Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (36 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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A Harry seguía molestándole la cicatriz, casi siempre cuando llevaba colgado el
Horrocrux
. A veces no conseguía evitar que se notara que le dolía.

—¿Qué te ocurre? ¿Qué has visto? —preguntaba Ron siempre que lo veía componer una mueca de dolor.

—Una cara —musitaba Harry—. La misma de siempre: la del ladrón que robó a Gregorovitch.

Y Ron se daba la vuelta sin disimular su desilusión. Harry sabía que su amigo deseaba tener noticias de su familia, o de los restantes miembros de la Orden del Fénix, pero al fin y al cabo él no era una antena de televisión, sino que sólo veía lo que Voldemort pensaba en determinado momento, y tampoco era capaz de sintonizar las imágenes a su antojo. Al parecer, el Señor Tenebroso pensaba sin cesar en aquel joven de cara risueña, cuyo nombre y paradero seguramente ignoraba, igual que le ocurría a Harry. Como seguía doliéndole la cicatriz y lo atormentaba el recuerdo del chico rubio, aprendió a disimular todo indicio de dolor o malestar, porque sus amigos no mostraban sino impaciencia cada vez que él mencionaba al joven ladrón, aunque no podía recriminárselo, pues también ellos estaban ansiosos por encontrar alguna pista de los
Horrocruxes
.

A medida que transcurrían los días, empezó a sospechar que Ron y Hermione hablaban de él a sus espaldas. En más de una ocasión dejaron de hablar bruscamente al entrar él en la tienda, y los sorprendió dos veces en un lugar un poco apartado, con las cabezas juntas y hablando deprisa, y al verlo acercarse se callaron de golpe y fingieron estar recogiendo leña o buscando agua.

Harry empezó a preguntarse si sus amigos sólo habían accedido a acompañarlo en aquel viaje, que iba adquiriendo apariencia de intrincado y sin sentido, porque creían que él tenía algún plan secreto que descubrirían a su debido tiempo. Por su parte, Ron no hacía ningún esfuerzo por disimular su malhumor, y Harry comenzaba a temer que Hermione también estuviera desengañada de sus escasas dotes de liderazgo. Se devanaba los sesos pensando dónde podía haber otros
Horrocruxes
, pero el único sitio que se le ocurría era Hogwarts, y como a sus amigos no les parecía probable, dejó de sugerirlo.

El otoño iba apoderándose del campo a medida que los chicos lo recorrían, de manera que ya montaban la tienda sobre mantillos de hojas secas. Además, las nieblas naturales se sumaban a las que provocaban los
dementores
, y el viento y la lluvia suponían una dificultad más. El hecho de que Hermione estuviera aprendiendo a identificar las setas comestibles no compensaba aquel continuo aislamiento, ni la falta de contacto con otras personas, ni la total ignorancia de cómo evolucionaba la lucha contra Voldemort.

—Mi madre sabe hacer aparecer comida de la nada —dijo Ron una noche, acampados en una ribera de Gales. Y, enfurruñado, empujó los trozos de pescado grisáceo y carbonizado que tenía en el plato.

Harry le miró el cuello y comprobó, tal como esperaba, que llevaba puesta la cadena de oro del
Horrocrux
. Entonces contuvo el impulso de replicarle, porque sabía que su actitud mejoraría un poco cuando le llegara el turno de quitarse el guardapelo. Pero Hermione lo contradijo:

—Tu madre no sabe hacer semejante cosa. Nadie es capaz de eso. La comida es la primera de las cinco Principales Excepciones de la Ley de Gamp sobre Transformaciones Elemen…

—A mí háblame claro, ¿vale? —le espetó Ron, quitándose una espina que se le había quedado entre los dientes.

—¡Es imposible que la comida aparezca de la nada! Si sabes dónde está, puedes hacer un encantamiento convocador, o transformarla, o si tienes un poco, multiplicarla…

—Pues esto será mejor que no lo multipliques, porque está asqueroso —murmuró Ron.

