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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

Graceling (33 page)

BOOK: Graceling
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El sol se ponía y él no llegaba.

No pudo evitar que una idea se le fuera abriendo paso en la mente a la fuerza; por mucho que se resistió, no consiguió rechazarla: a lo mejor Po se hallaba herido en el bosque y el rey podía haber muerto, en cuyo caso no habría peligro; pero quién sabía dónde se encontraba Po, o si necesitaba su ayuda, que no le sería posible dársela por si el rey seguía vivo; tal vez estaba cerca, al otro lado de la cumbre del risco, en el sendero, y se dirigía hacia ellas a trompicones, cojeando... necesitándolas; necesitándola a ella. Y ella, en cuestión de minutos, montaría a caballo y lo pondría a galope en dirección contraria.

Así que se irían porque debían hacerlo, pero antes retrocederían un pequeño trecho por si acaso él se aproximaba. Katsa echó una rápida ojeada al campamento para asegurarse de que no dejaban el menor rastro de su presencia.

—Bien, princesa —dijo—, será mejor que nos pongamos en marcha.

Eludió los ojos de Gramilla y la subió a la silla; desató las riendas del caballo y se las tendió a la niña. Y entonces fue cuando oyó rodar piedrecillas por el sendero del risco. Regresó corriendo hasta allí... A tropezones, dando bandazos y con la cabeza colgando, el caballo cruzaba la cornisa que remontaba el risco, pero andaba muy cerca —casi demasiado cerca— del despeñadero. Po iba tendido en el lomo del animal, inmóvil, con una flecha clavada en el hombro; la camisa empapada de sangre. Y había tantas flechas clavadas en el cuello y en el costado de la montura que Katsa ni siquiera las contó. De repente las guijas del camino rodaron hacia el barranco. El caballo resbalaba, y el terreno se le deslizaba al aterrado animal bajo los cascos. Echando a correr, Katsa gritó mentalmente el nombre de Po; él alzó la cabeza y los ojos le centellearon al encontrarse con los de ella. El caballo relinchaba y luchaba afanoso para plantar las patas en terreno sólido, pero Katsa se dio cuenta de que no llegaría a tiempo. Sin remedio, el animal se despeñó por el barranco y la joven gritó, esta vez de viva voz; y a la luz del ocaso, vio caer a Po por el borde.

El caballo hizo una pirueta en el aire y dio una vuelta de campana, de modo que Po se precipitó de cabeza al agua y el animal tras él. Las piedras rodaron atropelladamente bajo los pies de Katsa cuando se lanzó camino abajo hacia el barranco, sin sentir nada al golpearse las espinillas contra las rocas ni al arañarse la cara con las ramas. Lo único que le importaba era que Po estaba en el agua y tenía que sacarlo.

Apenas se notaba una ligerísima ondulación en la superficie del lago que indicaba el lugar donde debía zambullirse, así que tiró las botas entre los arbustos y se echó al agua. Todavía sacudida por la impresión de sumergirse en el lago helado, localizó el sitio desde el que subían burbujas y lodo, así como una figura grande de color marrón que se hundía mientras que otra figura más pequeña forcejeaba. Si se debatía, significaba que estaba vivo. Katsa se impulsó con las piernas, se acercó y vio contra qué bregaba Po: tenía la bota enganchada en el estribo, que a su vez estaba unido a la silla, y ésta, al caballo que se hundía con rapidez. Pero los forcejeos de Po eran descoordinados, y a la altura del hombro y de la cabeza, el agua se teñía de rojo a causa de la sangre que perdía. Entonces Katsa lo agarró por el cinturón y tanteó hasta dar con un cuchillo; sacó el arma y cortó la correa del estribo que, al quedar suelto, se hundió tras el caballo; rodeó a Po con un brazo y pateó con todas sus fuerzas para impulsarse hacia arriba. Emergieron a la superficie impetuosamente.

