Hacia la Fundación (19 page)

Read Hacia la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hacia la Fundación
10.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

–¿Terremotos? ¿En Trantor?

–Admito que Trantor es un planeta prácticamente asísmico…, lo cual es una suerte porque cubrir un mundo que va a temblar varias veces al año con una cúpula, no sería una idea muy práctica. Tu madre dice que una de las razones por las que Trantor se convirtió en capital imperial es que se trataba de un planeta geológicamente moribundo…, ésa es la poco «halagüeña» frase que utilizó. Pero que esté moribundo no implica que esté muerto. De vez en cuando sufre terremotos de pequeña intensidad, y durante los dos últimos años se han producido tres.

–No estaba enterado, papá.

–Muy pocas personas lo están. La cúpula no es una estructura de una sola pieza. Está compuesta por centenares de secciones, y cada una de ellas se puede alzar o entreabrir para descargar las tensiones en caso de terremoto. Cuando se produce un terremoto sólo dura de diez segundos a un minuto, y la abertura también dura muy poco. La cúpula se abre y se cierra tan deprisa que los trantorianos que están debajo ni siquiera se enteran. Son mucho más conscientes del ligero temblor y el tintineo de la cubertería que de la apertura y el cierre de la cúpula que tienen sobre sus cabezas y de la pequeña intrusión del clima exterior, sea cual sea en esos momentos.

–Eso es bueno, ¿verdad?

–Debería serlo. Todo el proceso está controlado por ordenadores, naturalmente. El comienzo de un terremoto en cualquier punto del planeta activa los controles de apertura y cierre de esa sección de la cúpula, de forma que ésta se abre justo antes de que la vibración llegue a ser lo suficientemente importante para causar daños.

–Sigue pareciéndome un buen sistema.

–Pero en el caso de los tres terremotos de poca intensidad que se produjeron durante los dos últimos años, los controles de la cúpula fallaron repetidamente. La cúpula no llegó a abrirse y hubo que hacer reparaciones en cada caso. Requirieron algún tiempo y cierta cantidad de dinero, y entre tanto, la eficiencia del control climático se alejó bastante del punto óptimo deseado. Bien, Raych, ¿qué posibilidades crees que hay de que el equipo fallara en las tres ocasiones?

–¿Pocas?

–Desde luego. Menos de una entre cien. Podemos suponer que alguien manipuló los controles antes de que se produjera el terremoto. Bien, aproximadamente una vez cada siglo se produce una filtración de magma, que resulta mucho más difícil de controlar…, no quiero pensar en los resultados si no se la detecta hasta que fuese demasiado tarde. Por suerte no ha ocurrido y no es probable que ocurra, pero quiero que pienses en lo que voy a decir. En este mapa se indica la localización de las averías que nos han creado problemas durante los dos últimos años, aparentemente atribuibles a un error humano, aunque ni en una sola ocasión hemos podido atribuirlas a una persona determinada.

–Eso se debe a que todo el mundo está muy ocupado cubriéndose las espaldas.

–Me temo que tienes razón. Es característico en todas las burocracias, y la de Trantor es la más numerosa que ha conocido la historia, pero volviendo a los sitios en los que se han producido las averías… ¿Qué opinas de esto?

El mapa se llenó de lucecitas rojas que parecían pústulas diminutas y que cubrían la superficie terrestre de Trantor.

–Bueno -dijo Raych cautelosamente-, parece que están repartidas de forma muy regular.

–Exacto…, y eso es lo que resulta tan interesante. Sería lógico esperar que las zonas más viejas de Trantor y las secciones de mayor tamaño tuviesen la infraestructura más anticuada y en peor estado, y que en ellas se produjera un aumento de acontecimientos que exigirían rápidas decisiones humanas y que, por tanto, crearían las condiciones de posibilidad de error humano. Voy a superponer sobre el mapa las secciones más antiguas de Trantor indicándolas con el color azul y te darás cuenta de que la frecuencia de averías no parece mayor en dichas zonas.

–¿Y bien?

–Raych, creo que significa que las averías están siendo provocadas deliberadamente y que son distribuidas para afectar al mayor número de personas posible, con el objeto de crear una insatisfacción general cada vez mayor.

–No me parece probable.

–¿No? Entonces fíjate en la distribución temporal de las averías.

Las zonas azules y los puntos rojos desaparecieron y, por unos momentos, el mapa de Trantor quedó en blanco hasta que las señales empezaron a aparecer y a desaparecer desordenadamente.

–Observa que tampoco hay agrupaciones temporales -dijo Seldon-. Se produce una avería, luego otra, otra y así sucesivamente… de forma casi tan regular como el tictac de un metrónomo.

–¿Crees que eso también es deliberado?

–Tiene que serlo. El causante de todo esto quiere obtener la mayor perturbación con el mínimo esfuerzo, por lo que provocar dos averías al mismo tiempo no serviría de nada ya que con una cancelaría parcialmente a la otra, tanto en las noticias como en la conciencia pública. Cada incidente debe quedar aislado de los demás para provocar la máxima agitación posible.

