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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Hacia la Fundación (28 page)

BOOK: Hacia la Fundación
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Seldon se sumió en un silencio pensativo que duró unos momentos.

–Además, también tenemos el pequeño problema de la psicohistoria -dijo por fin.

(Fue la primera vez que Manella oyó esa palabra).

–¿Qué es eso?

–Algo en lo que estoy trabajando. Cleon tenía gran fe en sus posibilidades, bastante más de la que tenía yo por aquel entonces, y en la corte hay muchas personas convencidas de que la psicohistoria es, o podría llegar a ser, una poderosa herramienta a utilizar en beneficio del gobierno…, fuera cual fuese ese gobierno.

»Que no sepan nada muy concreto sobre esa ciencia tampoco importa. De hecho, prefiero que sigan ignorando los detalles. La falta de conocimientos puede incrementar lo que podríamos llamar el aspecto supersticioso de la situación, en cuyo caso me permitirán seguir con mis investigaciones en calidad de ciudadano particular. Por lo menos, eso espero… Y así llegamos a usted.

–¿A mí? ¿Por qué?

–Voy a pedir como parte del trato que se le permita presentar su dimisión al departamento de seguridad y que no se emprenda ninguna acción en su contra por los acontecimientos relacionados con el asesinato. Creo que podré conseguirlo.

–Pero está hablando de poner fin a mi carrera.

–Su carrera ya ha terminado pase lo que pase. Aun suponiendo que la Guardia Imperial no emita una orden de ejecución contra usted, ¿acaso supone que se le permitirá continuar trabajando como agente del departamento de seguridad?

–Pero… ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo me ganaré la vida?

–Yo me ocuparé de eso, señorita Dubanqua. Lo más probable es que regrese a la Universidad de Streeling después de que se me otorgue una beca de considerable cuantía para proseguir mis investigaciones sobre la psicohistoria, y estoy seguro de que podré encontrar un puesto para usted.

–¿Y por qué debería…? – preguntó Manella con los ojos muy abiertos.

–No puedo creer que lo pregunte -dijo Seldon-. Nos salvó la vida a Raych y a mí. ¿Acaso piensa que no le debo nada a cambio?

Todo ocurrió como había dicho. Seldon dimitió elegantemente del cargo que había desempeñado durante diez años, y el recién formado gobierno militar -una Junta dirigida por algunos miembros de la Guardia Imperial y las fuerzas armadas-, le entregó una carta de agradecimiento por los servicios prestados. Volvió a la Universidad de Streeling y Manella Dubanqua, quien ya había dejado de ser agente del departamento de seguridad, acompañó a Seldon y a su familia.

4

Raych entró echándose el aliento sobre las manos.

–Estoy totalmente a favor de la variedad climatológica. Nadie quiere que la vida debajo de una cúpula sea siempre igual, ¿verdad? Pero creo que hoy se han excedido un poquito con el frío, y además han añadido viento. Me parece que ya va siendo hora de que alguien se queje al control meteorológico.

–No estoy seguro de que sea culpa del control meteorológico -dijo Seldon-. Cada vez resulta más difícil controlar las cosas en general.

–Ya lo sé. El deterioro…

Raych se alisó su frondoso bigote negro con el canto de una mano. Lo hacía muy a menudo, como si no acabara de olvidar los meses que pasó en Wye durante los que se había visto privado de él. También había añadido unos cuantos kilos a su barriga y, en conjunto, había adquirido un aspecto de clase media acomodada. Incluso su acento dahlita parecía menos marcado que antes.

–¿Qué tal está el que va a celebrar su cumpleaños? – preguntó quitándose la chaqueta.

–Aún no se ha hecho a la idea. Espera, espera, hijo mío… Uno de estos días celebrarás haber cumplido cuarenta años, y veremos si te hace mucha gracia.

–No tanta como cumplir los sesenta.