—¡Harry lo ha pescado y yo lo he cocinado lo mejor que he podido! ¡No sé por qué siempre acaba tocándome a mí preparar la comida! ¡Porque soy una chica, claro!

—¡No, es porque se supone que eres la mejor haciendo magia! —le soltó Ron.

Ella se puso en pie de un brinco, y unos pedacitos de lucio asado resbalaron de su plato de estaño y cayeron al suelo.

—Pues mañana puedes cocinar tú. Busca los ingredientes y hazles un encantamiento para convertirlos en algo que valga la pena comer. Yo me sentaré aquí, pondré cara de asco y me lamentaré, y ya veremos cómo…

—¡Alto! —ordenó Harry, y se puso rápidamente en pie levantando las manos para pedir silencio—. ¡Calla!

A Hermione le hervía la sangre.

—¿Cómo puedes darle la razón? Ron casi nunca cocina, nunca…

—¡Cállate, Hermione! ¡He oído algo!

Harry aguzó el oído sin bajar las manos. Entonces, pese al murmullo del oscuro río junto al que se encontraban, volvió a oír voces. Giró la cabeza y miró el chivatoscopio, pero seguía quieto.

—¿Has hecho el encantamiento
muffliato
? —le preguntó a Hermione en voz baja.

—Lo he hecho todo. El
muffliato
, los repelentes mágicos de
muggles
y los encantamientos desilusionadores; todos. Quienquiera que sea no debería poder oírnos ni vernos.

Entonces oyeron fuertes crujidos y roces; poco después, el sonido de piedras y ramitas sueltas pareció indicar que varias personas bajaban por la boscosa pendiente que descendía hasta la estrecha orilla donde ellos habían acampado. Los chicos sacaron sus varitas y se pusieron en guardia. Los sortilegios de que se habían rodeado deberían bastar para que, en aquella oscuridad casi total, no los vieran los
muggles
, ni las brujas ni los magos normales. Sin embargo, si eran
mortífagos
, sus defensas estaban a punto de pasar la prueba de la magia oscura por primera vez.

Cuando el grupo llegó a la orilla, las voces se oyeron más fuerte pero no más inteligibles. Harry calculó que estaban a unos seis metros de la tienda, pero el ruido del agua que caía en cascada no le permitía asegurarlo. Hermione agarró el bolsito de cuentas y se puso a rebuscar en él; al momento sacó tres orejas extensibles y le lanzó una a Harry y otra a Ron, que rápidamente se metieron un extremo de la cuerda de color carne en la oreja y sacaron el otro por la entrada de la tienda.

Pasados unos segundos, Harry escuchó una voz masculina que, con un deje de hastío, decía:

—Por aquí debería haber salmones, ¿o creéis que todavía no ha empezado la temporada?
¡Accio salmón!

Se produjeron unos chapoteos y luego un sonido de bofetada, como si alguien atrapara un pez al vuelo; alguien soltó un gruñido de apreciación. Harry se ajustó mejor la oreja extensible en el oído: por encima del murmullo del río había distinguido otras voces, pero no hablaban en su idioma ni en ningún lenguaje humano que él conociera. Era una lengua tosca y nada melodiosa, como una sarta de ruidos vibrantes y guturales, y daba la impresión de que había dos personas que la hablaban, una de ellas con voz más débil y cansina.

Un fuego prendió en el exterior, y los chicos vieron pasar unas sombras enormes entre la tienda y las llamas, al mismo tiempo que les llegaba el delicioso y tentador aroma a salmón asado. A continuación se oyó el tintineo de cubiertos sobre platos, y el desconocido que había hablado primero volvió a hacerlo:

—Tomad… Griphook… Gornuk…

—¡Duendes! —articuló Hermione mirando a Harry que asintió en silencio.

—Gracias —respondieron los duendes en el idioma del otro.