La joven lo arrastró hacia la orilla; Po era un peso muerto porque estaba inconsciente. No obstante, mientras lo aupaba y lo empujaba hacia los juncos que había al borde del lago, él volvió en sí de súbito, de forma brusca. Resolló, sufrió una arcada y vomitó agua una y otra vez; eso quería decir que no iba a morir ahogado, pero no quitaba que pudiera acabar desangrándose.

—Busca el otro caballo —le gritó Katsa a Gramilla, que estaba asomada cerca y observaba con ansiedad—. Lleva medicinas en las alforjas.

Y la chiquilla subió hacia el campamento a toda prisa, con mucho trompicón y más resbalones. Katsa arrastró a Po hacia terreno seco y lo sentó. El frío y la humedad también podían acabar con él, de modo que tenía que dejar de sangrar, secarse y recuperar el calor corporal.

¡Oh, lo que Katsa habría dado en ese momento por tener allí a Raffin!

—Po —llamó—, Po, ¿qué ha ocurrido?

No hubo respuesta alguna.

Po, Po.

El hombre abrió de golpe los ojos, pero la mirada era vaga, desenfocada; no la veía. Entonces vomitó otra vez.

—Está bien, quédate ahí sentado, sin moverte. Te va a doler —le advirtió. Mas cuando tiró de la flecha y se la sacó del hombro, pareció que ni siquiera se había dado cuenta.

Los brazos le colgaron inertes mientras Katsa le quitaba las dos camisas, y vomitó otra vez. Gramilla bajó con el caballo en medio de un gran estrépito.

—Necesito que me ayudes —dijo Katsa.

Durante un buen rato, la princesa actuó como ayudante de la joven. Abrió sin miramiento las bolsas para encontrar ropa con la que cubrir al lenita y que también sirviera para contener la hemorragia; revolvió las medicinas en busca del ungüento que desinfectaba heridas, y aclaró en el lago trozos de tela empapados de sangre.

—¿Me oyes, Po? —preguntó Katsa mientras rasgaba una camisa para hacer vendas con ella—. ¿Me oyes? ¿Qué ha pasado con el rey? —Po alzó la vista obnubilada hacia ella, que le vendaba el hombro—. Po —insistió una y otra vez—. El rey... Tienes que decirme sí el rey está vivo.

Pero era inútil porque estaba muy aturdido, casi inconsciente. Le quitó las botas y los pantalones y lo secó lo mejor que pudo. Después le puso otros pantalones y le frotó los brazos y las piernas para que entraran en calor. Le pidió a Gramilla que le devolviera la chaqueta de él que llevaba puesta, se la puso por la cabeza y le metió los brazos —fláccidos como si fueran de goma—, por las mangas. Po volvió a vomitar. Tanto vómito se debía al impacto que había sufrido al caer de cabeza en el agua. Katsa estaba al corriente de que una persona sufría tal reacción tras recibir un golpe muy fuerte en la cabeza y, como consecuencia, se quedaba aturdida y desmemoriada. Se le aclararía la mente con el tiempo. Pero tiempo era de lo que no disponían si el rey seguía vivo. Así pues, se arrodilló delante de Po y le sujetó la barbilla, haciendo caso omiso del respingo y del dolor, para transmitirle su pensamiento.

Po, tengo que saber si el rey está vivo. No voy a dejar de importunarte hasta que me digas si el rey vive o no.

Entonces él alzó la vista, se frotó los ojos, los entrecerró y la miró con intensidad.

—El rey —farfulló con voz poco clara—. El rey. Mi flecha. El rey está vivo.

A Katsa se le cayó el alma a los pies porque ahora tenían que huir los tres, con Po en ese estado y un único caballo; en medio del frío y la oscuridad de la noche, sin apenas comida y sin la gracia de Po para advertirle acerca de sus perseguidores. Tendría que arreglárselas con su propia gracia. Le tendió la cantimplora a Po.