–Deja de bromear -dijo Manella, quien le había estado frotando las manos en un intento de calentarlas.

Seldon extendió las manos hacia delante.

–No estamos obrando bien, Raych. Tu esposa opina que toda esta cuestión de mi cumpleaños ha hecho que la pequeña Wanda se preocupe por la posibilidad de mi muerte.

–¿De veras? – dijo Raych-. Vaya, conque era eso… Fui a verla nada más llegar y antes de tener ocasión de pronunciar una palabra me dijo que había tenido una pesadilla. ¿Soñó que te morías?

–Parece que sí -dijo Seldon.

–Bueno, ya se le pasará. Todo el mundo tiene una pesadilla de vez en cuando, no hay forma de evitarlo.

–No creo que sea algo tan trivial como piensas -dijo Manella-. No para de pensar en ello, y no puede ser bueno. Voy a llegar al fondo de este asunto.

–Como quieras, Manella -se apresuró a decir Raych-. Eres mi querida esposa y lo que tú digas…, acerca de Wanda… es verdad.

Volvió a alisarse el bigote.

¡Su querida esposa! Convertirla en su querida esposa no resultó nada fácil. Raych aún recordaba la actitud de su madre ante aquella posibilidad. Como para hablar de pesadillas…

Durante bastante tiempo Raych sufrió pesadillas en las que volvía a enfrentarse con una enfurecida Dors Venabili.

5

El primer recuerdo nítido de Raych después de emerger del caos provocado por la dosis de desespero, era el de estar siendo afeitado. Podía sentir el contacto de la vibronavaja a lo largo de su mejilla.

–No acerque eso a mi labio superior, barbero -dijo con un hilo de voz-. Quiero recuperar mi bigote.

El barbero -que ya había recibido instrucciones de Seldon-, alzó un espejo delante de su cara para tranquilizarle.

–Déjale trabajar, Raych -dijo Dors Venabili, que estaba sentada junto a la cabecera de su lecho-. No debes excitarte.

Los ojos de Raych se posaron en ella durante unos momentos, pero permaneció en silencio.

–¿Cómo te sientes, Raych? – preguntó Dors en cuanto el barbero se hubo marchado.

–Fatal -murmuró Raych-. Estoy tan deprimido que no sé si podré aguantarlo.

–Son los efectos residuales del desespero que te han administrado. Acabarán por desaparecer.

–No puedo creerlo. ¿Cuánto llevo así?

–Olvídalo. Hará falta tiempo. Te habían llenado de droga hasta las cejas.

Raych se removió nerviosamente y miró a su alrededor.

–Manella… ¿Ha venido a verme?

–¿Esa mujer? – Raych no tardaría en acostumbrarse a oír cómo Dors se refería a Manella en aquellos términos y en ese tono de voz-. No. Aún no estás en condiciones de recibir visitas.

Dors interpretó correctamente la expresión que apareció en el rostro de Raych.

–Yo soy una excepción porque soy tu madre, Raych -se apresuró a decir-. Y, de todas formas, ¿qué razón puedes tener para querer ver a esa mujer? No estás muy presentable.

–Tengo muchas razones para verla -murmuró Raych-. Quiero que se haga una idea de cómo soy en mis peores momentos. – Logró ponerse de lado-. Quiero dormir.

Dors Venabili meneó la cabeza.

–No sé qué vamos a hacer con Raych, Hari -le dijo a Seldon unas horas después-. No hay forma de razonar con él.

–No se encuentra bien, Dors -dijo Seldon-. Dale la oportunidad de recuperarse.

–No para de hablar de esa mujer…, esa como-se-llame.

–Se llama Manella Dubanqua. No es un nombre difícil de recordar.

–Creo que quiere estar con ella. Quiere vivir con ella…, casarse con ella.

Seldon se encogió de hombros.

–Raych ya tiene treinta años…, es lo bastante mayor para tomar sus propias decisiones.