El mapa se apagó y las luces de la habitación volvieron a brillar. La esfera se encogió hasta recuperar su tamaño original y Seldon se la volvió a meter en el bolsillo.

–¿Quién puede ser el responsable? – preguntó Raych.

–Hace unos días recibí el informe de que se había producido un asesinato en el sector de Wye -dijo Seldon meditabundo.

–Eso no es nada raro -dijo Raych-. Wye es uno de los sectores realmente peligrosos de Trantor, pero aun así tiene que haber montones de crímenes al día.

–Centenares -dijo Seldon, y meneó la cabeza-. En algunos días especialmente violentos, el número de asesinatos acaecidos en todo Trantor se aproxima al millón, y lo habitual es que no haya muchas posibilidades de descubrir a todos los asesinos. Los muertos se limitan a entrar en las estadísticas, pero este crimen se salía de lo corriente. Se trataba de un hombre, y le habían acuchillado…, pero con muy poca habilidad. Cuando le encontraron aún estaba vivo, y tuvo tiempo de jadear una palabra antes de morir; esa palabra era «Jefe».

»Eso provocó cierta curiosidad y se le identificó. Trabajaba en Anemoria, y no sabemos qué estaba haciendo en Wye; pero un funcionario más diligente y concienzudo de lo habitual descubrió que era un veterano joranumita de los primeros tiempos de la organización. Se llamaba Kaspal Kaspalov, y se sabe que había sido uno de los hombres de confianza de Laskin Joranum. Ahora está muerto…, acuchillado.

Raych frunció el ceño.

–Papá, ¿sospechas que estamos ante otra conspiración joranumita? Ya no quedan muchos joranumitas.

–No hace mucho, tu madre me preguntó si creía que los joranumitas seguían actuando, y yo le dije que por rara e ilógica que sea cualquier creencia siempre conserva cierto número de seguidores, a veces durante siglos. Lo normal es que sean pocos…, pequeños grupos insignificantes a efectos prácticos. Pero… Supón que los joranumitas siguen disponiendo de una organización, que aún son relativamente fuertes, que son capaces de matar a un supuesto traidor… ¿Y si están causando todas estas averías como fase preliminar a la toma del poder?

–Es mucho suponer, papá.

–Ya lo sé, y puede que esté totalmente equivocado. El asesinato ocurrió en Wye, y da la casualidad de que las infraestructuras de Wye no han sufrido ninguna avería.

–¿Y eso qué demuestra?

–Podría demostrar que el centro de la conspiración se encuentra en Wye, que los conspiradores no quieren sufrir incomodidades y que las reservan para el resto de Trantor. También podría significar que todo esto no es obra de los joranumitas, sino de miembros de la familia Wyan que siguen soñando con volver a gobernar el Imperio.

–Oh, papá… Estás construyendo una teoría fantástica a partir de muy pocos datos.

–Lo sé. Pero supón que estamos ante otra conspiración joranumita. La mano derecha de Joranum era un hombre llamado Gambol Deen Namarti. No existe constancia de que haya muerto, tampoco de que se haya marchado de Trantor y no sabemos nada sobre su vida durante la última década, lo cual no resulta excesivamente sorprendente, claro. Después de todo, perder a una persona entre cuarenta mil millones resulta muy fácil… Hubo una época de mi vida en la que fue justo lo que intenté hacer. Naturalmente, Namarti puede haber muerto. Sería la explicación más sencilla, pero puede que no haya sido así.

–¿Qué vamos a hacer al respecto?

Seldon suspiró.

–El curso de acción más lógico sería acudir a las fuerzas de seguridad, pero, no puedo hacerlo. No poseo la presencia de Demerzel. Él era capaz de intimidar a la gente para que hicieran lo que quería, pero yo soy incapaz de conseguirlo. Demerzel tenía una personalidad muy fuerte, y yo no soy más que un matemático. No tendría que ocupar el puesto de Primer Ministro. No estoy hecho para este cargo…, y no lo estaría desempeñando si no fuera porque el Emperador está obsesionado con la psicohistoria y le tiene mucho más respeto del que realmente merece.

–Papá, ¿no te parece que estás siendo muy duro contigo mismo?

–Sí, supongo que sí. Pero me imagino acudiendo a las fuerzas de seguridad con todo lo que acabo de enseñarte en el mapa… -Señaló la vacía superficie del escritorio-. Me veo insistiendo en que existe una conspiración de naturaleza y consecuencias desconocidas, y en que corremos un gran peligro. Todos me escucharían con caras muy serias y en cuanto me hubiese marchado se echarían a reír, contarían chistes sobre «el matemático loco»…, y luego no harían nada.

–Bien, entonces… ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Raych volviendo al auténtico problema.

–Serás tú quien haga algo al respecto, Raych. Necesito más pruebas y quiero que las encuentres. Enviaría a tu madre, pero sé que no querrá separarse de mí por ninguna circunstancia, y en estos momentos no puedo abandonar el Palacio Imperial. Aparte de Dors y de mí mismo sólo confío en ti…, en realidad, confío más en ti que en Dors y en mí mismo. Aún eres joven y fuerte, eres un luchador de torsión heliconiana mucho mejor de lo que yo jamás llegué a ser, además de inteligente.