—Bébete esto. Todo —le ordenó, y se volvió hacia la niña—. Gramilla, ayúdame a recoger todas estas cosas mojadas. Por suerte has dormido antes, porque esta noche necesito que seas fuerte.

Pareció que Po se daba cuenta de la situación cuando llegó el momento de subir al caballo, no porque pusiera empeño, sino porque no se resistió. Katsa y Gramilla lo empujaron con todas sus fuerzas para auparlo a la silla, y aunque el príncipe estuvo a punto de irse de cabeza al suelo por el otro costado del animal, alguna reacción instintiva lo hizo agarrarse al brazo de Katsa y evitar la caída.

—Sube detrás de él para vigilarlo —instruyó Katsa a la chiquilla—. Así lo sujetarás si ves que se va a caer, y me avisas si necesitas que te ayude. El caballo va a ir rápido, todo lo deprisa que yo sea capaz de correr.

Capítulo 27

D
e noche y en la falda de una montaña, nadie se desplazaría con rapidez a menos que poseyera algún don especial para lograrlo. El grupo avanzaba, y Katsa, delante del caballo, no se rompió los tobillos a pesar de no ver por dónde pisaba, como les habría ocurrido a otras personas, pero tampoco caminaba deprisa. Iba tan atenta a cualquier ruido que se produjera tras ellos, que casi no se atrevía a respirar. Sus perseguidores irían a caballo, serían muchos y llevarían antorchas, y si Leck había enviado un destacamento en la dirección correcta, poco podría hacerse para evitar que tuviera éxito en su búsqueda.

Katsa dudaba que, ni siquiera en terreno llano, hubieran avanzado más veloces con lo mal que se encontraba Po. Concentrado en no caerse de la silla, el príncipe se asía a la crin del caballo, manteniendo los ojos cerrados, y hacía muecas a cada movimiento. Todavía le sangraba la herida.

—Deja que te ate al caballo —le dijo Katsa en cierto momento cuando se detuvieron para llenar las cantimploras en un arroyo—. Así podrás descansar.

A Po le costó unos segundos captar el sentido de las palabras de la joven. Cuando lo consiguió, se echó hacia delante y musitó con la boca pegada a la crin del animal:

—No quiero descansar. Quiero poder avisarte si viene hacia nosotros.

Así que no estaban del todo faltos de su gracia, pero Po debía de carecer de raciocinio para hacer semejante comentario encontrándose su prima sentada detrás de él, callada y sin perder ripio de lo que se decía.

Cuidado. Gramilla está presente
, le transmitió Katsa con el pensamiento.

—Os ataré a los dos al caballo —añadió en voz alta—, y así tanto el uno como el otro podréis elegir si descansáis o no.

Descansa
—le dijo mientras le ataba una cuerda alrededor de las piernas—.
No nos servirás de nada si te desangras hasta morir.

—No voy a morirme desangrado —contestó él en voz alta, y Katsa evitó los ojos de Gramilla al tiempo que decidía no volver a hablar mentalmente con Po hasta que hubiera recobrado el raciocinio.

Prosiguieron la marcha hacia el sur, despacio. Katsa tropezaba y trastabillaba con las piedras y las raíces de los tenaces árboles de montaña que se incrustaban en las hendiduras del camino. A medida que transcurría la noche los tropezones iban en aumento, y la muchacha se dijo que quizás estuviera cansada. Repasó lo ocurrido los últimos días y contó: llevaba sin dormir dos noches, y la anterior a esas dos sólo había descansado unas pocas horas. Siendo así, no debería tardar mucho en dormir un rato, aunque de momento ni se lo planteaba porque no tenía sentido considerar algo imposible.

