Muertos su hijo y su nieto, Jezabel mantuvo su orgullo y su valor hasta el final.
2 Reyes 9.30.
Jehú entró en Jezrael. Sabiéndolo Jezabel, se pintó los ojos,
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se peinó y se puso a mirar a una ventana.
Es decir, se maquilló los ojos (la Revised Standard Version traduce así la frase: «se pintó los ojos y se adornó la cabeza») para ocultar toda señal de dolor y mostrarse como una reina hasta el último momento. La posteridad, reacia a conceder mérito a la anciana reina por cualquier virtud, ni siquiera por la del valor, utilizó el término de «Jezabel pintada» no para significar el coraje frente a la adversidad, sino únicamente la perversidad y, en especial, la perversidad sexual, de la que no existen razones bíblicas para acusar a Jezabel.
Desde la ventana, Jezabel se burló de Jehú comparándolo con Zimri, que mató a un rey pero que sólo reinó siete días antes de ceder el paso a Omri, fundador de la casa que Jehú estaba destruyendo entonces (v. cap. 11).
Jehú no dejó que le molestase la comparación. Hizo que mataran a Jezabel arrojándola por la ventana. Una vez hecho eso, procedió a tomar las habituales precauciones dinásticas:
2 Reyes 10.11.
Y Jehú mató a todos cuantos de la casa de Acab quedaban en Jezrael, a todos sus parientes, a sus familias y a sus sacerdotes, sin dejar escapar a uno solo.
La casa de Omri, tercera dinastía de Israel, había durado cuarenta y cuatro años y conocido cuatro reyes: Omri, Acab, Ocozías y Joram. Ahora, en el 843 aC, acabó su linaje y Jehú fundó la cuarta dinastía de Israel.
La adoración de Melcart, el dios fenicio, estaba tan íntimamente unida a la casa de Omri, que para Jehú habría sido buena política destruir el culto. Mató a sus sacerdotes y profanó sus templos, restaurando la habitual hegemonía del yahvismo. Pero se trataba de un yahvismo al estilo de Jeroboam, con sus santuarios de culto al toro. Para lo más avanzado del partido profético, aquello era insuficiente.
Además, la guerra civil en Israel era la oportunidad de Jazael. El ejército de Ramot Galad apenas podía resistir mientras el propio Israel estaba sumido en una revolución religiosa y política.
2 Reyes 10.32.
En aquellos días ... los hirió. Jazael en toda la frontera de Israel,
2 Reyes 10.33.
desde el Jordán, a oriente, toda la tierra de Galad...
Con sus territorios transjordanos perdidos, Israel se vio encerrado entre el Jordán y el mar.
Jehú tuvo que buscar ayuda. Fenicia no se la daría después de las acciones de Jehú contra la princesa tiria Jezabel y todo lo que ella representaba. Ninguna podía esperar de Judá, que estaba temporalmente bajo el dominio de la vengativa hija de Jezabel, Atalía.
En consecuencia, Jehú se dirigió a la única fuente de ayuda que le quedaba: Asiria. Aquella nación poderosa estaba bajo la soberanía de Salmanasar III, que casi quince años antes había resistido a las fuerzas conjuntas de Israel y Siria. Ahora, en el 841 aC, el nuevo rey de Israel pagó tributo a Asiria reconociendo la soberanía asiria a cambio de ayuda contra Siria y contribuyendo de ese modo a adelantar el día en que tanto Siria como Israel caerían presas del poder asirio.
El hecho de que Jehú pagó tributo a Asiria es conocido por inscripciones asirias; no se menciona en la Biblia. Los documentos asirios mencionan a Jehú con el título que solían emplear para los reyes de Israel: «hijo de Omri»; y eso, a pesar de que Jehú, además de no ser descendiente de Omri en absoluto, había matado a todos los que pudo encontrar de ese linaje. Jehú reinó durante veintiocho años y murió en el 816 aC.
En Judá, la casa de Omri aún estaba representada por la madre de Ocozías, Atalía, hija de Acab y de Jezabel. Al enterarse de la muerte de su hijo a manos del usurpador Jehú, tomó el poder. Para mantenerse en él, mató a todos los varones de la casa de David que pudo encontrar.
2 Reyes 11.2.
Pero Josaba, hija del rey Joram
(Joram de Judá)
y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de su hermano, y le sacó furtivamente de entre los hijos del rey cuando los estaban asesinando, ocultándole de Atalía ... y así pudo aquél escapar a la muerte.
2 Reyes 11.3.
Seis años estuvo oculto con Josaba en la casa de Yahvé, y entre tanto reinó Atalía en la tierra.
Si Josaba era hija de Joram y hermana de Ocozías, también debía ser hija de Atalía, a menos que fuese hija de Joram y de una concubina de éste. La Biblia no aclara esta cuestión. Resulta difícil creer que Atalía matase a sus propios nietos, y quizá sea que los «hijos del rey» aludidos fuesen los diversos miembros varones de la casa de David, hijos y nietos de Joram y de varias concubinas suyas.