»Pero no quiero que pongas en peligro tu vida. Nada de heroísmos, nada de temeridades innecesarias, ¿comprendes? Si te ocurriera algo no podría mirar a tu madre a la cara… Limítate a descubrir lo que puedas. Quizá descubras que Namarti sigue vivo y en acción, o que ha muerto; quizá que los joranumitas siguen siendo un grupo activo, o agonizante; o quizá que la familia Wyan sigue actuando. Cualquiera de esas cosas resultaría interesante, pero no vital. Lo que quiero que descubras es si las averías sufridas por la infraestructura son provocadas por el hombre, como creo que ocurre, y lo más importante, en el caso de que sea así, qué otros planes tienen los conspiradores. Creo que deben haber planeado alguna acción más importante, y necesito saber en qué consistirá.

–¿Tienes alguna idea sobre cómo he de empezar a actuar? – preguntó Raych.

–Sí, Raych, la tengo. Quiero que acudas a la zona de Wye donde asesinaron a Kaspalov y, si puedes, que descubras si era un joranumita en activo y que intentes unirte a una célula joranumita.

–Quizá sea posible. Siempre puedo fingir que soy un viejo miembro del movimiento. Cuando Jo-Jo empezó yo era bastante joven, pero puedo decir que sus ideas me impresionaron profundamente. Eso se acerca bastante a la verdad, ¿no?

–Bueno… Sí, pero ese plan tiene un fallo importante. Podrías ser reconocido. Después de todo, eres el hijo del Primer Ministro, ¿no? Has aparecido en la holovisión de vez en cuando y te han hecho entrevistas en las que has expuesto tus opiniones sobre la igualdad entre sectores.

–Claro, pero…

–Nada de peros, Raych. Llevarás zapatos con suela gruesa para añadir tres centímetros a tu estatura y haremos que alguien te enseñe a modificar la forma de tus cejas, hacer que tu rostro resulte más rollizo y cambiar el timbre de tu voz.

Raych se encogió de hombros.

–Vamos a tomarnos muchas molestias para nada.

–Y -añadió Seldon con voz temblorosa-, te afeitaras el bigote.

Raych abrió mucho los ojos y tardó unos momentos en responder.

–¿Afeitarme el bigote? – murmuró por fin con una voz ronca.

–Tendrá que desaparecer. Sin el bigote nadie te reconocerá.

–Pero eso es imposible. No puedo hacerlo. Sería como cortarme el… Como la castración.

Seldon meneó la cabeza.

–No es más que una curiosidad cultural. Yugo Amaryl es tan dahlita como tú y no lleva bigote.

–Yugo está
chiflado
. Creo que sólo vive para sus matemáticas.

–Es un gran matemático y la ausencia de bigote no altera ese hecho. Además, no parece que afeitarse el bigote tenga nada que ver con la castración. Tu bigote volverá a crecer en dos semanas.

–¡Dos semanas! Necesitará dos anos para estar tan…, tan…

Raych alzó una mano como si quisiera tapar su bigote y protegerlo.

–Raych, tienes que hacerlo -dijo Seldon de forma autoritaria-. Es un sacrificio necesario. Si actúas como espía con tu bigote podrías…, podrías salir malparado. No puedo correr ese riesgo.

–Antes prefiero la muerte -replicó apasionadamente Raych.

–No te pongas melodramático -dijo Seldon con voz severa-. No es cierto que prefieras morir y es algo que debes hacer. Pero… -y vaciló-. No le digas nada a tu madre. Yo me ocuparé de eso.

Raych contempló a su padre con una mezcla de enfado y frustración.

–Está bien, papá -dijo por fin en un tono casi desesperado.

–Haré que alguien se ocupe de supervisar tu disfraz y después irás a Wye en un reactor -dijo Seldon-. Anímate, Raych. Esto no es el fin del mundo…

Raych intentó sonreír y Seldon le vio marchar. La expresión de su rostro indicaba lo preocupado que estaba.

Un bigote podía volver a crecer, pero perder a un hijo sería algo irreparable, y Seldon era muy consciente de que estaba enviando a Raych a una misión muy peligrosa.

9

Todos tenemos nuestras pequeñas ilusiones y Cleon -Emperador de la galaxia, rey de Trantor y una larga lista de títulos que podían enumerarse en una interminable y sonora declamación ceremonial-, estaba convencido de que era una persona de gran espíritu democrático.

Cuando Demerzel (o, posteriormente, Seldon) le aconsejaban que no emprendiera determinada acción basándose en que sería considerada «tiránica» o «despótica», Cleon siempre se enfadaba.

Estaba seguro de que su carácter no contenía la más mínima inclinación a la tiranía o el despotismo. Quería actuar de forma decidida y tajante, nada más.

Other books

Season For Desire by Theresa Romain
Unforsaken by Sophie Littlefield
Velvet Bond by Catherine Archer
Paupers Graveyard by Gemma Mawdsley
The Death of an Irish Sea Wolf by Bartholomew Gill