, dicho sea de paso. Soy científico, y sé lo que es una prueba. Pero el motivo por el que me hago llamar por mi nombre de infancia es para recordarme que un científico tiene que ser como un niño. Si ve algo, debe decir lo que es, tanto si se trata de lo que esperaba ver como si no. Primero, ver; luego, pensar; y después, comprobar. Pero siempre hay que ver primero. Si no, sólo se ve lo que uno espera ver. Muchos científicos lo olvidan. Luego les enseñaré algo para demostrarlo. Así que, la otra razón por la que me hago llamar Wonko el Cuerdo es para que la gente crea que estoy loco. Eso me permite decir lo que veo cuando lo veo. No se puede ser científico si a uno le importa que la gente piense que está loco. De todos modos, pensé que también les gustaría ver esto.

Esto era lo que había dejado perplejo a Arthur, porque se trataba de una maravillosa pecera de cristal plateado, que parecía idéntica a la que tenía en su habitación.

Desde hacía treinta segundos Arthur intentaba decir sin éxito: «¿De dónde ha sacado eso?», en tono brusco y jadeando un poco.

Por fin le llegó el momento, pero se le escapó por una milésima de segundo.

- ¿De dónde ha sacado eso? - preguntó Fenchurch, en tono brusco y jadeando un poco.

Arthur lanzó a Fenchurch una mirada brusca y, jadeando un poco, preguntó:

- ¿Como? ¿Has visto antes una pecera así?

- Sí, tengo una - contestó ella -. O al menos la tenía. Russell me la birló para guardar sus pelotas de golf No sé de dónde vino, sólo que me enfadé con Russell por mingármela. ¿Es que tú tienes una?

- Sí, era...

Ambos se dieron cuenta de que Wonko el Cuerdo desplazaba agudas miradas de uno a otro, tratando de meter una palabra.

- ¿Es que ustedes también tienen una?

- Sí - contestaron ambos.

Les miró largo y tendido a cada uno, y luego alzó la pecera para que le diera la luz del sol de California.

La pecera casi pareció cantar con el sol, resonar con la intensidad de su luz, y arrojó misteriosos y brillantes arco iris en la arena y por encima de sus cabezas. La movió, una y otra vez. Vieron con toda claridad los finos trazos de las letras grabadas, que decían: «Hasta luego, y gracias por el pescado.»

- ¿Saben qué es esto? - preguntó vacilante con voz queda.

Ambos movieron la cabeza despacio, maravillados, casi hipnotizados por el destello de las brillantes sombras en el cristal grisáceo.

- Es un regalo de despedida de los delfines - explicó Wonko en tono reverente -. De los delfines, a quienes amé y estudié, con quienes nadé y a quienes alimenté con pescado y cuyo lenguaje intenté aprender, tarea que parecían hacer increíblemente difícil, considerando el hecho de que ahora comprendo que eran perfectamente capaces de comunicarse en el nuestro si así lo querían.

Meneó la cabeza esbozando muy despacio una sonrisita, y luego volvió a mirar a Fenchurch y después a Arthur.

- ¿La ha...? - preguntó a Arthur -. ¿Qué ha hecho usted con la suya? Si me permite preguntárselo.

- Pues, tengo un pez en ella - contestó Arthur, un tanto desconcertado -. Dio la casualidad de que tenía un pez y no sabía qué hacer con él, y, bueno, ahí estaba la pecera...

Se calló.

- ¿Y usted no ha hecho nada más? - prosiguió -. No, si lo hubiera hecho lo sabría.

Volvió a menear la cabeza.

- Mi mujer tenía germen de trigo en ella - dio Wonko, con un tono nuevo -, hasta anoche...

- ¿Qué sucedió anoche? - inquirió Arthur en un susurro lento.

- Nos quedamos sin germen de trigo - contestó Wonko en tono suave. Mi mujer fue a por más.

Durante un momento pareció perderse en sus propios pensamientos.

