—Claro que miente —añadió Teodorico—. Si dijera la verdad, ahora estaría muerto como habría sido lo digno. Después de perder la ciudad, habría debido quitarse la vida con su propia espada como un buen romano, en vez de obligarme a usar la mía.
Dicho lo cual, desenvainó la espada y, sin ninguna ceremonia, rajó el abdomen del emlegatus, que no profirió grito alguno; el corte debió ser tan rápido y certero que no le hizo sentir dolor inmediato, pues simplemente dio una boqueada, agarrándose la herida para que no le salieran los intestinos.
—No le has cortado la cabeza —dijo Daila indiferente.
—Un traidor no merece igual muerte que un enemigo honorable —replicó Teodorico—. Esa herida le procurará horas de insufrible agonía. Pon un centinela que aguarde a que expire y que luego me traiga la cabeza. ¡Que así sea!
— emJa, Teodorico —contestó el emoptio con un aguerrido saludo.
—Thorn, estarás muerto de hambre y sed. Ven, que vamos a celebrar una fiesta en la plaza mayor. Por el camino, le dije:
—Me has dicho que se ha exterminado a nueve mil enemigos, ¿y los nuestros?
—Hemos salido bien librados —contestó gozoso—, y estaba seguro de que así sería. Puede que haya dos mil muertos y unos mil heridos. Pero la mayoría sanarán, aunque no puedan volver a combatir. Pensé que, efectivamente, los ostrogodos habían salido bien librados a pesar de la desventaja, pero no pude por menos de comentar:
—Lo dices como si tal cosa, y… son miles de muertos y tullidos.
—Si te refieres a que debía llorarlos —replicó, mirándome de soslayo—, emne, no pienso hacerlo. No lloraría ni aunque todos mis oficiales hubiesen caído, aunque hubieseis muerto tú y mis otros amigos, y no espero que nadie hubiese llorado por mí si yo hubiese perecido. El combate es la vocación, el deber y el placer del guerrero. Y la muerte, si es necesario. Hoy me alegro… igual que los muertos harán en el cielo, el Walis-Halla o lo que sea, ya que en este caso han luchado y muerto para lograr la victoria. Estoy seguro.
— emJa, eso no puede negarse. Pero, como te habrá informado el emoptio Dalia, uno de los muertos lo fue por mano de un compañero ostrogodo… el propio Daila.
—El emoptio hizo lo que debía. Igual que yo al dar ahora la muerte a Camundus. La desobediencia a un oficial es un crimen, igual que la incontestable traición del emlegatus, y el criminal debe ser castigado en el acto.
—Pero yo creo que en un juicio justo, al que mató Daila se le habría reconocido que obraba más por impulso que por desobediencia. Una actuación precipitada, en el calor del combate…
—¿Un juicio justo? —replicó Teodorico, mirándome tan sorprendido como si le hubiese propuesto perdonar sin condiciones a cualquier malhechor—. emVái, Thorn, hablas de la ley romana. Nosotros nos regimos por las antiguas leyes godas, que son mucho más sensatas. Cuando a un delincuente se le sorprende en pleno delito o es a todas luces culpable, el juicio es superfluo. Sólo si el delito se ha cometido a escondidas, o existe por cualquier motivo duda de que sea culpable, se le hace juicio. Pero son contadas las ocasiones —hizo una pausa para esgrimir una gran sonrisa—. Esto es debido a que los godos somos tan abiertos y sinceros en nuestros pecados como en nuestras buenas acciones. Mira, ahí están la plaza y el banquete. Cedamos abiertamente al pecado de la gula.
