Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (31 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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Durante una fracción de segundo, Harry olvidó dónde estaba, qué hacía allí y hasta que era invisible, y fue derecho a examinar aquel ojo que, inmóvil, miraba sin ver hacia arriba. La placa de la puerta rezaba:

Dolores Umbridge
Subsecretaría del ministro

Debajo de esa placa, otra un poco más reluciente ponía:

Jefa de la Comisión de Registro de Hijos de
Muggles

Harry volvió a echar una ojeada a los empleados, y se dijo que, pese a lo concentrados que estaban en su trabajo, no podía confiar en que no notaran nada si la puerta del despacho vacío que tenían delante se abría por sí sola. Así pues, extrajo de un bolsillo un extraño objeto (provisto de piernecitas que se agitaban y un cuerpo en forma de perilla de goma), se agachó —oculto todavía por la capa invisible— y colocó el detonador trampa en el suelo.

El artilugio echó a corretear de inmediato entre las piernas de las brujas y los magos, y Harry esperó con una mano sobre la manija de la puerta; al momento, se produjo una fuerte explosión y de un rincón comenzó a salir una gran cantidad de humo negro y acre. La joven bruja de la primera fila soltó un chillido, volaron páginas rosa por todas partes y todos se pusieron en pie de un brinco, mirando alrededor para averiguar qué había provocado semejante conmoción. Harry accionó la manija, entró en el despacho de Umbridge y cerró la puerta tras él.

Tuvo la sensación de haber retrocedido en el tiempo, porque la habitación era idéntica al despacho que la bruja tenía en Hogwarts: había tapetes de encaje, pañitos de adorno y flores secas en todos los muebles; unos gatitos, engalanados con lazos de diferentes colores, retozaban y jugueteaban con repugnante empalagamiento en los platos decorativos que colgaban en las paredes, y una tela floreada y con volantes cubría el escritorio. El ojo de
Ojoloco
estaba conectado a un aparato telescópico que permitía a Umbridge espiar a los empleados que trabajaban fuera. Harry miró por él y vio que estaban todos de pie alrededor del detonador trampa; entonces, arrancó el telescopio de la puerta dejando un agujero, retiró el globo ocular mágico y se lo metió en el bolsillo. Después volvió a contemplar el interior de la habitación, levantó su varita y murmuró:
«¡Accio guardapelo!»

No ocurrió nada, pero Harry tampoco había abrigado demasiadas esperanzas; sin duda, Umbridge sabía mucho de encantamientos y hechizos protectores. A continuación se dedicó a revisar a toda prisa el escritorio y abrió los cajones. Encontró plumas, libretas y celo mágico; algunos clips embrujados que trataron de huir serpenteando del cajón y tuvo que devolverlos a su sitio; una cajita forrada de encaje, muy recargada, llena de lazos y pasadores para el cabello… pero ni rastro del guardapelo.

Detrás del escritorio había un archivador, y el chico se puso a registrarlo. Estaba lleno de carpetas, todas marcadas con una etiqueta en la que figuraba un nombre, igual que los archivadores que tenía Filch en Hogwarts. Cuando llegó al cajón inferior, descubrió algo que lo distrajo de su búsqueda: una carpeta con el nombre del señor Weasley. La abrió y leyó:

ARTHUR WEASLEY

Estatus de Sangre:
Sangre limpia, pero con inaceptables tendencias pro-muggles.
Miembro de la Orden del Fénix.
Familia:
Esposa (sangre limpia), siete hijos (los dos menores, alumnos de Hogwarts).
N.B.: El menor de sus hijos varones está actualmente en su casa, gravemente enfermo. Los inspectores del ministerio lo han comprobado.
Estatus de Seguridad:
VIGILADO. Se controlan todos sus movimientos.
Hay muchas probabilidades de que el Indeseable n.° 1 establezca contacto con él (ha pasado temporadas con la familia Weasley en otras ocasiones).

—El Indeseable número uno… —murmuró Harry mientras dejaba la carpeta en su sitio y cerraba el cajón. Creía saber de quién se trataba, y, en efecto, cuando se enderezó y echó un vistazo al despacho por si se le ocurría otro sitio en que pudiera estar guardado el guardapelo, vio una gran fotografía suya en la pared, con una inscripción estampada en el pecho: «INDESEABLE N.° 1.» Adherida al póster, había una pequeña nota rosa, en una de cuyas esquinas habían dibujado un gatito. Harry se acercó para leerla y vio que Umbridge había escrito en ella: «Pendiente de castigo.»

Más furioso que nunca, metió la mano en los jarrones y cestitos de flores secas, pero no le sorprendió comprobar que el guardapelo tampoco estaba allí. Paseó la mirada por el despacho por última vez y, de repente, le dio un vuelco el corazón: Dumbledore lo miraba fijamente desde un pequeño espejo rectangular apoyado en una estantería, al lado del escritorio.