- ¿Y qué pasó después? - preguntó Fenchurch con el mismo tono entrecortado.

- La lavé - repuso Wonko -. La lavé con mucho cuidado, muy cuidadosamente, quitando hasta la última mota de germen de trigo, luego la sequé despacio con un paño sin pelusas, con calma, cuidadosamente, pasándolo una y otra vez. Luego me la acerqué al oído. ¿Ustedes... se la han acercado al oído alguna vez?

Los dos movieron la cabeza despacio, en silencio, igual que antes. - Quizá deberían hacerlo.

32

El hondo bramido del océano.

Las olas que rompen en playas más lejanas de lo que puede pensarse. El mudo fragor de las profundidades.

Y en medio de todo ello, voces que llaman, que sin embargo no son voces, sino vibraciones, balbuceos, los sonidos semiarticulados del pensamiento.

Saludos, oleadas de saludos, sumiéndose en lo inarticulado, palabras quebrándose juntas.

Un estallido de pena en las playas de la Tierra.

Olas de alegría en... ¿dónde? Un mundo indescriptiblemente encontrado, inefablemente hallado, inenarrablemente húmedo, una canción de agua.

Una fuga de voces ahora, que reclaman explicaciones de una catástrofe inevitable, un mundo que se destruirá, una ola de desamparo, un espasmo de desesperación, una caída mortal, y de nuevo se quiebran las palabras.

Y luego el impulso de esperanza, el hallazgo de una Tierra oscura en las implicaciones de la espiral del tiempo, las dimensiones sumergidas, el tirón de paralelos, el hondo tirón, la peonza de la voluntad, su vaina y su fisura, el vuelo. Una Tierra nueva que se sustituye, sin delfines.

Y entonces, una voz muy clara.

- Esta pecera os la entregó la Campaña para salvar a los Humanos. Os decimos adiós.

Y el sonido de unos cuerpos largos y pesados, perfectamente grises, que se precipitan a un abismo desconocido y sin fondo, con risitas quedas.

33

Pasaron la noche en el Exterior del Asilo y vieron la televisión desde dentro.

- Esto es lo que quería que vieran - dio Wonko el Cuerdo cuando volvieron a dar las noticias -, un antiguo compañero mío. Está en su país, haciendo una investigación. Miren.

Era una conferencia de prensa.

- Me temo que no puedo hacer comentarios sobre el nombre del Dios de la Lluvia en estos momentos; ahora le denominamos Fenómeno Meteorológico Espontáneo Paracausal.

- ¿Puede decirnos qué significa eso?

- No estoy completamente seguro. Vamos a ser francos. Si descubrimos algo que no entendemos, nos gusta denominarlo de un modo que no se pueda entender, ni siquiera pronunciar. O sea, que si nos limitamos a permitirles que le llamen Dios de la Lluvia, ello implica que ustedes saben algo que nosotros desconocemos, y me temo que eso no podemos permitirlo.

»No, primero tenemos que ponerle un nombre que sugiera que es nuestro, no de ustedes, y luego nos dedicamos a encontrar algún modo de demostrar que no es lo que ustedes dicen, sino lo que decimos nosotros.

»Y si resulta que ustedes tienen razón, siempre estarán equivocados, porque nos limitaremos simplemente a llamarle... hummm... Supernormal... en lugar de paranormal o sobrenatural, porque ¿saben ustedes lo que significan las palabras «Inductor Supranormal del Incremento de las Precipitaciones»? No. Probablemente añadiremos un "casi" en algún sitio, para protegemos. ¡Dios de la Lluvia! ¡Vaya!, nunca en la vida he oído una tontería así. He de reconocer que no me pillarán de vacaciones con él. Gracias, eso es todo de momento, salvo para decir "¡Hola!" a Wonko si me está viendo.

34

En el vuelo de vuelta a casa iba una mujer en el asiento de al lado que los miraba de modo bastante extraño.