–Creo que si somos sus padres tenemos derecho a opinar, ¿no?

Hari suspiró.

–Estoy seguro de que has opinado, Dors. Y estoy seguro de que después de haberte oído, Raych hará lo que le dé la gana.

–¿Es tu última palabra al respecto? ¿Piensas quedarte cruzado de brazos mientras él se dispone a casarse con esa mujer?

–¿Qué quieres que haga, Dors? Manella le salvó la vida. ¿Acaso esperas que lo olvide? Ah, y te recuerdo que también salvó mi vida.

Sus palabras parecieron servir de combustible a la ira de Dors.

–Y tú también salvaste la suya -dijo-. No le debes nada.

–No lo hice por…

–Pues claro que sí. Si no hubieras negociado tu dimisión y tu apoyo a cambio de su protección, esa pandilla de militares incompetentes que gobierna el Imperio la habría ejecutado.

–Te aseguro que no lo hice por saldar una deuda, pero aunque hubiera sido por eso Raych sí que está en deuda con ella, y… Dors, querida, si estuviera en tu lugar yo tendría mucho cuidado con los términos insultantes aplicados a nuestro actual gobierno. Nos esperan tiempos no tan tranquilos y agradables como los del gobierno de Cleon, y siempre habrá informadores dispuestos a repetir lo que te hayan oído decir.

–Me da igual. Esa mujer no me gusta. Supongo que eso sí puedo decirlo en voz alta, ¿no?

–Por supuesto que puedes, pero no va a servirte de nada.

Hari clavó los ojos en el suelo y pareció sumirse en sus pensamientos. Las pupilas negras de Dors, habitualmente insondables, despedían chispazos de ira. Hari alzó la mirada.

–Dors, me gustaría saber… ¿Por qué? ¿Por qué odias tanto a Manella? Nos salvó la vida. De no haber sido por la rapidez con que actuó, tanto Raych como yo estaríamos muertos.

–Sí, Hari -replicó secamente Dors-. Lo sé mejor que nadie, te lo aseguro. Y si no hubiese estado allí, yo no podría haber hecho absolutamente nada para impedir que te asesinaran. Supongo que crees que tendría que estarle agradecida, ¿no? Pero cada vez que miro a esa mujer me recuerda
mi
fracaso. Ya sé que esos sentimientos no son precisamente racionales…, es algo que no puedo explicar, así que no me pidas que cambie de opinión, Hari. No puede gustarme.

Pero al día siguiente Dors tuvo que dar su brazo a torcer.

–Su hijo desea ver a una mujer llamada Manella -le dijo el médico.

–No se encuentra en condiciones de recibir visitas -replicó fríamente Dors.

–Al contrario, está en condiciones de recibirlas. Está evolucionando muy bien. Además, insiste en verla y ha dejado muy claro que piensa insistir en ello. Creo que no sería prudente negarse a satisfacer su deseo.

Llevaron a Manella a su habitación, y Raych la saludó efusivamente mostrando la primera y todavía débil señal de felicidad desde su ingreso en el hospital.

Raych movió una mano en un inconfundible gesto de despedida dirigido a Dors, quien se marchó apretando los labios.

Llegó el día en que Raych le dio la terrible noticia.

–Ha dicho que sí, mamá.

–¿Esperas que me sorprenda? Qué estúpidos podéis llegar a ser los hombres… -replicó Dors-. Pues claro que ha dicho que sí. Ha caído en desgracia y la han echado del departamento de seguridad, tú eres lo único que tiene. Eres su única oportunidad de…

–Mamá, si lo que intentas es perderme te aseguro que como sigas así lo conseguirás -la interrumpió Raych-. No digas esas cosas.

–Sólo estoy pensando en tu bienestar.