Cruzó la habitación a la carrera y agarró el espejito, pero nada más tocarlo comprendió que no era tal, sino que Dumbledore sonreía con aire nostálgico desde la tapa de papel satinado de un libro. Al principio, Harry no reparó en las afiligranadas palabras impresas en verde sobre el sombrero del profesor:
Vida y mentiras de Albus Dumbledore
, ni en las restantes palabras, algo más pequeñas, que se leían sobre su pecho: «Rita Skeeter, autora del superventas
Armando Dippet: ¿genio o tarado?
»

Abrió el libro al azar y fue a dar con una fotografía a toda plana de dos adolescentes que reían con desenfreno, abrazados por los hombros. Dumbledore, que llevaba el pelo largo hasta los codos, se había dejado una barbita rala que recordaba la perilla de Krum, que tanto irritaba a Ron. El chico que reía a silenciosas carcajadas a su lado tenía un aire alegre y desenfadado, y sus rubios rizos le llegaban por los hombros. Harry se preguntó si sería Doge de joven, pero antes de que pudiera leer el pie de foto, se abrió la puerta del despacho.

Si Thicknesse no hubiera estado mirando hacia atrás al entrar, a Harry no le habría dado tiempo de ponerse la capa invisible. Temió que el ministro hubiera detectado algún movimiento, ya que se quedó inmóvil unos instantes, observando el sitio donde Harry acababa de esfumarse. Thicknesse debió de concluir que lo único que había visto era a Dumbledore rascándose la nariz en la portada del libro que el chico había dejado precipitadamente en el estante, y al fin se aproximó al escritorio y apuntó con su varita a la pluma colocada en el tintero. La pluma saltó y se puso a escribir una nota para Umbridge. Muy despacio, sin atreverse casi a respirar, Harry salió del despacho y regresó a la zona donde estaban los empleados.

Los magos y las brujas de aquella sección seguían formando un corro alrededor de los restos del detonador trampa, que todavía pitaba débilmente y desprendía humo. Harry echó a correr por el pasillo mientras la bruja joven decía:

—Seguro que se ha escapado de Encantamientos Experimentales. ¡Son tan descuidados! ¿Os acordáis de aquel pato venenoso?

Mientras corría hacia los ascensores, Harry repasó sus opciones. Nunca había habido muchas probabilidades de que el guardapelo estuviera en el ministerio, y no podían sonsacarle su paradero mediante magia a Umbridge mientras ésta estuviera en la abarrotada sala del tribunal, de modo que su objetivo prioritario era salir del ministerio antes de que los descubrieran, e intentarlo de nuevo otro día. Por consiguiente, lo primero que debía hacer era encontrar a Ron, y luego ya pensarían la manera de sacar a Hermione de aquella sala.

El ascensor estaba vacío cuando Harry llegó, de modo que se quitó la capa invisible mientras bajaba. Sintió un gran alivio cuando la cabina se detuvo con un traqueteo en la segunda planta y subió Ron, empapado y con el rostro desencajado.

—Bu… buenos días —le dijo a Harry tartamudeando cuando se pusieron de nuevo en marcha.

—¡Ron, soy yo! ¡Harry!

—¡Harry! Vaya, ya no me acordaba de tu aspecto. ¿Dónde está Hermione?

—Ha tenido que bajar a la sala del tribunal con Umbridge. No ha podido negarse, y…

Pero, antes de que terminara la frase, el ascensor volvió a pararse y, tras abrirse las puertas, subió el señor Weasley acompañado por una anciana bruja rubia, de cabello tan cardado que parecía un hormiguero.

—… Entiendo tu punto de vista, Wakanda, pero me temo que no puedo prestarme a… —El señor Weasley se interrumpió al ver a Harry, a quien le resultó muy extraño que el padre de su mejor amigo lo mirara con tanto desprecio. El ascensor reanudó el descenso—. ¡Ah, hola, Reg! —saludó Weasley volviéndose al oír el goteo de la túnica de Ron—. ¿No era hoy cuando interrogaban a tu esposa? Oye, ¿qué te ha pasado? ¿Por qué vas tan mojado?

—Verás, en el despacho de Yaxley llueve —contestó Ron mirando fijamente el hombro de su padre; Harry estaba seguro de que su amigo temía que lo reconociera si se miraban a los ojos—. No he podido arreglarlo, así que me han enviado a buscar a Bernie… Pillsworth, creo que se llama.

—Sí, es cierto, últimamente llueve en muchos despachos —repuso el señor Weasley—. ¿Lo has intentado con un
meteoloembrujo recanto
? A Bletchley le funcionó.


¿Meteoloembrujo recanto?
—susurró Ron—. No, eso no lo he probado. Gracias, pa… gracias, Arthur.

Cuando las puertas se abrieron de nuevo para que la anciana bruja con el cabello en forma de hormiguero bajara, Ron salió corriendo y se perdió de vista. Harry hizo ademán de seguirlo, pero Percy Weasley le cerró el paso al entrar a grandes zancadas, con la nariz pegada a unos documentos que iba leyendo.

Hasta que las puertas se cerraron con estrépito, Percy no se percató de que se encontraba en un ascensor con su padre. Cuando lo hizo, se sonrojó y se escabulló de allí en la siguiente planta en que se detuvieron. Harry intentó salir por segunda vez, pero entonces se lo impidió el señor Weasley que le interceptó el paso extendiendo un brazo.