—Bueno, ¿y cuánto tiempo lleváis vosotros tres huyendo? —preguntó una voz nueva, dulce y melodiosa; a Harry le resultó vagamente familiar e imaginó a un hombre barrigudo y de rostro jovial.

—Seis semanas, quizá siete. Ya no me acuerdo —contestó el que parecía aburrido—. Me encontré con Griphook el primero o el segundo día, y poco después se nos unió Gornuk. Es agradable tener un poco de compañía. —Guardaron silencio y se percibió el ruido de los cuchillos y tenedores rozando los platos y de las tazas de estaño, levantadas y vueltas a posar en el suelo—. Y tú, Ted, ¿por qué te marchaste? —añadió.

—Sabía que iban por mí —contestó Ted con su melodiosa voz, y de pronto Harry cayó en la cuenta de quién era: el padre de Tonks—. La semana pasada me enteré de que había
mortífagos
en la zona y decidí poner pies en polvorosa. Me negué a registrarme como hijo de
muggles
por principio, así que sabía que sólo era cuestión de tiempo, y que tarde o temprano tendría que marcharme. A mi esposa no le pasará nada porque ella es sangre limpia. Y luego me encontré con Dean… ¿cuánto hace, hijo? Unos pocos días, ¿no?

—Sí, eso es —contestó otra voz, y Harry, Ron y Hermione se miraron con asombro, callados pero emocionados, convencidos de haber reconocido la voz de Dean Thomas, su compañero de Gryffindor.

—Eres hijo de
muggles
, ¿verdad? —preguntó el que había hablado primero.

—No estoy seguro —respondió Dean—. Mi padre abandonó a mi madre cuando yo era muy pequeño, y no puedo demostrar que fuera un mago.

Permanecieron un rato sin hablar, sólo se los oía masticar; entonces Ted volvió a tomar la palabra.

—He de admitir, Dirk, que me sorprende haberme tropezado contigo. Me alegra pero me sorprende. Circulaba el rumor de que te habían detenido.

—Es que me detuvieron —confirmó Dirk—. Iba camino de Azkaban, pero me escapé. Aturdí a Dawlish y le robé la escoba. Fue más fácil de lo que imagináis, y Dawlish salió muy mal parado. No me extrañaría que alguien le hubiera hecho un encantamiento
confundus
. Si es así, me gustaría estrecharle la mano a la bruja o al mago que se lo hizo, porque seguramente me salvó la vida.

Volvieron a guardar silencio mientras el fuego chisporroteaba y el río continuaba murmurando. Poco después Ted preguntó:

—¿Y de dónde salís vosotros dos? Creía que los duendes apoyaban a Quien-vosotros-sabéis.

—Pues estabas equivocado, porque nosotros no nos ponemos de parte de nadie —dijo el duende de voz más aguda—. Ésta es una guerra de magos.

—Entonces ¿por qué os escondéis?

—Me pareció lo más prudente —respondió el duende de voz grave—. Había rechazado lo que consideraba una petición impertinente, y comprendí que peligraba mi seguridad personal.

—¿Qué te pidieron que hicieras? —preguntó Ted.

—Cosas inapropiadas para la dignidad de mi raza —contestó el duende con tono más tosco y menos humano—. Yo no soy ningún elfo doméstico.

—¿Y tú, Griphook?

—Por motivos parecidos —dijo el duende de voz aguda—. Gringotts ya no la controlan únicamente los de mi raza, pero yo jamás reconoceré a ningún mago como amo.

Añadió algo por lo bajo en duendigonza, y Gornuk rió.

—¿Era un chiste? —preguntó Dean.

—Ha dicho que también hay cosas que los magos no reconocen —explicó Dirk.

Hubo una breve pausa.

—No lo capto —admitió Dean.

—Antes de marcharme me tomé una pequeña venganza personal —dijo Griphook en la lengua de los otros.