Hablaban en voz baja, para ellos.

- Todavía tengo que saberlo - dijo Fenchurch -, y tengo la firme impresión que tú sabes algo que no me dices.

Arthur suspiró y sacó un trozo de papel.

- ¿Tienes un lápiz? - preguntó. Fenchurch rebuscó y encontró uno.

- ¿Qué estás haciendo, cariño? - le preguntó al ver que llevaba veinte minutos con el ceño fruncido, comiéndose el lapicero, escribiendo en el papel, tachando cosas, volviendo a escribir, tachando cosas de nuevo, garabateando otra vez, comiéndose más el lápiz y refunfuñando con impaciencia.

- Intento acordarme de una dirección que me dieron una vez.

- Tu vida sería muchísimo más sencilla si te compraras una agenda - le sugirió ella.

Finalmente, le pasó el papel. - Cuídalo - le dijo.

Ella lo miró. Entre todos los trazos y tachaduras leyó las palabras «Sierra de Quentulus Quazgar. Sevorbeupstry. Planeta de Prellumtarn. Sol-Zarss. Sector Galáctico QQ7 Activa j Gamma».

- ¿Qué es esto?

- Al parecer - contestó Arthur -, el Mensaje Final de Dios a Su Creación.

- Eso está un poco mejor - opinó Fenchurch -. ¿Cómo vamos hasta allí?

- ¿De verdad...?

- Sí - repuso Fenchurch en tono firme -, de verdad quiero saberlo. Arthur miró por la ventanilla de plástico al cielo abierto.

- Discúlpenme - dijo de pronto la mujer que los había estado mirando de modo bastante extraño -, espero que no me consideren impertinente. Me aburro tanto en estos vuelos largos, que resulta agradable hablar con alguien. Me llamo Enid Kapelsen y soy de Boston. Díganme, ¿vuelan ustedes mucho?

35

Fueron a casa de Arthur, en la campiña occidental, metieron un par de toallas y unas cuantas cosas en una bolsa y se sentaron a hacer lo que todo autostopista galáctico termina haciendo la mayor parte del tiempo.

Esperaron a que pasara un platillo volante.

- Un amigo mío estuvo quince años así - dijo Arthur una noche mientras escrutaban desesperadamente el firmamento.

- ¿Quién era ése?

- Se llamaba Ford Prefect.

Se sorprendió haciendo algo que jamás pensaba volver a hacer. Se preguntaba dónde estaría Ford Prefect.

Por una extraordinaria coincidencia, al día siguiente aparecieron dos noticias en el periódico, una relativa al incidente más pasmoso concerniente a un platillo volante, y otra sobre una serie de indecorosos altercados en tabernas.

Ford Prefect apareció al día siguiente con aspecto de tener resaca y quejándose de que Arthur no contestaba al teléfono.

En realidad tenía aspecto de estar gravemente enfermo, no sólo como si le hubiesen arrastrado de espaldas a través de un seto, sino como si por el mismo seto hubiese pasado al mismo tiempo una máquina segadora. Entró tambaleándose en el cuarto de estar de Arthur, rechazando todos los ofrecimientos de ayuda, lo que fue un error porque el esfuerzo que le costaban los ademanes le hizo perder el equilibrio y, al final, Arthur tuvo que arrastrarlo hasta el sofá.

- Gracias, muchas gracias. ¿Tienes... - dijo Ford, quedándose dormido durante tres horas.

-...la menor idea - continuó de pronto cuando revivió - de lo difícil que resulta conectar con el sistema telefónico británico desde las Pléyades? Ya veo que no, de modo que te lo diré bebiendo ese gran tazón de café que estás a punto de prepararme.

Tambaleándose, siguió a Arthur a la cocina.

- Estúpidas telefonistas que no dejan de preguntarte desde dónde llamas, y tú les dices que desde Letchworth y te contestan que no puede ser, si vienes por ese circuito. ¿Qué estás haciendo?

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