El ocultamiento de Joás (o Jehoás) pudo obedecer al propósito no tanto de salvarlo de la muerte como de evitarle una educación conforme a las concepciones religiosas de Atalía.
En 837 aC, Joyada, sumo sacerdote y marido de Josaba pensó que había llegado el momento. Mostró al rey niño a los generales de Judá y dejó que el aura mística del linaje de David cumpliera su cometido.
El ejército resultó vencido y Atalía muerta. El culto de Melcart que ella había establecido en Jerusalén desapareció, y Joás reinó como noveno rey de la dinastía davídica.
Pero es interesante notar que Joás era nieto de Atalía y bisnieto de Acab y Jezabel. Por todos los futuros reyes de Judá corrió la sangre no sólo de David, sino también de Jezabel.
El reinado de Joás tuvo su serie de desgracias. Tras haber recorrido la Transjordania y rodeado el mar Muerto, Jazael de Siria sitió y se apoderó de la ciudad filistea de Gat, disponiéndose luego a marchar contra la misma Jerusalén. La ciudad sólo se salvó cuando Joás utilizó los tesoros del Templo para pagar tributo a Jazael, sobornándolo para que dejara en paz a Jerusalén.
Esto humilló a los jefes del ejército, además de irritar a los sacerdotes. En el 797 aC, Joás, que escapó por poco a una revolución palaciega cuando era niño, cayó en otra y fue asesinado por conspiradores descontentos. Reinó treinta y nueve años; y si se añade al cómputo el período de la usurpación de Atalía, cuarenta y cinco.
Tras la muerte de Jehú en el 816 aC, su hijo Joacaz le sucedió en el trono y continuó librando una batalla perdida contra el temible Jazael de Siria. Tras reinar dieciséis años, Joacaz murió en el 800 aC, sucediéndole su hijo Joás. (Una vez más, los monarcas reinantes en Israel y en Judá fueron tocayos por pocos años.)
Pero la marea siria empezaba a bajar. En el 810 aC murió el conquistador sirio:
2 Reyes 13.24.
Murió Jazael, rey de Siria, y le sucedió su hijo Ben Adad.
Se trataba de Ben Adad III, que antes de adoptar el nombre real se llamaba, al parecer, Mari. La salvación momentánea de Israel radicó no tanto en sus propios esfuerzos como en el hecho de que en aquella época Asiria fustigaba duramente a Siria.
El poderío asirio se encontraba en una etapa de rápida decadencia tras la muerte de Salmanasar III en el 824 aC (mientras Jehú aún era rey de Israel), pero en un breve destello de energía logró sitiar Damasco en el 805 aC e infligirle un serio castigo.
La debilidad de Asiria le impidió acabar la conquista, pero el poder de Ben Adad disminuía cada vez más e Israel pudo recobrar los territorios conquistados por Jazael en tres campañas mandadas por Joás.
Desde luego, el monarca israelita recibió en esas campañas el apoyo del ultranacionalista partido profético. Durante ella murió Eliseo, y un Joás apenado lo acompañó en su lecho de muerte.
A Eliseo no le sucedió un personaje de energía similar, y el partido profético decayó en Israel sin que constituyera un factor importante en los últimos tres cuartos de siglo de la existencia del reino.
La suerte de Judá también sufrió un vuelco momentáneo. En el reinado de Amasías, Edom, que había mantenido su independencia durante los cincuenta años posteriores a la muerte de Josafat, fue ocupado de nuevo:
2 Reyes 14.7.
Batió
(Amasías)
a diez mil edomitas...
Animado por su victoria, Amasías trató entonces de desligarse de la humillante alianza que los reyes de Judá habían mantenido durante ochenta años con los reyes de Israel. Lamentablemente, carecía de la fuerza suficiente. Pudo vencer a Edom, pero perdió la batalla contra Israel. Joás de Israel se apoderó de Jerusalén, destruyendo parcialmente sus fortificaciones y saqueando el Templo.
A consecuencia de la humillación militar, Amasías corrió la misma suerte que su padre. En el 780 aC, tras un reinado de diecisiete años, fue asesinado y su hijo Azarías subió al trono: era el undécimo rey de la dinastía davídica.
Joás de Israel murió en el 785 aC y le sucedió su hijo Jeroboam II, cuarto monarca del linaje de Jehú. Reinó cuarenta años, hasta el 744 aC, y bajo su soberanía alcanzó Israel la cúspide de su prosperidad y de su poderío.
El tremendo debilitamiento de Siria a manos de los asirios junto a la etapa de decadencia de Asiria, que siguió aumentando produjo un vacío de poder en el Norte. Jeroboam II lo llenó:
2 Reyes 14.25.
Recobró el territorio de Israel desde la entrada de Jamat hasta el mar del Arabá ...
[101]
Jamat es una ciudad del norte de Siria y el mar de la llanura es el mar Muerto. Este versículo indica que Israel dominaba todo el territorio sirio, probablemente en el sentido de que debían pagar tributo a Jeroboam. (Pero Siria mantuvo su autonomía, y aún había un soberano en Damasco al que podía llamarse rey de Siria.) A consecuencia de su derrota durante el reinado anterior, es posible que Judá también pagase tributo, de manera que el imperio de David y Salomón pareció restaurado al menos durante algunas décadas.