—Bien hecho —dijo Ted—. Supongo que no conseguirías encerrar a un
mortífago
en una de esas viejas cámaras de máxima seguridad, ¿no?

—Si lo hubiera hecho, la espada no lo habría ayudado a salir de allí —replicó Griphook. Gornuk rió otra vez, y hasta Dirk soltó una risita.

—Me parece que Dean y yo nos estamos perdiendo algo —dijo Ted.

—Severus Snape también, aunque él no lo sabe —dijo Griphook, y los dos duendes rieron a carcajadas, con malicia.

En la tienda, Harry apenas podía respirar de emoción; Hermione y él se miraron, aguzando el oído al máximo.

—¿No te has enterado, Ted? —preguntó Dirk—. ¿No sabes que unos chicos intentaron robar la espada de Gryffindor del despacho de Snape en Hogwarts?

Harry notó como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo poniéndole todos los nervios de punta, y se quedó clavado en su sitio.

—No, no sabía nada —dijo Ted—. En
El Profeta
no lo han comentado, ¿verdad?

—No, ya me imagino que no —repuso Dirk riendo con satisfacción—. A mí me lo contó Griphook, y éste se enteró por Bill Weasley, que trabaja para la banca mágica. Entre los chicos que intentaron llevarse la espada estaba la hermana pequeña de Bill.

Harry miró a sus amigos, que tenían aferradas las orejas extensibles como si de ello dependiera su vida.

—Ella y un par de compañeros suyos entraron en el despacho de Snape y rompieron la urna de cristal donde, presuntamente, estaba guardada la espada. Snape los atrapó en la escalera cuando ya se la llevaban.

—¡Benditos sean! —exclamó Ted—. Pero ¿qué creían, que podrían emplear la espada contra Quien-vosotros-sabéis, o contra el propio Snape?

—Bueno, fuera cual fuese su intención, Snape decidió que la espada no estaba segura en su despacho —explicó Dirk—. Y un par de días más tarde, imagino que tras obtener el permiso de Quien-vosotros-sabéis, la hizo llevar a Londres para que la guardaran en Gringotts.

Los duendes volvieron a reír.

—Sigo sin entender el chiste —dijo Ted.

—Es una falsificación —afirmó Griphook.

—¿Qué la espada de Gryffindor es…?

—Eso mismo. Es una copia, una copia excelente, sin duda, pero hecha por magos. La original la forjaron los duendes hace siglos, y tenía ciertas propiedades que sólo poseen las armas fabricadas por los de mi raza. No sé dónde puede estar la genuina espada de Gryffindor, pero desde luego no en una cámara de la banca Gringotts.

—¡Ah, ya entiendo! —dijo Ted—. Y deduzco que no os molestasteis en contarles eso a los
mortífagos
, ¿correcto?

—No vi ningún motivo para preocuparlos con esa información —dijo Griphook con petulancia, y Ted y Dean unieron sus risas a las de Gornuk y Dirk.

Dentro de la tienda, Harry cerró los ojos, ansioso porque alguien hiciera la pregunta cuya respuesta él necesitaba oír. Un minuto más tarde, que se le hizo eterno, Dean la formuló, y entonces Harry recordó, sobresaltado, que ese muchacho también había sido novio de Ginny.

—¿Qué les pasó a Ginny y los otros chicos que intentaron robarla?

—Bah, los castigaron, y con crueldad —dijo Griphook, indiferente.

—Pero están bien, ¿no? —se apresuró a preguntar Ted—. Porque los Weasley ya han sufrido suficiente con sus otros hijos.

—Que yo sepa, no sufrieron daños graves —comentó Griphook.

—Me alegro por ellos —repuso Ted—. Con el historial de Snape, supongo que deberíamos dar las gracias de que sigan con vida.

—Entonces, ¿tú te crees esa historia? —preguntó Dirk—. ¿Crees que Snape mató a Dumbledore?

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