Decuriones, emsigniferi y optiones habían movilizado a todos los habitantes de la ciudad, salvo los niños de corta edad, para el trabajo, y ninguno de ellos parecía muy satisfecho. Para las clases altas y los pudientes de Singidunum, la liberación de la ciudad no significaba más que un simple cambio de amos; a hombres y niños se les había encomendado el desagradable trabajo de recoger los cadáveres, despojarlos de la armadura y todos los pertrechos servibles antes de deshacerse de ellos, pero dada la cantidad de muertos, sería una faena que les ocuparía varios días. Como supe después, se les obligó únicamente a arrojar los cuerpos desde lo alto del tramo de la muralla que daba hacia tierra por el acantilado, en donde otros ciudadanos echaban sobre el montón aceite y brea para hacer una monstruosa pira. A las mujeres y niños se les había encomendado abrir los depósitos ocultos de provisiones y preparar comida para las hambrientas tropas ostrogodas y para los famélicos habitantes de los arrabales. Así, en la plaza mayor, había varios fuegos de los que surgían humo y efluvios hacia las casas que la rodeaban; las mujeres andaban atareadas con montones de bandejas y fuentes, hogazas de pan, quesos, picheles, copas y jarros. La plaza y las calles que conducían a ella eran un hormiguero de guerreros y gentes de los arrabales —entre ellos vi a Aurora y sus padres— que se llegaban a coger un trozo de comida o a aferrar un elegante plato o cuenco para devorar su contenido sin ayudarse de utensilio alguno. La multitud abrió paso respetuosamente a Teodorico y yo le seguí. Pero una vez que tuvimos carne, pan y vino, hallamos un lugar vacío en el empedrado y allá nos sentamos los dos para devorar la comida con igual ansia que cualquier soldado raso o rapazuelo de los que participaban en la fiesta. Una vez calmados en parte el hambre y la sed, le pregunté a Teodorico:
—¿Y ahora, qué sucederá?
—Nada, espero. Al menos aquí. Nada durante un tiempo. A los habitantes de Singidunum tanto les da que estemos nosotros o los sármatas. Sin embargo, en términos generales, no les hemos causado grave daño; los sármatas no han podido hacerse con un botín y yo he prohibido a mis tropas el saqueo y la violación. Que se busquen su propia Aurora, si pueden. Quiero que la ciudad quede intacta, pues de otro modo no me serviría de rehén en mis negociaciones con el imperio.
—Entonces, tendrás que ocuparla y defenderla cierto tiempo.
em—Ja, y sólo con unos tres mil hombres sanos y enteros. Al norte del río Danuvius, en la antigua Dacia, hay más sármatas de Babai… y de sus aliados los estirios. Pero como el rey Babai decidió por cuenta propia apoderarse de Singidunum y quedarse en ella, el resto de sus tropas están sin jefes. Hasta que se enteren por algún espía de que ha caído la ciudad y Babai ha perecido, es muy probable que no organicen un contraataque importante.
—Pero estarán a la espera de noticias —dije yo—. No era ningún secreto que la ciudad estaba sitiada.
—Cierto. Ya he dispuesto centinelas para impedir que ningún traidor ni desafecto pueda cruzar el Danuvius para llevar informes. Dejaré la mitad de las fuerzas de guarnición en la ciudad para curar a los heridos y reconstruir las puertas, y la otra mitad de los hombres los pondré a patrullar por los alrededores como antes, para que intercepten a los sármatas que ronden por ahí y no puedan escapar a llevar la noticia de la caída de Singidunum. Además, he mandado mensajeros al galope al sudeste para que den con el convoy de pertrechos y activen su avance y pidan más refuerzos.
—¿Cuál es el puesto en que mejor puedo servir? —inquirí—. ¿Centinela? ¿Guarnición?
¿Mensajero? ¿En las patrullas?
—¿Ya tienes más ganas de combate, emniu? —replicó él con aire de guasa—. ¿Y sigues considerándote soldado raso, emniu?
—¡Un simple guerrero! —dije yo—. Para serlo he atravesado media Europa, y es para lo que me he preparado y entrenado. Es lo que en Vindobona me instaste a ser: un guerrero ostrogodo. ¿Qué eres tú, sino un guerrero?
