Hacia la Fundación (26 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hacia la Fundación
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–Lo llaman desespero porque arrebata toda esperanza -dijo Andorin como si la mente de Raych fuera un libro abierto ante él-. Creo que estás sintiendo lo mismo que si hubieras perdido todas tus esperanzas, ¿no?

–Nunca -murmuró Raych.

–Admirable decisión, pero no podrás luchar contra la droga…, y cuanto más desesperado te sientas más efectiva resulta.

–No lo permitiré.

–Vamos, Planchet, piensa un poco… Namarti te reconoció incluso sin el bigote. Sabemos que eres Raych Seldon y voy a ordenarte que mates a tu padre.

–Antes te mataré a ti -murmuró Raych.

Se levantó de la silla. Matar a Andorin no debería de resultarle demasiado difícil. Quizá fuera más alto, pero era más delgado y evidentemente no era ningún atleta. Raych podía partirle en dos con un solo brazo…, pero apenas se hubo puesto en pie se tambaleó. Meneó la cabeza, pero su visión seguía borrosa.

Andorin también se puso en pie y retrocedió un poco. Había metido la mano derecha dentro de la manga izquierda, y cuando la sacó sus dedos sostenían un arma.

–He venido preparado -dijo con afabilidad-. Me han informado de tus proezas como luchador de torsión y te aseguro que no habrá ningún combate cuerpo a cuerpo.

Andorin bajó la visita y contempló su arma.

–Esto no es un desintegrador -dijo-. No puedo matarte antes de que hayas cumplido tu misión. Es un látigo neurónico…, y en cierto aspecto es mucho más temible. Apuntaré a tu hombro izquierdo y, créeme, el dolor será tan espantoso que ni el mayor estoico del mundo podría soportarlo.

Raych había estado avanzando lenta e implacablemente hacia Andorin, pero se detuvo de repente. Tenía doce años cuando conoció la mordedura del látigo neurónico durante una fracción de segundo. Quien la ha sentido no olvida el dolor por mucho tiempo que viva y por muy llena de incidentes que esté su existencia.

–Y además pondré el arma a plena potencia -dijo Andorin-, con lo que los nervios de tu antebrazo serán estimulados hasta sentir un dolor insoportable, y luego quedarán tan dañados que nunca más te servirán de nada. Nunca podrás volver a utilizar tu brazo izquierdo. Te dejaré intacto el derecho para que puedas manejar el desintegrador. Y ahora si te sientas y aceptas la situación, tal y como debes hacer, quizá conserves los dos brazos. Naturalmente, tendrás que seguir comiendo para aumentar tu nivel de desesperación. Tu situación irá empeorando.

Raych sintió cómo la desesperación provocada por la droga se adueñaba de él, y esa misma desesperación servía para intensificar los efectos. Estaba empezando a ver doble, y no se le ocurrió nada que decir.

Raych sólo sabía que tendría que hacer lo que Andorin le ordenase. Había jugado, y había perdido.

23

–¡No! – La negativa de Hari Seldon había sido casi violenta-. No te quiero aquí, Dors.

Dors Venabili le miró. Su rostro estaba tan decidido como el de Seldon.

–Entonces no permitiré que vayas, Hari.

–He de estar allí.

–Eso no es asunto tuyo. Los nuevos jardineros deben ser recibidos por el Jefe de Jardineros.

–Cierto, pero Gruber no puede hacerlo. Ese hombre está destrozado.

–Debe de tener algún ayudante, ¿no? O deja que lo haga el viejo Jefe de Jardineros. Seguirá ocupando el puesto hasta final de año.

–El viejo Jefe de Jardineros también está enfermo. Además… -Seldon vaciló-. Hay impostores infiltrados entre los jardineros. Trantorianos, ¿entiendes? Están aquí y no sabemos por qué. Tengo sus nombres.

–Pues entonces haz que los detengan a todos. Es muy sencillo. ¿Por qué lo estás haciendo tan complicado?

–Porque no sabemos por qué están aquí. Alguien está tramando algo. No sé qué pueden hacer doce jardineros, pero… No, deja que lo exprese de otra forma. Se me ocurren una docena de cosas que pueden hacer, pero no sé cuál de ellas planean. Te aseguro que los detendremos, pero debo averiguar algo más antes de hacerlo.

»Tenemos que saber lo suficiente para capturar a todos los implicados en la conspiración, desde la cima hasta el último eslabón, y debemos conocer suficientemente sus planes para imponer el castigo adecuado. No quiero detener a doce hombres y mujeres por lo que básicamente no es más que un delito menor. Alegarán desesperación, la necesidad de un empleo… Se quejarán de que no es justo que los trantorianos estén excluidos. Conseguirán las simpatías de todo el mundo y quedaremos como una pandilla de idiotas. Debemos darles la posibilidad de que actúen para que se les pueda acusar de algo más grave, y además…

Hubo un silencio bastante largo.

–Bien, ¿a qué te refieres con ese «además»? – preguntó Dors con voz iracunda.

–Uno de los doce es Raych con el sobrenombre de Planchet -dijo Seldon bajando el tono de voz.

