Hacia la Fundación (36 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hacia la Fundación
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–Muy bien, volvamos a la realidad. Esos problemas y fricciones dentro del Proyecto… ¿Hay algo en ellos que pueda suponer una amenaza para Hari? Me refiero a la posibilidad de un daño físico…

–¿Un daño físico que amenace a Hari? Por supuesto que no. ¿Cómo puedes sugerir algo semejante?

–¿No podría haber alguien resentido con Hari por considerarle demasiado arrogante y poco considerado, alguien que creyera que sólo piensa en sí mismo y que está demasiado ansioso de atribuirse todo el mérito? O, aun prescindiendo de todo eso, ¿no puede haber alguien que esté resentido con él sencillamente porque lleva tanto tiempo dirigiendo el Proyecto?

–Nunca he oído que nadie dijera algo semejante de Hari.

Dors no parecía totalmente satisfecha.

–Naturalmente, dudo mucho que alguien dijera ese tipo de cosas donde tú pudieras oírlas, Yugo; pero gracias por haber sido tan amable y permitir que te robara tanto tiempo.

Amaryl la siguió con la mirada hasta verla marchar. Se sentía vagamente inquieto, pero no tardó en volver a concentrarse en su trabajo y dejó de pensar en nada que no tuviera relación con él.

20

Una de las pocas formas de olvidar su trabajo durante un tiempo de las que disponía Hari Seldon, era visitar el apartamento de Raych, situado fuera del recinto universitario pero muy cerca de él. Hacerle una visita siempre daba como resultado invariable un inmenso sentimiento de amor hacia su hijo adoptivo. Había muchos motivos que lo justificaban. Raych había sido bueno, capaz y leal, y además tenía aquella extraña cualidad de inspirar confianza y afecto.

Hari se percató de ese don cuando Raych vivía en la calle y sólo tenía doce años. Raych se adueñó enseguida tanto de su corazón como del de Dors, y Seldon recordaba el efecto que su presencia había producido en Rashelle, la antigua alcaldesa de Wye. Hari recordaba que Joranum había confiado en Raych, lo cual le llevó a su destrucción.

Raych incluso había conseguido conquistar el corazón de la hermosa Manella. No entendía del todo aquel don peculiar del que Raych estaba impregnado, pero cualquier tipo de contacto con su hijo adoptivo le resultaba muy agradable.

Entró en el apartamento anunciándose con su habitual «¿Va todo bien por aquí?»

Raych dejó a un lado el material holográfico con el que estaba trabajando y se puso en pie para saludarle.

–Todo va bien, papá.

–No oigo a Wanda.

–No me extraña, porque está fuera. Ha ido de compras con su madre.

Seldon tomó asiento y contempló con una expresión de optimismo el caótico montón de materiales de referencia.

–¿Qué tal va el libro?

–Estupendamente, pero yo no tanto. No sé si sobreviviré… -Raych suspiró-. Pero por fin creo que hemos conseguido acertar con Dahl. ¿Puedes creer que nadie ha escrito nunca un libro dedicado a ese sector?

Seldon siempre fue consciente de que el acento dahlita de Raych se acentuaba cada vez que hablaba del sector en el que había nacido.

–Bien, papá, ¿y tú qué tal estás? – preguntó Raych-. ¿Te alegras de que las celebraciones hayan terminado?

–Muchísimo. Odié cada minuto del tiempo que duraron.

–Pues nadie se dio cuenta.

–Mira, tenía que fingir un poco, ¿no? No quería aguar la fiesta a los demás.

–Supongo que cuando mamá te persiguió hasta el recinto imperial debiste de pasarlo bastante mal. Todas las personas a las que conozco han estado hablando de ello.

–Sí, no me gustó nada. Raych, tu madre es la persona más maravillosa del mundo, pero resulta muy difícil de manejar. Podría haber echado a perder mis planes.

–¿Y cuáles son esos planes, papá?

Seldon se reclinó en su asiento. Hablar con alguien en quien tenía absoluta confianza y que no sabía nada sobre la psicohistoria siempre era un gran placer. Había utilizado a Raych como oyente en más de una ocasión, y siempre había conseguido desarrollar y dar forma a sus ideas mucho más deprisa y con mejores resultados que si se hubiera limitado a reflexionar por su cuenta.

–¿Estamos protegidos contra posibles escuchas? – preguntó.

–Siempre lo estamos.

–Bien. Lo que hice fue conseguir que los pensamientos del general Tennar empezaran a seguir rumbos bastante peculiares.

–¿A qué rumbos te refieres?

–Bueno, le estuve hablando de los impuestos durante un buen rato y le hice ver que el esfuerzo de repartirlos equitativamente entre la población hacía que el sistema se fuera volviendo más complicado, costoso y difícil de manejar. La implicación obvia era que había que modificar el sistema impositivo.

