Authors: J. H. Marks
—¿Qué más tienes? —le preguntó ella—. ¿Son auténticas esas camisetas? ¿Las llevaron ellos?
Jimmy estaba orgullosísimo de aquellas prendas. Para él eran auténticas reliquias.
—¡Ya lo creo que sí! Todas son camisetas utilizadas por ellos.
Jimmy cogió entonces un par de guantes de boxeo que tenía en un estante y se los puso. Le venían muy grandes.
—Con estos guantes golpeó Mike Tyson a Alex Stewart —dijo Jimmy.
El coleccionista de fetiches, que iba descalzo, se calzó entonces un par de enormes zapatillas, le hizo una finta a Girl 6, se adentró en la «bombilla» de la pista que se acababa de encender en su mente y, con una imaginaria pelota, se marcó un mate en el aro que tenía atornillado a la puerta del lavabo.
—Estas zapatillas las llevó Jordán el día que le metió cincuenta y cinco a los Knicks.
Girl 6 echó un vistazo a la estancia. La verdad era que, aunque pequeña, la colección de Jimmy era impresionante. Lo que tenía que hacer Jimmy era sacarle dinero ahora, en lugar de aguardar veinte años, pensó ella.
—Yo que tú vendería por lo menos una parte —le dijo Girl 6.
Jimmy no había tenido —ni tendría— nunca la menor intención de hacer algo semejante. Los recuerdos que atesoraba significaban para él mucho más que el dinero. Eran mucho más importantes para su supervivencia que la comida que pudiera comprar si los vendía. Hacían que sus sueños fuesen algo más próximo y tangible.
—Ni hablar —dijo Jimmy—. Ahora te voy a mostrar mi última adquisición. Pero... cierra los ojos.
Girl 6 los cerró, Jimmy destapó una caja grande de cartón y sacó un gigantesco consolador.
—Abre los ojos —dijo entonces él.
El consolador era de un tamaño tan desmesurado que Girl 6 no lo reconoció, así de pronto, como lo que era. Al reparar en lo que veía, trató de imaginar... cómo iba a servirle a nadie que estuviese en su sano juicio.
—¿Qué es esto? —preguntó ella.
Antes de que él le contestase, Girl 6 notó con cierto alivio, por la cara que ponía Jimmy, que se trataba de una broma.
—Es el que utilizaron para desflorar a una campeona olímpica de halterofilia. Verás qué bien huele...
Sin darle tiempo a reaccionar, Jimmy le acercó el descomunal falo, apretó las perillas y la roció de colonia.
Girl 6 encajó la broma del mejor humor y ambos se echaron a reír como no habían reído desde hacía mucho tiempo.
El largo día tocaba a su fin. Girl 6 no hubiese querido privarse de la cálida compañía de Jimmy, pero no podía faltar al turno de noche. No tuvo más remedio que volver a la oficina, de nuevo dispuesta a erotizar telefónicamente a los clientes.
Entró en la nave del sexófono a fichar y oyó, de pasada, una comentario entre dos comerciales.
—¿De verdad ha recibido la muñeca que le enviaste? —preguntó Comercial 2.
—Sí —repuso Comercial 1, que acababa de recibir una nota dándole las gracias—. Ha recibido la mía y otras nueve mil setecientas y pico.
Comercial 2 se alegró de ello, pues ella era de las que sostenía que había personas muy humanas en este mundo. De la gente en general se podría decir lo que se quisiera, pero uno a uno la cosa cambiaba.
—La pequeña Angela se recupera —dijo Comercial 1, que abrió uno de los cajones de su mesa, sacó una nota manuscrita y se la mostró a Comercial 2—. Es de su tía, que me da las gracias —añadió con visible satisfacción—. «Querida señorita: Muchísimas gracias. Afectuosamente, Aretha Green, tía de Angela. Posdata: No crean una palabra a la prensa.»
Las dos empleadas de la línea erótica se echaron a reír con ganas.