—Bueno, soy también el comandante de los guerreros. Y el rey de muchísima gente; y debo decidir cómo emplear a los guerreros para el mejor interés de esa gente.
—Es lo que te he pedido; que me asignes un puesto.
— em¡Iesus, Thorn! Ya te dije hace tiempo que no seas tan modesto. Y si es que simplemente te haces el modesto, te trataré como merece un emtetzte simulador. Te pondré de pinche con algún cocinero en una tienda alejada de toda posibilidad de combate.
— emGudisks Himins, lo que sea menos eso —repliqué yo, a pesar de que sabía que bromeaba—. Ése fue el primer empleo que tuve, y creo que ahora ha mejorado mi situación.
— emVái, cualquier patán que venga del campo es capaz de aprender a manejar la espada o la lanza. Y
cualquier rústico con inteligencia y habilidad puede llegar a ascender a emdecurio, signifer, optio… o lo que sea.
—Estupendo —dije—. No soy humilde ni modesto y no me importará ascender.
em—¡Balgs-daddja! —añadió él, impaciente—. Tú posees algo más que inteligencia y habilidad. Tienes imaginación e iniciativa. Me reí cuando vi las cuerdas que le habías puesto a tu caballo, y resulta que es un invento útil; me reí cuando vi tus trompetas de Jericó llenas de avena, y resultaron más que útiles. Te permití participar en la toma de la ciudad como simple soldado, nada más que porque experimentaras lo que es el combate cuerpo a cuerpo, como querías. ¿Y ahora crees que voy a seguir arriesgando la vida de una persona que tanto vale, como si fuese un simple recluta?
—No tengo más inventos que ofrecer —repliqué yo, extendiendo los brazos—. Ordéname lo que quieras.
—Un historiador de la antigüedad cuenta que el general macedonio Parmenio —dijo él como si hablase a solas— ganó muchas batallas sin Alejandro Magno, pero éste ninguna sin Parmenio. Actualmente sólo tengo un mariscal —añadió, ya hablando conmigo—, el saio Soas, que tuvo el mismo cargo en vida de mi padre. Voy a nombrarte mariscal.
—Teodorico, ni siquiera sé qué es lo que tiene que hacer un mariscal.
—En otros tiempos era el emmarah-skalks del rey, nombre que denotaba su cargo: el de encargado de los caballos reales. Actualmente, su cometido es distinto y mucho más importante. Es el enviado del rey, el que lleva sus órdenes y mensajes a ejércitos distantes o a oficiales superiores, a las cortes o a monarcas de otras naciones. No es un simple emisario, pues habla en nombre del rey y ostenta su propia autoridad. Se trata de un cargo de gran responsabilidad, porque el mariscal es, por así decirlo, el largo brazo del propio rey.
Me le quedé mirando, sin acabar de creerme lo que oía. Era abrumador y me atemorizaba; había comenzado aquella jornada siendo un simple soldado, y, aun suponiendo que aquel día hubiese sido mi otro yo, Veleda, mi intervención en combate no habría resultado extraña, puesto que las amazonas y otras virágines luchaban como hombres y hasta alcanzaban altos cargos militares. Pero ahora, cuando el día tocaba a su fin, se me ofrecía no ya un ascenso, sino una auténtica apoteosis, elevándome a la categoría de cortesano real. Y eso era porque Teodorico suponía que era tan varón como él; pues yo estaba casi seguro de que ningún emmannamavi había sido mariscal de un rey, y una mujer, menos aún. Teodorico debió pensar que dudaba por falta de estímulo, y añadió:
—El cargo de mariscal conlleva el título noble de emherizogo.