—Un momento, Runcorn. —Mientras volvían a descender, el padre de Ron le espetó—: Me han dicho que has pasado información sobre Dirk Cresswell.

Harry tuvo la impresión de que su enojo tenía algo que ver con su reciente encontronazo con Percy, y decidió que lo más prudente sería hacerse el sueco.

—¿Cómo dices?

—No finjas, Runcorn —soltó Arthur Weasley con aspereza—. Has desenmascarado al mago que falsificó su árbol genealógico, ¿no?

—Yo… ¿Y qué si lo hice?

—Pues que Dirk Cresswell es diez veces más mago que tú —replicó Weasley sin alzar la voz mientras el ascensor seguía bajando—. Y si sobrevive a Azkaban, tendrás que rendir cuentas ante él, por no mencionar a su esposa, sus hijos y sus amigos…

—Arthur —lo interrumpió Harry—, ¿ya sabes que te están vigilando?

—¿Es una amenaza, Runcorn?

—¡No, es un hecho! Controlan todos tus movimientos.

Una vez más se abrieron las puertas: habían llegado al Atrio. Weasley le lanzó una mirada feroz a Harry y se marchó, pero el chico se quedó allí inmóvil, conmocionado; le habría gustado estar suplantando a otro que no fuera Runcorn. Las puertas se cerraron con estrépito.

Harry cogió la capa invisible y volvió a ponérsela; intentaría sacar a Hermione de la sala del tribunal mientras Ron se ocupaba de la lluvia del despacho de Yaxley. Cuando el ascensor se paró de nuevo, salió a un pasillo de suelo de piedra iluminado con antorchas, muy diferente de los corredores de los pisos superiores, revestidos con paneles de madera y alfombrados. Cuando el ascensor se marchó traqueteando, Harry se estremeció un poco y miró hacia la lejana puerta negra por la que se accedía al Departamento de Misterios.

Así que se puso en marcha, aunque su destino no era esa puerta, sino la que, si no recordaba mal, estaba a la izquierda y conducía a la escalera por la que se llegaba a las salas del tribunal. Mientras bajaba los peldaños con sigilo, fue evaluando sus diversas posibilidades: todavía tenía un par de detonadores trampa, pero quizá sería mejor llamar sencillamente a la puerta de la sala, entrar haciéndose pasar por Runcorn y preguntar si podía hablar un momento con Mafalda. Por supuesto, ignoraba si Runcorn era lo bastante importante para permitirse esas confianzas con Umbridge, y, aunque consiguiera salir airoso de esa situación, el hecho de que Hermione no regresara al interrogatorio podía disparar las alarmas antes de que ellos hubieran conseguido abandonar el ministerio.

Absorto en esos pensamientos, tardó un poco en percatarse del intenso frío que empezaba a envolverlo, como si estuviera adentrándose en la niebla. A cada paso que daba hacía más frío, un frío que se le metía por la garganta y le lastimaba los pulmones. Y entonces sintió que una gradual sensación de desilusión y desesperanza se propagaba por su interior…

«Dementores»
, pensó.

Cuando llegó al pie de la escalera y torció a la derecha, apareció ante él una escena espeluznante: el oscuro pasillo de las salas del tribunal estaba atestado de seres de elevada estatura, vestidos de negro y encapuchados, con los rostros ocultos por completo; su irregular respiración era lo único que se oía. Por su parte, los aterrados hijos de
muggles
a los que iban a interrogar estaban sentados, apiñados y temblando, en unos bancos de madera; la mayoría de ellos —unos solos y otros acompañados por la familia— se tapaba la cara con las manos, quizá en un instintivo intento de protegerse de las ávidas bocas de los
dementores
. Mientras éstos se deslizaban una y otra vez ante ellos, el frío, la desilusión y la desesperanza reinantes se cernieron sobre Harry como una maldición.

«Combátela», se dijo, aunque sabía que no podía hacer aparecer un
patronus
allí mismo sin delatarse al momento. Siguió adelante, pues, tan silenciosamente como pudo. A cada paso que daba, un extraño embotamiento se iba apoderando de su mente, pero se esforzó en pensar que Hermione y Ron lo necesitaban.

Caminar entre aquellos seres era aterrador: las caras sin ojos, ocultas bajo las capuchas, se giraban al pasar junto a ellos, y el chico tuvo la certeza de que los
dementores
lo detectaban, o tal vez percibían una presencia humana que todavía conservaba algo de esperanza, algo de entereza.

De repente, en medio de aquel silencio sepulcral, se abrió de par en par la puerta de una de las mazmorras que había a la izquierda del pasillo y que se utilizaban como salas de tribunal, y se oyeron unos gritos:

—¡No, no! ¡Yo soy un sangre mestiza, soy un sangre mestiza, de verdad! ¡Mi padre era mago, se lo aseguro, compruébenlo! ¡Se llamaba Arkie Alderton, célebre diseñador de escobas; verifíquenlo, les aseguro que no miento! ¡Dígales que me quiten las manos de encima! ¡Que me quiten las manos…!

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