–¿Qué?

–¿Por qué te sorprendes? Le envié a Wye para que se infiltrara en el movimiento joranumita y lo ha conseguido. Confío en él. Si está allí sabrá el motivo, habrá ideado algún plan de crearles dificultades, pero yo también quiero estar presente. Quiero verle. Quiero estar en situación de ayudarle si puedo.

–Si quieres ayudarle haz que se personen cincuenta guardias del Palacio imperial flanqueando a tus jardineros.

–No. Te repito que no sacaríamos nada de eso. La Guardia Imperial estará allí, pero no se la verá. Los jardineros deben creer que tienen vía libre para llevar a cabo sus planes, sean cuales sean. Antes de que lo logren, pero después de que hayan mostrado sus intenciones…, les capturaremos.

–Es muy arriesgado. Es arriesgado para Raych.

–No podemos evitar los riesgos, debemos enfrentarnos. Hay más cosas en juego que unas pocas vidas.

–Siempre he pensado que las personas que dicen ese tipo de cosas no tienen corazón.

–¿Crees que no tengo corazón? Aunque quedara destrozado tengo que seguir pensando en la psico…

–No lo digas.

Dors le dio la espalda y torció el gesto como si sintiera un dolor muy agudo.

–Lo comprendo -dijo Seldon-, pero no debes estar allí. Tu presencia resultaría tan fuera de lugar que los conspiradores sospecharían que sabemos demasiado y no actuarían. No quiero que hagan eso. – Se quedó callado durante unos momentos y cuando volvió a hablar usó un tono de voz más bajo y suave-. Dors, dices que tu trabajo es protegerme, incluso por encima de Raych, y lo sabes. No insistiría en ello, pero protegerme significa proteger la psicohistoria y a toda la especie humana. Eso debe tener preferencia. La parte de la psicohistoria que he desarrollado hasta ahora me indica que yo debo proteger el centro a toda costa, y, eso es lo que intento. ¿Lo entiendes?

–Lo entiendo -dijo Dors, y le dio la espalda.

«Y espero estar haciendo lo correcto», pensó Seldon. Si estaba equivocado Dors jamás se lo perdonaría, y lo peor era que él tampoco podría perdonarse a sí mismo…, con psicohistoria o sin ella.

24

Estaban desplegados en una formación impecable. Tenían los pies separados y las manos detrás de la espalda, y todos lucían un flamante y holgado uniforme verde de jardinero provisto de grandes bolsillos. Había muy pocas diferencias concernientes al sexo, y sólo se podía adivinar que algunas de las siluetas menos altas eran mujeres. Las capuchas cubrían su cabellera, pero se suponía que quien aspirase a cuidar los jardines del Emperador debía llevar el cabello muy corto, y no podía haber ni rastro de vello facial.

Nadie sabía muy bien el motivo. La palabra «tradición» era utilizada para justificar multitud de cosas, algunas útiles y otras estúpidas.

Mandell Gruber estaba frente a la primera fila flanqueado por dos ayudantes. Gruber temblaba, y sus ojos estaban muy abiertos y algo vidriosos.

Hari Seldon apretó los labios. Bastaría con que Gruber pronunciara la frase «Los jardineros del Emperador os saludan a todos», y después de eso Seldon se encargaría de lo demás.

Sus ojos recorrieron el grupo y localizaron a Raych.

Sintió que el corazón le daba un vuelco. El nuevo Raych sin bigote estaba en la primera fila, miraba fijamente hacia delante y su postura resultaba un poco más rígida que la de los demás. Sus ojos no se movieron para encontrarse con los de Seldon, y no mostró la más mínima señal de haberle reconocido.

«Perfecto -pensó Seldon-. Se supone que no me conoce, y no ha hecho nada que pueda delatarle».

Gruber murmuró una bienvenida casi inaudible y Seldon se apresuró a intervenir.

Caminó con paso firme y sereno hacia Gruber y hasta situarse a su lado.

–Gracias, Jardinero de Primera Clase -dijo-. Hombres y mujeres que cuidaréis de los jardines del Emperador, vais a encargaros de una tarea muy importante. Seréis responsables de mantener sana y hermosa la única extensión de terreno descubierto que hay en Trantor, nuestro gran planeta, la capital del Imperio Galáctico. Cuidaréis de que aunque no dispongamos de los interminables panoramas que existen en los mundos sin cúpulas tengamos una pequeña joya que supere en esplendor a cuanto hay en el resto del Imperio.

»Estaréis a las órdenes de Mandell Gruber, quien no tardará en convertirse en Jefe de Jardineros. Él me informará cuando sea necesario, y yo informaré al Emperador. Como comprenderéis, eso significa que sólo estaréis a tres niveles de la presencia imperial y que siempre os hallaréis bajo su benigna vigilancia. Estoy seguro de que ahora mismo nos está observando desde el pequeño palacio, su residencia personal, ese edificio que veis a vuestra derecha, el de la cúpula adornada con ópalos, y que se siente complacido por lo que ve.