Aquello me abrumó aún más; el emherizogo godo era el equivalente del emdux romano, y en la Roma de entonces, el emdux era el quinto cargo en importancia por detrás del emperador, el emrex, el emprinceps y el emcomes. Sabía que ninguna mujer había alcanzado semejante condición, pues aunque se casara con un emdux, no tenía derecho al título. Claro que no me ofrecía un emductus del imperio romano, pero no era grano de anís convertirse en emherizogo de los godos y en mariscal del rey ostrogodo Teodorico. Medité brevemente si antes de que Teodorico me otorgase el honor debía confesarle con toda sinceridad mi naturaleza. Pero decidí que no. Hasta entonces había actuado loablemente como cazador, emclarissimus, arquero y espadachín; trataría de hacerlo también como mariscal y emherizogo. A menos que no valiera para ello y perdiese el cargo, o que alguien descubriese que era un emmannamavi, quizá me mantuviera en el cargo para el resto de mi vida, para acabar enterrado en una tumba con imponente epitafio; sería una buena ironía de la historia que uno de los mariscales de aquella época, un emherizogo, uno de los emduces más ilustres, pasara desapercibido ante los historiadores en su falsa identidad de varón. Viendo que no decía nada, Teodorico insistió:
—Te tratarán respetuosamente con el título de emsaio Thorn.
— emAj, no hace falta que me convenzas —dije—. Me siento halagado, honrado y abrumado, pero estaba pensando una cosa. Tengo que asumir que un mariscal no combate.
—Eso depende de las misiones que te asigne el rey. Habrá ocasiones en que tengas que combatir para ir al lugar encomendado. De todos modos, por si no lo sabes, hay cosas tan emocionantes como el combate. Hay maquinaciones, tramas, estratagemas, intrigas diplomáticas, conspiraciones, connivencias… y el poder. Un mariscal real vive todo eso, participa en ello y disfruta haciéndolo.
—Espero que no falte el combate. Ni la aventura.
—¿Aceptas pues el cargo? ¡Estupendo! em¡Hails, saio Thorn! Ahora, búscate un empedrado blando y duerme bien. Preséntate en mi empraitoriaún mañana por la mañana y te diré tu primera misión de mariscal. Te prometo que será una aventura que te gustará.
—¡Imposible! —exclamé, conteniendo un grito, cuando Teodorico, a la mañana siguiente, me dijo lo que rae encomendaba—. ¿Hablar con un emperador? ¡Me quedaría mudo como un pez!
—Lo dudo —replicó él—. De acuerdo en que yo sólo soy un rey, pero en mi presencia bien que hablas. E incluso me contestas con frescura. ¿Se atreve a eso algún subdito?
—Es muy distinto. Como has dicho, no eras rey cuando nos conocimos y tenemos casi la misma edad. Por favor, Teodorico, ten en cuenta que no soy más que un mocoso que se ha criado en un monasterio, un patán sin modales. No he estado nunca en una capital ni en la corte de un imperio…
— emBalgs-daddja —replicó él, sin que eso animara mi espíritu, pues desde que estaba en la abadía siempre había oído motejar las cosas que decía de «absurdas».
Él se inclinó sobre la mesa y añadió:
—Este León de ahora es un mocoso también. Thorn, tú mismo me dijiste que fuiste emexceptor del abad y llevabas la correspondencia que mantenía con personajes de relieve. Así que conoces vocabulario, maneras y ardides para tratar a gente importante. En Vindobona desempeñaste perfectamente un falso papel entre las clases altas; lo que vas a encontrar en la corte imperial no es muy distinto del ambiente social en que se mueven los dignatarios de provincia. Y en esta ocasión no tendrás que fingir prestigio, sino que lo tendrás de verdad. Irás con irreprochables credenciales de mariscal del rey de los ostrogodos.
Sé que hablas griego bastante bien y podrás conversar con el emperador León segundo y sus asesores de gobierno. Por eso envío a emsaio Soas ante el emperador Julius Nepos en Ravena, porque Soas sólo habla gótico y latín. Y por el mismo motivo envío a emsaio Thorn ante el emperador del imperio oriental. ¡Que así