Cuando Girl 6 fichó y recogió sus cosas, Lil se dirigió a ella sin ni siquiera levantar la cabeza de la mesa.
—Llega tarde —le dijo.
Era la primera vez que Girl 6 llegaba tarde, pero, por lo visto, Lil no pensaba pasarle una. Girl 6 no replicó y fue al saloncito.
Frente al televisor, dos compañeras charlaban y fumaban. Girl 6 reparó en que uno de los canales de más audiencia emitía un reportaje sobre Angela King, que se encontraba en el pabellón de convalecencia prolongada del hospital Mount Sinai.
Girl 6 se puso los auriculares para seguir la información. Nita Hicks estaba sentada junto a la cama de Angela King.
—Con demasiada frecuencia informarles sobre el desenlace de una larga historia obliga a retrotraerse a lo que un día fue noticia de alcance. A veces, el hecho se ha olvidado por completo. Hace cuatro meses les informábamos del trágico accidente de Angela King. Poco después, la madre de Angela expresó un deseo de cumpleaños en nombre de su hija, que entonces se hallaba en coma, para que las autoridades tomasen medidas que garantizasen la seguridad de los niños. Esta noche retomamos la historia de Angela con una invitada muy especial, una invitada de excepción.
La cámara dejó de enfocar a Hicks y ofreció un primer plano de una estrella de la pantalla, que hacía furor en aquellos momentos, y que, antes de hablar, hizo lo que pudo para poner cara de sinceridad.
—Estoy aquí, Nita, porque todos estamos aquí. Porque el deseo expresado por la madre de Angela en su cumpleaños ha movilizado a once mil personas. Y, en esta ciudad, en la época que vivimos, esto hay que considerarlo un moderno milagro.
Girl 6 se quitó los auriculares. Ya había oído bastante. ¿De qué puñeta hablaba la estrellita en cuestión? ¿Qué había dicho Nita Hicks? No habían dicho nada. Sus palabras carecían del menor contenido. Mucho ruido y pocas nueces. Eran vampiros que medraban a costa de la sangre de Angela.
Sin duda, la estrellita de marras estrenaba pronto una película. La productora querría proporcionarle a su imagen una audiencia millonaria a modo de promoción. Por la mañana habría desayunado con la flor y nata. Por la tarde les habría dado el té a otros tantos telespectadores. Y ahora redondeaba la jornada con el telediario de las once de la noche. Perfecto.
Ninguna estrella de cine, deportista o presentador de televisión había pensado más en Angela King que Girl 6. El accidente de la pequeña había ocupado sus pensamientos día y noche. ¿Estrellas de cine promocionadas junto al lecho de una niña que acababa de superar un coma? Era vomitivo. ¿Es que estaban mal de la cabeza? ¿Es que no se daban cuenta de qué era lo que en realidad conseguían con su televisiva solidaridad? No era un acto inocuo. Explotando la tragedia lo único que conseguían era adulterar y disminuir la gravedad de la misma. La tragedia infantil y los niveles de audiencia no eran una buena combinación. ¿Ignoraban acaso la fuerza que tienen las palabras? A Girl 6 le resultaba increíble que estuviesen tan ciegos.
Pese a lo furiosa que estaba, se le quedó grabada una imagen: la de la estrella de cine junto al lecho de la niña. La glorificada y la compadecida. Aunque las palabras que pronunció la estrella fuesen irrelevantes, el hecho de que semejante «personalidad» apareciese en la pantalla tenía una inevitable importancia para Girl 6, para la niña, para la familia y para todo el mundo. La imagen venía a decir que una mujer tan hermosa y ensalzada se mostraba solidaria.
Era una pena que la estrella en cuestión hubiese abierto la boca. Y, sin embargo, aquellos instantes fructificaban en la mente de Girl 6, que, entre llamada y llamada de los adictos al sexófono, no dejó de pensar en lo que había visto.