»Naturalmente, antes de que empecéis a trabajar pasaréis por un cursillo de adiestramiento para familiarizaros con los jardines y sus necesidades. Tendréis que…

Seldon se había desplazado cautelosamente hasta quedar delante de Raych, quien seguía inmóvil y sin pestañear. Intentó que su expresión no pareciese excesivamente benévola…, y un instante después frunció ligeramente el ceño. La persona que estaba detrás de Raych le resultaba familiar. Si Seldon no hubiera estudiado su holograma quizá no la hubiese reconocido, pero… Parecía Gleb Andorin de Wye. Era el hombre para el que Raych había trabajado en Wye, ¿no? ¿Qué estaba haciendo allí?

Andorin debió de percatarse de que Seldon le estaba observando, pues murmuró algo con los labios entrecerrados y el brazo derecho de Raych se apartó de su espalda, se movió hacia delante y sacó un desintegrador del espacioso bolsillo de su chaqueta. Andorin le imitó.

Seldon quedó tan perplejo que se sintió casi incapaz de reaccionar. ¿Cómo era posible que los guardias hubieran permitido que se introdujeran desintegradores en el recinto imperial? Estaba tan confuso que apenas oyó los gritos de «¡Traición!» y el repentino ruido de gritos y carreras.

Lo único en lo que podía pensar era en el desintegrador con el que le apuntaba Raych, en que su hijo le miraba sin dar ninguna señal de reconocerle. El horror se adueñó de su mente cuando comprendió que Raych iba a disparar, y que se hallaba a escasos segundos de la muerte.

25

A pesar de su nombre el desintegrador no produce un auténtico proceso de desintegración. Lo que hace es vaporizar el contenido de una cavidad corporal causando una implosión acompañada de un débil sonido que recuerda a un suspiro. El resultado es un cuerpo u objeto aparentemente desintegrado por dentro.

Hari Seldon no esperaba escuchar aquel sonido. Lo único que esperaba era morir, por lo que se sorprendió al oír aquella especie de suspiro inconfundible. Parpadeó rápidamente mientras bajaba la mirada para contemplarse, y se quedó tan atónito que sintió cómo se le aflojaba la mandíbula.

«¿Estaba vivo?», se preguntó.

Raych seguía delante de él con los ojos vidriosos y el desintegrador apuntándole. Permanecía totalmente inmóvil, como si su acción anterior hubiera sido causada por un poder misterioso que le había otorgado movimiento y que se había esfumado de repente.

Detrás de él yacía el cuerpo de Andorin en un charco de sangre, y junto a él había un jardinero que blandía un desintegrador. La capucha se había deslizado hacia atrás, y mostraba el rostro de una mujer que se había cortado los cabellos recientemente.

La mujer desvió la cabeza lo justo para mirar a Seldon.

–Su hijo me conoce con el nombre de Manella Dubanqua -dijo-. Soy una agente del departamento de seguridad. ¿Quiere que le dé mi número de referencia, Primer Ministro?

–No -dijo Seldon con un hilo de voz. La Guardia Imperial se estaba reuniendo en el lugar de los hechos-. ¡Mi hijo! ¿Qué le ocurre a mi hijo?

–Creo que le han drogado con desespero -dijo Manella-. Los efectos se disiparán en cuanto haya pasado algún tiempo. – Extendió un brazo y cogió el desintegrador que Raych sostenía en la mano-. Siento no haber actuado antes. Tuve que esperar a que hubiera un gesto claramente hostil, y cuando llegó estuvo a punto de pillarme desprevenida.

–Yo tuve el mismo problema. Debemos llevar a Raych al hospital de palacio.

Unos ruidos confusos brotaron de repente del pequeño palacio. Seldon pensó que era muy probable que el Emperador hubiese observado la ceremonia, y en tal caso debía de estar muy furioso.

–Cuide de mi hijo, señorita Dubanqua -dijo-. He de ver al Emperador.

Seldon cruzó el caos que se había adueñado de las grandes praderas corriendo de forma poco digna y entró en el pequeño palacio sin perder el tiempo en ceremonias.

Cleon debía de estar tan enfadado que un motivo de irritación más no cambiaría las cosas.

Nada más entrar vio el cuerpo de Su Majestad Imperial Cleon I, convertido en un cadáver tan destrozado que resultaba prácticamente irreconocible. A su alrededor había un grupo de siluetas paralizadas por el estupor. Sus magníficos ropajes imperiales se habían convertido en un sudario. Mandell Gruber estaba acurrucado contra la pared, y sus ojos idiotizados no se apartaban de los rostros que le rodeaban.

Seldon pensó que no podría seguir sosteniéndose en pie ni un segundo más, pero se inclinó y cogió el desintegrador que yacía junto a los pies de Gruber. Estaba seguro de haberlo visto en la mano de Andorin.

–Gruber, ¿qué ha hecho? – le preguntó en voz baja.

Gruber se volvió hacia él.

–Todo el mundo gritaba -balbuceó-. No lo sabrán nunca -pensé-. «Nadie imaginará que yo he matado al Emperador. Creerán que ha sido otra persona…» Pero después no pude echar a correr.

–Pero Gruber… ¿Por qué?

–Para no tener que ser Jefe de Jardineros.

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