–Yo me ocuparé de eso, gracias. No soy la solución de nadie, y te darás cuenta con sólo pensarlo. No soy ningún prodigio de hermosura, soy bajito, papá ya no es Primer Ministro y tengo un espantoso acento de clase baja. ¿Crees que hay algo en mí de lo que pueda sentirse orgullosa? Podría aspirar a alguien mucho mejor, pero me quiere a mí…, y permíteme que te diga que yo también la quiero.

–Pero sabes lo que es.

–Por supuesto que sé lo que es. Es una mujer que me ama y es la mujer a la que amo, eso es lo que es.

–Y antes de que te enamorases de ella, ¿qué era? Estás al corriente de una parte de lo que hizo mientras trabajaba en Wye como agente secreta…, tú fuiste uno de sus trabajos. ¿Cuántos más hubo? ¿Serás capaz de vivir con su pasado y con todo lo que hizo en nombre del deber? Ahora puedes permitirte el lujo de ser idealista, pero algún día tendrás tu primera discusión con ella, o la segunda o la número diecinueve…, y entonces no podrás contenerte y la llamarás «Pu…»

–¡No digas eso! – gritó Raych con irritación-. Cuando nos peleemos usaré las palabras más irracionales, desagradables, poco consideradas e insultantes que se me ocurran, hay un millón de palabras que se pueden utilizar en una situación semejante, y a ella se le ocurrirán unas cuantas que utilizar conmigo. Pero después, siempre podremos pedirnos perdón.

–Eso es lo que crees, pero espera a que llegue el momento.

Raych se había puesto blanco.

–Mamá, llevas veinte años con papá -dijo-. Papá es un hombre al que resulta muy difícil llevar la contraria, pero ha habido ocasiones en las que habéis discutido. Os he oído. Durante esos veinte años, ¿te ha insultado utilizando alguna palabra que pudiera poner en entredicho tu papel como persona? Es más, ¿lo he hecho yo? ¿Puedes imaginarme haciendo algo semejante por muy enfadado que pueda llegar a estar?

Dors luchó consigo misma. Su rostro no mostraba las emociones como lo habría hecho el de Raych o el de Seldon, pero estaba claro que se había quedado sin habla durante unos instantes.

–De hecho -dijo Raych explotando su ventaja momentánea-, todo se reduce a que estás celosa porque Manella le salvó la vida a papá. No quieres que nadie ocupe tu puesto. Bueno, pues no tuviste la oportunidad de hacerlo… ¿preferirías que Manella no hubiese disparado contra Andorin y que papá y yo hubiésemos
muerto
?

–Insistió en ir a recibir a los jardineros solo -dijo Dors con voz estrangulada por la emoción-. No me permitió acompañarle.

–Pero eso no fue culpa de Manella.

–¿Por eso quieres casarte con ella? ¿Por gratitud?

–No. Quiero casarme con ella porque la amo.

Raych acabó saliéndose con la suya, pero después de la ceremonia Manella se volvió hacia él.

–Puede que tu madre haya asistido a la boda porque tú insististe en ello, Raych, pero su rostro me recordaba a uno de esos nubarrones de tormenta que dejan sueltos de vez en cuando para que naveguen por debajo de la cúpula.

Raych se rió.

–Mi madre no tiene el tipo de facciones que te puede hacer pensar en un nubarrón de tormenta. Son imaginaciones tuyas.

–Nada de eso. ¿Cómo conseguiremos convencerla de que nos dé una oportunidad?

–Tendremos que armarnos de paciencia. Ya se irá acostumbrando.

Pero Dors Venabili no se acostumbró a la nueva situación.

Wanda nació dos años después de la boda. Manella y Raych no tuvieron nada que reprochar a la actitud de Dors hacia la niña, pero para la madre de Raych, la madre de Wanda siguió siendo «esa mujer».

6

Hari Seldon estaba luchando con la melancolía. Dors, Raych, Yugo y Manella se habían turnado para sermonearle, y todos habían colaborado en el esfuerzo común de asegurarle que los sesenta años no eran la ancianidad.

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