Harry Potter y el prisionero de Azkaban (33 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
9.82Mb size Format: txt, pdf, ePub


¡AAAH!
—gritó, señalando la cabeza de Harry

Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás.

Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde.

—Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien... lo mejor será que regreses rápidamente al castillo...

—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr.

¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido.

Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo que pudo por el pasadizo... Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor? Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se aproximaban.

Era Snape. Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la toga negra, y se detuvo ante él.

—¿Y..? —preguntó.

Había en el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular, demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos.

—Ven conmigo, Potter —dijo Snape.

Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación.

—Siéntate —dijo Snape.

Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie.

—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape.

Harry no abrió la boca.

—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer, Weasley estaba solo.

Harry siguió sin decir nada.

—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo ocurrir?

Harry trató de parecer sorprendido:

—No lo sé, profesor.

Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un
hipogrifo
: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.

—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué pudo ser, Potter?

—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.

—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.

Hubo un silencio prolongado.

—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como...

—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad.

—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina...

—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.

—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó.

—¿Hay alguien que pueda testificarlo?

Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa.

—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias.

Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.

—¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al
quidditch
y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso.

—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo tampoco.

—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, en sus trece, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de
quidditch
. Era tan engreído...


¡CÁLLESE!

Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante:

—¿Qué has dicho, Potter?

—¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni siquiera estaría aquí!

La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria.

—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida? —susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter?

Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir que no lo sabía. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad.

—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts.

Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos.

—¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente.

Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos.

—¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la vuelta, Potter!

Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de Zonko y el mapa del merodeador.

Snape cogió la bolsa de Zonko.

—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última vez...

—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor...! ¿Y esto qué es?

Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un enorme esfuerzo por mantenerse impasible.

—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros.

Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry.

—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. ¿Puedo tirarlo?

Acercó la mano al fuego.

—¡No! —exclamó Harry rápidamente.

—¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso regalo del señor Weasley? ¿O es... otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta invisible? ¿O tal vez... instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los
dementores
?

Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban.

—Veamos, veamos... —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita.

No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran.

—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía.

Siguió en blanco. Harry respiró aliviado.

—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita.

Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.»

Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas: «El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.»

Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había más: «El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota semejante haya llegado a profesor.»

Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el pelo, el muy guarro.»

Harry aguardó el golpe.

—Bueno... —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos.

Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo brillante y lo arrojó a las llamas.

—¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo!

Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma apareció en él, revolviéndose muy rápido.

Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las cenizas de la toga raída.

—¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente.

—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a su mesa con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos y llevaba esto.

Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una expresión extraña y hermética.

—¿Qué te parece? —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry tenía la impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece? —repitió Snape—. Este pergamino está claramente encantado con Artes Oscuras. Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo conseguir Potter?

Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que no lo interrumpiera.

—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad lo crees, Severus? A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha comprado en una tienda de artículos de broma.

—¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguiera directamente de los fabricantes?

Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin tampoco.

—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? —preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores?

—No —respondió rápidamente Harry.

—¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de Zonko.

En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar.

—Yo... le di... a Harry... ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en Zonko hace mucho tiempo...

—Bien —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y se lo metió en la toga—. Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus.

Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a Lupin.

—Señor profesor, yo...

—No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los asombrados Harry y Ron—. No quiero saber cómo ha caído en vuestras manos. Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí información relativa al castillo. No te lo puedo devolver, Harry.

Harry ya lo suponía, y quería explicarse.

—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes?

—Porque... porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del colegio. Habrían pensado que era muy divertido.

—¿Los conoce? —dijo Harry impresionado.

—Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente. Miraba a Harry más serio que nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir, Harry. No puedo conseguir que te tomes en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando se te aproximan los
dementores
te habían hecho algún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry. Y tú les correspondes muy mal... cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma.

Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape. Despacio, subieron la escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la bruja tuerta, Harry se acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se atrevió a ir por ella.

—Es culpa mía —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. Lupin tiene razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo.

Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad estaban haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle la cara, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de lo ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora McGonagall?

Other books

Burn by Sarah Fine
Love Stories in This Town by Amanda Eyre Ward
Furnace by Wayne Price
Secret of the Shadows by Cathy MacPhail
Hunters in the Night by Ramsey Isler