Varias horas antes de que amaneciera, Katsa se acordó del pez que capturó la tarde anterior y que guardó envuelto en las alforjas del caballo, después de haberlo descamado y destripado. Pero también se dijo que cuando hubiera luz, no podrían correr el riesgo de encender una fogata por pequeña que fuera; habían comido poco ese día y tenían escasas provisiones para el siguiente. De modo que si se detenían, aunque sólo fuera unos minutos, podría cocinar el pescado, y ya no tendría que preocuparse por conseguir más comida hasta que volviera a caer la noche.

Sin embargo, hasta eso significaba correr un riesgo, porque la luz de las llamas llamaría la atención en aquella oscuridad.

Po susurró su nombre en ese momento, y Katsa detuvo al caballo y se le aproximó.

—Hay una cueva —musitó el príncipe—, a algunos pasos al sudeste. —Bamboleó la mano en esa dirección y después la posó en el hombro de la joven—. Quédate junto a mí y os conduciré.

Po la guió por entre las piedras y rodeando grandes rocas. De no haber estado tan cansada, Katsa habría sabido apreciar la claridad con que el don de Po le mostraba la configuración del terreno, pero ya habían llegado a la entrada de la cueva y eran muchas otras cosas las que requerían su atención. Tenía que despertar a Gramilla, desatarla y ayudarla a desmontar; encontrar leña para encender un fuego y después cocinar la pesca, y hacer otra cura a Po en el hombro, porque la herida seguía sangrando sin parar por fuerte que se la hubiera vendado.

—Duerme mientras se cocina el pescado —murmuró Po mientras la joven le ponía un vendaje limpio alrededor del brazo y del pecho para restañar la hemorragia—. Katsa, duerme un poco. Te despertaré si te necesitamos.

—El que necesita ayuda eres tú.

Po la asió del brazo y la joven se arrodilló a su lado.

—Katsa, duerme un cuarto de hora. No hay nadie cerca. No vas a tener otra oportunidad de dormir esta noche.

Ella se agachó y lo observó. Pobre Po, sin camisa, demacrado, con un gesto crispado de dolor que no se le borraba y moretones que le oscurecían el rostro. Él le soltó el brazo y suspiró.

—Estoy mareado —dijo—. Sé que debo de tener cara de muerto, Katsa, pero no voy a morir desangrado ni tampoco me voy a morir por un mareo. Duerme, aunque sólo sean unos minutos.

—Tiene razón —abundó Gramilla, que se había acercado—. Deberías dormir. Yo me ocuparé de él.

La chiquilla recogió la chaqueta de Po y lo ayudó a ponérsela con toda clase de precauciones para no forzar los movimientos del hombro vendado. Katsa se dijo que se las arreglarían bien sin ella durante un rato; sería mejor para todos que echara una cabezada. Se tumbó junto a la lumbre y se impuso no dormir más de un cuarto de hora. Cuando se despertó, Po y Gramilla casi no se habían movido y ella se encontraba mejor.

Comieron en silencio y deprisa. Po se recostó en la pared de la cueva y cerró los ojos; dijo que casi no tenía apetito, pero Katsa no se dejó convencer. Se sentó frente a él y le dio de comer trozos de pescado hasta que consideró que había comido suficiente.

Mientras Katsa apagaba las brasas del fuego a pisotones y Gramilla envolvía el pescado que había sobrado, Po dijo:

—Fue una suerte que no estuvieras allí, Katsa, porque hoy he oído a Leck parlotear durante horas de lo mucho que quiere a su hija raptada y que estará desconsolado hasta que la encuentre.

Katsa fue a sentarse delante de él y Gramilla se aproximó para no perderse las palabras que su primo susurraba.

—Atravesé el círculo de la guardia exterior con gran facilidad —continuó explicando Po—. Y por fin, a primera hora de la tarde, lo tuve a la vista, pero la guardia del círculo interior lo rodeaba tan de cerca que no podía dispararle. Esperé y esperé, y luego fui tras ellos; no me oyeron en ningún momento, pero tampoco se apartaron del rey.

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