–Eso parece tener bastante sentido…

–Hasta cierto punto sí, pero es posible que el resultado de nuestra pequeña charla haga que Tennar simplifique excesivamente las cosas. Verás, el sistema impositivo pierde efectividad en ambos extremos… Si lo complicas demasiado la gente no puede entenderlo y paga para tener una organización recaudadora demasiado grande y costosa. Por otro lado, si lo simplificas demasiado la gente considera que es injusto y se deja dominar por la amargura y el resentimiento. El impuesto más sencillo posible es aquel en el que cada individuo entrega la misma suma, pero la injusticia de tratar igual a los ricos y a los pobres resulta tan evidente que no se la puede pasar por alto.

–¿No se lo explicaste al general?

–No sé por qué, pero no llegué a tener la oportunidad de hacerlo.

–¿Crees que el general intentará aplicar ese tipo de impuesto?

–Sí, creo que empezará a hacer planes para establecerlo. Si lo hace la noticia se filtrará, lo cual bastará para provocar disturbios y es posible que eso ponga muy nervioso al gobierno.

–¿Lo hiciste a propósito, papá?

–Por supuesto.

Raych meneó la cabeza.

–No acabo de entenderte. En tu vida particular eres la persona más amable y bondadosa de todo el Imperio, pero eres capaz de crear deliberadamente una situación que acarreará disturbios, represión y muertes. Los daños materiales y humanos serán muy grandes, papá. ¿No has pensado en eso?

Seldon se reclinó en su asiento.

–No he pensado en otra cosa, Raych -dijo con voz entristecida-. Cuando empecé a trabajar en la psicohistoria me pareció que iba a ser una investigación de naturaleza puramente académica. Era algo que parecía tener todas las probabilidades de terminar en un callejón sin salida, y aunque no ocurriera así los resultados no tendrían ninguna aplicación práctica. Pero las décadas fueron transcurriendo y cada vez sabemos más, y así alcanzamos la necesidad de aplicar nuestros conocimientos a la realidad.

–¿Para que haya muertes?

–No…, para que mueran menos personas. Si nuestros análisis psicohistóricos actuales son correctos, la Junta sólo sobrevivirá unos cuantos años más y el colapso puede producirse de varias formas. Todas ellas serán bastante horribles y sangrientas. Este método, en cambio… Bueno el truco de los impuestos debería provocar la caída de la Junta de forma mucho menos traumática que cualquier otra si, y lo repito, si nuestros análisis son correctos.

–Y si no lo son, ¿qué ocurrirá entonces?

–En ese caso no sabemos qué podría ocurrir. De cualquier forma, la psicohistoria tiene que llegar al punto en el que pueda ser utilizada, y llevamos años buscando algo cuyas consecuencias hayan sido investigadas lo suficiente para estar relativamente seguros de en qué consistirán y que puedan parecernos tolerables en comparación con las de las otras alternativas. En cierto modo, mi truco de los impuestos es el primer gran experimento psicohistórico.

–Debo admitir que tal y como lo explicas parece bastante sencillo.

–No lo es. No tienes idea de lo compleja que es la psicohistoria. Nada es sencillo. El impuesto fijo e igual para todos ha sido utilizado varias veces a lo largo de la historia. Nunca resulta popular, e invariablemente crea alguna clase de resistencia, pero casi nunca ha devenido en un cambio de gobierno por la fuerza. Después de todo, la capacidad de opresión gubernamental puede ser muy potente, y también es posible que la gente encuentre formas de expresar su oposición de manera pacífica y acabe consiguiendo que el gobierno se vuelva atrás. Si el resultado de poner en vigor ese tipo de impuesto fuera invariablemente fatal o, incluso, aunque sólo lo fuese algunas veces, ningún gobierno intentaría utilizarlo. Se ha intentado aplicarlo repetidamente sólo porque el resultado no es fatal, ¿Comprendes? Pero la situación de Trantor se sale bastante de la normalidad. Existen ciertas inestabilidades que parecen bastante evidentes a través del análisis psicohistórico, e inducen a suponer que el resentimiento será particularmente intenso y la represión particularmente débil.

–Espero que todo salga bien, papá. – Raych no parecía muy convencido-. ¿Pero no crees que el general dirá que está siguiendo los consejos de la psicohistoria y te arrastrará en su caída?

–Supongo que ha grabado nuestra entrevista, pero si le da publicidad sólo pondría de manifiesto mi inútil insistencia en que esperase a que yo hubiera analizado adecuadamente la situación y hubiese redactado un informe…

–¿Y qué piensa mamá de todo esto?

–No he hablado del asunto con ella -dijo Seldon-. Está muy ocupada con algo que no tiene nada que ver.

–¿De veras?

–Sí. Está intentando detectar una conspiración oculta en el Proyecto…, ¡que pretende acabar conmigo! Supongo que cree que en el Proyecto hay muchas personas a las que les gustaría librarse de mí. – Seldon suspiró-. Creo que yo soy una de ellas… Me encantaría dejar de ser director del Proyecto y confiar las pesadas responsabilidades de la psicohistoria a otros.