Pero fue una especie de corto veranillo de San Martín, que sólo duró hasta que el gigante asirio se puso de nuevo en pie. Perduró lo que la vida de Jeroboam II, apenas nada más.
Cuando Zacarías, hijo de Jeroboam II, accedió al trono en el 744 aC, representó a la quinta generación del linaje de Jehú, su tatarabuelo. La dinastía había sobrevivido cien años, período desacostumbrado en Israel, pero su fin se acercaba. En el sexto mes de su reinado, Zacarías fue destronado y asesinado por una conspiración palaciega y, tras un mes de confusión, Menajem, un jefe del ejército, se proclamó rey.
Menajem no estaba seguro en el trono y, como no es inhabitual en esos casos, buscó ayuda extranjera:
2 Reyes 15.19.
Ful, rey de Asiria, vino a Israel, y Menajem le dio a Ful mil talentos de plata para que le ayudase a consolidar el reino en sus manos.
Asiria había tenido contactos anteriores con Israel (v. cap. 11 y este mismo cap.), pero hasta entonces Siria había constituido el peligro principal. Ahora se trataba de Asiria y, aunque los autores bíblicos habían ignorado hasta entonces a esa nación, ya no pudieron hacerlo. En este versículo se menciona por primera vez un contacto entre Asiria e Israel, cosa que nos viene bien para dar un repaso a la historia Asiria.
En tiempos de Abraham, Asiria era un reino rico y floreciente con intereses mercantiles, y a veces se llama «antiguo imperio asirio» a esa etapa de su historia. Pero en los siglos siguientes le resultó difícil sobrevivir bajo la presión de las grandes potencias de la época: Egipto, los hititas y los mitani.
Sólo tras la destrucción y la anarquía provocadas por la llegada de los Pueblos del Mar, se le presentó a Asiria otra oportunidad. Con los reinos hitita y mitani prácticamente destruidos y un Egipto debilitado y expulsado de Asia, Asiria dio un paso adelante.
Hacia el 1200 aC, mientras los, israelitas se abrían paso hacia Canán, el rey asirio Tukulti Ninurta (el Nemrod bíblico; v. capítulo 1) conquistó Babilonia, abriendo un período denominado «imperio medio asirio». El imperio medio alcanzó la cima de su poder con Teglatfalasar I, que reinó del 1116 al 1078 aC, durante el período de los jueces en Israel.
Teglatfalasar I llevó sus conquistas hacia el oeste, y fue el primer monarca asirio en llegar al Mediterráneo por la región norte de Canán.
El dominio asirio en aquellas latitudes no era fuerte y, tras la muerte de Teglatfalasar se produjo cierta decadencia. Las tribus arameas, que avanzaban hacia el sur y el este desde Asia Menor, rechazaron a los asirios y acabaron con el imperio medio. Como resultado del vacío que se produjo a continuación en el poder asirio, pudo David establecer su imperio sobre la mitad occidental del Semicírculo Fértil.
Los arameos ocuparon Siria y fueron sometidos por David, pero en tiempos de Salomón establecieron el reino de Damasco, que tanto costaría a Israel en la época de Acab y de sus sucesores.
Asiria volvió a renacer. En el 883 aC, cuando Omri era rey de Israel, un poderoso soberano asirio, Asurnasipal, accedió al trono y fundó el «último imperio asirio». Reorganizó el ejército y utilizó al máximo las armas y corazas de hierro. Eran mucho más baratas que las de bronce y permitieron a los asirios pertrechar a un numeroso ejército de infantería que aplastara a las filas enemigas, más ligeras y especializadas en el uso de carros.
Asurnasipal también inició una política de crueldad extrema. Los habitantes de las ciudades conquistadas eran ferozmente torturados hasta la muerte. Ello podría ser consecuencia del sadismo innato del rey o de una política deliberada para debilitar la voluntad del enemigo por medio del terror. Si éste era el caso, tuvo éxito, pues Asurnasipal restableció el imperio de Teglatfalasar I, que volvió a llegar al Mediterráneo.
Su hijo Salmanasar III le sucedió en el trono en el 859 aC, durante el reinado de Acab, y las fuerzas asirias, sólidamente establecidas en el norte, se volvieron al sur, contra Siria e Israel. En el 854 aC (v. cap. 11) la batalla de Carcar contuvo momentáneamente su expansión. Sin embargo, el gigante asirio se fortaleció de manera implacable sobre los dos reinos, y éstos se vieron obligados a pagar tributo en distintas ocasiones. Ya hemos mencionado el caso de Jehú (v. este mismo cap.).
Salmanasar murió en el 824 aC, y el gobierno de Asiria cayó otra vez en manos de monarcas incompetentes; retrocedió la amenaza de sus ejércitos, que debieron enfrentarse con el poderío creciente del nuevo reino de Urartu, en el noroeste (v. cap. 4). Durante ese intervalo fue cuando el primer Jazael de Siria y luego Jeroboam II de Israel gozaron de breves períodos de poder ilusorio.