La cólera de Girl 6, por lo que juzgó como mercenaria actitud por parte de la estrella, remitió. Pero, poco a poco, la fuerza de las imágenes se impuso al cinismo que creyó ver en las motivaciones que indujeran a visitar el lecho de la postrada niña.
Durante el descansó que se tomó a las tres de la madrugada, Girl 6 fue al salón, volvió a sentarse frente al televisor y vio una repetición del reportaje en uno de los canales. En esta ocasión no se molestó en ponerse los auriculares. Se limitó a ver de nuevo a la hermosa estrella sentada junto a la doliente Angela. Lo «divino» y lo mortal.
A Girl 6 se le llenaron los ojos de lágrimas. Ahora resultaba que le conmovía la buena disposición de la estrella, que había hecho un hueco en su apretada agenda para visitar a la pobre niña. Se dijo que en cierto modo era como si también a ella la hubiese ido a visitar la estrellita en persona. Era una imagen sobrecogedora, conmovedora. Por un lado, Girl 6 se identificaba con la pequeña Angela King y se sentía rescatada, aupada. Y, por otro lado, Girl 6 se identificaba con la estrella, aunque estuviese muy lejos aún de alcanzar el estrellato.
Girl 6 pensó que ella también podía servir de lenitivo a Angela King y a todas las Angelas King de este mundo con su propia presencia. Quizá si asumía este rol lo consiguiera. Puede que el orden de los factores no alterase el producto. Más que una caracterización sería transformación en toda regla.
Girl 6 no podía concentrarse cuando volvió a la consola. Comercial 1 le pasó una llamada que tenía en espera. La voz le resultó familiar y la ayudó a centrarse en el trabajo. Trató de recordar de quién se trataba y no tardó mucho en caer en la cuenta de que era Cliente 30, el repugnante individuo que la había llamado no hacía mucho.
—...y luego te ato bien.
Girl 6 intentó llevar la conversación a otro terreno.
—¿Has hablado antes conmigo?
Aunque Cliente 30 le dijo que no, ella recordaba perfectamente que le ató las manos a la espalda, le metió la cabeza en el cubo de la basura y la penetró por detrás.
Girl 6 pensó hacerse con un poco más de información acerca de Cliente 30 y hablar luego con Lil.
—¿Cómo te llamas, cariño?
—Jack Spratt. ¿Y tú?
Girl 6 procuró engatusarlo para que siguiese en la línea, a ver si así conseguía que le diese algún dato útil para identificarlo.
—Pues yo..., señora Spratt, naturalmente. Lovely Spratt.
Cliente 30 no tragó, como es lógico.
—¡Anda ya! ¿Quién eres?
—Quien tú quieras, encanto —contestó ella, aunque era evidente quién quería Cliente 30 que fuese.
—¡Tú no eres nadie! —le espetó él—. Ni siquiera eres una cualquiera. Ni una mierda eres, zorra.
Girl 6 se quedó de una pieza al oír tan despectivos improperios. Nadie le había hablado nunca así. Pero cuando iba a replicarle, se cortó la comunicación.
En lugar de la voz de Cliente 30, Girl 6 oyó a Lil a través del teléfono. Miró hacia su derecha y la vio a través de la pared de cristal de su despacho.
—Le he cortado yo la comunicación. No tenías por qué ser amable con él. ¿De acuerdo? —le reprochó Lil.
—¿Amable? —exclamó Girl 6 desconcertada—. No he sido amable.
—Bueno... Amable, educada o lo que quieras —dijo Lil en un tono que no invitaba a replicar—. Se les corta y listo. Nada de darles pie.
—Está bien —dijo Girl 6 cuando Lil ya había colgado.
El teléfono de Girl 6 volvió a parpadear en seguida. Era otra vez Cliente 30.
—¿Por qué has hecho eso? No seas tímida, Girl 6. Yo sólo quiero hablar. Me portaré bien. Seré amable. ¿De acuerdo?