–Lo que sigue preocupando a mamá es el sueño de Wanda -dijo Raych-. Ya sabes que mamá está obsesionada con protegerte. Apuesto a que incluso un sueño sobre tu muerte bastaría para hacerle creer que existe una conspiración para asesinarte.

–Bueno, confío en que no exista.

La idea bastó para que los dos hombres se echaran a reír.

21

El pequeño laboratorio de electroclarificación era mantenido a una temperatura levemente inferior a la normal, y Dors Venabili se preguntó distraídamente cuál podría ser la razón que lo hacía necesario. Dors estaba sentada esperando a que la única ocupante del laboratorio acabara de hacer lo que estaba haciendo.

Dors la observó con atención. Era delgada, y tenía los rasgos muy marcados. Sus labios delgados y su frente poco despejada hacían que no resultara muy atractiva, pero sus pupilas castaño oscuro estaban iluminadas por el brillo de la inteligencia. En la placa iluminada de su escritorio se leía CINDA MONAY.

La mujer acabó volviéndose hacia Dors.

–Le pido disculpas, doctora Venabili -dijo-, pero algunos experimentos no pueden ser interrumpidos ni siquiera cuando recibes la visita de la esposa del director del Proyecto.

–Me habría desilusionado gravemente que descuidara su trabajo por mí. Me han hablado muy bien de usted.

–Siempre resulta agradable saberlo. ¿Quién me ha estado alabando?

–Bastantes personas -dijo Dors-. Tengo entendido que, dejando aparte a los matemáticos, usted es una de las colaboradoras más importantes del Proyecto.

Monay torció el gesto.

–Existe cierta tendencia a dividir el mundo entre la aristocracia de las matemáticas y los demás. Siempre he creído que si soy importante, lo soy como colaboradora del Proyecto. El hecho de que no sea matemática no supone ninguna diferencia.

–Sí, me parece que tiene toda la razón. ¿Cuánto tiempo lleva en el Proyecto?

–Dos años y medio. Antes estudié la física de radiaciones en Streeling hasta que me gradué, y mientras estudiaba colaboré en el Proyecto durante dos años en calidad de interina.

–Tengo entendido que ha hecho usted un buen trabajo dentro del Proyecto.

–He sido ascendida dos veces, doctora Venabili.

–Doctora Monay, ¿ha tenido alguna clase de dificultades? Le aseguro que cuanto me diga será estrictamente confidencial.

–El trabajo resulta difícil, naturalmente, pero si me está preguntando por alguna dificultad de tipo social la respuesta es no…, por lo menos creo que no más de las previsibles en cualquier proyecto de naturaleza complicada con mucho personal.

–¿A qué se refiere…?

–Alguna que otra discusión. Todos somos humanos.

–¿Pero nada serio?

Monay meneó la cabeza.

–Nada serio.

–Doctora Monay -dijo Dors-, me han dicho que usted ha sido la responsable del desarrollo y la construcción de un aparato que juega un papel muy importante en la utilización del Primer Radiante. Creo que aumenta considerablemente la cantidad de información que se puede acumular dentro del Primer Radiante.

Una sonrisa iluminó el rostro de Monay.

–¿Está enterada de eso? Sí, el electroclarificador… Después de su desarrollo el profesor Seldon creó este pequeño laboratorio y me puso al frente de otras investigaciones que siguen la misma dirección.

–Me asombra que un avance tan importante no la impulsara hacia los niveles más altos de la jerarquía del Proyecto.

–Oh, bueno… -dijo Monay, y pareció sentirse un poco incómoda-. No quiero atribuirme todo el mérito. La verdad es que mi trabajo se redujo a la faceta técnica. Me gusta pensar en que hice un trabajo técnico muy hábil y creativo, nada más.

–¿Y quién trabajó con usted?

–¿No lo sabe? Tamwile Elar. Concibió la teoría que hizo posible construir el aparato, y yo me encargué de su diseño y construcción.

–¿Quiere decir que él se atribuyó el mérito, Doctora Monay?

–No, no, no debe pensar eso. El doctor Elar no es esa clase de hombre… Reconoció todo el mérito que me correspondía por parte del trabajo. De hecho, tuvo la idea de bautizar el aparato con nuestros nombres, pero no fue posible.

–¿Por qué no?

–Bueno… Es una regla impuesta por el profesor Seldon, ya sabe. Todos los aparatos y ecuaciones reciben nombres funcionales y no personales…, para evitar resentimientos, ¿comprende? El aparato es conocido como electroclarificador, pero cuando trabajamos juntos el doctor Elar se refiere a él con nuestros nombres y… En fin, Doctora Venabili, puedo asegurarle que oírlos produce una sensación muy agradable. Puede que algún día todo el personal del Proyecto los utilice. Espero que así sea.

–Yo también lo espero -dijo cortésmente Dors-. Oyéndola se diría que Elar es un hombre irreprochable.

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