Girl 6 volvió a mirar hacia el despacho de Lil, que, como de costumbre, seguía enfrascada en el trabajo administrativo. Girl 6 pensó en decirle algo a Lil y luego en colgar. Pero no pudo cortar la comunicación. Sintió algo que no había sentido nunca, algo que la pilló por sorpresa. Aunque si era honesta consigo misma, quizá lo que sentía no era ni tan nuevo ni tan sorprendente. Tal vez fuese algo que había sabido siempre.
Girl 6 descubrió que la llamada de Cliente 30 le repugnaba tanto como la fascinaba. Se encogió de hombros, pensó en que necesitaba el dinero y siguió en la línea.
El ladrón aguardaba frente a la oficina del sexófono.
Para protegerse del gélido viento, se había metido en un portal y daba saltitos para combatir el frío de la noche.
Miró el reloj. Girl 6 ya había terminado su turno. ¿Por qué no bajaba? Habían salido ya muchas compañeras.
Meneó la cabeza. ¡Qué mundo más desquiciado! No llamaba a las líneas de teléfono erótico, pero sabía de qué iba. Sin embargo, aunque no le entusiasmase la manera que tenía Girl 6 de ganarse la vida, lo comprendía.
Uno no siempre podía trabajar en lo que le gustase, y había que comer. Él, por ejemplo, nunca quiso ser ladrón. Quería ser músico, y no forzosamente un músico famoso. Recordaba que, de pequeño, cuando miraba por la ventana de su dormitorio de madrugada, veía pasar a un hombre que volvía a casa con su instrumento a cuestas. Le seducía aquel tipo de vida: volver a casa solo, a pie, por las calles desiertas; llevar una vida independiente; no tener que fichar en una oficina a las nueve de la mañana; no tener que aguantar a los jefes.
El ladrón recordaba cómo despotricaba su padre cuando hablaba de su jefe con su madre. La cólera y la frustración que notaba en la voz de su padre lo aterraban. No acertaba a imaginar qué podía poner a su padre tan furioso. Fuese lo que fuese, no quería saber nada de ello. No pensaba llevar la misma vida. No cometería el mismo error. Sería independiente.
El ladrón había formado parte de la orquesta del instituto, en unos tiempos en los que la escuela pública aún proporcionaba formación musical, antes de que Reagan decretase que el
ketchup
era una verdura.
Sin embargo, sus ambiciones sufrieron un serio revés cuando descubrió que no tenía talento para la música. Su profesor admiraba su vocación y lo animaba. El futuro ladrón probó con media docena de instrumentos antes de convencerse de que no tenía condiciones para instrumentista.
Años después comprendió que lo que le atraía del músico que veía pasar de madrugada frente a su ventana era su estilo de vida, no su profesión.
También entendió que toda persona tendía a dedicarse a aquello que hacía mejor. La gente probaba distintas cosas, trataba de dominar lo que hacía pero, hablando en líneas generales, terminaba por encarrilarse hacia aquello para lo que tuviese dotes naturales. Y así encontraba uno su lugar en la vida.
De niño, el ladrón empezó con pequeños hurtos, y en seguida descubrió que se le daba bien. Al cabo de cierto tiempo, se percató de que era algo que tenía que hacer, algo compulsivo. Pero no era por animosidad contra nadie, ni siquiera contra los tenderos. Por el contrario, deseaba que el negocio les fuese bien, pues así tendría mejor género para robar.
Mientras aguardaba a Girl 6 frente a la oficina del sexófono, el ladrón reía para sus adentros. La imaginaba erotizando a los clientes por teléfono. Si alguna vez se le ocurría llamar a una línea de teléfono erótico, le encantaría hablar con alguien como Girl 6, una mujer con la que apetecía soñar. Y no como las compañeras que acababa de ver salir. Suerte tenían de que los clientes no pudiesen ver a sus fantaseadas compañeras de cama.